Primera vez que vamos a ver un texto tuyo en Madrid, primera vez colaborando con LaJoven, a punto de estrenar esta versión de Rebelión en la granja, ¿cómo te sientes?
Muy emocionada. La verdad es que lo que está haciendo LaJoven es increíble. Es la primera vez que un texto mío está en una sala principal de un teatro como el Real Teatro de Retiro y es la primera vez que estreno Madrid. O sea que estoy emocionadísima.
¿Cómo surgen estos lazos con LaJoven?
Son esas casualidades de la vida. Todo viene un poco gracias a Paco Gámez, que me ayudó muchísimo. Él y yo nos habíamos conocido en un taller de dramaturgia y estuvimos en la misma nominación de los premios Max, el caso es que él le dijo a la gente de LaJoven: “Tenéis que coger a Marta, que es muy buena dramaturga”. Y cuando los conocí me trataron con mucha calidez, me sentí familia desde el primer día. José Luis Arellano siempre me dice que lo vio como una señal, porque hago Drag King y desde LaJoven estaban trabajando mucho con el mundo del drag y eran como que mi nombre iba sonando por muchas cosas. Cuando les dije la locura que quería hacer, pensaba: “madre mía, van a pensar que esto es muy osado”. Pero desde el primer día me apoyaron en todo. Y yo no puedo estar más agradecida a la vida y a mis compañeros y compañeras.
¿La idea de hacer esta versión ‘Hackeada’ de Rebelión en la granja fue cosa tuya?
Yo ya había hecho adaptaciones muy locas de clásicos, como mi adaptación de Noche de Reyes, que había hecho en versión drag. Pero fueron ellos quienes me dijeron que querían que hiciera Rebelión en la granja. Yo no la había leído y era como “por Dios, no me van a dar el trabajo” (risas). Esa misma tarde me fui a comprar el libro, lo leí y al cabo de cuatro días ya tenía la idea. Hacía muy poco había visto el documental de La Red Social y pensé: “Esto es como Twitter o como Facebook o como Tiktok”, que son todo redes sociales que empiezan desde el amor, con los likes, para dar a las cosas positivas de la gente y después en lo que se convirtió. Vi muy claro que tenía que ser Google y Facebook, con todo el tema de la globalización, de todos iguales y tal, y a partir de ahí todo fue encajando. Creo que este montaje va a satisfacer a los que son muy clásicos con Rebelión en la granja y a los que no porque realmente la estructura es la misma que la de la novela, lo que he hecho es un paralelismo con esta versión hackeada.
¿Por dónde transita esta versión?
En esta versión Google, que para mí es el reflejo del capitalismo hoy en día, ha caído y junto a él ha caído todo el mundo del Internet patriarcal y capitalista. Entonces, los jóvenes hacen una revolución digital. Ahora hay como esa brecha en la sociedad de la analfabetización digital, igual que teníamos a lo mejor la de nuestros mayores con los libros, y lo que hacen los jóvenes es utilizar este quiebre tecnológico para hacer la revolución. Para ello crean una red social ética donde todos son animales, todos tienen su avatar animal, porque los animales son mejores que las personas. Entonces tienen sus asambleas y cada grupo de animales tienen sus funciones, cada animalito tiene sus comisiones. Todo empieza con que no hay líderes, hasta que hay un debate dentro de la red social que es: “Inteligencia Artificial, ¿sí o no?” y aquí se divide toda la red social entre Snowball y Nap, los dos cabecillas al igual que en la novela original. Nap dice que es mucho más importante la humanidad y Snowball dice que es mucho más importante la tecnología, la Inteligencia Artificial. Entonces, quien conozca la novela ya sabe que el molino de viento, aquí el símbolo de la Inteligencia Artificial, se empieza a crear y todos los problemas que surgen. Me parecía muy interesante porque al final, para mí, las redes sociales son una especie de mundos feliz, un mundo donde tienes que mostrar tu felicidad y no es del todo cierto. En esta adaptación me venía Orwell todo el rato con sus obsesiones, porque los autores siempre tenemos obsesiones que se van plasmando en nuestras obras.
¿Cuáles son esas obsesiones y dónde conecta, además de el planteamiento tecnológico, con el público actual?
Yo creo que la obsesión de George Orwell es la honestidad con nuestros valores y nuestra privacidad como individuos, aunque pensemos en diferentes ideologías. Y precisamente ahí es donde está esa conexión.
¿Y tus obsesiones como autora?
La verdad es que no sabía que estaba tan conectada con Orwell. Esta adaptación me pilla en un momento en el cual me cuestiono muchos dogmas, muchas creencias que a lo mejor tenía yo hace cinco años, pero han evolucionado y ahora soy consciente de que sí, las ideologías están muy bien, pero también son importantes los grises, los matices, y me pilla en un momento que conecto muchísimo con eso.
¿Y cómo llega todo esto a convertirse en un musical?
