“Todas las salas independientes somos espacios de resistencia”
Miguel Torres es el encargado de poner en marcha una versión de El Malentendido, obra original de Albert Camus. Un gran tratado sobre la naturaleza humana y sobre cómo las circunstancias condicionan nuestra vida.
Yago Angullo, Jorge Izquierdo, Cuchi Sánchez, Ana Pilar Santos y Maite Zahonero son las protagonistas de este montaje que puede verse en Teatro Lagrada, espacio que el propio Torres fundó en el año 2000. En uno de los camerinos de este lugar en el que se respira teatro hablamos con él del camino que le ha llevado hasta aquí.
El Malentendido en Teatro Lagrada
Por Sergio Díaz
¿Cómo te entran las ganas de dedicar tu vida a las Artes Escénicas?
Yo empecé con la música, yo estudiaba viola en el Conservatorio de Valladolid y me encantaba, pero como me tenía que ganar la vida, ya que no vengo de una familia adinerada, me vine a Madrid a trabajar. Estuve tocando en orquestas de baile y con el furgón que teníamos en la orquesta hacía también servicios de transporte. Para un bolo de teatro que había en El Escorial pues me encargaron el trabajo de hacer el porte y allí que me fui. Era una obra de teatro con Juan Echanove, Emma Cohen, Jorge Eines, Juan Diego… y me encantó ver aquello.
A partir de ese momento me puse a estudiar teatro y a formarme todo lo que pude. La viola necesita un estudio muy continuo y con el trabajo era complicado, pero la única razón por la que dejé la música de lado fue porque el teatro se cruzó en mi camino.
Todo bastante casual, ¿no?
Pues sí, porque ese trabajo de porte lo iba a hacer un amigo mío que al final no pudo y me dijo que lo hiciese yo. Yo fui allí sin conocer a nadie, por sacarme un dinero y ese trabajo me cambió la vida de alguna manera.
¿Y qué obra fue esa que te cambió la vida?
Era Ivanov, de Chéjov. Yo había visto teatro en Valladolid, buenos títulos de textos dramáticos también, pero no me impactó tanto, la verdad, y creo que era por la calidad de los intérpretes. Y en este bolo, que fueron tres días, pues los tres días me vi la función de lo fascinado que estaba. Aquel elenco era increíble. Y como te digo, a partir de ahí empezó todo.
Y ese camino os lleva a montar Ensayo 100…
Sí, fue en el año 1988. En aquella época estaba únicamente la Cuarta Pared en la calle Olivar, dentro de esta escena que conocemos por independiente.
¿Triángulo no estaba?
Se abrió justo a la vez. El local de Triángulo lo estuvimos viendo nosotros también para alquilarlo, pero se lo quedaron ellos. Y también abrió por esas fechas Teatro Pradillo. Entonces nosotros nos tuvimos que buscar un local en Chueca, que fue donde empezamos. Y abrimos un local porque no teníamos posibilidad de poder mostrar nuestro trabajo en ningún otro sitio. Teníamos una obra llamada La Revolución, de Isaac Chocrón, y fuimos llamando a las puertas de diferentes teatros de la ciudad y todas se nos cerraban. Nos venían a decir que no teníamos ningún nombre que llamara la atención y que no se nos conocía… Y Jorge Eines, que era una de las personas involucradas en el proyecto y era argentino, nos habló un poco de la escena de Buenos Aires y de que allí funcionaban los teatros pequeños y eso hicimos. Y con esa obra de Chocrón fue con la que abrimos Ensayo 100.
Abristeis un teatro por necesidad
Claro, pero ¿acaso no lo hace todo el mundo por eso? (risas). Nosotros queríamos mostrar nuestro trabajo, creíamos en lo que estábamos haciendo y queríamos compartirlo. Hicimos Tío Vánia, La última cinta de Krapp, La gaviota, Juan de la Encina… muchos montajes que funcionaron muy bien. Al principio fue complicado porque solo venían a vernos amigos y familiares, pero una vez que se empezó a correr la voz llenábamos casi todas las funciones y fue por eso por lo que tuvimos que cambiar de local a uno más grande en la calle Raimundo Lulio.
