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El viaje de José María Pou al interior de El Padre

«El Padre me ha ayudado a superar el miedo a hacerme mayor»

El Teatro Bellas Artes da la bienvenida a la gira nacional de El Padre de Florian Zeller, espectáculo dirigido por Josep Maria Mestres que gozó de un gran éxito en su versión en catalán. Un viaje al interior de la mente de un hombre que padece Alzheimer protagonizada por José María Pou, acompañado en esta ocasión por un nuevo reparto compuesto por Cecilia Solaguren, Elvira Cuadrapani, Jorge Kent, Alberto Iglesias y Lara Grube.

El actor José María Pou, que mantiene un estrecho vínculo con la escena madrileña, no falta a su cita y nos atiende para poder charlar con él sobre sobre este espectáculo que ha supuesto un nuevo reto en su extensa e interesantísima carrera.

José María, tienes una fuerte vinculación con la escena madrileña, desde que comenzaste a formarte como actor en la RESAD, pasando por gran parte de sus escenarios e incluso siendo director artístico de La Latina, hasta ahora que llegas con esta nueva producción de El Padre al Bellas Artes, ¿cómo sientes Madrid en cuanto a lo escénico?

Sí, es verdad que siento que formo parte de la profesión del teatro en Madrid, igual que de la profesión del teatro en Barcelona. Tengo una especial predilección por Madrid porque es la ciudad a la que llegué en 1966, para empezar ahí mi aventura teatral. En el 2001 tomé la decisión de trasladar mi domicilio a Barcelona porque uno se va haciendo mayor y quiere tener a la familia más cerca y, también es verdad que iban aumentando mucho las ofertas de trabajo que venían directamente desde Barcelona, entonces, me pareció lógico trasladar mi domicilio a Barcelona. Pero nunca, nunca, nunca dejé de estar en contacto con la profesión de Madrid. Con todos, absolutamente todos los espectáculos que he estrenado en Barcelona y en catalán luego los he traducido al castellano y he hecho gira por toda España y he estado en Madrid haciendo temporada. No concibo hacer un espectáculo que estrene en Barcelona, en el Teatro Romea, que es el que ahora estoy dirigiendo como antes dirigí también artísticamente el Teatro Goya, sin que luego tenga prolongación y proyección, no solo en el resto de España, sino también en Madrid.

 

¿De qué manera llega El Padre a tus manos y qué hizo que te embarcases en este proyecto al que llevas vinculado desde el 2022?

Después de haber hecho Erresuma / Kingdom / Reino con Calixto Bieito, que es un viejo amigo que me ofreció la oportunidad de hacer un personaje que no había hecho nunca y que me atraía muchísimo, que era Falstaff, volví a Barcelona y se planteó que había que hacer otro espectáculo, pero muchas de las funciones y personajes que yo quería hacer eran inasumibles desde la empresa privada. Soy muy consciente de la realidad del teatro español y de los problemas de producción, y como no dirijo un teatro público, que es el único que se puede permitir grandes repartos, automáticamente buscábamos una función que fuera factible. Fueron los productores y el mismo director, Josep María Mestres, con el que yo había trabajado por vez primera en una preciosa y fantástica función que se llamaba Justicia de Guillem Clua, quienes estuvieron bombardeándome con montones de títulos y una de ellos fue El Padre, enseguida dije que no, aun cuando reconozco que me interesa y el personaje me gustaba; primero porque quería evitar cualquier tipo de comparación, y menos con un señor como Anthony Hopkins quien hizo la versión cinematográfica en el 2020 y por la que ganó un Oscar. Y luego, porque esa función ya se había hecho en España hace unos 10 años, y muy bien hecha, por Héctor Alterio. Pero insistieron tanto que ese mismo día llegué a casa, cogí el texto, lo leí con calma y me emocionó de tal manera como no pensaba que me emocionaría nunca. Vi claramente que, en ese momento de mi carrera, y en ese momento concreto de mi vida, podía entender muy bien lo que le estaba pasando a ese a ese personaje. Y porque me di cuenta que toda la sociedad española, y creo que universal, teníamos un concepto distinto de lo que eran nuestros mayores tras la pandemia, nos hizo mucho más sensibles a estas personas y vi que la función podía ayudar a entender mejor el problema de tener que tomar la decisión que muchas familias tienen de meter al padre o al abuelo en una residencia, y del trato en las residencias.

