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Dejar un legado

Ana Marzoa: “Juan Mayorga ha sido mi salvavidas”

A Ana Marzoa muchos todavía la recuerdan por sus míticas interpretaciones de Electra, Antígona o Doña Rosita la Soltera, de la mano de grandes directores de escena. Aunque quizás la mayor popularidad para el gran público la alcanzara con series televisivas como Anillos de Oro, Segunda Enseñanza o Cañas y barro, en los años 70 y 80. Con cerca de 50 años de carrera a sus espaldas, llega ahora al Teatro de la Abadía junto a José Sacristán, Zaira Montes e Ignacio Jiménez para protagonizar La colección, una obra escrita y dirigida por Juan Mayorga.

De nuevo el Premio Princesa de Asturias de las Letras levanta un proyecto a partir de una noticia que leyó en un periódico: un matrimonio de coleccionistas se preguntaba qué pasaría con su colección cuando ellos ya no estuvieran. La colección aborda temas como el matrimonio, el paso del tiempo y la misteriosa relación entre las personas y los objetos.

Ana Marzoa dice que Juan Mayorga ha sido su “salvavidas” porque la llamó para interpretar a Berna en el peor momento de su vida, tras la muerte de su marido. Ahora la naturaleza “sedentaria” de esta actriz, hija de emigrantes gallegos, se verá gratamente alterada por un largo periodo de funciones, entre el 14 de marzo y el 21 de abril en Madrid. La gira se extenderá por toda España hasta marzo de 2025.

Esta revista ha charlado con Ana Marzoa (bendita la dicción de las actrices de su generación) en pleno periodo de ensayos, cuando todavía los ‘nervios’ del estreno no han hecho acto de presencia.

 

Fotos: Javier Naval

 

Interpretas a Berna, una coleccionista de arte. No hay muchas personas que se dediquen a ello. ¿Qué te interesa de este personaje? ¿Qué te interpela de esta propuesta?

En La colección, aparte de obras de arte, hay un misterio sobre lo que se colecciona, y literariamente resulta muy interesante. No he sido dada a coleccionar de jovencita, pero lo cierto es que, con los años, llegas a acumular muchas cosas. Lo que tengo en casa es una gran biblioteca de libros, y con el tiempo tienes libros, música y recuerdos. Entonces, de alguna manera uno termina coleccionando.

Al leer la función, sentí muchas cosas en común con el temperamento o el carácter del personaje, con la situación. Porque mi marido, que murió hace un año y era músico, también tiene una biblioteca enorme de libros de música en su estudio. No tenemos hijos. O sea, que había una situación paralela: ¿Qué hago yo con todos estos libros de música, con sus instrumentos (él era concertista de guitarra)? No tenemos un heredero directo, que es lo que plantea la función. Porque Juan Mayorga, más que la colección le interesa el sentido de la herencia, quién hereda las cosas. Así que me sentía un poco predestinada.

 

¿Por qué damos tanto valor hoy a los objetos? Dice Héctor, tu marido en la obra (José Sacristán): “¿Qué sería de la colección si nadie la mirase?”.

Lo cierto es que el que colecciona, a su vez es coleccionado. Por eso las obras de arte están en los museos, que es una forma de perpetuar el arte y la belleza, que esté al alcance de toda la gente que pueda verlo. Si el cuadro se queda en una casa y no lo ve nadie, muere el autor. A nosotros nos pasa lo mismo. Nacemos y nos morimos. Siempre está el dilema de la finitud. A todos nos gustaría inmortalizarnos de alguna manera. Pero en realidad nos morimos.

 

¿Qué pretende contarnos esta obra sobre el matrimonio a través de su colección? Dice Héctor (Sacristán): “Teníamos tanto amor, ¿cómo pudimos entregárselo a unos objetos? Es perverso el amor a las cosas, es diabólico. ¿Cómo dejamos que dominasen nuestra vida? ¡Podríamos habernos amado tanto! ¿Recuerdas la tarde en la playa de arena roja?”.