Bueno, me pidieron que fueran cuatro actores, que tenía que durar alrededor de una hora y cuarto, porque como hacen matinales, para poder atender a los alumnos después de los coloquios y que fuera un musical. Reconozco que a mí me gusta mucho que me den reglas porque me lo tomo como un juego. Lo de que fuera musical, ya les dije que nunca he escrito un musical, así que necesitaba que me ayudasen un poquito en eso. Y Alberto Granados (compositor del espectáculo) me ayudó mucho, he aprendido muchísimo trabajando codo con codo con él.
¿Las letras también las has escrito tú?
Él me ha hackeado también mis letras. O sea, las letras, casi te diría que son un 50% de los dos.
Marta, ya hemos dicho que eres una recién llegada al ámbito escénico madrileño, aprovechemos para conocerte un poco mejor como creadora. Según cuentas, llegaste a la escritura por accidente…
Así es, sí. Yo me definiría como mujer de teatro. No soy una autora académica ni una directora académica, he ido aprendiendo un poco con el oficio. Empecé como actriz, pero me pasaba una cosa y es que mi energía no va muy acorde con mi físico porque tengo una energía muy fuerte y me costaba muchísimo, como actriz, sentirme interpelada por los personajes femeninos que yo interpretaba. No me di cuenta de eso hasta que vi una versión de Tres hermanas que hacía Veronese, en el Teatre Lliure, en la que cambiaban de género a los personajes, los personajes femeninos estaban interpretados por actores y los masculinos por actrices. Y hubo un personaje, que era la Coronel, que cuando la vi me cambió la vida. Me fui a mi casa y dije: “Creo que es la primera vez que me he sentido representada en el teatro”; y no me había dado cuenta de ello nunca. Entonces eso empieza en mí a hacer un runrún, y al cabo de tres o cuatro años empiezo a escribir, como hobby, una obra de teatro que se llama La chica de la lámpara que habla sobre una madre arrepentida de tener un hijo. La hice como divertimento, pero probé a enviársela a la Sala Flyhard en Barcelona y les interesó, entonces, otra productora también estuvo interesada y también puso dinero, me preguntaron: “¿Y esto quién lo va dirigir?” y les dije que yo, así que también la dirigí, y fue muy bien, fue un éxito. Escribí la segunda, Todos los días que mentí, con la que gané el premio Max a Mejor Autoría Revelación 2020 y, a partir de ahí, pues empecé a dirigir y a hacerme un nombre. Lo que no conseguía como actriz, me empezó a pasar como directora, y empecé a focalizar mi carrera más como dramaturga y directora.
¿Qué importancia crees que tienen las adaptaciones de clásicos y la literatura dramática entre los jóvenes?
La edición de libros de teatro es la única manera que tengo, como autora, de poder llegar a otros lugares como Latinoamérica, por ejemplo. Las editoriales nos ayudan siempre mucho. Sobre las adaptaciones, para mí es otra pieza artística que creo que hay que valorar mucho, sobre todo entre los jóvenes, por eso es tan importante la labor que hace LaJoven adaptando los clásicos a un lenguaje contemporáneo para los adolescentes. Hay muchas veces que veo institutos que van a ver una Celestina y, claro, no entienden nada. Lo ven como problemas del siglo XV con el lenguaje del siglo XV. Yo, que soy una especialista del teatro, no entiendo la mitad, ¿cómo lo van a entender ellos? ¿Cómo van a conectar con ese público más joven? Por eso son tan necesario estos proyectos. Creo que, si como adolescente tienes la suerte de ir ver un proyecto como los de LaJoven, sí vas a encontrar conexión con el teatro. Por eso también es tan importante que los autores y autoras, aunque tengamos más edad que los adolescentes, tengamos algo más en común con ellos que los clásicos. Ojo, que a mí me encantan los clásicos, pero los clásicos hablan el lenguaje de su época, como es lógico, eso está muy bien y yo sé que las productoras a veces no quieren arriesgar y hacen clásicos porque saben qué es lo que se va a vender. Pero las adaptaciones creo que pueden ayudar a conectar a ese público con los clásicos y despertar su interés para que en algún momento se acerquen al original.
De ahí la importancia de que se abran diálogos entre la autoría contemporánea y los clásicos. Y descubrir qué es lo que cuentan y desde dónde nos interpelan.
Claro, yo con Orwell he visto que tengo muchísimas conexiones…
Con esta conversación vemos que tienes muchas conexiones no solo con Orwell, también con Shakespeare o con Chéjov, él fue quien de repente te encendió la bombillita que te llevó a la dramaturgia. Entonces, podríamos decir que los clásicos, de alguna manera, inspiran para encontrar nuestro camino. Ya sea como público o como profesionales.
Cierto. Pero claro, fue una adaptación de Veronese, así que aquí también se ve la importancia de la conexión entre la autoría contemporánea con la autoría clásica. Es interesantísimo poder ser una especie de traductores de los clásicos. Yo, siempre que acabo una adaptación, tanto la que hice con Shakespeare como ahora con Orwell, intento pensar cómo sería él, cómo sentiría él hoy en día e intentar ser una canalizadora de todo ello. Espero que a Orwell le guste mi adaptación (Risas). Yo creo que sí, que le gustaría.
