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Xavier Albertí explora el mito de Don Juan

«El sexo es la clave para romper un equilibrio moral fraudulento»

 

La Compañía Nacional de Teatro Clásico inicia temporada abordando el mito de Don Juan con el estreno de El Burlador de Sevilla, poniendo de manifiesto cómo el deseo sexual es un elemento desestabilizador para nuestra sociedad, desde el Siglo de Oro hasta nuestros días.

Conversamos con Xavier Albertí, director de esta versión que podremos ver en el Teatro de La Comedia hasta el próximo 13 de noviembre. Una charla en la que exploramos las luces y sombras de este texto atribuido -no está del todo claro que sea suyo- a Tirso de Molina.

 

 

El Burlador de Sevilla abre la temporada de la CNTC

 

 

Por José Antonio Alba

Foto de portada: Sergio Parra

 

Esta temporada la CNTC se ha propuesto girar en torno al mito de Don Juan, y El Burlador de Sevilla que diriges es el encargo de abrir la temporada. Además de ser el máximo exponente de la masculinidad tóxica, ¿qué posee en tu opinión esta figura para dedicarle tal atención?

Sin dejar de ser eso, además es muchas más cosas. Es un gran mito que la cultura ibérica entrega a la cultura universal. Seguramente, al lado de Don Quijote y la Celestina, son grandes mitos. Solo con saber que ha dado más de tres mil relecturas, según los estudiosos, algo importante hemos encontrado en esta figura. Es una figura compleja que se ha leído desde muchos sitios. Tirso, si es que es él quien escribió El Burlador de Sevilla, entregó un elemento muy complejo. Hay algo en el Burlador, una cierta exhibición de una masculinidad que incluso podría haber generado modelos imitativos, porque la idea del gran seductor ha dado infinidad de copias posibles.

 

¿Quizá haya habido un exceso de romantización?

Absolutamente. Y además como Zorrilla lo perdona y hace que no lo castigue, casi casi pasa a ser una figura heroica. Pero eso no está en el Burlador atribuido a Tirso. En el Burlador hay un viaje de una profundidad filosófica y teológica sobrecogedora.

 

¿Qué es lo que te decide a decantarte por un texto o por otro a la hora de ponerte al frente de una producción?

La obra, leí el Burlador y dije que quería hacerlo. Tenía memoria de los que he visto, no quiero ser irrespetuoso y decir que el mío sea mejor que otros, es distinto, pero sentía que podía aportar algo a esa obra que no había visto. Cuando alguien siente que puede aportar algo nuevo a una obra que está tan asentada en el imaginario de nuestros conciudadanos, está casi obligado a hacerlo porque si no hay algo que se pierde de tu energía a la hora de querer comunicarte teatralmente con tus compañeros de viaje en este mundo.

 

Xavier Albertí explora el mito de Don Juan en Madrid
Xavier Albertí. ©Sergio Parra.

¿Y desde dónde has querido abordar este texto? ¿Cuáles son las claves donde has querido apoyarte?

A mí me gusta acercarme a la figura del Burlador a partir de una imagen un poco posterior, pero que ayuda a entender lo que yo he querido hacer con este burlador, que es la figura del Marqués de Sade. Durante mucho tiempo fue leído como una especie de pornógrafo, hasta que vienen los poetas simbolistas franceses del siglo XX y dicen que es el gran renovador de la literatura francesa porque es el que sabe encontrar la línea de flotación a una sociedad en su equilibrio moral y sabe que, atacando ese equilibrio moral, ataca las grandes imposturas de toda moral que, llamada al ejercicio del poder, acaba conllevando.

El Burlador lo que hace es enseñarnos que tiene consciencia de que no sabe dominar sus instintos sexuales. Lo primero que hace es enseñarnos que es un hombre que conoce por qué quiere hacer eso, burlar a las mujeres como una forma de destrucción de unos principios morales y económicos que siente que tiene que destruir. Dentro de ese viaje aprende que hay unos límites, y cuando su acción conlleva un asesinato, el del padre de doña Ana, el Comendador, empieza una carrera hacia el infierno autodestructiva.

Es una obra que niega al dios que estaba funcionando hasta ese momento, un dios vengador, al servicio de las clases extractivas y potentes. Además de anticipar al marqués de Sade, es una obra que anticipa a Nietzsche con su muerte de Dios, de un determinado Dios. Tirso era sacerdote y creía en una profunda necesidad de reforma de la iglesia católica.

 

Has dicho en más de una ocasión que Don Juan es un terrorista, ¿en qué sentido?

