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Un acto de rebelión

Carmen Soler: “Con esta obra reivindico la necesidad de salirse de la rueda”

Carmen Soler es la autora, directora y una de las intérpretes, junto a Olga Goded y Belén Chanes, de Azul y me dejo caer, una obra en la que nos invita a detenernos, porque es en la detención donde surge la posibilidad de conectarse con unx mismx, con los propios deseos y con la propia capacidad de acción.

Esta obra que nos invita a seguir nuestros propios deseos, no los heredados, puede verse en El Umbral de Primavera.

 

He visto que eres licenciada en Derecho. ¿Cómo llegas a las Artes escénicas?

Sí, yo estudié derecho. Cuando tenía 18 años me apunté a la Universidad por esto de estudiar una carrera con salidas, una frase muy común por aquel entonces. Yo, sin embargo, tenía claro que me gustaban más otras cosas y, de hecho, yo trabajaba por aquel entonces con una pequeña compañía en la que hacíamos teatro por los pueblos en Valencia. Ese fue mi primer contacto con el teatro, gracias a una compañía amateur. Yo en mi casa decía que me iba a la biblioteca a estudiar y me iba a ensayar obras de teatro (risas). Pero sí, al final terminé Derecho e incluso estuve 2 años estudiando para una oposición relacionada con la judicatura, pero tras un tiempo, ya no pude más y lo dejé todo. Me fui a vivir a Edimburgo y ahí ya sí empecé a estudiar teatro, e incluso actué en el Fringe de aquel año. Te hablo del año 2000.

 

¿Te fuiste porque querías estudiar teatro o te fuiste porque querías salir de aquí y viste que era la oportunidad?

Yo había ido heredando como ciertas imposiciones, o así lo creía. No sabía que tenía el derecho de elegir lo que yo quería. Por eso había terminado la carrera, por eso me había puesto a estudiar la oposición hasta que ya te digo que me petó la cabeza. Y salir de aquí me permitió centrarme en lo que de verdad quería. A partir de ese momento y así que todo en mi vida se ha circunscrito al teatro, algún trabajo para pagar las facturas, pero he intentado que mi vida gire alrededor de las Artes Escénicas.

 

Vuelves de Escocia y vienes a Madrid. ¿Donde te formas?

Hice los 4 años de carrera en el estudio de Juan Carlos Corazza. Y a partir de ahí, pues he hecho muchos talleres diferentes con distintos maestros y maestras. También hice Historia y Teoría del teatro en la Complutense. También por aquella época estuve muchos años formándome con José Sanchis Sinisterra en los Colaboratorios.

 

¿Y en qué momento llega ese punto de inflexión en el que ves que realmente puede ganarte la vida como actriz?

Ha habido varios momentos en los que tenía trabajos entre manos que si hubieran continuado o que si hubiera encontrado esas condiciones de forma regular en otros proyectos pues hubiera estado muy bien, pero nunca ha sido constante. Como te decía, ahora toda mi vida está enfocada alrededor de las Artes Escénicas, pero toco muchos palos, trabajo en el Máster de la UAM con Sinisterra, trabajo en una compañía de videojuegos haciendo las grabaciones de las capturas de movimiento, también doy clases… pero vivir sólo de interpretar o escribir no se ha dado el caso todavía, es algo muy complicado para los que nos dedicamos a esto. Están ahí los datos que cada poco salen a la luz de que sólo el 7% de los intérpretes viven de su profesión.

 

Un acto de rebelión en Madrid
Carmen Soler. ©Jorge Andrés Alonso

Y también escribes, ¿de dónde te viene la necesidad de montar tus propios textos?

Mi primera obra se llamaba Grita y la escribí en el 2011. Ya había escrito alguna cosa para mí y algún monólogo, pero en ese momento de mi vida sentí la necesidad de vomitar cosas y hacerlo en serio. Es verdad que conocer a Sinisterra fue como un catalizador para lanzarme a escribir. Igual que enamorarme de Harold Pinter y el tipo de escritura que hacía. Ellos dos y mi propio momento vital fue el impulso que necesitaba.

 

¿En qué momento sientes que lo que tienes dentro es bueno para compartirlo y mostrarlo?

Desde siempre tuve la necesidad de decir cosas a través del teatro, pero una no siempre siente que 5ene el derecho de abrir la boca para hablar. Hay una mano invisible que nos la tapa, en especial a las mujeres. Parece que estamos empezando a liberarnos, pero las capas son tantas y tan profundas, que todavía pesa demasiado la herencia del silencio. Después de pasar una época bastante difícil a nivel personal, hace un par de años o tres, la sensación de que no tenía mucho que perder me liberó de miedos. Y ahora tengo más ganas que nunca de practicar ese ‘decir cosas’.