¿Y cómo termina tu etapa en Ensayo 100?
Yo me fui en el año 2000 porque sentía que allí no podía realizar todo lo que quería hacer y lo dejé, junto con Salvador Navas, recientemente fallecido y Antonio Martínez y Miguel González, que también murió ya, desgraciadamente. Y buscamos un espacio para poder desarrollar nuestro trabajo y encontramos este de la calle Ercilla. Jorge Eines siguió con el proyecto y luego ya Ensayo 100 cerró en 2004.
Y llegas aquí en el año 2000 y era todo campo en el medio de la ciudad, todo por hacer.
Así es, fueron unos comienzos muy duros. Tuvimos denuncias por parte de los vecinos, nos costó conseguir la licencia de actividad, multas por no tener la licencia, burocracia… Los primeros años no podíamos acceder a las ayudas, con lo cual, lo poco que se generaba era para seguir reinvirtiendo, nadie cobraba, yo seguía manteniendo mi trabajo haciendo portes. Luego ya fue pasando el tiempo, en el año 2005 conseguimos la licencia y ya podíamos desarrollar nuestra actividad con tranquilidad y fuimos avanzando y poco a poco creciendo hasta ir logrando esa estable inestabilidad que caracteriza a los espacios como este. De los cuatro que empezamos, por circunstancias de la vida, ya únicamente quedo yo al frente del proyecto.
¿Y el capitán de este barco cómo articula una programación para una temporada, por ejemplo? ¿Hay una línea marcada clara?
Lo de la línea es algo complejo. Yo creo que esa línea se define más por la manera de hacer las cosas que por lo que programes. Yo he hecho todo tipo de teatro, está claro que hay autores y autoras que me gustan más que otros o un tipo de teatro que me gusta más que otro, pero intento tener la mirada abierta. Aunque quizá la premisa sea siempre hacer preguntas al espectador, preguntas no cómodas en muchas ocasiones para que los espectadores busquen las respuestas. Esa es la línea más clara que podemos ver en Lagrada.
A la hora de contratar cosas de fuera es también lo que buscamos. Vienen muchas compañías de jóvenes con proyectos muy interesantes. Ves que les falta madurez y experiencia, pero ya notas el interés y las ganas que tienen de mostrar su trabajo, de explicar su forma de ver el mundo y de plantear esas preguntas que te decía antes.
¿Te llegan muchos proyectos interesantes?
Muchos, la verdad es que sí. La pena es que no puedo programar todo lo bueno que me llega, porque quiero dar algo de continuidad a los proyectos, pero hay muchas cosas que merecen la pena. Hace poco programamos un espectáculo sobre la inquisición que fue buenísimo.
Marrano era la obra, ¿no?
Sí, que luego han ido al Corral de Cervantes. Un montaje precioso y muy contemporáneo en muchos aspectos. En otros aspectos muy clásico, con muchos efectos a la vista, como marcar el espacio con cinta, como desdoblarse o esperar en el mismo escenario, pero todo muy bien hecho. Me encantó.
Imagino que te llenará de satisfacción el hecho de que Lagrada sea un espacio para que la gente joven que está dando sus primeros pasos pueda mostrar su trabajo. Les abres las puertas, cosa que no hicieron contigo en su momento…
Pues sí, la verdad, me encanta eso, de ser un espacio abierto y de acogida. Pero lo que más satisfacción me da es que el 99% de los casos las compañías nos agradecen el trato humano que les damos en Lagrada y eso es lo más importante. Ese 1% son compañías que con nosotros tampoco se portan demasiado bien, que creen que esto es el María Guerrero o el Teatro Real y no saben dónde están y surgen fricciones, pero afortunadamente son mínimos los casos en los que esto ocurre. Tengo un equipo fantástico que atiende a las compañías como se merecen, dentro de nuestras humildes posibilidades y eso es lo que prefiero, a decir verdad, mejor que tener un espacio genial para trabajar pero que nadie quisiera venir aquí porque les tratamos a patadas.