Aparte de este momento, ellos hacen una pareja que se ha llevado bien, se han querido. Con la edad, nos planteamos cosas que podríamos haber hecho y no hicimos, pero eso es inevitable. Ellos son una buena pareja. También en esa misma escena él le dice que no siente celos de que se haya acostado con otros por conseguir obras de arte. Digamos que en esta pareja, la parte activa, la que lleva la contabilidad, la que ama las subastas es ella. Héctor es la parte más lírica; aunque ella también tiene una gran sensibilidad puesto que ha entregado toda esa energía a un ideal, a acumular belleza. ¿Y quién se va a quedar con todo eso? Por eso se plantea la búsqueda de un heredero.

 

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José Sacristán y Ana Marzoa

 

También reflexiona la obra sobre el paso del tiempo. Dice Berna, tu personaje: “Te miro y recuerdo que soy vieja, como tú recuerdas que eres viejo cuando me miras. Nos ayudamos a recordar. Si olvidases tu último combate, yo podría recordártelo. Si olvidases quién eres, yo lo recordaría”. ¿Es importante que alguien sepa quiénes somos?

Lo has leído concienzudamente, muy bien [ríe]. Juan Mayorga maneja el lenguaje de una manera tan hermosa, tan extraordinaria, que además en esto que tú ahora transcribes sobran las palabras. Es tan claro, tan transparente su pensamiento, que uno lo que puede hacer es quedar en silencio y escucharlo.

 

¿Cómo suena para una actriz un texto de Juan Mayorga, Premio Princesa de Asturias de las Letras y académico de la Real Academia Española? ¿Impone?

No impone porque es una de las personas más humildes que he conocido en mi vida. Eso habla de su grandeza como persona, de su bonhomía. Es que es tan sencillo, tan abierto a lo que digas, tan generoso… Este es un mundo en el que abundan mucho los necios, los vanidosos; los ignorantes crean escuela [ríe]. Eso se da un poco en el mundo de los directores; lo he vivido con unos cuantos necios. Y claro, te encuentras con alguien como él, que está traducido a casi todo el mundo, y se comporta como si acabase de salir de la escuela secundaria, como el adolescente que fue. Su texto tiene también la dificultad de que no es sencillo, siguiendo el orden de un diálogo. A veces son monólogos que se intercambian. Tiene una cierta dificultad para memorizarlo. Pero estoy muy contenta con mi personaje.

 

¿Qué quiso ver Mayorga de ti en escena? ¿Qué consignas te dio cuando te presentó el texto?

No me dijo que fuera por ningún lado. Como director se deja sorprender y eso es fantástico porque a mí como actriz quizás lo que no soporto es ser mandada. Tengo un gran sentido de la libertad y es como funciono bien, porque es el actor el que va a crear el personaje. Las cosas surgen cuando estás relajada. Además, los ensayos son ese momento en que puedes dar rienda suelta a cualquier locura o tontería. Y eso es bueno porque lanzas cosas que salen del subconsciente, porque no todo es racional. Además, me llamó en el peor momento de mi vida, el más triste. Juan ha sido mi salvavidas. Tuve la suerte de interpretar personajes maravillosos en los años 80 y 90; luego se cayó mucho mi carrera, salvo algunos personajes que no trascendieron mucho para el gran público.

 

Se hace entonces pertinente y obligatoria, todavía hoy, esta pregunta. Como mujer madura, ¿cómo está siendo para ti el panorama de la actuación en la actualidad? ¿Qué dificultades encuentras?

Fíjate, yo no lo achaco a un problema de ser mujer. Es una cuestión de cómo uno se comporta en la vida. No tengo ningún talento para la vida social. Ha influido mucho mi manera de ser. Me centré mucho en mi pareja y me fui aislando, de alguna manera. Y te encuentras con que, después de 20 años de haber hecho Electra, Antígona en Mérida, los clásicos, la protagonista de Un tranvía llamado deseo… mucha gente no me ha visto. Porque luego ha habido cosas interesantes, pero no a ese nivel. Y en cambio, te encuentras con otras actrices de mi generación que sí tienen continuidad. Creo que he sido responsable, no culpable, de haberme aislado. Siempre pensé: ‘Ojalá trabajara con Mayorga’. Por eso, cuando me llamó, fue realmente un regalo.

