"Nos pasamos toda la vida con el ansia de grabar nuestro nombre en un altar y vivir se nos olvida. ¡Qué frustración!".
A fuego es el nuevo espectáculo con el que la compañía catalana La bella Otero vuelve a visitar la cartelera madrileña, en esta ocasión el Teatro de La Abadía, del 24 de abril al 4 de mayo.
Emma Arquillué y Pablo Macho Otero nos hablan sobre esta propuesta, que se mueve entre el teatro en verso y el stand up, para hablarnos sobre cómo el ser humano es capaz de arrasar con lo que se le ponga por delante con tal de trascender y dejar su huella en la historia.
La Bella Otero llega al Teatro de La Abadía con A fuego, pero ya ha pasado por otras salas madrileñas con sus anteriores espectáculos: Enterrando a Dodot en Sala Tarambana y Loco Amoris en el Teatro Lara. ¿Cuál sería la tarjeta de presentación de la compañía? ¿Qué diríais que queréis aportar con vuestro teatro?
Emma Arquillué: Realmente nuestra compañía nació casi como un proyecto de pareja. Yo estaba estudiando en el Institut del Teatre y Pablo había pasado por La Nancy -El Estudio de Actores de Nancy Tuñón-, y se fue a estudiar Lecoq a París. Había algo como de que nos estábamos haciendo mayores y aún estábamos estudiando; teníamos que empezar a hacer cosas porque si no, la gente no sabe que existes y no puedes empezar a currar.
Pablo Macho Otero: Y al mismo tiempo hay una cosa que estamos empezando a reivindicar como compañía que, al principio no nos atrevíamos a decir, que es que muchas cosas que vemos en teatro no nos gustan. Y si eso nos pasa a nosotros, que nos dedicamos a esto, ¿qué pasa con el público? Nosotros vamos cuatro o cinco veces a la semana al teatro porque creemos que, para estar al día y poder opinar, hay que ir al teatro, hay que estar al día. No sólo tienen que ir los críticos, también tenemos que ir nosotros mismos para ser críticos. Y es algo que nuestra generación no creo que lo haya entendido del todo todavía. Aquí, en Barcelona, cuesta ver a gente joven de la profesión. Esa es una crítica a mi generación, pero las generaciones más mayores deberían también hacer un poco de autocrítica y preguntarse por qué va tan poca gente al teatro. No se trata ya de hacer marketing digital, intentar que la gente se entere, no, se trata de hacer teatro de calidad. Cuando se hace teatro para jóvenes, en realidad se está haciendo con condescendencia.
¿Hay mucho paternalismo con respecto a ese tema?
Emma Arquillué: Claro, y nosotros siendo jóvenes nos propusimos hacer las cosas con todo el rigor que podamos. Con las limitaciones, tanto económicas como estructurales que tengamos, pero intentando siempre poner el nivel lo más alto posible. Ha sido un proceso de empezar por salas súper pequeñas de Barcelona, las primeras que confiaron en nosotros y, poco a poco, hemos ido creciendo. Pero bueno, ha sido rápido, han sido cuatro años de frenesí, de no parar. Nos sentimos muy afortunados.
Solo permanecer como compañía ya es un ejercicio de resistencia. ¿Qué consideráis que habéis hecho para no quedaros estancados en el camino?
Pablo Macho Otero: Creo que los referentes hacen mucho, porque sin duda, el teatro en Barcelona, por ejemplo, no hubiese sido lo mismo sin gente como Oriol Pla, como Nao Albet y Marcel Borrás o Jordi Oriol, que son gente que siempre pone el nivel más alto, pero a sí mismos. Con cada espectáculo que vas a ver de Oriol Pla compruebas que el nivel de exigencia sube, él mismo se sube el nivel de exigencia. Y Nao y Marcel también, con cada espectáculo te vuelven a sorprender. Es algo que, de alguna manera, nosotros también intentamos.
