Si alguien dibujara dos viñetas resumiendo el programa político de Podemos y Sumar, y nos retara a encontrar las Siete Diferencias, ¿creéis que lo conseguiríamos? Mi modesta opinión es que no. Elizabeth Duvall lo explica magistralmente en este artículo, por lo que no voy a incidir. Sí que me gustaría ahondar en lo que ella llama “diferencias retóricas” y “abismo estratégico”, ya que está muy relacionado con el aspecto performativo de la política.

Podemos ha ido perdiendo votos en cada convocatoria electoral. No es una percepción, son los datos. No es de extrañar: el marco discursivo que los medios han construido de forma coordinada sobre el partido morado a lo largo de los años ha sido, posiblemente, uno de los ejercicios de cambio de estado de la opinión pública más exitosos de las últimas décadas. Politólogos y comunicólogos lo saben bien: todo es relato, más aún en un entorno hiperconectado, en el que la mediatización de la comunicación nos presenta a los políticos como personajes, y a su gestión política como un conflicto estético trufado de ‘zascas’. Lo que realmente impacta en la vida de las personas, esto es, las cifras y las leyes, son un asunto secundario en el Olimpo de Ayusos, Gamarras y Belarras. Es más difícil de entender el BOE que un rifirrafe. Por eso, el esquema protagonista-antagonista es el que funciona en la comunicación política.

Con protagonista y antagonista, ya tenemos conflicto, y por ende, una historia cuyos espectadores son los votantes/ciudadanos. Según Aristóteles en su Poética, el espectador se identifica con el protagonista por sus virtudes, lo que le permite tener una vivencia vicaria de su ‘peripeteia’. En política la identificación ocurre con el líder del proyecto, y puede ser horizontal (“es uno de los nuestros”) o vertical (“es lo que a mí me gustaría ser”). Pero en política la identificación va un paso más allá que en un relato de ficción: en política, las virtudes del líder se entienden como programa político. Su forma de hablar, de vestirse, su tono de voz, la energía que desprende, se presupone que son las cualidades de las decisiones políticas que va a tomar.

Lo que pasa es que las cualidades del líder no son algo objetivo: se construyen a caballo entre lo que es y lo que se dice que es. Es el efecto Koulachov aplicado a la comunicación política: la percepción sobre un líder y sus actos se compone tanto de la realidad como del conjunto de relatos alrededor de los mismos. El relato se construye a través de los medios de comunicación, desde la información pura hasta la tertulia, mediante adjetivaciones, énfasis en aspectos concretos de su vida privada o pública, o incluso en ocasiones construyendo un imaginario alrededor de suposiciones no demostradas.

Las diferencias retóricas y abismos estratégicos entre Podemos y Sumar tienen mucho que ver con las cualidades de sus líderes, el tipo de identificación que sostienen y los relatos construidos sobre ellos hasta la fecha. La identificación horizontal que Pablo Iglesias instauró en la fundación de Podemos ha teñido a todo el partido; de igual manera, el relato de su ‘traición’ a los suyos también impregna a la marca Podemos.

El aparato mediático ha apuntalado este relato tanto de manera económica (el famoso chalé) como ideológica, adjudicando a los poco previsibles movimientos de Iglesias una razón tan antigua como la tragedia griega: la hybris, esto es, la soberbia. En Grecia la ‘hybris’ consistía en desafiar a los dioses; en el s. XXI, en España, ha consistido en retar al decoro político, sostenido por los actores económicos. En el fondo, es lo mismo. Ni Ione Belarra, ni Irene Montero, ni prácticamente ninguna de las caras visibles del actual Podemos han sido capaces de librarse de este relato; tampoco hay medios que tengan el impacto necesario para presentar con fuerza una historia alternativa. Podemos es el héroe trágico de la política española.

Por su parte, Yolanda Díaz nunca ha tenido un relato mediático en el que se la presente como “una de los nuestros”. Su forma de vestir es pulcra, sus formas elegantes, su discurso se articula con datos incontestables, no con figuras del lenguaje. Es templada en sus emociones. Es bella. No parece comunista. He aquí la gran diferencia retórica entre Iglesias y Díaz, entre Podemos y Sumar: Díaz puede que luche programáticamente por el bienestar de la mayoría de la población, pero nunca ha usado la identificación horizontal. Díaz genera una identificación vertical, y en ese sentido entra mejor dentro del sistema. Precisamente por este motivo, los medios no lo tienen nada fácil para convertirla en una traidora a los suyos. Es mediáticamente más inexpugnable de lo que lo fue Iglesias. Su estrategia es un liderazgo aspiracional de izquierdas. Sumar se posiciona como drama burgués progresista.

La tragedia y el drama burgués progresista tienen públicos distintos, coincidentes en muchos aspectos, pero cada espectador suele conmocionarse y, por tanto, implicarse políticamente con una tipología de historias. Quizá estos dos liderazgos hagan que se amplíe la base electoral activa: una vez superado el ciclo de movilizaciones ciudadanas que marcó el 15M, y con un Podemos acribillado durante años, Sumar parece la opción razonable y equilibrada para el famoso espacio político a la izquierda del PSOE, mientras que en Podemos se quedará la resistencia trágica, los últimos de Filipinas. Pero no nos engañemos: los auténticos vencedores de esta historia son los que han construido ambos relatos, porque tanto uno como otro opacan la realidad. Si con diferencias programáticas inapreciables, Podemos y Sumar no son capaces de generar una comunicación política conjunta; si Sumar no se da cuenta de que solo es cuestión de tiempo que desde el aparato mediático encuentren la forma de sustentar un relato degradante sobre el proyecto; si no hay una auténtico revolución sobre como comunicar datos por parte de los que sí están haciendo cosas para mejorar la vida de la gente; si nada de eso ocurre, la batalla cultural seguirá estando del otro lado.

Alea iacta est.  

 

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