 

El Padre juega una baza que a muchos sorprenderá que es darnos una visión muy diferente de cómo suele retratarse una enfermedad como el Alzheimer. Siempre la vemos desde el punto de vista de quien la presencia, pero no de quién la padece. ¿Cuál es el viaje que haremos con Andrés, su personaje?

Ese es el gran mérito, la gran sorpresa de esta función. Queda muy patente desde el principio que la función transcurre directamente en el cerebro del protagonista, y no solo en el cerebro del protagonista, sino que me atrevo a decir que transcurre también en el cerebro de cada uno de los espectadores que están viendo la función. El autor, ha encontrado una fórmula fantástica, un truco escénico, una elaboración dramatúrgica que consigue que el espectador se identifique con el protagonista hasta tal punto que, a lo largo de la función, está viviendo como si fuera él mismo un enfermo de Alzheimer o de una enfermedad de degeneración mental. Como el protagonista, el espectador siente la misma confusión, el mismo desconcierto ante determinados hechos. Yo creo que el espectador llega a confundir también las sensaciones de espacio y tiempo, como le ocurre al protagonista, y se hace la misma pregunta que se está haciendo el protagonista: ¿Qué me está pasando?

Debo decirte que la reacción del público es sorprendente, extraordinaria. La función la viven, yo diría que en carne viva. Fíjate que llevo estrenadas sesenta y tantas obras en 50 años de profesión, y pocas veces he notado encima del escenario la enorme carga de emoción que me llegaba a mí desde el público, algo que pocas veces me había pasado. Me emociona la emoción que noto y recibo desde el público y que me llega a grandes oleadas desde el patio de butacas. Es algo que comentamos todo el reparto, casi como una experiencia nueva y muy gratificante.

 

 

El viaje de José María Pou al interior de <i>El Padre</i> en Madrid

 

Imagino que esta reacción es debida a la sensación de sobrecogimiento con la que el público vive la función.

Acabas de decir una palabra que a mí me parece fundamental para este espectáculo, que es estar sobrecogido, el sobrecogimiento. El público ve toda la función sobrecogido. Sí, en un estado de intranquilidad digamos, casi suspendido encima de la butaca y con una enorme empatía con el personaje. El público está acompañando al personaje a lo largo de toda la función y se siente mal cuando el personaje se siente mal y en los pocos momentos en los que el personaje se divierte, o es feliz, porque eso forma parte también del proceso de esta enfermedad, el público es absolutamente feliz y se ríe a carcajadas, como hace el propio personaje que, de repente, se convierte en niño y hace travesuras y trastadas, ante las que no puedes más que morirte de risa.

 

La función también pone sobre la mesa la importancia de algo tan sorprendentemente inusual como es mostrar nuestra vulnerabilidad ante los demás.

Así es, uno se vuelve vulnerable, tanto los enfermos como los que están a su alrededor, porque la función trata tanto de lo que le sucede al enfermo como lo que le sucede a las personas que están a su alrededor. Ellos están también en un estado de vulnerabilidad y en un estado de inquietud, la enfermedad afecta a todos por igual. El problema de conciencia enorme que se les presenta a muchas familias ante el hecho de no poder atender o no poder entender casi lo que le está pasando al padre o al abuelo, es dramático. Por suerte, en este país se está hablando muchísimo más que nunca, lo cual significa que se luchara más para encontrar soluciones, de las enfermedades mentales, y no solo en los en las personas mayores, sino también, por desgracia, en mucha gente joven. Y la función es sensible a todo ese tipo de enfermedades mentales que nos hacen a todos muy vulnerables.

 

Hablamos de la reacción del público, pero también me interesa mucho saber cómo se vive desde dentro ese personaje. ¿Desde dónde abrazas tú cada noche a este personaje? ¿Cómo es encontrarte con él?

