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Visibilizando la violencia psiquiátrica

Zaida Alonso: “A veces la sociedad diferencia qué ‘locos’ son mejores que otros”

Zaida Alonso es la dramaturga y directora de Contención Mecánica, una obra cuyo germen se pudo ver en el Festival Surge de 2022 y que se estrenó en su formato actual en el pasado Festival de Otoño (2023).

Se trata de un proyecto de teatro documental y artes vivas que nace para denunciar la violencia psiquiátrica, poniendo el foco en una práctica que sigue siendo habitual: atar a las personas a la cama haciendo uso de correas.

Jesús Irimia, Júlia Solé, Javier Pardo, Rafael Carvajal y la propia Zaida Alonso son los intérpretes de este montaje de Teatro de los Invisibles que puede verse en Teatro del Barrio.

 

Foto de portada: Jessica Burgos

 

¿Qué es la contención mecánica?

En los protocolos hospitalarios la contención mecánica se suele definir como la aplicación, control y extracción de dispositivos de sujeción mecánica utilizados para limitar la movilidad física. Es decir, consiste en atar a una persona, generalmente a una cama o a una camilla, con correas en cintura, muñecas y tobillos.

 

¿Es una práctica que se realiza de forma habitual en las alas psiquiátricas de los hospitales?

Sí, en los protocolos se dice que es el último recurso, pero sigue siendo habitual tanto en unidades de psiquiatría como en servicios de urgencias de hospitales, y también lo es en residencias de ancianos y centros de menores. Así sucede en nuestro país, pero en otros, como Reino Unido, esta práctica está prohibida desde hace más de 10 años. Y otro tema importante es el tiempo que se mantiene a cada paciente atado o atada, que es una decisión del personal sanitario, porque a veces son horas, pero pueden llegar a estar incluso días.

 

¿Es cierto que no hay registros de los pacientes que son sometidos a esto? Es como la opacidad en casos de tortura…

Precisamente la ONU catalogó esta práctica como tortura en 2013, pero la realidad es que se sigue realizando y no hay transparencia al respecto… El psiquiatra y diputado de Más Madrid Diego Figuera habló de esto en la Asamblea de Madrid el año pasado y dijo que el relator de las Naciones Unidas que vino a España a las inspecciones en 2017 y en 2020, informó de que se estaban cometiendo actos de tortura, y también denunció que su partido había solicitado los registros de las sujeciones mecánicas de la Comunidad de Madrid en los hospitales generales (tendría que haber uno por cada hospital) y no se les había dado.

Justo leía el otro día un reportaje en infoLibre donde se hablaba sobre esta opacidad y se apuntaban como posibles causas, por un lado, que la contención mecánica no está regulada por ley en España y, por otro, que se quiere evitar que las ciudadanas y ciudadanos nos escandalicemos. De hecho, sólo hay una comunidad autónoma que publica datos con regularidad desde hace cinco años: Navarra. En 2022, se aplicó la contención al 18% de pacientes ingresados en unidades psiquiátricas de hospitales navarros y la duración media de la sujeción se situó en algo más de 22 horas.

Este secretismo imperante en casi toda España lo hemos comentado con algunas de las profesionales de la psiquiatría que hemos entrevistado para la obra, como la enfermera Ana Carralero, que nos contaba que, en teoría, en nuestro país, se tiene que registrar la contención en la historia del paciente, pero luego realmente no hay un registro centralizado que se haga público. En este sentido, nos hablaba del caso de Pensilvania, donde uno de los puntos clave para eliminar las contenciones fue subir cada mes a una web datos pormenorizados de quién ataba más, a qué horas se ataba más, cuántas horas se ataba, etc. Así, las personas que más ataban sentían que no hacían lo suficiente para no atar a las pacientes que les llegaban.

 

Visibilizando la violencia psiquiátrica en Madrid
Zaida Alonso

 Si hay gente que incluso ha muerto al realizarle esta práctica, ¿por qué no tenemos constancia de que esto sigue ocurriendo?

