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María Velasco, lectura de Primera Sangre y estreno de Amadora

“La producción incesante va contra toda creatividad”

La directora, dramaturga y productora será una de las protagonistas del Ciclo SGAE de Lecturas Dramatizadas con su texto Primera Sangre, XXXI Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela. Será el 28 de noviembre en la Sala Berlanga. Una buena de calentar motores de cara al estreno del montaje de la obra en el CDN del 26 de abril al 2 de junio.

Además, este mes estrena en el Festival de Otoño Amadora (11 y 12 de noviembre en Teatros del Canal), un espectáculo de teatro y música, protagonizado por Socorro Anadón, Celia Bermejo y Carmen Mayordomo, creado junto a Miren Iza, líder del grupo musical Tulsa, que estará presente en escena.

 

Foto destacada: Miguel Ángel Altet

 

 

Decías al recoger el Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela 2022: “Más que a ser top, aspiro a ese cuarto propio, de espacio y de tiempo, para escribir de lo que verdaderamente me importa”. ¿Sientes que estás más cerca de conseguirlo?

Poquito a poco, siento que es una lucha constante y, a veces, ya no sé si sabría vivir sin ella. El tema es que es muy complicado sustraerte de esa tendencia que hay de producción incesante. Para mí, eso va contra toda creatividad y todo sentido sagrado del arte, cualquier creación severa lleva tiempo, pero es muy difícil no dejarse arrastrar.

 

Este mes asistiremos a la lectura del texto con el que ganaste, Primera sangre, en el Ciclo SGAE de Lecturas Dramatizadas. El título no puede ser más gráfico teniendo en cuenta sobre qué trata la historia. 

Es cierto, es una referencia directa a la primera sangre de la pubertad femenina que se llama menarquia, esa palabreja rara que aparece varias veces en la obra. Por otro lado, también habla de la sangre del asesinato de una niña, un infanticidio, que es el crimen más grave que se puede llevar a cabo.

 

María Velasco, lectura de <i>Primera Sangre</i> y estreno de <i>Amadora</i> en Madrid
María Velasco recogiendo el diploma como ganadora del XXXI Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela 2022.

 

Está muy presente ese momento que se ha descrito tradicionalmente como “el paso de niña a mujer”.

Ese pasar de niña a mujer está en muchos cuentos de pubertad femeninos de caperucitas rojas, de zapatillas rojas, y habla de cómo la peligrosidad se incrementa para las niñas cuando ya están, digamos, disponibles como mujeres. Me interesaba cómo iban a experimentar ese paso a la pubertad unas niñas que están viviendo en un contexto en el que una chica como ellas ha sido agredida, asesinada y luego de nuevo violentada otra vez, por decirlo de alguna forma, mediáticamente. Me importaba reflejar cómo les afectaba toda esa iconografía de las muertes violentas que en los años 90 se podía ver en cualquier televisión. Se mencionan los crímenes de Alcàsser y otros sucesos muy conocidos que asentaron una estética del terror que influyó mucho en el crecimiento de las niñas de la época, en su idea del peligro o de temeridad.

 

¿Quién es Laura, la chica asesinada, para ti? ¿El personaje tiene una referencia real?

Sí, surge de un asesinato de este tipo que hubo en mi ciudad cuando era niña. Sin embargo, no me gustaría restringirme a un nombre propio ni a un caso real, también para evitar el sensacionalismo.

 

¿Cómo vuelve a ti esta historia siendo adulta?

Me di cuenta que las imágenes de ese asesinato que yo viví más de cerca habían convivido conmigo. Un día tomando algo me enteré de que una chica de mi generación iba a ser madre de una niña, eso me hizo plantearme por qué seguía tan presente para mí el recuerdo de todo aquello y cómo había condicionado un montón de decisiones en mi vida, incluso la de no ser madre.

 

María Velasco, lectura de <i>Primera Sangre</i> y estreno de <i>Amadora</i> en MadridEl texto es casi una invocación, un juego de ouija, en el que esta niña asesinada está siempre presente. ¿Es esa presencia la parte más poética del texto?

Sí, en alguna ocasión me he referido al texto como un pequeño cuento de fantasmas porque vamos a revivir escénicamente a la víctima, que va a estar en la piel de una bailarina, y a realizar un duelo, como no se hizo en su momento. Sobre estos casos se han hecho películas, documentales, especiales en televisión, podcast… tuve que ver qué podía aportar yo. De ahí surge la intención de establecer un diálogo con Laura y una especie de homenaje, y eso en el teatro pasa por la poesía y lo onírico, que es la posibilidad de lo imposible. En este caso, era volver a pasar una tarde con Laura. El teatro desde siempre ha invocado a los muertos, no es nada novedoso.