Cuando tú te sientas a escribir. ¿Desde dónde escribes algo que surge de tu propia imaginación, algo original, a cuando haces una adaptación?
Bueno, yo creo que cuando hay un texto original el primer impulso es muy visceral. Pero sí que es verdad que creo que soy más rápida haciendo adaptaciones que cosas mías originales, porque de la visceralidad y de la emocionalidad más profunda se tiene que ir necesariamente estilizando y cogiendo una esencia artística. Es como una buena masa de pizza: un texto original lo tienes que dejar fermentar, lo tapas y lo vuelves a amasar. Empiezo así, desde una cosa muy concreta, desde un pulso de lo que quiero hablar, que normalmente hablo bastante de mi vida en los textos. Pero el juego que yo hago es alejarme a lo más artístico de mi historia. Y Cuando hago una adaptación, el ejercicio artístico que hago es unir conceptos como dice la neurocientífica Nazaret Castellanos, me gusta mucho la neurociencia, que cuando un espectador une dos conceptos, como por ejemplo aquí en Rebelión en la granja con una red social, eso le genera como felicidad, o sea, el cerebro se pone contento. Y ese es mi ejercicio cuando hago adaptaciones, busco paralelismos y unir conceptos: Capitalismo y Google, la granja y la red social, el molino de viento y la inteligencia artificial. Y de la unión de los conceptos surge una poética que a mí me parece brutal y disfruto muchísimo. Son parámetros, procesos, diferentes, pero que al final se unen porque en el texto original hay un momento que sin querer unes conceptos.
¿Qué temas son los que abordas desde tu escritura?
Mis obras siempre han hablado de cosas que no sabes el por qué, pero no se habla. Por ejemplo, la primera La chica de la lámpara, habla de las madres arrepentidas, es un tema como que ahora se ha habla mucho más, pero en el 2016, cuando yo estaba escribiendo, no encontraba referentes que hablaran de ello. Después, el segundo que escribí, Todos los días que mentí, fue sobre la anorgasmia, porque yo tuve muchos años anorgasmia, y bueno, es una cosa que llevaba en secreto, porque en 2018 era un tabú. Siempre digo que yo aspiro que a mis obras caduquen a los veinte años, porque querrá decir que hemos evolucionado y de esas cosas no se hablará. Yo espero ser una autora que caduque, pero creo que en el momento a mí me ayudó muchísimo. Y después, bueno, Historia de una pierna que habla sobre el sesgo de género en la medicina, porque yo tuve una trombosis en la pierna derecha por culpa de las pastillas anticonceptivas. Con Noche de Reyes, pues hablaba de los Drag Kings, que para mí era importante hablar de ello.
¿Qué destacarías de la actualidad artística que te encuentras en Madrid y en Cataluña?
Me gusta mucho del ambiente teatral madrileño su variedad. Hay artistas de toda España, y eso hace que la dramaturgia sea muy fresca y hay una soltura en probar cosas nuevas que me parece muy enriquecedor. También he conocido muchas dramaturgas y muchos dramaturgos, que a Cataluña no te llegan tanto, también es un mea culpa por no haberme interesado. Pero es verdad que aquí tampoco llegan la mitad de creadores que hay en Cataluña. Y lo que me gusta mucho de Cataluña es la pulcritud en la técnica, hasta en las salas alternativas. Eso en las salas alternativas de Madrid, con la multiprogramación, es difícil porque los escenógrafos y los diseñadores de luces no puedan dedicar el tiempo adecuado, tienen que compartir la parrilla con otras diez compañías, las salas alternativas tendrían que tener también su oportunidad de poder cuidar más este aspecto.
También creo que el arte es cambiante y evoluciona mucho, y me interesa mucho lo que hagan todos los artistas. Por eso también me interesa ahora tanto el mundo del drag. Me estoy metiendo dentro del mundo Drag King, porque como directora, sobre todo me está dando una volada y muchas ideas que a veces pensamos que no son posibles escénicamente y sí lo son.
¿Cómo conviven esa faceta tuya de Drag King, siendo Faraonix King, con la dramaturgia y la dirección?
Todo es arte escénica, es teatral. Cuando empiezo a hacer Drag King, que fue aquí en Madrid. Yo era muy amiga de los Drag Kings de aquí, de Madrid, sobre todo porque me habían estado ayudando en la asesoría de Noche de Reyes, y entonces me dijeron, que hacían un concurso de drags, que me presentara y dije que sí, porque necesitaba hacer algo creativo, porque con tantos “noes” me iba a dar una depresión. Y bueno de dieciocho drags quedé el segundo y me empezaron a salir muchos bolos. Y yo pensaba: “Madre mía, me he venido a Madrid a ser una autora seria y me estoy travistiendo por las noches” (risas). Y reconozco que me encanta, me ha cambiado la vida, me ha dado mucha serenidad esto de ocupar la energía masculina desde su vertiente positiva. Ahora mi lucha es reivindicar el Drag como un arte escénica más, porque siempre está como en los bares, en la discoteca y no, el drag es alta cultura, es un arte total. Es verdad que falta una formación más profesional de artes escénicas, que le iría muy bien al mundo del drag.