También, en todo este tiempo, habéis creado vínculos muy fuertes con compañías de fuera de Madrid que eligen Lagrada para mostrar sus trabajos, como ocurre por ejemplo con Perigallo Teatro.
Sí, con ellos tenemos una relación fraternal. Y sí que es verdad que hay varias con las que tenemos ese tipo de relación. Luego hay otras compañías que han comenzado mostrando sus trabajos aquí y ahora han crecido y vienen a Madrid y ya necesitan otros espacios con más aforo como Cuarta Pared o Nave 73 y yo lo entiendo y me parece normal.
Es verdad que sé que existe un cierto reconocimiento hacia Teatro Lagrada. Me lo han hecho llegar varias veces y reconforta. Por ejemplo, algo que siempre recuerdo con mucha ilusión es una cosa que me dijo Álvaro Moreno, uno de los gerentes de Nave 73, y que fue: «Miguel, es que entras en Lagrada y se respira teatro». Te lo dice un compañero que no necesita hacerte la pelota para nada y eso te da confianza y ánimo para seguir trabajando como lo venimos haciendo.
Pues sí, es muy de valorar que una sala compañera en el circuito hable bien de uno. ¿Es eso una norma o una excepción?
Pues creo que de un tiempo a esta parte es una norma. Al principio íbamos cada uno un poco por su lado, era un tejido un poco deslavazado, pero hubo una propuesta hace unos años, de compartir unas jornadas entre todos nosotros y aquello resultó muy bien. De aquellas jornadas salió una Macomad mucho más homogénea, respetando la identidad de cada espacio, pero cada vez que hay algo que decir, desde Macomad se articula una respuesta común y creo que estamos muy unidos y muy cómodos ahora mismo. Ya te digo que cada espacio mantiene su voz y su propia personalidad, pero se respira unión y el último ejemplo lo hemos visto con lo que ha ocurrido con La Nave de Cambaleo, que saltamos juntos como un resorte y nos movilizamos para ayudar en la medida de lo posible. En ese sentido ha evolucionado para bien la Coordinadora de salas alternativas.
¿Cómo es la salud de Lagrada?
Estamos, como siempre, pendientes de un hilo. Es un mundo complicado este en el que nos movemos. En la cultura hay mucha incertidumbre, cualquier cambio nos afecta mucho, luego están las circunstancias propias de cada sala y las personales de cada uno, los alquileres de los espacios, en fin, muchas variables, pero bueno, seguimos resistiendo y al menos, durante un tiempo, parece que aguantaremos sin problemas. Tengo un buen equipo a mi alrededor, la estructura está funcionando, las administraciones nos contemplan dentro de las ayudas, estamos dentro de la coordinadora, la prensa y los medios nos tratan bien, el futuro es halagüeño ahora mismo porque el proyecto está muy asentado.
Yo me quiero morir aquí en Lagrada. A lo mejor te digo esto ahora y dentro de cuatro años te digo que no puedo más y que lo quiero dejar, que tengo 70 años, pero la idea es seguir hasta el final. Cuando sienta que no tengo energía lo dejo, mientras pueda, pues no me jubilo.
¿Y cuando Miguel Torres se jubile te gustaría que Lagrada se fuera contigo?
No, para nada, me encantaría que tuviera continuidad con otra gente que tuviera ganas de seguir con este proyecto, a su manera, claro, pero manteniendo viva la llama de lo que es Lagrada.
¿Por qué has elegido El Malentendido en este momento?
