Amor: Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser (RAE).

La primera definición de la Real Academia Española sobre algo tan intangible como es el amor me pone, como de costumbre, los ojos en blanco. ¿De verdad todavía existe gente que piense que se ama como forma de completarse? La idea de la media naranja me pone los pelos de punta. Porque no, desde mi punto de vista, el amor no se parece en nada a eso. Y probablemente ahí resida el problema de la mayoría de las relaciones infelices: en el amor como fórmula contra el aburrimiento, el amor como zona de confort o rutina, el amor como medicina para los complejos y la falta de autoconocimiento y amor propio.

Pero, al igual que la RAE utiliza para definir el amor eso que no es, espacios ideados para sentir, como son los teatros, muestran ejemplos de historias de amor sanas, emotivas y responsables afectivamente no sólo con sus protagonistas, sino también con un público que, a menudo, recurre a ellas como necesidad, como espejo en el que verse reflejado y decir a sus familias “así me siento yo”. Eso es lo que hace la compañía argentina Los Pipis Teatro con El mecanismo de Alaska.

La obra con guion de Federico Lehmann, que tiene mucho más de realidad que de ficción, narra la historia de dos jóvenes que se conocen en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires y se enamoran. Ahí se acciona el mecanismo de la que será su vida a partir de ese momento y que, con la adopción de la gata Alaska, cobra aún más fuerza y les/nos hace reflexionar sobre la idea de familia.

Y es que, aunque algunos partidos políticos se esfuercen de verdad en tratar de tirar por tierra los derechos que al colectivo LGTBIQ+ le ha costado tanto conseguir, jóvenes como Federico Lehmann, Matias Milanese y Camila Marino, con la inestimable ayuda de Paula Sanabria, dedican una buena parte de su tiempo a estudiar los antecedentes y compartirlos con un público sorprendido por la fuerza, la energía y el amor que reside en este proyecto.

Porque el amor no distingue entre géneros, razas, edades o creencias. El amor no sólo es lícito para algunos, al igual que no todo el mundo decide amar. Casi todo el mundo ama, porque el amor no sólo se encuentra en las parejas. Puedes amar en mayúsculas a tu abuela, a tu mejor amigo, a tu mascota o incluso al arte, si me apuráis. Porque amor es aquello que te hace feliz y por lo que eliges apostar. Amor es desnudar el alma ante algo que te provoca ganas de vivir aún sabiendo que, si se va de tu vida, el sufrimiento está asegurado.

Y es que, durante esas casi dos horas de interpretación, estas jóvenes promesas argentinas no sólo nos cuentan una historia que hace pensar sobre los términos ‘amor’ o ‘familia’, sino que, y tal y como confirmé hablando con distintos asistentes a la salida del teatro, te da esperanza y fuerzas para cambiar cosas.

Porque todo puede empezar por un inocente ronroneo. Algo que dices bajito, pero que no puedes controlar. Un calambre que te sale de las tripas. Un ‘quejío’ del corazón que nos recuerda que hay que hacerle caso. Porque invertir nuestro tiempo en personas y actividades que nos apasionan siempre debe ser nuestra prioridad y ese inocente ronroneo, puede volverse el himno de una sociedad hastiada del panorama actual, pero con la ilusión suficiente para seguir ronroneando junta.

En Madrid se quedan muchos ‘gatos’ a los que no les será fácil ‘despiojarse’ de esta sacudida emocional, pero en Barcelona todavía están a tiempo de disfrutar de ellos. Gracias, Pipis, por recordarme por qué me llena el teatro.

 

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