Tras agotar la venta de entradas la pasada primavera, el 16 de septiembre y el 14 de octubre vuelve al Teatro del Barrio La vida es otra cosa, una obra de la compañía Ruka Teatro que aborda nuestra fragilidad mental y la necesidad de abordarla como algo colectivo y no individualmente.

Las integrantes del elenco, Teresa Alonso, Julia Eme, Seli Ka y Julia Nicolau, basan este trabajo escenográficamente minimalista en la constancia de que, en los últimos años, cualquiera de nosotras ha presenciado cómo alguien se rompía.

 

La vida es otra cosa en Teatro del Barrio

 

Por Redacción

 

La vida es otra cosa es un espectáculo performativo de la compañía Ruka Teatro que nace de la necesidad de sus creadoras de poner en escena una serie de dolores psíquicos, emocionales y vitales que, aseguran, no pueden seguir sosteniéndose de manera individual.

Según las artistas, la obra «surge porque estamos rotas, y miramos alrededor y nuestras amigas también. Surge porque no queremos ni podemos adaptarnos a un sistema que nos enferma y luego nos responsabiliza de ello, surge porque necesitamos nombrarnos, reconocernos en colectivo, tejer una red más amplia, que nos sostenga, nos empuje, nos arrope, nos acepte, nos haga posible seguir vivas».

Sus voces se mezclan con las de otras personas que han atravesado diferentes tipos de sufrimiento psíquico, con las que han dialogado de forma profunda, y el resultado aparece en forma de teatro documento hilando escenas que pasan por la poética, lo corpóreo, el grotesco y lo confesional.

«El arte transforma y sana. Es nuestro cuerpo el sufriente y el principal vehículo de comunicación. Utilizamos la danza, el movimiento, el texto y las artes plásticas como herramientas de canalización de procesos propios y ajenos», expresan las creadoras. Y continúan: «En este proyecto hemos trabajado en tres fases: la primera es una fase de investigación centrada en el impacto social. Primero hemos puesto nuestras vivencias, sufrimientos y búsquedas de alternativas sobre el texto y el cuerpo, para después realizar un trabajo de documentación a través de entrevistas a otras personas con sufrimiento psíquico, bocetos de dramaturgia y lecturas de referentes clave».

En una segunda fase, «junto con nuestra colaboradora Marta Plaza, activista en salud mental con largo recorrido en la materia, tejimos red con diferentes colectivos activistas. El objetivo es que el proyecto se expanda y repercuta en la sociedad yendo más allá de su propia naturaleza como pieza teatral». A través de talleres de movimiento, escritura y artes plásticas con estos colectivos, «hemos trazado el camino hacia lo escénico, nutriéndonos del material volcado en estos encuentros para la creación de la obra».

Una vez llegadas a la tercera fase -la representación de la obra-, «proponemos un espacio de conversación con los asistentes después de cada función donde compartir la experiencia vivida colectivamente, y poder dar a conocer los grupos activistas de apoyo mutuo en salud mental, a través de un dossier con información muy variada sobre la materia, con el fin de proponer alternativas reales».

 

La vida es otra cosa es la primera producción de Ruka Teatro, un colectivo de artes escénicas, integrado por cuatro mujeres formadas en disciplinas de teatro, danza, literatura y artes plásticas. Trabajan compartiendo y conectando estos saberes sobre la escena y creando nuevas dramaturgias en relación a temáticas socio-políticas que les atraviesan, desde una perspectiva crítica.

 

 

Sobre nuestra salud mental

Hay una pandemia oculta, y no es la de la Covid. Ni siquiera la ha desatado esta enfermedad, aunque pueda haberla recrudecido. Tiene que ver con los falsos valores y las grietas del capitalismo: es la pandemia del sufrimiento mental. Según la OMS, una de cada cuatro personas sufrirá una dolencia mental durante su vida, y se calcula que en 2030 constituirán la primera causa de discapacidad.

Un escenario desolador que, además, no se afronta. Reina sobre él el tabú y el estigma. Y la ignorancia y la confusión sobre el amplio abanico de sufrimientos mentales que existen (trastornos alimenticios, depresiones, ansiedad…) nubla la empatía. Además, son más frágiles los estratos más vulnerables de la sociedad, lo cual refleja, de nuevo, un problema de clase social aparejado. Entre otros factores que intervienen en esa vulnerabilidad figura la precariedad, que conlleva vidas laborales especialmente expuestas al sufrimiento mental.

También la propia red de asistencia es débil, al igual que lo es el sistema sanitario: el primer diagnóstico se deja a una saturada Atención Primaria. En el Estado Español, hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes, mientras que en el resto del mundo hay dieciocho.

Si ponemos el foco en la Generación Z, la situación es especialmente preocupante. Se la llama ya la Generación de cristal o Copo de nieve (jóvenes brillantes pero muy vulnerables). Son personas a las que se les ha prometido, durante sus años de formación y educación, una estabilidad y prosperidad que jamás llegan.

Entre las personas jóvenes, han crecido las autolesiones. Los ingresos por trastornos por ansiedad se han disparado más de un doscientos por cien en el último año, según la Fundación Anar. También crecen los trastornos alimentarios. Según el Observatorio del Suicidio, 314 menores de 29 años se quitaron la vida en 2020. Y UNICEF ha publicado que España es el país europeo donde los adolescentes sufren más ansiedad y baja autoestima, y uno de cada cinco jóvenes toma ansiolíticos.

 

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