Yo creo que la gracia y la maravilla de este Burlador es entender la conciencia de alguien que es un verdadero anarquista. Un terrorista. Es alguien que quiere romper las costuras porque sabe que una sociedad así no es una sociedad ni justa ni libre. El problema es que él acaba cayendo en sus propias trampas y sabe que su destino está en la muerte. Pero don Juan sabe que no hay un más allá. Sabe que lo que está haciendo es por una regeneración social. Como el jubilado que se pegó fuego en la plaza Sintagma en Grecia para decir que esta Europa extractiva no funciona y te estoy hablando de hace 15 años.

 

El burlador es un texto muy revolucionario y rupturista con todo lo que había establecido hasta ese momento.

Lo fascinante es que esto se produce en 1615. Nos han hecho tragar con ruedas de molino diciendo que el Burlador es el castigo de Dios sobre el hombre que no respeta preceptos, pero es mucho más que eso. La idea neoplatónica y cristiana de que el hombre está construido a imagen y semejanza de Dios con un trozo de barro al que Dios le sopla y le da vida, ha desaparecido para siempre. Dios ya no es una figura impuesta, es una figura necesaria para tú hagas tu viaje hacia tus propios valores éticos. Al final el Burlador es una lucha salvaje entre una moral impuesta y unos valores éticos creados a partir de tu propia conciencia.

 

Haces hincapié en la batalla entre lo ética y lo moral, ¿estamos quizá en un punto similar? ¿hemos evolucionado de alguna manera?

Creo que, sin duda, en muchos aspectos hemos evolucionado, la consciencia del ‘no es no y solo el sí es sí’ es fundamental. La consciencia de la agresión hacia el cuerpo femenino es algo que, aunque nos queda mucho trabajo por hacer, creo que hemos evolucionado mucho en relativamente poco tiempo.

El espectador de hoy puede hacer una recepción similar a la del espectador del siglo XVII, pero con una perspectiva infinita. Hoy nos parece que la sexualidad está mucho más liberada que en el siglo XVII. Y digo que nos parece porque seguimos llenos de prejuicios morales. Me parece muy curioso que creamos que estamos muy evolucionados y aun los pesos morales, que no religiosos, pesen con tantos elementos que aun resulten cuestionables. Como por ejemplo condenar una aventura extramatrimonial, sin atender a los pactos que hacen las parejas.

 

 

Siempre he encontrado un punto muy actual en El Burlador de Sevilla reclamando, de alguna manera, el derecho del placer sexual para la mujer y Don Juan es la herramienta.

Ellas quieren su deseo, pero saben que, atendiendo a su deseo, las van a condenar porque van a romper un precepto impuesto de manera moral. Ninguna de las mujeres de la obra obedece a principios iguales, cada una tiene un modelo distinto. ¿Y qué rompe la frontera entre el mundo arcaico y el mundo moderno? El sexo. Un sexo que tiene unas consecuencias determinadas, pero que una vez más el autor nos demuestra que el sexo es la clave de vuelta para romper un equilibrio moral fraudulento.

El Renacimiento no había encontrado cómo salvar el deseo femenino dramatúrgicamente hablando y el Barroco lo comenzará a especular con El Burlador de Sevilla. Antes de hablar del hombre que burla, está una mujer diciendo: «yo tengo deseo sexual».

 

¿Y todo esto cómo lo has tratado en esta producción?

Lo más curioso, es que la mejor forma de que esto se vea es yendo al original. Es ser muy respetuoso con el texto. Hemos hecho un trabajo de mesa muy profundo, sin el cual no hubiéramos llegado a la propuesta escénica a la que hemos llegado. Hemos flipado muchos días porque no éramos consciente de que esta obra hablase de lo que está hablando. Porque normalmente para hacer teatralidad metemos bailes barrocos, máscaras, metemos una sexualidad un poco más divertida, un poco menos consciente de la brutalidad que contiene, y cuando vas a la palabra, sin necesidad de ilustrarla demasiado a nivel de acción, simplemente con aquello que diría Pasolini que es el teatro de la palabra. Cuando la palabra te permite viajar en profundidad a lo que te está contado el autor, la obra se revela como de una modernidad y de una potencia estratosférica.

 

La puesta en escena posee una cierta atemporalidad, ¿es ahí donde reside el equilibrio justo para no caer en lo museístico y el exceso de actualización del clásico?

Yo lo he intentado hacer siempre, para mi e teatro no puede ser museo, porque entonces sería otra cosa. El teatro siempre tiene la contemporaneidad, una palabra que está escrita en 1615 hoy suena distinta porque la evolución y los contenidos que tiene esa palabra ha ido evolucionando y amplificando sus ecos. Yo escojo una forma de hacer teatro y hay espectadores que les gusta y otros no, pero nunca puedes hacer teatro al gusto de todo el mundo.

