Foto portada: Javier Naval
María Luisa es una comedia de sabor agridulce y algo de realismo mágico, ¿de qué manera estáis adentrándoos en ella?
Lola Casamayor: Lo primero que hay que decir es que es un texto de una belleza absoluta con una gran dificultad. Es poesía, es imaginación, pero además es tierra. La precisión a la hora de decirlo es fundamental por las intenciones y las capas que posee.
Marisol Rolandi: Así es, tienes una primera visión y es una cosa, tienes una segunda y te da otra, pero es porque el texto te lo da, es muy profundo. A la hora de trabajar un texto, se nota mucho cuando es bueno porque tienes donde agarrarte. María Luisa es un poco un cuento sobre la vida real, tiene su lado realista, anclado a la tierra, pero también tiene una capa muy poética.
¿Cómo estáis viviendo vuestra primera vez trabajando con Mayorga como autor y director?
L. C.: Está siendo muy fácil. Juan da muchísima libertad para hablar y comentar. De hecho, le gusta que todo el mundo opine. Tiene una escucha muy fácil, que no es habitual. Te da la opción de proponer.
M. R.: No había trabajado con él como director -Marisol interpretó El sueño de Ginebra, texto de Mayorga para Teatro del Astillero en el año 96- y la verdad es que está siendo bastante fácil porque es un autor atípico, deja hacer y pide opiniones, que normalmente no te piden. Te permite encontrar la holgura para sentirte cómoda con el texto, no te deja cambiarlo a la ligera, pero propones y te deja probarlo, y acaba amoldándolo a ti, pero al estilo Mayorga.
Lola, tú interpretas a María Luisa, y Marisol a Angelines, ¿quiénes son estas dos mujeres?
L. C.: Son dos amigas solteronas que, aunque se ven una vez a la semana, cada una vive en su casa, están muy unidas. Angelines es quien baja a tierra a María Luisa porque vuela mucho con su imaginación y su amiga no alucina tanto.
M. R.: María Luisa y Angelines son dos mujeres muy reconocibles, te las puedes encontrar en cualquier sitio. Dos señoras mayores que llevan toda la vida juntas. Son el día y la noche, y tal y como pasa con el día y la noche, no se pueden separar, son el contrapunto una de la otra.
¿En qué sentido son el contrapunto?
M. R.: A Angelines le da envidia lo que le pasa a María Luisa, o sea, todo lo que ella vive a mi personaje le gustaría vivirlo, pero no es capaz. Ella es la que imagina todo, la que tiene esas ganas de salir de la soledad.
Todos tenemos la idea de que, a cierta edad, uno tiene que haber llegado a algún lado, sin embargo, creo que estas mujeres tienen esa cosa de que hay todavía lugares por descubrir. La obra también habla de atreverse, de una búsqueda hacia algo que, por diferentes razones, no han hallado.
M. R.: Por la sociedad, por todo, sí. María Luisa tiene ese punto que te da la madurez, de la vejez, o llámalo como quieras, que te da igual todo, ¡yo lo noto en mí! (risas) Es como que pierdes la vergüenza. Angelines, en el fondo, está bien, no se plantea todo esto.
L. C.: Y de hacer lo que no ha hecho antes. Tiene esa cosa del ‘ahora o nunca’. Quiere hacer una serie de cosas que nunca se ha atrevido. Quiere quitarse ese corsé que siempre nos oprime y no nos deja actuar con libertad.
La imaginación, las realidades contadas desde otra mirada, están muy presentes en la función.
L. C.: Absolutamente. Es como que la imaginación la tiene sujeta a la vida, para ella es lo normal. Hay un momento en el que la imaginación se dispara y cobra vida, y la coloca como en otro plano, en otro lugar. Incluso tiene interacción con las cosas que imagina.
Me hablabais de la soledad como uno de los temas de la función, ¿qué otros temas aborda María Luisa?
L. C.: Como te decía, el mundo de la imaginación. También la amistad, el amor, el deseo, el deseo de las cosas que no has podido disfrutar y del amor que has dejado ahí aparcado, de las relaciones. La búsqueda de sentirse plenamente libres. Liberarse.
M. R.: El deseo de algo que piensas que has perdido porque no lo has hecho, la curiosidad de saber qué hay más allá. El deseo de cambiar algo tu vida. La vejez.
¿Les asusta la vejez a María Luisa y Angelines?
M. R.: Yo creo que a María Luisa no, pero a Angelines más, no quiere hablar de la muerte nunca, no quiere saber nada.
L. C.: María Luisa sí se plantea que hay algo más que solo el cielo y el infierno, por muy católica que sea, es mucho más etérea, está en otro plano. Más que asustar, yo creo que la coloca en otro lado. Ya ve el abismo ahí y se plantea muchas cosas.
Estáis acompañadas por Juan Codina, Juan Vinuesa, Juan Paños y Paco Ochoa. ¿Quiénes son estas figuras masculinas que orbitan alrededor de María Luisa?
L. C.: Uno de ellos es el portero que a mí me parece un poco el Ángel de la Guarda, aunque María Luisa no le trata del todo bien. También ella tiene lo suyo, es un poco clasista. Y luego los otros tres que son fruto de su imaginación. Uno es un poeta, joven y guapísimo. Otro es un general súper apasionado y misterioso. Y el otro es un señor normal que está siempre pendiente de ella y la cuida, porque los otros dos van mucho a lo suyo. Simbolizan un poco las distintas formas del amor, cada uno es un aspecto diferente. Solo que lo mismo que le pasa en la vida, le pasa en la imaginación, que le fallan. Esas personas imaginadas tienen su propio desarrollo.
M. R.: Son los tres ideales de hombre que te podrían gustar, pero luego cada uno, individualmente, no cumplen la expectativa. El prototipo sería la unión de todos ellos.