Emma Arquillué: No partimos de cero, porque acumulamos experiencia, pero sí intentamos no repetir patrones de otros espectáculos. Ya hicimos una fórmula, Pablo escribió el texto de una manera, pues ahora trabajamos de otra. Buscamos qué tema queremos tratar y de qué manera. Ves los espectáculos que hemos hecho, ves fotos y no tienen nada que ver unos con otros. Yo creo que esto es lo que nos hace seguir. Tenemos nuestra manera de contar y nuestra manera de hacer, que no es imitar literal a nivel formal y que esté vacío de contenido, sino que es cómo que nos inspiramos en todo lo que nos gusta y luego lo hacemos nuestro.
¿De qué necesidad nace A fuego?
Pablo Macho Otero: Veníamos de hacer una obra que era un texto que se llama George Kaplan, de Frédéric Sonntag, la traduje, lo dirigí, también actuaba… estábamos todos en escena. Fue un lío para una compañía de nuestras dimensiones, fue un despropósito. Entonces, dijimos: «Mira, vamos a hacer un monólogo». Y fue realmente un curro, pero la reacción fue increíble.
Emma Arquillué: También para nosotros era arriesgado hacer un monólogo en verso, ¡y no sabíamos hasta qué punto! Pablo, de hecho, tenía muchas dudas. Pero yo decía: «Venga, va, ¡que sí!”.
¿Por qué os habéis decantado por el verso?
Pablo Macho Otero: Llevo escribiendo en verso desde hace muchos años. De hecho, estudié filología hispánica y escribo poesía y, concretamente, me encanta el Siglo de Oro desde que tengo 14 o 15 años. Otro de mis grandes referentes son Ron Lalá y Álvaro Tato en particular. Los descubrí cuando tenía 19 años en Barcelona, en el Teatro Poliorama, con Siglo de oro, siglo de ahora. Fui tres veces a ver ese espectáculo. ¡Imagínate el nivel de frikismo! (risas). Ver a alguien que llevaba ese espíritu al teatro, pero con un discurso actual, me encantó.
En el fondo estamos tan obsesionados con la originalidad y el ir más allá en las formas, que se nos está olvidando que hay formas antiguas que, no por ser antiguas, son menos modernas. Hay una parte del texto donde reivindico que porqué lo que ha funcionado durante siglos, no tiene que funcionar ahora. Si ha habido teatro en verso desde la Edad Media hasta el siglo XIX como tal, y parte del XX, en realidad. Estamos hablando de muchísimos años donde la gente iba al teatro y lo disfrutaba. Y ahora, de repente, hay adaptaciones de obras en prosa, cuya marca es el verso, y dices: “Pero es que te estás perdiendo la mitad de la obra”.
¿Es posible que el verso en estos momentos esté más cercano a la gente joven a través del rap, el trap o las batallas de gallos? ¿Escribir en verso en este momento es rupturista?
Pablo Macho Otero: En realidad nunca ha dejado de ser así. Si te fijas, nunca ha dejado de haber una relación directa con la rima y la métrica. Y cuando dejó de haber una métrica tan sólida en la poesía, aparecieron los cantautores. La música pop se convirtió en esa poesía, la poesía popular se convirtió en música. En realidad, nunca ha dejado de haber una relación, lo que pasa que el teatro y la literatura se fueron, digamos, alejando cada vez más de ese lenguaje más popular. Y es lo que tú dices, hoy en día ya es evidente, las batallas de gallos llenan estadios enteros. De hecho, el otro día que hicimos un bolo en Torelló, una ciudad cerca de Barcelona, que tiene muchos alumnos de teatro jóvenes, adolescentes, y vinieron y les encantó. No estaba previsto que vinieran tantos jóvenes. Era una función abierta a público normal y, de repente, la mitad de la platea eran chavales de entre 13 y 17 años. Aluciné. Los chavales entraron muchísimo. Evidentemente tiene mucho que ver con las rimas, seguro, y con el lenguaje también.
Creo que el Siglo de oro es una época que tenemos asociada a algo antiguo, cuando fueron rompedores en todos los sentidos. Quiero decir que es un contexto social, estaba la Inquisición y tal, pero seguramente a nivel de bullicio y de efervescencia de ideas igual era más interesante que ahora en muchos sentidos, porque si no, no hubiese surgido toda esta gente. En fin, por eso me inspira tanto.
