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La mirada identitaria de la madre

Marilú Marini: “El teatro sin conflicto no es interesante”

El Teatro Español abre la nueva temporada de la Sala Margarita Xirgu con la puesta en escena de la novela de María Negroni, El corazón del daño. El director Alejandro Tantanian, arrebatado por el texto, propuso a la actriz argentina Marilú Marini el tremendo reto de interpretar a esa escritora que busca incansable y sin eficacia la mirada identitaria de la madre.

Hablamos durante el proceso de ensayos con la veterana actriz Marilú Marini, residente en París desde 1970, sobre las relaciones maternofiliales como fuente de inspiración para las creadoras, acerca del proceso de búsqueda para abordar un papel complejo, de los distintos tipos de públicos y del porqué de la actuación.

 

Fotos: Vanessa Rábade.

 

 

¿Qué va a encontrar el público que asista a El corazón del daño, en el Teatro Español?

Fundamentalmente pienso que se va a encontrar con esta situación tan primitiva, diría yo, que es siempre la relación con nuestra madre. Esa relación donde el inconsciente está, como en todas nuestras relaciones, pero tiene una presencia tan fundamental. En el caso de El corazón del daño, ese texto tan poético y tan trabajado de María [Negroni], esa madre tan amada y tan distante está siempre recibiendo de la hija, y como que nunca hay satisfacción total con lo que la hija hace. Es una situación conflictiva, donde no hay solamente amor; por supuesto que el amor está, pero también hay conflicto, enfrentamiento, donde todas nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestra humanidad están puestos en juego.

Y aparte, esa cosa tan fuerte que existe con la madre. Nosotros estamos tejidos por nuestras madres, forman nuestro cuerpo, nuestra humanidad. El gran desafío que plantea el hermosísimo texto de María es justamente crear ese cuerpo, porque esa madre tan distante es como si de alguna forma le negara a ella el acceso a ese contacto, a ese abrazo que nos dan nuestras madres cuando nos amamantan. Hay algo como que estuviera ausente en esta relación. Está ausente el cuerpo, no solamente físico, también el cuerpo afectivo.

 

¿Puede una madre ser lo mejor y lo peor que nos ha pasado en la vida?

Pienso que sí. Una madre nos da todo, nos da la vida y nos da la muerte. Me viene ahora, cuando le digo esto, la frase de Beckett: “Las mujeres paren de pie sobre tumbas”. Eso también está presente. Una madre nos da todo, y eso es lo maravilloso y lo terrible también; la mirada de nuestra madre cuando somos bebés, cuando salimos al mundo. No solamente la mirada de los ojos, la mirada interna de esa madre nos da identidad, nos conforma psíquicamente. Y uno siempre está buscando esa mirada. En tal caso, María Negroni en la novela, el personaje de la escritora, está buscando esa mirada, la está necesitando. Por eso es por lo que escribe, por eso puede simbolizar esa situación, para poder elaborarla, vivirla, tenerla cerca humanamente y que forme parte de ella.

 

¿Habría entonces una escapatoria saludable al daño, muchas veces inconsciente, infligido por una madre como la que refleja María Negroni en El corazón del daño?

No es un escape, es justamente lo enriquecedor, porque da pie a que el artista elabore y realice una obra. Al contrario, es una posibilidad de encontrarse, de reinventarse, y de esa situación conflictiva hacer una obra de arte, hacer algo que pueda ser simbolizado y compartirlo con los otros. Eso es lo rico y lo nutriente de esta situación, de la situación del arte en general.

 

Otras escritoras como Marguerite Duras, Alejandra Pizarnik, Susan Sontag o Simone de Beauvoir desfilan por las páginas del libro de Negroni a través de citas que retratan un “coro de madres letales”. ¿Son las madres una fuente inagotable de inspiración para las creadoras?

Nuestras madres son un personaje fundamental en nuestras vidas. A veces una dice, ¿qué es lo que sería sin mi madre? Tuve la suerte de conocer personalmente a Jean Genet, que no conoció nunca a la suya. Su madre lo abandonó y cuando él quiso conocerla, ella no aceptó esa entrevista. Y nunca hablamos de esto, por supuesto. Jean Genet tenía un sentido del humor maravilloso, pero había siempre como un poso de melancolía, creo que por todo lo que le pasó. Pero pienso que también porque no tuvo esa mirada identificadora al principio de su vida, esa mirada que tenemos todos para bien o para mal, pero que nos constituye. Cuando no existe la madre biológica la gente encuentra otras madres.

Ahora quiero leer un libro de Marguerite Duras que se llama C’est tout (Es todo). Es justamente un texto donde habla de su madre, también lejana, que estaba preocupada y requerida por situaciones de la realidad tan duras como la que vivieron en la Indochina de la infancia y adolescencia de Marguerite. Siempre hay con la madre ese deseo de contacto, de cuerpo a cuerpo.

Lo que vamos a tratar de hacer con Alejandro Tantanian es que no sea yo solamente la persona que atraviesa esa situación, sino que los espectadores del Teatro Español encuentren esa zona de contacto y ese cuerpo afectivo que hay en el texto de María, y que a veces uno siente que ella está pidiendo que suceda. Que la madre la mire, la acepte, que no la esté juzgando permanentemente, porque ella dice en algún momento: “Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida, sino un contrapunto de la suya, porque nada de lo que hago le alcanza”.

 

La mirada identitaria de la madre en Madrid
Marilú Marini junto a Alejandro Tantanian.

 

¿Cómo se ha preparado para un proyecto que se presupone tan exigente? ¿Dónde ha tenido que buscar para representar a esta hija?