Te diría así, a bote pronto, que yo estoy deseando desde que me levanto cada día por la mañana, que llegue la hora del teatro para encontrarme con Andrés, con el personaje. Es un hombre del que me he hecho muy amigo, al que entiendo muy bien. Sí, es verdad que sufro con él todas las noches de función y me alegro también con él y me divierto con él y me he acercado a él en el proceso de ensayos. Es un personaje que se ha ido creando muy poco a poco, ensayo a ensayo. No tenía un plan de trabajo concreto, iba dejando que fluyeran los sentimientos, creo que es lo mejor en cada ensayo. Este personaje ha salido un poco desde mis miedos y me ha ayudado, por eso le quiero como a un hermano, como un amigo, porque me ha ayudado a superar muchos de mis miedos, a ir haciéndome mayor. O sea, yo he cumplido ya los 79, no soy un chaval. Uno está en una edad en la que también va sufriendo ciertas carencias y se va planteando muchas cosas. Me abandonaba en los ensayos de tal manera que el personaje me producía unas reacciones que yo somatizaba, llegué a estar prácticamente enfermo. Fue molesto, y hasta doloroso, porque me encontraba muy mal durante los ensayos, hubo que interrumpir algún ensayo por mis mareos y porque necesitaba descansar, no podía continuar. Ensayaba este personaje y lo entendía y me producía tanto miedo el hecho de pensar que yo pudiera encontrarme en esa situación que bueno, simplemente dejándome llevar por mi miedo, ya me salía sola la vulnerabilidad del personaje. Nunca me había pasado eso con un personaje y quizá por eso es por lo que ahora puedo decir que disfruto tanto haciendo esa función.

 

La función habla sobre la pérdida de la memoria, una herramienta fundamental para el intérprete.

Imagínate lo que puede significar perder la memoria para un actor a una edad determinada. He conocido algunos casos, como es el de una actriz a la que yo quiero mucho como Carme Elías. Ella lo ha estado haciendo público porque quiere darle visibilidad a la enfermedad, incluso ha hecho un documental premiado con un Goya. Recuerdo otros casos de actrices importantísimas y fantásticas como Berta Riaza, que tuvo que dejar de trabajar estando en plenitud precisamente por un problema de falta de memoria. Curiosamente, hablando con algunos médicos, me dicen, que con esta función estamos ayudando al público a entender mejor este tipo de enfermedad, y me comentaban que los actores y actrices tenemos una pequeña ventaja, o una pequeña defensa, con respecto al desarrollo de estas enfermedades que es que nosotros practicamos muchísimo la memoria. Nuestro oficio nos obliga a estar con la memoria activa continuamente, estar ejerciendo la memoria como método de prevención del Alzheimer y de ese tipo de enfermedades. Cualquier trabajo nuestro pasa por aprenderse de memoria un texto, por memorizar un texto, y eso significa que nuestra memoria está en continuo ejercicio y muy activa. Ahora bien, no hay nada que no falle.

 

Antes comentábamos que, a raíz de la pandemia, somos más conscientes del cuidado a nuestros mayores. Y las artes escénicas, ¿también tienen tan en cuenta a sus mayores?

Yo creo que, si me permites, es el momento de hacer una reivindicación y reconocer una labor extraordinaria que se está haciendo desde AISGE, que en este momento además preside un compañero como es Emilio Gutiérrez Caba, que se ocupa muy especialmente de los actores mayores, como nunca nadie se había ocupado antes, de sus necesidades, de cubrir sus carencias, incluso del acompañamiento y de las atenciones personales. Nuestro oficio cuenta con unas particularidades muy especiales. El problema de cuando un actor se va haciendo mayor es eso, un problema, porque hay menos personajes, aunque siempre hay personajes de personas mayores en muchas funciones, para las cuales hacen falta actores mayores, pero a mí me ha pasado como director de escena que es difícil encontrar a un actor o una actriz de una edad determinada para un personaje porque muchos de ellos se han retirado, ya no quieren trabajar o no pueden, que es lo terrible.

 

El viaje de José María Pou al interior de <i>El Padre</i> en Madrid

 

Antes mencionabas que estás a punto de cumplir 80 años, ¿desde dónde se vive este oficio tras alcanzar cierta edad?