 

¿De dónde nace tu escritura?

De las imágenes que me despiertan por la noche y me secuestran de forma irremisible. Trato de ser lo más fiel posible a esas imágenes, que son como las primeras intuiciones del proceso. Luego el trabajo más racional pasa por intentar darles una traducción lo más honesta posible en la escena.

 

He leído que tus textos buscan la mayor distancia posible entre lo dicho y lo no dicho. ¿Es cierto? ¿Cómo articulas eso?

Me gusta trabajar con lo no explicitado. Creo que lo no dicho ha de ser muy tenido en cuenta a la hora de escribir o interpretar. Sencillamente es indispensable. Todo lo que hacemos y decimos está condicionado por acontecimientos vitales, sentimientos o emociones no digeridas. Que estas no se perciban a simple vista no quiere decir que no estén. Y en la medida en que están, condicionan y modulan de forma necesaria esa capa externa que sí se ve. En mis clases siempre hablo de esto. Me fascina. Como decía Paul Klee: “la misión del arte es hacer visible lo invisible”.

 

Ahora te podemos ver con Azul y me dejo caer, una obra que nació de tu anterior trabajo Naranja y Rojo…

Va de colores la cosa (risas).

 

Sí, eso parece (risas). ¿Qué se te quedó sin contar en esa obra que has decidido contarlo ahora?

En Azul y me dejo caer extraigo a uno de los personajes de Naranja y Rojo y pongo el foco más en aspectos concretos de lo que conté en la anterior, ya que quizá en esta época de mi vida me sentía más identificada con su historia. Ahora conocemos más a Andrea, una mujer que vive en una gran ciudad y vemos cómo los aspectos de la vida que llevamos actualmente la condicionan. Desde el estrés del día a día, convivir con otras personas muy distintas, los problemas asociados al trabajo… A Andrea le va a dar un ataque de ansiedad mientras va a hacer algo que en realidad no quiere, lo que pasa es que ella no lo sabe, y no sabe que tiene derecho a rebelarse, pero su cuerpo sí lo sabe, por eso la va a frenar. La va a hacer caer, como medida de supervivencia. Digamos que he cogido la referencia de Andrea para poner el foco en la necesidad de parar el ritmo que lleva y plantearse la necesidad de conectar con sus deseos reales. Le ofrezco la posibilidad de ser honesta con esos deseos para que se dé cuenta de que está yendo por un camino que no es el suyo. Intento que Andrea se permita tomar conciencia de su vida y sus necesidades, eso es lo que pretendo con Azul y me dejo caer.

 

¿El nombre de la obra es un acto de abandono o de resistencia?

Yo diría más bien que es un acto de rebelión. Dejarse caer puede ser un acto de rebelión, en especial para lxs que nunca se rebelan. Llevamos un ritmo de vida frenético, sobre todo en las grandes ciudades. No nos damos el tiempo de parar. Corremos y corremos, aunque no nos persiga ningún león. Los niveles de estrés están disparados y ello nos está trayendo graves problemas de salud. Todo ha de ser muy rápido, pero para qué. Hay que producir, producir, y consumir. Vivimos atrapadxs en esa espiral. No tenemos tiempo ni espacio para la reflexión. Y esto es un peligro, porque nos desconecta de nosotros mismos. Esto no es nuevo. Nos ocurre desde hace décadas. Pero creo que ahora, después del aviso de la pandemia, tiene más delito continuar con el mismo ritmo. Creo que si volvemos a subirnos en el mismo carrusel, que incluso parece estar girando más rápido para recuperar el tiempo perdido, es que no hemos aprendido nada de ese trágico episodio. Hay que aprender a salirse de la rueda.

 

¿Es también un grito de rabia?

Yo diría más bien que es un grito de supervivencia. Hay rabia, sí, pero hay más cosas. Hay una necesidad de afirmarse, de darse el derecho a decir y expresar una opinión, de atreverse a ser lo que una es, guste o no guste a los demás, de ser fiel al propio espíritu y de perseguir los reales deseos. Y en todo esto algo de ira hay, por supuesto, pero es solo una parte. Hace un par de meses, en uno de esos despertares intempestivos que tengo, me vino a la cabeza esta frase: “Toma sin esfuerzo lo que necesitas para ser y ponlo al servicio de lo que deseas”. No me preguntes de donde vino esta frase, pero llegó con una claridad cristalina. Y lo que más me disturbó fue ese “sin esfuerzo”. A veces nos peleamos con el mundo porque no nos salen las cosas, pero también es cierto, creo, que no siempre estamos en el momento vital óptimo para que ocurran. Hay que tener paciencia. Y no quedarse sólo con la ira, creo.