Buena pregunta. Precisamente esa es la razón de ser de nuestra obra, Contención mecánica. Es un tema silenciado para la mayoría que pocas veces salta a los medios. En 2017 lo hizo por un desgraciado incidente que desencadenó la muerte de Andreas Fernández González, fallecida con 26 años en la unidad psiquiátrica del Hospital Central de Asturias después de permanecer 75 horas atada a una cama. Le habían diagnosticado una enfermedad mental, pero tenía meningitis. Este tal vez sea el caso más paradigmático sobre contención mecánica en nuestro país y el que hizo que muchas personas, entre ellas yo, conociésemos esta práctica que, sorprendentemente, se sigue realizando en pleno siglo XXI.

 

¿De dónde te viene la inquietud o necesidad de hacer este texto? ¿Surge de algo personal?

Pues justo viene del impacto del caso Andreas. Nuestra compañía Teatro de los Invisibles estaba por entonces con otra obra de teatro documental, La liberación de la locura, que reunía testimonios de pacientes psiquiatrizadas y hablaba sobre el estigma que este diagnóstico suponía para ellas. Algunos colectivos que colaboraban estrechamente con nosotras en la obra, como LoComún, denunciaron este caso y posteriormente, en 2019, lanzaron una campaña llamada #0contenciones, que reclamaba la eliminación del uso de contenciones mecánicas en psiquiatría y denunciaba la impunidad cuando se producían daños. Conocer de cerca esta realidad y el seguimiento del proceso judicial de la muerte de Andreas, hizo que en 2022 decidiéramos intentar dar voz a personas que habían sufrido una vulneración de sus derechos durante sus ingresos médicos por culpa de esta práctica. Así nace Contención mecánica, proyecto que presentamos como ‘work in progress’ en el festival Surge 2022 de la Comunidad de Madrid.

 

¿Cómo ha sido la investigación que habéis llevado a cabo? ¿Quiénes os han asesorado en el proceso y con qué testimonios os habéis encontrado?

En nuestro proceso de investigación hemos ido de la mano de Marta Plaza, una de las activistas locas detrás de la campaña #0contenciones que escribe de manera habitual artículos sobre salud mental para El Salto, Mad in (S)Pain o Pikara Magazine. Marta nos ha acompañado en todo nuestro proceso de documentación, facilitándonos tanto material de investigación como la comunicación con personas que han sufrido violencia psiquiátrica, y convirtiéndose en un pilar fundamental durante la primera parte de nuestro proceso, consistente en la recopilación de experiencias, protocolos médicos, noticias y entrevistas a personas diagnosticadas y a profesionales de la salud mental. Posteriormente, hubo una segunda parte del proceso, enfocada en una investigación artística multidisciplinar (teatro físico, poesía, música, videoescena…) de cara a su traslado escénico.

 

Gente que realice estas prácticas (médicos, psiquiatras…) ¿han querido hablar sobre ello? ¿Os han explicado por qué es necesario llevarlo a cabo?

Hemos entrevistado a profesionales de la psiquiatría, tanto del plano académico como del hospitalario, pero lo cierto es que no hemos hablado con nadie que defienda esta práctica como necesaria; más bien nos han hablado de una necesidad de formación de personal y de falta de recursos. La enfermera Ana Carralero nos dijo que creía que en España hay una cultura de contención y que, de hecho, a ella, antes incluso de entrar a trabajar en planta, lo primero que le enseñaron fue a realizar contenciones mecánicas. Nos hablaba de una especie de naturalización de esta práctica que evita el cuestionamiento, que en su caso llegó a través de la empatía con esos y esas pacientes contenidas.

 

¿Falta empatía en los profesionales dedicados a la salud mental o faltan medios en la sanidad pública para hacer una labor digna con los pacientes?

Yo creo que hay un problema estructural y que está claro que el sistema falla cuando hay personas que, como nos han contado en las entrevistas, tienen miedo de ir a urgencias por temor a ser atadas, y no sólo por una dolencia psíquica, sino también física, ya que lo primero que le sale en el ordenador al personal sanitario es el historial médico de esas pacientes.

Algunas de esas personas nos hablaban de falta de empatía y apelaban a una objeción de conciencia por parte de los y las profesionales de salud mental, mientras que otras apostaban por el modelo psiquiátrico de Finlandia, el diálogo abierto, que es un método que consiste en hablar con el entorno del paciente y que la doctora Ana Guillén, de la Universidad Complutense, nos dijo que ahora mismo sería inviable en España por toda la inversión que requeriría en personal.