Me faltan pocos meses para cumplir 80 y no me lo creo, bueno, estoy empezando a creérmelo por algunos achaques propios de la edad, pero yo voy por el mundo con el mismo interés que cuando tenía dieciocho y, sobre todo, con la misma curiosidad que a mí me parece fundamental para la supervivencia. Hacerse mayor en el oficio no debería ser ningún drama, hay personajes maravillosos para actores de 80 y 90 años, el problema y la gran paradoja de este oficio es que, quieras o no quieras, no somos seres privilegiados y el cuerpo es el mismo de todos los mortales, se va deteriorando y uno ya no tiene la energía física, ni la capacidad respiratoria que tenía a los 40 años. Uno se va debilitando y al mismo tiempo va ganando otro tipo de sensibilidades, pero llegará un momento en que no podrá arrostrar lo que significa hacer el protagonista de un espectáculo grande y entonces te ves obligado, lógicamente, a abandonar. Por suerte, a mí no me ha pasado todavía, me siento con fuerzas de arrostrar cualquier espectáculo, pero bueno, estoy empezando a notar que me canso más que nunca, sí. Esa es la gran paradoja de los actores, que cuanta más experiencia tiene uno de la propia vida y más experiencia tiene de su oficio, a veces se ve obligado a abandonar porque es el cuerpo el que falla o es la memoria la que falla. ¿No es una terrible paradoja?

 

Cualquier trabajador se pasa prácticamente la vida pensando en el momento de la jubilación, sin embargo, los artistas normalmente no piensan en su profesión como tal, sino como su vida, ¿esto lo da que sea una profesión vocacional?

Es cierto. Y mucha gente por la calle me pregunta: “Señor Pou, ¿pero no se ha retirado ya?”, y algunos me dicen: “Por Dios, no se retire usted nunca”, lo cual se agradece mucho siempre. Pero fue a raíz de esos comentarios del público cuando me di cuenta de que yo había pasado por los 65, que es la edad soñada por la mayoría de la gente para jubilarse, sin darme cuenta, y por los 68 y por los 70 y por los 75. Nunca, nunca, nunca se me pasó por la cabeza la idea de que ya a partir de los 65 podría jubilarme, es a raíz de la pandemia para acá, donde ha empezado a pensar seriamente en que bueno, habrá que ir pensando, si no en jubilarse del todo, en ir pausando el trabajo, pero sí, el nuestro es un trabajo vocacional. Ahora, hay actores que dicen: “yo quiero morirme encima de un escenario”, qué horror, yo no, de ninguna manera, me parece además de un mal gusto horroroso morirse encima de un escenario (risas). No, no, no, yo quiero como todo el mundo retirarme a gusto y poder todavía disfrutar de un poco de tiempo libre. ¿Cuándo será eso? Pues no lo sé, cuando a lo mejor ya no encuentre un personaje o una función que pueda producirme tantas satisfacciones como las que ahora me está dando El Padre.

 

En otra entrevista leí que decías que el día que dejes los escenarios, lo harás discretamente, sin que nadie se entere, haciendo ‘Mutis por el foro’ que, además, es muy teatral.

Sí, es verdad, es algo que yo llevo pensando mucho tiempo. Yo personalmente soy un especialista muy grande en eso que se llama “despedirse a la francesa” de cualquier reunión, de cualquier evento, de cualquier ceremonia, todos esos sitios llenos de gente en los que cuesta mucho encontrar el momento de irse y despedirse. Me ha ido muy bien practicando eso, con lo cual pienso que debo hacer lo mismo. Y, por otra parte, me da un poco de vergüenza eso de anunciar que es mi última función, o mi gira de despedida. He visto a lo largo de los años tantas veces a actores anunciar esto y luego no ser verdad, ya sé que si volvían era porque sentían la necesidad y descubrían que no podían vivir sin ello como se habían propuesto, pero no, no quiero caer en esa trampa. Es una pequeña satisfacción mía personal pensar en el día en el que yo haga una función normal, como podría ser una función cualquiera de El Padre de un día a cualquiera, por la tarde o por la noche, hacer la función y saludar al final de la función siendo el único que sabe que esa ha sido mi última función y ese va a ser mi último saludo, y que mi vida va a ser distinta a partir de la mañana siguiente y guardármelo para mí, disfrutarlo yo solo sin alaracas, sin celebraciones, sin nada de nada. Me gustaría poder llegar a conseguir esto.

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