 

En otra de tus obras, Diga ser cierto, una de los personajes también se llamaba Andrea, igual que aquí… ¿Andrea eres tú?

Yo creo que en el fondo un poco, sí. Desde luego esta Andrea de Azul y me dejo caer tiene mucho de mí. Ya te he comentado sobre el año que me petó la cabeza, y en esta obra estamos asistiendo a ese mismo quiebre en Andrea, el de una mujer que va hacia un lugar que en el fondo no es al que quiere ir, y eso hace que le estalle la cabeza en un momento dado. Entonces sí, esta Andrea es un poco yo.

 

En vuestro dossier se puede leer que la obra se aborda desde una perspectiva de género. ¿Es por el hecho de que lo escribe una mujer o porque aludes a situaciones que afectan más a las mujeres?

A ver, esta obra la ha escrito una mujer, somos tres mujeres haciendo la obra y en ese sentido sí que está más enfocada hacia los problemas que podamos tener las mujeres por el hecho de ser mujeres, pero no sólo. De hecho, a mí me encantaría que esta fuera una obra inclusiva en el sentido de que todas y todos nos podemos sentir interpelados por las cosas de las que hablo.

 

Siendo tú la dramaturga, la directora y la una de las intérpretes, ¿cómo conjugas esas tres labores a la hora de trabajar con tus compañeras?

Pues lo hago como puedo y es algo complicado. La dirección escénica no ha sido nunca un terreno que me haya atraído así a priori, siempre he preferido la dramaturgia y la interpretación. Y aquí la asumí por pura necesidad, porque yo sentía que esto tenía que desarrollarlo yo misma, sentía que tenía que velar por mi criatura, porque esas imágenes que se me han ido apareciendo durante el proceso de trabajo tenían que tener una buena traducción en la escena y a veces es difícil dejar ese bebé en manos de otra persona, sólo es posible con alguien con una persona con la que tengas una gran complicidad y entendimiento a nivel artístico. Y cómo no se pudo dar, pues al final decidí lanzarme yo sola con todo.

En un momento dado hice una lectura dramatizada del texto para ver si funcionaba. En principio iba a ser un monólogo que yo iba a hacer con voces en off, así que le pedí ayuda a una compañeras que eran Olga Goded y Belén Chanes, para que me grabaran esas voces. Cuando quedamos para la lectura la cosa funcionó muy bien, así que les dije que si querían montarla conmigo. Me dijeron que sí, rehice el texto para crear sus diálogos y así es como hemos llegado hasta aquí. Con muchas dudas, muchas cosas que no sabía hacer, pero he ido preguntando, aprendiendo y resolviendo como he podido, intentando ser lo más fiel posible a las imágenes que tenía en la cabeza. Pero claro, ¿cómo traduces eso luego con los medios que tienes, que son mínimos? Pues con mucho esfuerzo y mucha imaginación. Así que ha sido un camino complicado pero muy bonito también.

 

¿Pero cómo lo haces para cambiar de rol entre la autora, la que dirige y la que interpreta?

Pues con personalidad múltiple (risas). Hay momentos en los que la directora pide una cosa que no está muy clara y entonces las intérpretes tienen diferencias de opiniones y yo estoy en ambos bandos y tengo que lidiar con eso, lo cual era un poco esquizofrénico. Y luego estaba la dramaturga por ahí intentando asimilar que había cosas del texto que en dirección no funcionaban… una locura (risas). Lo que me ha ayudado mucho es grabar el proceso de trabajo y los ensayos y eso me permitía tener la visión desde fuera porque luego realmente es difícil meterte a actuar cuando tienes que tener también una mirada externa. En una fase avanzada del proceso ya sabía muy bien cómo desconectar en cada momento y ser intérprete o directora o dramaturga.

 

Te has rodeado de un gran equipo, con grandes nombres de nuestras Artes Escénicas. Yo siento debilidad por Dani Abreu. ¿Cómo ha sido trabajar con él?

Ha sido maravilloso, increíble. Yo no conocía a Dani de nada, pero necesitaba una ayuda con el movimiento. Y bueno, en este proceso de creación de la obra que te decía antes, pues de lo que no sé pregunto. Así que busqué en internet a la compañía de Daniel Abreu, vi un corre en su web y escribí. Le conté que tenía un proyecto entre manos, le pasé el dossier y le pedí que si nos podía hacer una asesoría de movimiento, porque desde el principio del proceso sentí que esta obra era súper física, que había mucho trabajo de cuerpo y entonces necesitaba alguien que controlara mucho sobre esto porque ninguna de nosotras somos bailarinas. Yo he hecho mucha danza, pero no soy bailarina. Dani lo vio y me dijo que sí, así que te puedes imaginar cómo nos sentimos. Dani tiene una sensibilidad extraordinaria.