Creo que esto ya lo hemos hablado en algún momento y es que las obras me llaman, aparecen de repente en mi vida y siento que es el proyecto que tengo que hacer. Yo, de esta obra, ya había hecho escenas en clase varias veces porque Albert Camus es un autor que me parece muy interesante, y hace poco vi en Filmin una película que tenía que ver con él y eso me hizo volver a releer, me llevó a descubrir aspectos de Camus que desconocía y me dije que tenía que hacer una obra suya. Y El Malentendido me parece una obra interesante y muy adecuada para estos momentos. El texto es difícil, es una escritura porosa, con la sintaxis un poco alterada, aunque la traducción que tenemos es muy buena, porque no es que sea muy lírica pero tampoco es nada prosaica y formalmente es muy bonita toda la estructura.
Has investigado entonces sobre Camus, su vida y su obra. ¿Y de esa investigación cómo te has imaginado la puesta en escena de esta versión tuya de El Malentendido?
Pues el trabajo en ese sentido se ha ido modificando a medida que hemos ido trabajando. Al principio tenía una idea de cómo quería llevarlo a cabo, delimitando bien dos espacios con elementos realistas de una recepción de hotel y un dormitorio, con un panel en medio en diagonal que se movía y daba lugar a cada una de ambas estancias. Pero dándole vueltas, muchas veces se me presentaba un espacio oscuro, diáfano, con dos intérpretes hablando y me dije que teníamos que ir a ahí, un poco más a lo básico, a la síntesis. Hemos ido quitando elementos del decorado. Lo del panel que se giraba era muy efectista, pero al final vi que podía ensuciar más que otra cosa, así que hemos ido a lo básico. Un par de sillas, un cabecero de cama y el trabajo de los intérpretes. Y luego está la figura del criado, que es muy importante en esta obra, y va a ser él quien haga las transiciones entre cada escena, metido en personaje.
Va a estar jugando con el público, como si dijéramos.
Eso es, va abriendo y cerrando las cortinas, mirando al público y con su gestualidad, sus silencios y su cuerpo transmitirá muchas cosas.
En esta obra el protagonismo recae más en la madre y la hermana y en Jan, el hijo que vuelve, normalmente no se repara tanto en el criado…
Buff, el criado tiene una presencia muy importante.
Hace unos años hubo una versión teatral de esta obra con Cayetana Guillén Cuervo, ha habido otros montajes anteriores, en Estudio1 de RTVE se puede ver una versión protagonizada por Nuria Torray… ¿Te has fijado en alguno de estos trabajos anteriores para seguir un camino o para no seguirlo?
No, la verdad es que no. Conozco estos trabajos, pero no me ha influenciado nada, ni para bien ni para mal. Yo he ido trabajando con mis ideas y la propuesta que ofrezco es con mi mirada y con la impronta del equipo, tanto técnico como artístico, que la está llevando a cabo.
Los intérpretes vuelven a ser de la casa, como suele ser norma en tus montajes.
Sí, así es, ya he trabajado con todos ellos antes.
Imagino que eso tiene que ser ilusionante para la gente que viene a la escuela a estudiar, saber que existe la posibilidad de que se cuente con ellas y ellos para futuros trabajos.
Exacto y así lo sienten. Yo siempre les digo que no es un derecho, pero que sí es una posibilidad, dado que siempre que hacemos algo, echamos mano de gente que ha estado en la escuela y dan el perfil que buscamos para el personaje y tienen el talento para poder llevarlo a cabo. Les ofrecemos esa posible continuidad para que puedan trabajar.
¿Cómo has trabajado con ellos esta obra?
El pasado mes de mayo empezamos ya con las primeras lecturas y los primeros análisis del texto. Fuimos improvisando las escenas, trabajando sobre los conflictos que subyacían en cada una de ellas, tomando contacto a nivel sensorial también y a partir de ahí vamos estructurando.
¿Les das todo muy cerrado o dejas que los intérpretes vayan poniendo también mucho de su parte?