En mí misma (ríe), en mi relación con mi madre, en mis largos años de vida. Estoy reconstruida por mi historia familiar, que puede que sea un drama, que tiene ciertas complicaciones. Y por la historia también con mi madre, que era una persona alemana prusiana, muy especial. Estoy reconstruida por el psicoanálisis, y este texto también lo estoy preparando en mis sesiones porque pienso que tiene que ver conmigo. Y tiene que ver con todo el mundo que vendrá a vernos; todos tenemos esas situaciones conflictivas.

 

Ya el texto de Negroni es prácticamente inclasificable -¿prosa poética, novela, ensayo, biografía…?-. Ella misma ha calificado su libro como un “censo de escenas ilegibles”. ¿Cómo se lleva eso a escena?

Va a ser una sorpresa para todos. Pienso egoístamente como actriz. Sabes que los actores somos una raza terrible de narcisistas y de egoístas. También somos gente de mucho coraje porque hay que hacer frente a cosas no solamente en la escena, sino fuera de ella. Uno de los puntos de vista para esto es que el personaje es alguien que está buscando ser escritora. María es una poeta, y acá, no es que quiera narrar una historia -sí, de alguna forma es la historia de ella con su madre-, pero también quiere narrar un conflicto. Y me parece que eso es lo interesante. Lo que hay que acentuar es el conflicto, puesto que vamos a hacer teatro, y el teatro sin conflicto no es interesante.

 

¿Por qué se embarcó en este proyecto?

Fue Alejandro quien me lo propuso. Él tiene una relación afectiva con el texto; es una admiración, no solamente hacia una forma de escritura, sino hacia una forma de narrar algo. Darle cuerpo a ese conflicto va a ser un reto muy importante. Porque no es narrar o solamente quedarnos atrapados por la novedad del lenguaje. El asunto va a ser cómo hacer que el conflicto sea palpitante todo el tiempo porque no sabemos qué le pasa al personaje al final. Ella plantea la situación, pero no hay finalización, no hay cierre del conflicto.

 

¿Qué le gustaría que permaneciera en el espectador cuando abandone el patio de butacas?

Lo que me gustaría es que permanecieran preguntas, que sea como asomarse a un aljibe profundísimo y ver lo que sucede ahí adentro. Tuve la suerte de trabajar con Peter Brook y siempre decía que no hay que hacer el trabajo del espectador.

 

La mirada identitaria de la madre en Madrid

 

¿Qué le está aportando como artista la aproximación a esta pieza que no haya encontrado anteriormente en otras propuestas?

A mi edad provecta, como diría un amigo mío, algo que no es racional. Me gusta más pensar en lo misterioso que me está aportando. Me es más fascinante estar en contacto con mis vivencias con mi madre y en lo que eso me aportó. María no está contando cómo fue la relación con su madre, está contando cómo esa relación la formó, como si la relación la hubiera parido de nuevo. No es solamente que la madre la parió en ese momento, sino también lo que le pasó a ella después de atravesar eso.

Es muy enriquecedor este trabajo y muy movilizador. No hay una referencia en la forma de decir el texto o cómo me ha atravesado. También hay que estar muy abierta a todas las sugerencias porque es un texto que tiene una sintaxis que hace que sea complejo el trabajo.

 

En abril estuvo en los Teatros del Canal dirigiendo a Érica Rivas en Matate amor. ¿Cómo es ese otro lugar desde el que una actriz da pautas y consignas a otra actriz para la actuación?

Yo lo único que puedo dar es lo que sé. Mi mundo es la actuación. Es un lugar también muy hermoso, también muy movilizador porque hay que tomar muchas decisiones. Cómo plantear ese texto, cómo ponerlo en movimiento, en conflicto. Tuve la suerte de trabajar con Érika, que es una actriz extraordinaria, y también tuve la suerte de dirigir en Argentina, que me encantaría hacerlo en España, una adaptación de un cuento de un gran escritor argentino, Roberto Arlt, Escritor fracasado. En el lugar de la dirección hay que ser muy generoso. En mi caso, como soy actriz, me despierta darle al actor todo lo que sé.

 

Ha trabajado en distintos países del mundo, desde su Argentina natal hasta la Francia en la que ahora reside. ¿Podría hablar de distintos tipos de públicos?

Estaría casi por decirte que el público esencialmente en todos lados es igual porque son humanos, pero la impronta de la cultura, de lo vivido establece situaciones internas y de mirada diferentes.

Mira, recientemente actué en Polonia en un festival sobre Shakespeare, justamente con la última obra de Peter Brook, La tempestad. El público polaco es muy respetuoso en la escucha; es casi más respetuoso en el silencio que el público francés, que está muy acostumbrado a escuchar texto. Porque el teatro clásico francés acá se estudia en el Liceo. Pero por ejemplo el estallido final de reconocimiento es casi latino. Es un público, vos fijate la situación en la cual están, con la guerra ahí al lado.

Creo que los públicos son distintos por las circunstancias. Imagínate alguien que viene a ver una obra de teatro después de ocho horas de oficina; no está en la misma situación que alguien que viene descansado y duchado.

Cuando el público no llega a vos, hay que dejarlo tranquilo, no hay que hacer más. Ya vendrá en algún momento de la función, no hay que desesperarse. Lo que pasa es que entender eso lleva años.

 

¿Para qué actúa? ¿Para quién actúa?

Actúo para vivir. Aparte del amor -tengo la suerte de tener un compañero de vida desde hace 32 años, que es una maravilla y del cual sigo enamorada-, de mi hija y de mis nietos, el gran amor, donde yo soy yo, es en el escenario, siendo otra. Aparte, como digo siempre, es el lugar donde más libre me siento.

 

Me ha respondido en la misma línea que María Negroni afirma en su libro “Escribo para no morir”, que al fin y al cabo viene a ser lo mismo que decir “Actúo para vivir”.

Exacto.

 

 

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