 

Es cierto que algunas generaciones no te conocen, aunque te hemos visto recientemente en las Naves del Español con Celebración, de Luis Luque, recordando ese mítico monólogo de Doña Rosita la soltera.

Qué hermosura de monólogo. Eso fue una idea muy buena de Luis Luque. Con él también sentí un lazo de director a actriz. Así que a partir de entonces empecé a sentir de nuevo el placer de interpretar. Cuando dispuso los fragmentos que íbamos a llevar a escena, me renació el gusto de volver a hacer esos personajes.

 

Los actores en Celebración rememorasteis pasajes de vuestra vida profesional. Y me cuentas que en La colección también sientes cierto paralelismo con tu vida. ¿Te has encontrado con alguna dificultad a la hora de llevar a tu personaje a escena?

Mira, yo no había trabajado nunca con Sacristán y es tan fantástico, aunque no voy a hablar yo del talento que tiene Pepe Sacristán y de lo que significa porque lo ha hecho todo. Tengo una gran identificación con él, porque es melómano también. ¡Y tiene una energía, además! Le he cogido un cariño enorme. Me siento muy agusto con él como actor y como persona. Hay una compenetración, que me quedo sorprendida. En general, te llevas bien con los compañeros, salvo algún caso extraño de alguien que sea un neurótico.

Lo que tiene Pepe Sacristán es que es muy moderno como actor, porque es joven de cabeza y de espíritu. Yo termino de ensayar y me vengo a casa. Él se va andando a la tienda de vinilos La Metralleta. Debe de hacer 20.000 pasos todos los días. Y esto de la música une mucho, tenemos nuestras charlas.

 

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El elenco al completo

 

¿Y cómo es la conexión con los otros dos compañeros, Zaira Montes e Ignacio Jiménez?

El personaje de Zaira está toda la función en escena y Nacho tiene menos texto pero es también un personaje muy importante, muy inquietante y misterioso. Zaira es una actriz estupenda; trabajó en La casa de Bernarda Alba, de José Carlos Plaza, en el papel de Martirio y tuvo el premio [a Mejor actriz secundaria en 2022] de la Unión de Actores.

 

En una carrera de más de tres décadas que ha sido aplaudida por el público y distinguida con galardones como el Premio Nacional de Teatro, si intentas hacer un breve balance, ¿qué te viene a la cabeza?

Me siento siempre como cuando era pequeña, sobre todo en la época de la pubertad. Siento, tal vez, la melancolía de esos personajes que forman parte de mi vida. Pero no tengo un balance de haber llegado a tal sitio. Siempre siento que no llegas a nada. Mi padre, que tenía un enorme sentido del humor (era gallego y se fue a Buenos Aires), cuando hablaba por teléfono decía: ‘Hija, para dormirme no cuento ovejitas, cuento muertos’. (risas). Cuando pasa el tiempo y pierdes a los seres queridos, ves las cosas desde otra perspectiva, te da un distanciamiento. ¿Qué es lo que hay que demostrar? Siempre he pensado que ojalá uno no sintiera nervios al actuar, porque un pintor al hacer un cuadro no va a estar temblando.

 

Además de cursar estudios de teatro, danza clásica y música, estudiaste magisterio. ¿Qué tipo de maestra se ha perdido el mundo?

No llegué a ejercer Magisterio salvo algunas clases particulares y sin cobrar nada. Pero creo que me sirvió como actriz por el método inductivo. Si hacías una pregunta y contestabas con sí o no, te bajaban un punto. Eso es muy bueno para cuando te planteas un personaje, y también ayuda a los compañeros. Por lo menos para mí es interesante que con quien estás en diálogo en escena sea bueno (porque si es malo estarás mal tú). Y a veces me ha pasado que los compañeros me han dado las gracias. El Magisterio me ha ayudado a encontrar el recorrido más corto. Pero no llegué a ejercer como maestra. Siempre me he ganado la vida como actriz.

 

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