 

Las dos niñas protagonistas van a vivir la muerte de Laura y su repercusión en todo su entorno de manera muy diferente.

Sería muy determinista pensar que a todas nos afectan los traumas de la misma manera. En este caso, hay dos personas, María y Zaira, peleadas con su género y su manera de habitar el mundo porque es como si existiera un toque de queda y el espacio de la calle fuera un bosque lleno de amenazas. Esto ambas lo comparten, pero es verdad que María siente más miedo y más atracción por el Tánatos o la muerte, por eso tiene un mayor diálogo con Laura. En Zaira, sin embargo, se impone el vitalismo y la necesidad de no dejar que esto malogre su vida. Son dos visiones antitéticas, pero también complementarias.

 

El miedo con el que tienen que convivir las mujeres a lo largo de su vida es uno de los temas fundamentales de la obra.

Es que siempre está muy presente, ves enseguida que no puedes hacer lo mismo que los chicos: los “toques de queda”, en muchas ciudades son ostensibles, te advierten que caminar por la noche sola no es posible, ese “cuidado niñas” que se repite en la obra te persigue constantemente, algo que aunque parece amable y paternalista te está poniendo unas cadenas. Yo siempre he sido muy reluctante a eso porque te impide vivir plenamente.

 

¿Es el mismo miedo en los 90 que en el 2023?

He pensado mucho en esta obra últimamente, yo la escribí en 2018, pero hice una relectura cuando viajé a Mexico DF hace poco y he comprobado que la he abordado de otra manera. Al escribirla había mucho del recuerdo de cómo era vivir de niña en una ciudad de Castilla y andar sola por la noche cuando no había un alma en las calles, de esos tocamientos fortuitos que no trascendían, de esos besos furtivos por parte de ciertas personas que no eran inocentes y muchas situaciones más que tenía alrededor. A día de hoy, en ciudades como México, yo experimenté de nuevo esa sensación de no poder caminar sola por las calles, de tener que compartir mi ubicación con mis compañeras cada vez que cogía un Uber, vi como la mayor parte de las mujeres que conocía iban armadas con spray u otras cosas. Allí, el 8M las mujeres hacen un gran círculo y arrojan las armas para reivindicar poder salir a la calle sin ellas. Lo que quiero decir, es que ha mejorado algo, pero seguimos sin educar igual a un niño que a una niña, no proyectamos los mismos temores a unos que a otras.

 

Es muy duro ese pasaje en el que se pone de manifiesto cómo los medios destacan que el cuerpo de Laura “estaba perfectamente tratado, con mimo”. ¿Es una prolongación más de la cultura de la violación?

Totalmente. Te confieso que tengo cierta fobia a los medios, son el altavoz que viraliza o marca lo que es actual y lo que no, blanquean o, al contrario, estigmatizan. Cómo han tratado en el pasado y en la actualidad todo este tipo de sucesos es una locura. No hay que irse a los 90, lo tenemos más cerca como en el caso de La Manada o el caso Rubiales. Juzgan cómo debe ser una víctima para ser víctima, cómo debe comportarse, qué hizo y qué no… Yo en la obra cito palabras textuales de la prensa local de la época en referencia a alguno de estos casos en los que se decía “que había sido un cuerpo bien tratado hasta el final, que no había móvil sexual porque no había penetración” y, también, que “podía tratarse de un enamorado espiritual de la niña”. Se describía a Laura como a una Ofelia en el lago. No se debería poder abordar hechos así de esa manera.

 

María Velasco, lectura de <i>Primera Sangre</i> y estreno de <i>Amadora</i> en Madrid
Foto: Luz Soria. Imagen de Primera sangre, montaje que se estrena en el CDN.

 

¿El comisario sería de otra manera si no fuera padre, y luego abuelo, de una niña? La culpa de no poder hacer del mundo un lugar mejor para las niñas termina consumiéndolo.

Es un personaje que me ha resultado muy transformador, porque, a priori, yo le juzgaba muy severamente. Es de esos caracteres con los que sientes un desapego ya que yo me identificaba con las protagonistas. Sin embargo, su arco en la obra es muy hermoso, por una parte él está investigando el asesinato de Laura, pero también él es padre de una niña de la misma edad. Vive con la angustia de no encontrar al asesino, al tiempo que sabe que ese asesino de alguna manera está arropado por una especie de impunidad dentro de la sociedad. Ve lo fallido que ha sido su planteamiento, como lo es en la mayoría de las ocasiones desde instituciones tan patriarcales como es la policía.