 

Un primer esbozo de la obra se pudo ver en el Festival Surge 2022, como bien nos has comentado antes. Un año después, ¿cómo ha evolucionado la pieza?

En Surge 2022 estrenamos en la sección de Emergentes un ‘work in progress’ bastante avanzado, aunque un poco precipitado, que nos sirvió para que seleccionaran la pieza para su estreno absoluto en el Festival de Otoño 2023. Este año ha sido una oportunidad maravillosa para seguir investigando en la puesta en escena y en la dramaturgia, y también para otorgarle un mayor protagonismo en la obra al poeta, performer y activista loco Rafael Carvajal, que ha experimentado más de una decena de contenciones mecánicas y se sube al escenario con nosotras. Rafael ya era el alma de Contención mecánica, pero era, por así decirlo, nuevo en la compañía, ya que el resto del elenco llevamos trabajando juntas desde 2017, y gracias a este proceso más extendido en el tiempo hemos podido aumentar su nivel de implicación en el proyecto.

 

¿Poder mostrar la obra en el último Festival de Otoño ya es como tener un certificado de calidad? ¿Os abre puertas de cara al futuro?

Desde luego es un sueño hecho realidad y una carta de presentación. No podemos estar más agradecidas y emocionadas de haber podido formar parte de una programación de tanta calidad y es evidente que ha sido un escaparate para nuestro trabajo. De hecho, en este 2024, además de volver al Teatro del Barrio, que ya es casa para nosotras, de momento tenemos a la vista Escena Móstoles y MeetYou Valladolid.

 

¿Qué papel ha jugado Macomad en el proceso de crecimiento de la obra?

Pues enorme, en primer lugar, por la oportunidad de que compañías de la escena alternativa como la nuestra puedan dar visibilidad a su trabajo llegando a un marco tan excepcional como el Festival de Otoño. Y, en segundo lugar, por proveernos de acompañamientos artísticos, espacios de ensayo, apoyo y cariño durante todo el proceso. Aprovechamos la ocasión para dar las gracias a Álvaro Caboalles y Alberto García por su dedicación y entrega con nosotras.

 

¿Cómo concebiste la dramaturgia y puesta en escena?

La dramaturgia está vertebrada en un prólogo y siete capítulos, que me han servido para estructurar la enorme cantidad del material documental recopilado y para poder ir cambiando el dispositivo escénico. En cuanto a la puesta en escena, he querido sugerir la dicotomía entre dos mundos: el de los supuestos cuerdos y el de los supuestos locos, es decir, la sociedad que estigmatiza y la sociedad estigmatizada, y he apostado por un espacio aséptico, diáfano y multifocal, con una preponderancia del blanco en el cromatismo para evocar espacios generadores de contención, tanto mecánica (recintos hospitalarios) como farmacológica (laboratorios).

 

 

Es un trabajo multidisciplinar, con toques gamberros a veces… ¿El proyecto -o el cuerpo- te pedía algo así en vez de hacer teatro de texto puro y duro, más solemne quizás?

Creo que la obra aborda un tema tan crudo y duro que es necesario darle asideros al espectador o espectadora para que coja aire y pueda asimilar ese sufrimiento tan desgraciadamente real del que hablamos. De ahí esa licencia con el humor en determinados momentos. En esta misma línea, también he intentado jugar con dinámicas y contradinámicas y llegar a una convergencia artística que incluye desde un contrabajo eléctrico como protagonista del espacio sonoro, hasta poesía, tutoriales en streaming o coreografías pop.

 

Pablo Chaves, Andrea Jiménez, Noemí Rodríguez, Alberto Velasco… os han acompañado en el proceso. ¿Qué le han aportado cada una de ellas?

No podemos estar más felices con estas acompañantes de lujo que nos han cogido de la mano para jugar, explorar y volar, y aunque todas nos han aportado una visión poliédrica de la obra, Pablo se ha centrado más en la puesta en escena; Alberto, en el movimiento, y Noemí y Andrea, en la dirección y la dramaturgia.

 

¿Cómo ha sido el trabajo con los intérpretes? ¿Qué indicaciones les has dado para que interioricen la pieza?