Mi forma de trabajar siempre es hacer las cosas en común y hablando mucho entre todo el equipo. A mí, siempre que se me ocurren cosas me muerdo la lengua, porque seguramente que el intérprete va a descubrir algo más interesante de lo que yo tengo en la cabeza y el 90% de las veces es así. Es verdad que al final del proceso de elaboración de una obra sí que voy marcando más cosas de cara a la puesta en escena, pero no desde la dramaturgia o el personaje. Es más dirigir el tráfico. Pero no voy marcando al personaje. A veces corrijo, claro, si veo que están desarrollando una tarea por un camino que no es el adecuado. Yo no les digo el cómo, yo les indico el qué, porque al final los intérpretes te sorprenden. El director siempre tiene que estar al servicio del intérprete y servir de espejo para que vea cómo está desarrollando su trabajo. Yo trato de incentivar con las preguntas que creo que son las adecuadas para que los intérpretes hallen sus respuestas.
¿Y qué preguntas son las que nos hace aquí Camus?
En esta obra se reflexiona sobre la libertad y el destino de cada persona. ¿Somos libres o somos una consecuencia de las circunstancias que nos rodean?, ¿Cuánto influye el azar en nuestra vida?, ¿Tu vida está determinada según el lugar en el que nazcas? Yo creo que esto es lo que nos quiere mostrar Camus, seres que están supeditados a su destino, hay una serie de circunstancias que hacen que no seamos dueños de nuestra vida en su totalidad. ¿Existe el yo?
La obra habla también de la ética y de la responsabilidad individual, de la pérdida de moral. Es un texto escrito en una época oscura de nuestra historia. ¿De dónde vienen las pulsiones de esas dos mujeres para hacer lo que hacen?
De la necesidad. La necesidad es lo que lleva a esa madre y a esa hija a hacer lo que hacen. La miseria en la que viven es el caldo de cultivo de todo. Hemos visto muchos ejemplos de cómo las circunstancias moldean a las personas y las llevan a caminar por lo márgenes. Decía una vez El Lute: «es que la sociedad te conduce a ser un delincuente y cuando ya lo eres te señalan». Y es que es así. El Lute cuando entra en la cárcel se ve en otras circunstancias a su alrededor y hace derecho. Y esta madre y esta hija se quejan de que Jan, el hijo y hermano de ambas se fue, las dejó con todo el trabajo por hacer, picando piedra, y ahora él se ha hecho rico mientras ellas siguen en la misma pobreza que cuando él se marchó. Y no es que lo justifique Camus o lo justifique yo ahora. Él analiza las causas y quiere que miremos hacia ahí.
Pero sin irnos a casos tan extremos, a cualquier persona que caminamos por la vida sin cometer delitos ni nada, ¿No crees que también estamos perdiendo esa ética personal que nos hace ser responsables, cívicos? ¿No crees que ese individualismo nos está haciendo perder empatía, nos va quitando capas de humanidad?
Cierto, no solo es la miseria y sus circunstancias la que nos condiciona, cualquier nivel de vida que tengas te puede llevar por ese camino de la falta de empatía, de la solidaridad, del civismo. Hay una cosa muy preocupante, ¿Cómo están siendo las Humanidades tratadas en este país? La Literatura, las Artes, la Filosofía… Las minimizan en los sistemas educativos para vendernos tecnología y economía. Están potenciando el córtex del cerebro en exceso y con ello provocan que se atrofie la amígdala, nos están -nos estamos- insensibilizando y esa humanidad a la que haces referencia la estamos perdiendo poco a poco. Estamos muy poco en la empatía, muy poco en las emociones. Es cierto que no solo la miseria, no solo la necesidad es la que nos condiciona, también la falta de educación y de cultura nos lleva a esa deshumanización que se está produciendo.
En su obra El Extranjero, ya aparece esbozada esta historia. Y la reflexión de Mersault es que el protagonista de El Malentendido se había merecido, en cierta forma, su triste final… ¿Estás de acuerdo?