 

El personaje de la monja también tiene su propia conversión.

Con ella quería hablar de cuántas vocaciones son reales y cuántas son forzadas. En el caso de esta hermana, ella tiene una vocación y unos valores muy humanistas, es una filántropa, pero en el fondo no es religiosa. Esa fue la salida para muchas personas que necesitaban un futuro o que no encontraban su sitio dentro de lo mundano. Hubo muchas mujeres como ella que no tenían interés en el matrimonio y que querían estudiar y recorrer el mundo, y esta era una vía que les permitía hacerlo. Su personaje hace una transición en todos los sentidos, incluso en lo que tiene que ver con el género.

 

Aún siendo mayores, María todavía carga con un trauma por lo vivido porque no entiende como Zaira quiere traer al mundo una niña.

A mí me pasa lo mismo. Yo tampoco soy capaz de entenderlo. Ese final forma parte de algunas de las conversaciones que he tenido con amigas que se decidían a ser madres. Estando como está el mundo no soy capaz de comprenderlo, estoy más con el aceleracionismo y el antinatalismo, pero alguien me dijo: “Lo siento, pero con toda la ingenuidad te diré que creo que mis hijas cambiarán el mundo”. Y puede que sea verdad. Ese es el mismo diálogo que tienen María y Zaira en la obra.

 

Este mes estrenas Amadora en el Festival de Otoño. Es un proyecto creado junto a Miren Iza (líder del grupo musical Tulsa), que también diriges. ¿Cómo surge esta colaboración con ella?

En el verano de 2022 ella me empezó a escribir porque había llegado a sus manos el libro de Parte de lesiones y también pudo ver después Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra. Curiosamente, yo también había estado escuchándola, así que mantuvimos contacto por correo y me dijo que estaba dando forma a un álbum y que le gustaría llevarlo fuera de los formatos convencionales de la música. Ella trabaja mucho en oposición a los canales oficiales del sector musical. Entonces me planteó desplegar un formato escénico a partir del universo que aparecía en su disco.

 

María Velasco, lectura de <i>Primera Sangre</i> y estreno de <i>Amadora</i> en Madrid
María Velasco junto a Miren Iza.

 

Tú también te resistes a la rigidez de los géneros en tu campo.   

Sí, intento moverme siempre en lo fronterizo, en lo transdisciplinar, y ella sabía que había trabajado con gente de la danza y de la música. Tuvimos los primeros encuentros y fue un flechazo inmediato con una profunda conexión.

 

Evitando las etiquetas, en escena van a convivir teatro y música, tus palabras con la música y las letras de las canciones de Miren. ¿Cómo habéis preparado este cóctel?

Intentar etiquetarlo era una auténtica pesadilla, pero cuando te van a programar estás obligada a hacerlo. De alguna manera, lo hemos evitado porque no sabemos muy bien lo que es Amadora. Solo sabemos que tenemos una mezcla explosiva de mujeres maduras en escena y una banda de música con Tulsa en directo. A partir de ahí, se ha ido urdiendo un diálogo que ambas queríamos que trascendiese el concepto de musical, centrándonos en lo introspectivo y, en parte, en realizar una propuesta que fuese más allá de las etiquetas.

 

¿Cómo es la música de Tulsa que estará en el espectáculo?

Lo que Miren ha hecho está cercano al realismo sucio, me recuerda a algunos a la poesía Raymond Carver o autoras como Eider Rodríguez u Ottessa Moshfegh. Ella es una literata que canta y que ha conseguido algo muy difícil, un disco con una gran narratividad desde el indie.

 

En la obra os centráis en poner en escena un tipo de mujeres, esas que se convirtieron en madres encerradas en casa que vivían en la necesidad de satisfacer a los demás.

Es un tipo de mujer muy concreto, pero que, curiosamente, quien no la tiene como madre, la tiene como tía, vecina, abuela… Es un perfil muy reconocible para todo el mundo. Precisamente, las tres actrices que tenemos diría que no tienen nada que ver con ese prototipo de mujer y, a la vez, tienen que verlo todo, porque han tenido que luchar contra él y definirse por oposición a un rol femenino que estaba marcado en nuestra sociedad desde tiempos antiquísimos. Es algo que una autora como Silvia Federici estudia de manera maravillosa porque explica a qué se debe la división del trabajo y cómo la mujer empieza a pertenecer solo al ámbito del hogar y lo doméstico, y también al ámbito de lo emocional, de los afectos. Esto en los países que hemos vivido una dictadura fascista se generaliza más.