Considero que en esta obra el trabajo del elenco es muy versátil porque todas hacemos multitud de papeles, a excepción de Rafael, que se interpreta a sí mismo, lo cual es un valor añadido. También contamos con testimonios reales en piezas sonoras y audiovisuales e imbricar todos estos elementos para que casaran bien ha resultado todo un proceso de afinación paulatina. Se trata de un trabajo muy coral que se ha intentado hacer desde el corazón, la verdad y la naturalidad.

 

Tú también formas parte del elenco. ¿Cómo es ese proceso de dirigirte a ti misma? ¿Quién te reconduce si, por alguna razón, te sales del camino marcado por dirección?

Así es, formo parte del elenco, aunque tengo que decir que me he dado adrede menos papel que al resto, de modo que, aunque estoy en escena durante los primeros cuatro capítulos de la obra, muchas veces he podido salirme sin problema para dirigir. No obstante, no puedo obviar la dificultad que supone dirigirse a una misma, y más siendo la primera vez que lo hacía. Igualmente he contado con miradas externas y acompañamientos artísticos que me lo han hecho más fácil.

 

¿Lo de poner cabezas de rata a los intérpretes es porque todxs somos sujetos con los que se investiga al fin y al cabo?

Justo en la anterior pregunta iba a comentar que la mayor parte del tiempo que paso en escena, lo hago con una cabeza de rata… Este elemento lo introduje en la puesta en escena, porque muchas de las pacientes psquiatrizadas que entrevistamos nos dijeron que se sentían como ratas de laboratorio, sobre todo por la contención farmacológica, que es otro melón importante que se abre en esta obra y que daría para otra. Y es que estas personas sienten que experimentan con ellas y que en cierto modo son conejillos de indias.

 

¿Estamos sobremedicados?

Es un hecho que el consumo mundial de psicofármacos ha aumentado enormemente en las últimas décadas. Hace poco leía una noticia sobre un informe del uso de antidepresivos en Europa, donde se especificaba un aumento de su consumo en España de un 208% entre 2000 y 2020. En el caso de las personas psiquiatrizadas que hemos entrevistado, muchas nos comentaban que se les droga hasta la anulación porque así no molestan. El propio Rafael se nos ha quejado de que a veces le han recetado dosis que le dificultaban el poder despertarse o desempeñar su empleo. Y yo pienso que parte del problema puede venir de que hay una relación vertical con las personas locas y por eso se las ata o dopa de más.

 

¿En qué momento veis que Rafael Carvajal tiene que estar encima del escenario?

Durante el proceso de investigación, encontré en un reportaje de El País a Rafael hablando del movimiento del Orgullo Loco y me di cuenta de que era amigo de un compañero mío actor, Felipe Vélez, que a veces hablaba de que tenía un amigo poeta, así que le pedí el teléfono, le llamé y quedé con él en una cafetería. Yo ya estaba maravillada por sus poemas, pero en cuanto empezamos a hablar tuve claro que tenía que subirse al escenario con nosotras, así que se lo propuse y hasta hoy. No puedo estar más contenta con esta decisión.

 

Cada vez se está hablando más de salud mental. ¿Por qué crees que ahora estamos más receptivxs?

Creo que, efectivamente, cada vez estamos más receptivas porque va saliendo más gente del armario, sobre todo a raíz de la pandemia. Sin embargo, considero que empieza a haber un poco más de manga ancha con temas de depresión y ansiedad, pero sigue existiendo una enorme estigmatización en torno a otro tipo de diagnósticos. Es como si la sociedad diferenciara entre qué locos son mejores o más ‘normales’ y cuáles no. Digo lo de normales entre comillas porque yo personalmente odio la palabra normal, es un concepto asfixiante para la libertad del ser humano.

 

¿Quiénes están cuerdos y quiénes locos?

Pues buena pregunta, porque yo no creo que esa diferenciación sea real. Es un patrón social que nos enseña que quien no encaja en la ‘normalidad’, es expulsada, privada de su autonomía o medicalizada hasta la anulación. Pero, ¿qué es lo normal y por qué tiene que existir esa supuesta normalidad? ¿Por qué esta división entre el mundo de los supuestos cuerdos y el de los supuestos locos?

 

Esa palabra, loco o loca, vosotras la cogéis y la decís sin pudor. ¿Es el momento de adueñarse de ella y quitarle la capa de negatividad que lleva consigo?