Emma Arquillué: En realidad, sin saberlo previamente, estamos reivindicando el verso, y no era nuestra intención. Ahora se ha generado esta cosa de que A fuego mola, pero antes de estrenar la gente, al enterarse de que era en verso, decía: “Uff. Poesía no”. Y nosotros: “En serio, ven, porque es que no es así”. Luego la gente sale y dice: “Claro, es que no es verso verso, o sea, es ‘como’ verso” (risas). Incluso dicen que se les olvida que era en verso.
Dices que no era vuestra intención reivindicar el verso, ¿qué es lo que buscabais reivindicar con A fuego?
Pablo Macho Otero: Parte de algo muy personal mío, porque empecé a leer poesía cuando tenía 13 o 14 años y después a escribirla, entonces, muy joven empecé a hacer la reflexión de que me encantaría ser ese poeta al que alguien sigue leyendo a pesar de que haya muerto, porque de alguna manera sigues vivo.
Emma Arquillué: Nuestra intención era hablar sobre el deseo de dejar huella, de esta necesidad que tenemos sobre todo los artistas. Si eres relevante durante tu vida y dejas cosas, es como que no mueres nunca. Entonces este miedo a la muerte se relaja un poco. Dices: «Bueno, mi cuerpo, mi alma se muere, pero al menos las futuras generaciones sabrán quién soy». ¿Por qué nos pasa esto? Nos pasamos toda la vida con el ansia de grabar nuestro nombre en un altar y vivir se nos olvida. ¡Qué frustración!
La historia de Eróstrato os sirve para mirar en la necesidad que tenemos, no solo los artistas, por ser reconocidos y trascender, ¿por qué creéis que sucede esto?
Pablo Macho Otero: En el fondo, vivimos en una época en la que todo el mundo tiene la sensación de que puede pasar a la historia. Porque, de repente, con un vídeo me hago viral, puedo llamar la atención y ser famoso. Por eso nos inspiramos en la figura de Eróstrato, este tipo quemó el templo de Artemisa de Éfeso, que de hecho estaba considerado una de las siete Maravillas del Mundo Antiguo, lo detienen, lo torturan y termina confesando que la única razón que lo ha llevado a quemar el templo es pasar a la historia. A mí esta anécdota histórica me parece brutal, porque en el fondo habla directamente de nosotros como sociedad, de querer todo el rato, a cualquier precio, ser virales. Hay veces que el precio para llamar la atención es, prácticamente, jugarse la vida o destruir algo muy importante, como el caso de Eróstrato que quemó un templo que, a día de hoy, estaría muy bien haber mantenido. Y lo curioso es eso, la destrucción de un templo ha mantenido vivo el recuerdo de alguien que sencillamente era ‘un notas’, era alguien que quería llamar la atención a cualquier precio.
Aplicáis el humor para hablar sobre la metateatralidad, la vida, la memoria, las ganas de ser reconocido, incluso lanzando dardos a compañeros. ¿El humor es un buen aliado de la autocrítica?
Pablo Macho Otero: Eso, en realidad, cuando estás haciendo una obra sobre el deseo de pasar a la posteridad, si no pones humor, además de ser pedante, es un tostón. El hecho de reírse de uno mismo, de alguna manera, te permite abrir cualquier melón, porque yo ya me he dicho todo lo que tú estás pensando de mí y, de hecho, ya empatizas. Es un mecanismo que se usa mucho en la comedia, en el stand up y nosotros siempre bromeamos con que esto es un stand up en verso. Y lo de reírse del mundo del teatro forma parte de lo mismo, para que el mundo del teatro pueda mejorar y seguir creciendo, atrayendo público joven y siga existiendo como arte, tiene que hacer autocrítica. Y si hay gente que nos parece que es perezosa, que está mayor o que tiene que replantearse la manera en que se relaciona con el mundo del teatro, pues lo tenemos que decir. Si criticas a alguien que está consolidado en el mundo del teatro, de alguna manera, estás haciendo un gesto erostrático, él quemó un templo, pues yo me atrevo a tirarle una pullita a alguien que está consolidado, que es como una especie de templo.