 

Realizaban una labor que no les confería ningún estatus y que era casi invisible.

Siempre ha habido un reconocimiento, porque si no la colmena no podría funcionar, sin embargo, al vivir en una sociedad tan ligada a lo que produces y al carecer ellas de economía y derechos laborales propios, formaban parte de la escoria. Yo le decía a Miren que quizás son las excluidas sociales que hemos tenido más cerca. No han tenido sueldo, ni derecho a huelga, ni podían ponerse malas… es un grupo social completamente invisibilizado y que, como se puede ver en la literatura o en el cine, parodiado o menospreciado. Han sido un sostén imprescindible. Ahora que se habla tanto de la política de los cuidados es el momento de desligarlos de una lógica de género, porque no tiene que ver con un instinto biológico, es algo que se cultiva y se puede enseñar.

 

María Velasco, lectura de <i>Primera Sangre</i> y estreno de <i>Amadora</i> en Madrid
De izquierda a dererecha: Carmen Mayordomo, Celia Bermejo y Socorro Anadón, protagonistas de Amadora.

 

En la obra, hay una reivindicación de este tipo de madres, pero también una crítica.

A veces es que nos convertimos en animales de costumbres y es más fácil habitar el espacio que te han dado que intentar forzar los límites. En ellas se denota una tendencia de hacer del defecto, virtud, cierta actitud acomodaticia. En la obra dicen: “La queja se convirtió en mi religión”. Nosotras hablábamos del adoctrinamiento que habían vivido usando el término domesticación. También hay que decir que tampoco es que tuvieran mucho tiempo para plantearse su situación, muchas pasaban de cuidar a sus hijos a cuidar de sus mayores.

 

¿Amadora es capaz de romper con ese adoctrinamiento?

Es uno de los temas de la obra, qué debe suceder para que una mujer como ella, que no se separó al principio por los hijos y luego por la gata, que hace todo por todos, como santa mártir, abrace la posibilidad del cambio. Es muy desalentador ver que cuando estas mujeres lo intentan o lo consiguen no es muy bien recibido por su entorno. Miren, que es también psiquiatra en activo, recibe a muchas mujeres en esta situación. Cuando empezamos con el proyecto, quisimos desarrollar un taller con mujeres que están en la edad de Amadora, de sesenta para arriba, en un espacio de igualdad del Ayuntamiento. Al trabajar con ellas, yo le decía a Miren lo mal que veía a muchas. Miren me decía: “Ellas no están tan mal porque han salido de casa y están aquí”. Un despertar de su situación suele expresarse a través del dolor, con tensiones y ansiedad. Es una manera de reclamar la atención que no han tenido nunca, un despertar nervioso para el que no consiguen un acompañamiento adecuado, lo único que se hace es medicarlas. Yo me leí libros de David Le Breton sobre el dolor y una revista de medicina, arte y humanidades como es Humanitas, y la propia medicina reconoce ahora que ha habido un sesgo de género. Cuadros clínicos como los que presentan estas mujeres no han sido debidamente estudiados y la única solución que les dan cuando van al médico son analgésicos superpotentes, opiáceos, tranquilizantes… pero no se preguntan por las verdaderas causas de sus dolores y sobre su estado mental.

 

¿Sentís que tenéis autoridad suficiente para trasladar la historia de estas mujeres siendo de una generación tan diferente?

Nos lo hemos planteado: somos sus hijas y, como decía Virginia Woolf, si somos mujeres nos pensamos a través de nuestras madres. Ahora nuestra generación vive una autoexplotación, porque trabajas fuera y dentro de casa por encima de tus posibilidades para vivir por encima de tus posibilidades, valga la redundancia.

 

Y, ¿qué pinta el hombre en todo esto?

Quiero pensar que los límites de género se están diluyendo poco a poco. Una visión binaria lleva a que también muchos hombres se hayan sentido obligados a ser de una manera determinada marcada por lo que se suponía era lo masculino: traer el pan a casa, ser competente y competir, ser fuerte, ser viril…

 

Amadora va estar encarnada por tres actrices, ¿va a ver diferencias de unas a otras?

Hay matices porque son tres mujeres diferentes y no se pueden sustraer de la realidad de su voz, de su físico…, incluso de sus arrugas. Pero las tres se han sentido igual de interpeladas por ese archipersonaje que es Amadora.

 

¿En la situación de estas mujeres se ve una luz al final del túnel? 

Creo que sí, desde el momento en que subimos a tres actrices de esta edad a hablar de este tema y acaban creando un espacio de escucha. Realizar una obra así sigue un impulso esperanzador.

 

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