El amor sobrevuela todo el tiempo la función, la búsqueda, el anhelo, sus diferentes formas, ¿podría decirse que en Angelines hay un punto de enamoramiento hacia María Luisa?
M. R.: No, yo no lo creo, lo que pasa es que en estas amistades de toda la vida y de mujeres, lo digo porque nos pasa a casi todas, llega un momento que esa amistad lo es todo, enamoramiento, novio, confidente, amiga. Eso las mujeres lo tenemos y está muy bien escrito por Juan. Flipo que sea un hombre el que lo haya escrito y lo haya sabido captar tan bien, porque esa amistad creo que entre hombres es más difícil que se dé, es otro tipo de amistad. Es ese tipo de amistad de mujeres que llevan juntas toda la vida, que llevan a lo mejor treinta a cuarenta años siendo amigas, que te lo cuentas todo, que duermes juntas, que te vas de viaje. No es enamoramiento, es amistad, hermandad. Yo tengo mi amiga desde pequeña y tenemos sesenta y tantos años, ella no vive en Madrid, y seguimos llamándonos y contándonos todo, a lo mejor no todos los días, pero todas las semanas. Somos como hermanas, y hablamos como si estuviéramos juntas, nos contamos todo y eso es lo que hacen Angelines y María Luisa. Yo creo que esa es la amistad que hay y está muy bien contada.
Que un autor ponga el foco en una mujer de esta edad, haciéndola protagonista, es casi una rareza. ¿Sentís que es complicado encontrar papeles femeninos relevantes pasada cierta edad?
L. C.: Bueno, están empezando a existir, cada vez se nota más cuidado. Anda que no queda por hacer, pero es que hace años quedaba todo. Recuerdo que a los cuarenta años no me querían coger por vieja, ¡vieja con cuarenta años!, cuando me parece la mejor edad, estás físicamente estupenda, tienes experiencia y, sin embargo, los papeles eran de madre del protagonista, señora de, abuela… y eso está cambiando.
M. R.: Lo que pasa es que aunque está cambiando, normalmente los personajes de las mujeres suelen ser más dramáticos a una cierta edad, o sea, mujeres de sesenta años que sean personajes divertidos, locos, que hagan lo que les da la gana, no hay, lo que hay son dramas. Hay que reivindicar esto. Yo tengo una compañía y justamente reivindicamos esto, que con sesenta años podemos ser muy divertidas y muy cómicas y hacer cosas divertidas y que las mujeres de sesenta años somos divertidísimas, nuestra vida es divertida, no estamos sufriendo, no es verdad.
¿Y por qué creéis que es esto?
L. C.: Eso es porque para la sociedad las mujeres de cierta edad ya no existimos. Nos colocan en un segundo, e incluso tercer, plano. No tenemos identidad propia. Nuestro trabajo consiste en apoyar al protagonista, a la juventud. Es la juventud de la que se cuentan cosas. Ahora empieza a contarse cosas de gente más mayor, pero casi siempre son de hombres.
M. R.: Hace años las mujeres solo apoyábamos, hasta las jóvenes, al protagonista. Éramos la guapa, la amante que apoyaba al protagonista. Así era, ahora ya no es así, ahora ya hay protagonistas mujeres, pero hasta una cierta edad. Cuando te haces mayor ya vuelves a apoyar, porque parece que con la edad los hombres tienen mucho que contar, pero las mujeres no. Esto es así. Los hombres da igual que estén gordos, viejos o sean calvos, da igual cómo estén físicamente, pero tienen sesenta o setenta años y hacen unas películas y unas obras de teatro brutales…. Y ligan con señoras de cuarenta estupendas, da igual. Tú pon a una señora de sesenta o setenta años, gorda, mayor, como somos, normales, ligando o haciendo un personaje con entidad y fuerte y a ver.
Es algo curioso porque en estos momentos el espectador medio del teatro son mujeres a partir de cincuenta años, ¿no sería interesa contar más historias que hablen de ellas, que las pongan en el centro?
M. R.: Vete a un museo, vete a un cine, vete a un teatro, que verás sobre todo mujeres y mujeres mayores, que son las que tienen dinero para pagar todo eso, y luego encima del escenario nunca hay mujeres de su edad.
L. C.: Por otro lado, además, somos muchas más actrices que actores para muchos menos personajes.
M. R.: Esta función trata de mujeres y mujeres mayores, somos dos, hombres son cuatro. ¿Por qué somos dos mujeres y cuatro hombres? Podríamos ser cuatro mujeres y dos hombres para contar esto. ¿Por qué? Pues porque la sociedad y el mundo artístico está así. Y ahora hay cosas, pero hace nada a nuestra edad la gente se retiraba, seguía trabajando una a lo mejor que tenía trabajo, el resto de mujeres se habían retirado.
L. C.: Nosotras hemos aguantado y nos vamos a jubilar de esto, pero que a lo largo de estos años ha habido una criba, miles de actrices, y muy buenas, se han quedado por el camino
M. R.: Tú ves a los actores hombres, los chicos, los señores, que han empezado a trabajar con nosotras y no han parado de trabajar, están haciendo series, haciendo no sé qué, y las mujeres están en casa. Las actrices están en casa esperando que les salga una sesión.
¿Se acusa más en el audiovisual que en el teatro?
L. C.: Ahora hay más audiovisuales, se nota bastante que hay más, pero es lo mismo, las personas mayores en audiovisual hay poquísimas, hay poquísimas que tengan entidad y un cierto protagonismo. Pero creo que va cambiando, también en cuanto a los estereotipos, mira Cerdita o La consagración de la primavera. No es lo típico, pero eso está cambiando, se va abriendo la cosa. O en danza donde cada vez se han incorporado cuerpos diversos.