 

No sólo artística, también personal…

Sí, también como persona es increíble lo mucho que transmite. Su formación en Psicología yo creo que ayuda muchísimo también. Total, que ha sido una maravilla trabajar con él, un deleite, un disfrute muy grande. Vamos, que lo quiero ya para mí siempre (risas).

 

Un acto de rebelión en Madrid
Las tres intérpretes de Azul y me dejo caer: Olga Goded, Carmen Soler y Belén Chanes

 

¿Veías esa parte física en la obra porque también tenías la necesidad de hablar de esa desconexión que tenemos actualmente con nuestro cuerpo?

La verdad es que sí, creo que necesitamos volver a reconectar con nuestros cuerpos, escucharnos, cuidarnos… Como ya te he dicho este proyecto surgió por mi necesidad de parar. Yo vengo de pasar una época complicada en mi vida, en la que he parado por necesidad, por eso tenía tanta necesidad de contar la historia precisamente de este personaje, de Andrea, y no de otros porque es lo que más resuena ahora mismo conmigo a nivel vital.

Yo, por ejemplo, cuando pasó lo del confinamiento y la pandemia yo pensaba en la gran oportunidad que teníamos de parar y escucharnos, y eso hicimos, pero luego todo volvió a la normalidad y hemos seguido en un ritmo de vida aún peor que antes de parar.

Yo sentí que la vida me estaba diciendo que parara del todo y recalculara mi ruta, y eso hice, paré del todo, dejé algunos trabajos, empecé a decir que no a ciertas cosas… Me la jugué claro, porque te enfrentas a un vacío inmenso y eso es algo que da mucho miedo, pero llega un momento en el que el miedo va desapareciendo porque si cada vez tienes menos cosas que perder, cada vez tienes menos miedos, ¿no? Y yo llegué a un punto en el que los miedos, si no empezaron a desaparecer, si que ya no me impedían tomar ciertas decisiones. Y pude empezar poco a poco a andar el camino que yo quiero, un camino en el que me escucho más, me cuido más, en el que intento estar alineada de manera total con mi cuerpo.

 

¿De dónde nace La Brecha Teatro?

Llevaba muchos año buscando un nombre para mi casita, y nunca encontraba ninguno que me gustase. La Brecha apareció de repente hace muy poco, y me gustó bastante. Me gustan sus diferentes sentidos. La brecha puede ser una separación, pero también un lugar de encuentro y comunicación. Un lugar de diálogo. El acto teatral, el encuentro entre intérpretes y público se da en una especie de brecha, y el juego teatral puede resolverse muy jugosamente, solo pensando en las infinitas maneras de resolver ese no-espacio. También me gusta lo que de acción e intervención puede contener. El derribo de los muros más altos puede comenzar con una pequeña brecha. Ah, también la veo como un portal a lo desconocido.

 

¿Qué tipo de teatro os interesa?

El vivo, el urgente, el que extraña, el que molesta, disturba o incomoda, el que plantea preguntas y no respuestas, el que divierte pero al mismo tiempo hace pensar, el que te manda tareas para casa, como diría mi querido José Sanchis Sinisterra, el indispensable… ¿Cómo se hace esto? Ni idea, pero me apetece mucho seguir trabajando e investigando para averiguarlo.

 

Azul y me dejo caer es una obra que también habla de los deseos. ¿Qué es lo que desea Carmen Soler ahora que ha parado?

Lo que yo deseo ahora mismo es seguir haciendo teatro, y utilizar el teatro para poder decir las cosas que me nacen de dentro y poder compartir esas imágenes que surgen en mí y que tienen que ver con eso, con la necesidad de contar historias que son mías y que son de todo el mundo. Para mí la lo más bonito de teatro es que es pura humanidad. A mí me gusta esta profesión. Me flipa esta profesión porque tienes la oportunidad de aprender muchísimo sobre el ser humano. A mí me la naturaleza humana me alucina, así que quiero hacer teatro para eso, para seguir descubriendo la naturaleza humana.

 

Termino con otra reflexión que propones a aquellxs que descubren tu obra. ¿Si todo se acabase mañana te iría satisfecha con la forma en la que has afrontado la vida?

Ahora mismo, sí, ahora mismo sí porque me he atrevido a hacer algo que hace ya mucho tiempo que quería hacer. Pero ya veremos cuando llegue ese momento.

 

En teoría el momento que nos propones es mañana…

Cierto (risas). Pues venga sí, nos quedamos con que estaría estaría más o menos contenta y satisfecha.

 

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