Emma Arquillué: Y que al final no es ningún insulto, ni mucho menos. Lo hacemos con todo el cariño y respeto del mundo. Creemos que a la gente del teatro nos cuesta mucho decir lo que pensamos del trabajo de los compañeros y molaría tanto…
¿Qué consideráis mejorable del teatro actual?
Pablo Macho Otero: No va tanto en el gusto personal, evidentemente puede no gustarte lo que ves, pero sí valorar el esfuerzo o el trabajo. Hay cosas que, como profesional, me ofenden a nivel de calidad de trabajo. Ahí se mezcla con cosas como la precariedad, la falta de horas de ensayo; hay muchos factores que hacen que pueda haber falta de trabajo en escena, pero hay veces que no hay excusa. La vagancia, el funcionariado, esto de “como yo ya estoy colocado, hago lo mío, me pagan y me voy”.
Emma Arquillué: De alguna manera todo esto hace daño al teatro como tal, porque claro, si la gente va tres veces al año al teatro, y dos no ve que está bien o no acierta, el año que viene irá una y acabará pensando “paso de gastarme 30 pavos”. Tenemos la responsabilidad, como artistas del teatro, de generar algo de calidad y de que la gente entienda que es una experiencia única.
¿De qué manera creéis que se puede conectar con el público y lograr que ir al teatro entre de sus planes de ocio habituales?
Pablo Macho Otero: El primer paso es hacer el teatro que a ti te gustaría ver. Porque si tú no haces el teatro que tú consideras que es digno, al público tampoco le va a gustar. Pero muchas veces lo confundimos con eso de “el arte lo hago para mí”. Entonces se convierte en una cosa solipsista, onanista, de “yo aquí con mi mierda”. Eso es elitista. Esto tiene que llegar a alguien, si no, ¿para qué estás en el escenario? Si necesitas un público es porque quieres que le llegue algo.
Emma Arquillué: Nosotros queremos hacer cultura o arte de calidad, con rigor, pero popular, es lo que nos atraviesa. Tratar temas complejos de forma popular. Digamos que es uno de nuestros valores. Nuestro objetivo es tratar temas de actualidad, porque si no también te quedas atrás. Y, sobre todo, temas que nos preocupan a nosotros genuinamente, porque si no tratas lo que a ti te interesa, ¿a quién le va a interesar?
Hagamos un acto de ‘erostratismo’, ¿a qué prenderíais fuego vosotros?
Pablo Macho Otero: Yo me he dado cuenta de que, muchas veces, quemar no es la mejor manera de cambiar las cosas. A día de hoy, quemar el pasado es olvidarte de quién eres, todo lo que sea borrar creo que es un error. Hay que seguir escribiendo, no borrar. En el fondo, destruir es perder una energía muy bonita en algo muy feo. Quiero decir, lo que te lleva a destruir, en el fondo, es un deseo de cambiar las cosas, pero no estás cambiándolas, estás rompiéndolas.
Emma Arquillué: Yo generaría un fuego de estos falsos, hipotéticos, que parecen fuego y luego no, para decir: “Mira lo que puede llegar a pasar si no cambiamos las cosas”. Porque estamos hartos de muchas cosas, estamos asfixiados con los alquileres, nos echan de casa… Yo quemaría las calles para decir: “¡Basta, empecemos a cambiar cosas ya, por favor!”, y que se den cuenta de que no pueden seguir así. Tiene que ser un fuego interno de cambiar las cosas.
Pablo Macho Otero: Exacto. De hecho, tenemos que quemar la rabia. Justamente lo que hay que empezar a hacer es cambiar la rabia por esperanza. Y la envidia por admiración. Cambiar, modificar, porque si no es que podemos acabar muy mal. Estamos tirando hacia un lugar muy oscuro, de mucho odio. Y el odio no es bueno ni para el odiado ni para el que odia tampoco. Y el teatro es un espacio clave para esto. Por eso nos dedicamos a esto, porque estamos convencidos de que tiene este poder. Y no sólo con lo que ocurre en escena, sino lo que pasa después. El hecho de estar al lado de alguien que no conoces de nada, y compartir un acto íntimo, que te hace sentirte cerca de la gente que te rodea, algo que hoy en día es complicadísimo. Es muy importante sentir que formas parte del grupo, porque lo que están haciendo es aislarnos.
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