 

Eso sería terriblemente aburrido.

Siempre me ha parecido banal salir de una obra de teatro y decir “me gusta”. Creo que una obra de teatro no nos tiene que gustar. Una obra de teatro tiene que abrir aspectos de reflexión y a veces lo hace desde el gusto, desde la empatía visual y estética; y otras desde el aburrimiento, pero hay algo que te toca, que se te queda, y si eso activa un viaje interior para que tú puedas realmente crecer a través del impulso, del anhelo, del aliento, que te da esa obra, hemos conseguido un tesoro. No hay nada más triste que cuando sales de ver un espectáculo y al cabo de cinco minutos lo has olvidado. Eso es terrible. Prefiero espectadores que se enfaden mucho conmigo, pero que eso les active para defender su posición y prefiero espectadores que digan que nunca habían visto la obra desde esta luz y no saben si les ha gustado. Lo que me importa es que puedan reescuchar.

 

Te has servido del Don Giovanni de Mozart para acompañar al texto de Tirso, ¿qué puedes contarnos sobre esto?

Principalmente porque es una de las grandes lecturas que hace el siglo XVIII del Burlador. Quería usar el imaginario del espectador que lo conoce y si no lo conoce, pues tendrá la suerte de descubrirlo y quedarse fascinado por esa brutal obra; pero quien lo conozca, podrá encontrar muchos elementos en clave dramatúrgica de por qué la música está al servicio de determina energía. Hemos trabajado con un intérprete maravilloso que es Toni Comas, es un cantante lírico y a la vez es un excelente pianista y demuestra aquí unas facultades interpretativas sobrecogedoras. Pero realmente, el trabajo que hemos hecho es ir a buscar la columna vertebral, de una energía que está en Mozart al servicio del burlador y eso se ha acoplado de una forma maravillosa.

 

Xavier Albertí explora el mito de Don Juan en Madrid
El elenco al completo de El burlador de Sevilla de la CNTC. ©Sergio Parra

 

Más allá de la profundidad espiritual y filosófica que encierra esta obra, también puede ser un puente de enamoramiento para un espectador nuevo con el clásico, ¿cuál dirías tú que es esa rendija por la que poder conectar con el Burlador?

La mejor manera de que el público joven conecte con el teatro clásico es no ponerle sucedáneos. Es decirle: “Esto es esto y es muy bueno”. Y la gente eso lo acaba entendiendo. Cuando dices que le vas a hacer una dramaturgia ‘aligeradora’ para que no piense que es muy difícil escuchar y de entender, lo único que estás haciendo es alejarlos del teatro clásico y acercarlos a un teatro más banal, más superficial, más anecdótico… otra cosa. El clásico es tan bueno que cualquier sensibilidad se encontrará fascinada ahí dentro. Acerquémonos a la autenticidad de eso. El equipo del Burlador, salvando muchas distancias y perdona la inmodestia, está hecho por cinco generaciones vinculadas a la joven y el nivel de dicción del verso español del siglo XVII que hay en esta obra no lo encontrarás en ningún otro sitio ahora mismo, es extraordinario. Para un espectador que quiera ver cómo acercarse al clásico, este elenco es paradigmático.

 

Hablando de espectadores, imagino que reencontrarte con el del Grec ha sido muy especial para ti.

Yo fui director del Grec durante 4 años y hacia 27 años que no dirigía un espectáculo en el anfiteatro y para mí fue volver a un sitio que conozco muy bien. Volver al Grec ha sido volver a la ilusión de cuando eres joven y empiezas a sentir que tienes una carrera por delante. Y ahora que soy un poco menos joven, aunque me siento igual de joven, tengo la oportunidad de volver a sentir la conexión entre el teatro que hago, realmente hay algo que renueva una energía que necesitamos todos para seguir con este complejísimo trabajo que hacemos vinculado al teatro.

 

¿Varían mucho las energías entre el Grec, Almagro o La Comedia?

La obra ha encontrado sus ecos naturales en todos los teatros. Creo que el espectador que venga a vernos aquí va a sentir la cercanía del actor. El Grec es un espacio mágico, pero es un espacio muy grande. A mí siempre me ha parecido que la gran frontera que hay entre que un espacio teatral funcione es que tu seas capaz de ver el ojo del actor. Cuando estás sentado en un sitio en el que no ves el ojo, hay algo que se pierde porque se pierda la conexión con algo esencial de lo actoral. En el Grec las ultimas filas no permiten ver el ojo del actor, pero en La Comedia todas las filas lo permiten. Por eso estamos tendiendo cada vez más a los espacios más íntimos.

 

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