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Lo sagrado y lo profano de la herencia cultural

Poliana Lima: “¿Quién me va a decir que mi culo, mis tetas y mi grasa no son sagradas?”

La coreógrafa y bailarina brasileña estrena en Condeduque, los días 21 y 22 de marzo, The Common Ground, la segunda entrega de una trilogía que comenzó con Oro Negro en torno a la identidad y la herencia cultural. Lima vuelve a utilizar la figura del monstruo, que aquí multiplica, y apuesta por una idea de comunidad formada por la diferencia en la que conviven lo profano y lo sagrado.

Hay artistas que conviven con sus monstruos y Poliana Lima es una de ellas. El primero habita en una fotografía antigua de un abuelo. El abuelo es moreno, no es negro, le dicen cuando es una cría. Poliana Lima nace en Brasil, un país en el que “las personas esclavizadas fueron tratadas siempre como inferiores durante siglos y nadie quiere parecerse a eso”, dice, “nadie quiere asumir que esos son sus orígenes”. Un país en el que, por primera vez desde hace más de un siglo, los que se definen como mestizos —el 45% de la población, 92 millones de personas— superan a los blancos (43%, 88 millones) como el grupo racial más numeroso. Lima usará la figura de su abuelo en su pieza Oro negro para hablar de herencia cultural, de genealogía y linaje, y de cómo se transmite la violencia, una pregunta que ya estaba presente en un trabajo anterior llamado Atávico, pero que aquí la artista coloca en un lugar de asunción y reconocimiento. Dirá: “Lo que molestaba tomó forma”. Y también: “Cuando estrenamos, pensé: si alguien va a pasar miedo esta noche no seremos nosotros”. Y preguntaremos: ¿Miedo a qué? “No sé, es invisible y, sin embargo, ese miedo está en la mirada del otro. Oro Negro era eso, un juego con la mirada del otro”.

 

Aquella pieza, estrenada en 2022 en el Festival de Otoño marcará un punto de inflexión en la carrera de esta bailarina que llegará a Madrid en 2010, escapando de otro monstruo, el de la depresión, que la llevará a abandonar un futuro laboral orientado a la Sociología para dedicarse a la danza. Lima aterriza en España con mil euros en el bolsillo y un deseo urgente, nada más llegar, de marcharse a unos de esos países, pongamos Alemania, donde hay una compañía de danza contemporánea en cualquier ciudad de interior. Lima ve la nieve, pasa frío y hace unas cuantas audiciones, pero nunca la contratan. El ideal europeo se le vendrá abajo, pensará que aquellas compañías “parecían un concurso de belleza” y volverá a Madrid. En 2011 estrena su primera pieza, Palo en la rueda. Tres años más tarde gana el Certamen Coreográfico de Madrid con Atávico, a la que siguen Hueco, Las cosas en la distancia, Las cosas se mueven pero no dicen nada, Cruce y, finalmente, Oro negro, primera pieza de una trilogía cuya segunda entrega, The Common Ground, estrena el próximo 21 de marzo en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque.

 

Lo sagrado y lo profano de la herencia cultural en Madrid

 

Dice la coreógrafa y bailarina que esta pieza forma parte de un proyecto de investigación en torno a la identidad y la herencia cultural, el otro gran monstruo que habita toda su trayectoria, que culminará con una tercera entrega titulada Carnaval. Dice también, sonriente, que The Common Ground es el primer trabajo en toda su carrera que tendrá escenografía—un suelo de linóleo blanco a modo de ring— y que mezclará Suspiros de España con música funk y una cantata de Bach “como una sopa de letrinhas”, y que aquí el monstruo ya no será uno, sino muchos, y que en su cuerpo convivirán lo profano y lo sagrado porque “¿quién me va a decir que mi culo no es sagrado, que mis tripas, que mis tetas, que mi grasa no son sagradas?”. En escena, junto a Lima, Almudena Pérez, Darío Barreto, Darío Sigco, Malvin Montero y Natalia Fernandes, con dramaturgia de Javier Cuevas, luces y espacio de Cube.bz y diseño sonoro de Óscar Villegas.

 

¿Cómo es ese territorio físico y político en el que conviven sus cuerpos en The Common Ground?

Esto es mi imaginación infantil, pero hay algo de que el monstruo final de Oro negro ahora viene acompañado, como si fuera la típica secuela de peli de tercera categoría cuando aparece un monstruo al final y tú piensas que viene sola, pero no, estoy aquí y me he reproducido. Hay cuatro migrantes y dos españoles y la idea, en este espacio de juego y en este marco que es el teatro, es poder representar este encuentro de seis personajes que concilian y son diferentes. La forma que estoy encontrando coreográficamente es la de un gran circuito en el que pasamos por el cuerpo y por el material del otro.

 

¿Cuáles son esos vínculos?

Todavía no lo sé del todo porque estamos trabajando, pero está el grupo migrante, las mujeres brasileñas, los chicos homosexuales, la pandilla heterosexual… En términos de estructura, tiene que ver con el mundo y, de repente, la aparición de otro, y después otro mundo y otro y, de alguna manera, el corolario ético no es la cuestión de la diferencia, sino el poder. Creo que a través de las diferencias se cultiva una justificación del poder y es muy fácil entrar ahí. Es muy fácil que una mujer programadora, pensando en Oro negro, me pregunte desde lo alto del feminismo blanco si no estoy cosificando mi cuerpo femenino, pero yo me pregunto, ¿no estarás tú dando por sentadas cosas que no sabes? Porque yo vengo de otro sitio y no sé si tú no estarías más cómoda en mi cultura sexual. Se trata de, al menos, hacerse esa pregunta. Luego, cada persona asume lo que es mejor para una misma, hasta dónde quiere ir.

 

Lo sagrado y lo profano de la herencia cultural en Madrid

 

Diversidad y comunidad…

Mi idea inicial es colocar esto en juego y para mí es básica esa idea de comunidad que no es de gente igual, sino que funciona con la diferencia. Esto es una comunidad simbiótica, como dice Marina Garcés en Un mundo común, que fue una referencia muy importante desde el principio del proyecto. Ella dice en el primer capítulo que donde no alcanza mi mano, alcanza la mano del otro, nos complementamos porque no somos infinitos. Estamos todos en el fango, y eso para mí también tiene mucho que ver con Beckett, al que no he leído pero he visto representado varias veces, y siento que las preguntas de Beckett son las preguntas a las cuales apunto porque él no se preocupa del drama de cada uno, sino que se pregunta, Dios, estamos aquí en el globo, estamos aquí viviendo, ¿y qué es esto? Y esto, para mí, es la pregunta última.

 

Volviendo a esa idea de comunidad formada por la diferencia, ¿cómo se siente dentro de la comunidad artística?

Me siento muy bien aquí porque me va bien y, a la vez, siento que falta mucho. Habrá quien diga que es una política de moda, pero me parece que debería haber cuotas para todo, debería haber siempre una mitad de mujeres dirigiendo y produciendo y, dentro de esos porcentajes, personas racializadas y migrantes. Yo tengo problemas de mujer blanca, claro, y mi discurso no es el mismo que el de mi amiga Marina Santo, que vivió otro tipo de situaciones o el de Malvin Montero, que es un creador dominicano genial. Es importante que estén en sitios con recursos, y yo sí me siento cómoda, pero claro, es un lugar de privilegio porque me va bien y me respetan. De hecho, me siento muy afortunada cuando me llaman porque creo que soy la única persona migrante que está produciendo en las instituciones de Madrid.

 

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