Precisamente eso es lo que intentamos, y lo hacemos incluso revisando la RAE. Al fin y al cabo, esta obra nace para dar visibilidad a personas que han sufrido algún tipo de violencia psiquiátrica y muchas de ellas luchan contra esa violencia desde el activismo loco, lo que implica autodefinirse como personas locas con orgullo.

 

¿Se debería incidir más, como sociedad, en fomentar y cuidar la inteligencia emocional y la responsabilidad afectiva? ¿Deberían ser asignaturas obligatorias en las etapas formativas?

Desde luego parece que es nuestra asignatura pendiente. Sólo hay que ver los terribles casos de bullying que se dan cada vez desde edades más tempranas. Tal vez sea producto de esta sociedad individualista, materialista y competitiva, pero lo cierto es que sanar esas heridas a veces es imposible.

 

Este tema que tratáis se puede ramificar en muchos otros, ¿Se os han quedado muchos temas sin tratar? ¿Podría dar para una segunda parte?

Sí, claro, durante el proceso de investigación han surgido muchos otros temas interesantes que tratar como el de la sobremedicalización psiquiátrica o el de los ingresos involuntarios, pero llegó un momento en que con tanta información, nos vimos en la necesidad de acotar. Ya veremos lo que nos depara el futuro.

 

Visibilizando la violencia psiquiátrica en Madrid
©Jessica Burgos

 

Sois Teatro de los Invisibles. ¿Quiénes formáis parte de la compañía y cómo surge vuestra sinergia?

Teatro de los Invisibles es un colectivo artístico que nace en 2017 de la mano de Camila Vecco y lleva seis años trabajando el teatro documental y de denuncia social a través de testimonios en primera persona. La primera vez fue con La liberación de la Locura (2017), obra sobre el estigma social de los diagnósticos de salud mental, la segunda, con Anafha (2019), pieza que cuenta la historia real de una niña afgana refugiada con la que manteníamos contacto directo y que fue estrenada en el Festival Surge; y la tercera, con Contención mecánica. La compañía está formada por el elenco de esta obra: Javier Pardo, Júlia Solé, Jesús Irimia, Rafael Carvajal (que llegó en 2022) y yo, así como por Leyre Urquidi y Camila Vecco, que aunque no están dentro de este proyecto, son también alma de Teatro de los Invisibles.

 

¿El teatro documento y el ir recogiendo testimonios en primera persona va a seguir siendo la seña de identidad que marque los proyectos futuros?

Pues en principio todos nuestros proyectos comparten este modo de hacer con un mismo objetivo, y es que la realidad se filtre en escena para intentar transformarla. Vamos a ver qué hacemos en el futuro, pero efectivamente es nuestra seña de identidad y el nombre de la compañía, una declaración de intenciones.

 

¿Quiénes son esos invisibles a los que queréis dar voz?

Los olvidados y olvidadas por la sociedad, personas pertenecientes a grupos minoritarios maltratados por el orden social establecido. Y queremos darles voz transformando lejanía y rechazo en cercanía y comprensión, porque creemos que la mejor manera de hablar de un colectivo es a través de las historias individuales de quienes lo componen.

 

¿Cuál es la huella que queréis ir dejando como compañía?

Creo que lo más importante es tocar el alma y hacer pensar a una sociedad muchas veces adormecida, pero siempre teniendo presente que nuestras obras son para esas personas que con tanta generosidad han donado su testimonio. Es una gran responsabilidad tratar esa intimidad con el mayor respeto y amor posibles y dar visibilidad a aquellas personas que no tienen tanta voz.

 

¿Es el teatro un verdadero motor de transformación social?

Yo, sin duda, lo creo así. El teatro no puede no ser político y siempre debe generar preguntas. Es un auténtico motor de transformación social y el arte en general, también lo es.

 

¿Es Zaida Alonso una loca?

Pues partiendo de la base de que no creo en esa diferenciación entre locas y cuerdas que responde a un constructo social, sí me considero una loca de muchas cosas como el teatro, mi aldea, los gatos, el matcha o las puestas de sol. Lo cierto es que no soy ningún icono del equilibrio emocional, pero tampoco sé si querría serlo…

 

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