Como hemos ido comentando, Camus expone, en base a un caso real, una serie de preguntas para que reflexionemos sobre el destino de cada persona. Al conocer las circunstancias del caso puedes tener más elementos para analizar el acto que cometen ambas mujeres, pero de ahí a estar de acuerdo con lo que hicieron hay un trecho.
¿Has ido descubriendo cosas sobre la obra a medida que trabajabas en ella?
Sí, es algo que me sucede siempre. Al leer vas viendo cosas, pero es cuando la pones en escena cuando todo se va descubriendo, vas viendo más cosas del universo que ha plasmado el autor o la autora. Al principio es todo brocha gorda y luego se va perfilando. Y aquí me ha pasado también, por ejemplo, me parecía que la mujer de Jan era un poco ñoña y qué va, hemos visto que tiene su entereza. Posiblemente la mujer de la época fuera así y así la retrató Camus, pero nosotros hemos visto el vínculo entre María y Jan desde otro lugar. La madre también hemos visto que tiene su energía, que no es una anciana sin fuerzas, que hace lo que tiene que hacer para llegar hasta el final. Y ya hemos hablado del criado, de la importancia que tiene para mí en la función.
Hemos respetado el texto de Camus, no hemos cambiado nada, pero sí que hemos ido descubriendo matices y los hemos plasmado en nuestra acuarela con nuestros pinceles.
¿Qué tiene Camus de especial?
Todo, habría que leerle más, yo el primero, con detenimiento y tranquilidad y empaparse de su forma de ver la vida, de su filosofía, de su enorme lucha por defender la libertad, de su implicación con los problemas de su tiempo… hay que recurrir a Camus más a menudo y más en los tiempos que corren.
Has tenido dos experiencias en el cine…
Sí, hice dos películas, una en un papel muy pequeñito y la otra como protagonista. Las dos dirigidas por Rafael Gordon. Somos dos personas muy distintas, con visiones opuestas del mundo, hemos discutido mucho, pero siempre desde el respeto y hemos podido trabajar juntos. Me propuso hacer de protagonista en su película Mussolini va a morir, que retrata las últimas horas del dictador italiano. Y yo acepté hacerla porque no me pareció un alegato en favor de ese personaje bárbaro, se trata una vez más de conocer la historia que habita detrás del personaje. Mussolini fue un niño maltratado y conocer eso es tener más información. ¿Eso justifica lo que hizo en su vida? Para nada, pero volvemos a lo mismo de antes, las circunstancias que vive una persona condiciona su existencia. Una vez más es conocer las causas. Esta película fue un reto porque era un monólogo bastante largo y porque fue mi primera vez en el cine y me gustó.
¿Crees que el hecho de tener tu propio espacio, de dedicarle tanta energía, condicionado tu carrera como actor?
Sí, sin duda, pero no es una cosa que lamento, fue una decisión que tomé en su momento y estoy muy feliz con la vida que llevo. Es verdad que cuando estoy con trabajo farragoso que se sale de lo artístico pues piensas que estaría bien dedicarte solo a interpretar, pero vamos, que hago todo esto porque me hace feliz. Me encanta dar clase y estar en contacto con la gente que viene a la escuela y me hace feliz ver crecer un proyecto como Lagrada.
Para terminar en todo lo alto, buscando un paralelismo con la figura de Camus, él escribía en Combat, una revista editada por la Resistencia francesa durante la ocupación nazi. ¿Teatro Lagrada es un espacio de resistencia?
Sí, yo creo que sí, todas las salas independientes lo somos. Es cierto que yo no tengo conciencia de ser contestatario, de ser un revolucionario, no quiero enarbolar esa bandera ni ser dogmático ni nada por el estilo. Si con lo que hago, con lo que hacemos este tipo de salas, contribuyo a mejorar la sociedad pues ya me doy por satisfecho.