Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer
Principio y fin de una cierta idea de Europa
Primera parte de la tetralogía emprendida por La Joven Compañía bajo el título genérico ‘Mapa de las ruinas de Europa’, en este caso con texto a cuatro manos de Nando López y Guillem Clua y dirección de José Luis Arellano. Al tiempo que conmemoramos este año el primer centenario del final de la Primera Guerra Mundial, vemos cómo la Europa que conocemos se tambalea en sus pilares políticos, sociales y económicos. Con este montaje, La Joven Compañía pretende explorar las razones de esta crisis profunda
La Joven Compañía da un paso más en su ambición por ser un núcleo artístico, pedagógico y generador de valores y reflexión. El momento actual requiere redoblar los esfuerzos para afrontar los envites de la Historia. Especialmente en el caso de los más jóvenes, público ideal de los montajes de esta compañía, gente nacida con el siglo XXI cuya vida, corta vida todavía, ha discurrido prácticamente siempre en contextos críticos, como si la crisis fuera el estado habitual. Pero no, justo la generación anterior, la del arriba firmante, y la de los dramaturgos y director de Barro, creció en la ingenuidad de una Europa idílica, un espacio común donde podíamos movernos libremente y compartir mercancías y conocimientos. Eso parece que, al menos, de momento, se acabó. De esas dos tensiones, de la decepción de los que nacimos en los 70 y los 80 y de la perplejidad pasiva de los millenials, nace este nuevo proyecto de La Joven, una tetralogía que empieza con Barro. Mapa de las ruinas de Europa I.
De aquellos barros…
José Luis Arellano ha dirigido, con el pulso del teatro bélico británico (allí están más acostumbrados a llevar la guerra al escenario, poéticamente hablando), un retrato de una generación de jóvenes europeos que se dejó en el frente sus sueños y sus esperanzas, cuando no directamente su vida. Jóvenes de ambos bandos que se expresan tal y como son, porque, como dice uno de los dramaturgos, Nando López, la obra es un viaje a su intrahistoria, a su intimidad: “hemos buceado en los diarios, en las cartas, en los documentos escritos de los que estuvieron, en los testimonios rescatados de los que no pudieron volver, porque lo que queríamos hacer es algo íntimo, a pesar de ser una obra que habla de una guerra y no hay nada más colectivo que una guerra”. De aquella guerra y de su débil armisticio nacieron las fronteras de la Europa de hoy, que vuelve a estar en solfa, precisamente, por las fronteras. “Teníamos la responsabilidad -comenta Guillem Clua, el otro dramaturgo- de contarle a los millenials qué significa eso de la Primera Guerra Mundial sin caer en la arqueología o en la clase de Historia. El relato es lo más importante. A través del relato se consigue la emoción y desde la emoción llegará el mensaje, sin aleccionar. Lo primero es que se lo pasen bien los chavales, y luego ya, cuando salgan, que esto les sirva para pensar en dónde estamos hoy y por qué”. Para eso es fundamental que los espectadores se vean reflejados en los personajes que miran sobre el escenario. “Nos obsesionó mucho la idea de conseguir este espejo -recuerda López- queríamos que esta obra fuera espejo de la Europa de ahora, de las cosas que nos preocupan. ¿Por qué de pronto este aumento, este auge de los neofascismos, esta defensa cerrada de las fronteras, este impedimento de la libre circulación de las personas, este apego a las banderas? Lo más fascinante del proceso de escritura fue darnos cuenta de que ese espejo estaba ya en la propia Historia, que contar la Primera Guerra Mundial era contar ya muchas cosas que están pasando ahora”. Lo cuentan a través de varios personajes entre los que entran en juego también conceptos feministas, o protofeministas, relaciones de clase que se ven alteradas también por el conflicto, la tensión entre el patriotismo y el pacifismo, la valentía y la cobardía, el honor y la gloria, que no nacieron con Juego de Tronos, sino que son tan viejos como el Hombre.
Un gigante con pies de barro
En la palabra barro encontraron Nando y Guillem la metáfora perfecta. “El barro de las trincheras -dice Arellano-, como elemento natural, y luego el barro que somos nosotros, que somos muy volubles y maleables en manos de los distintos poderes”. Esa capacidad tanto para ensuciarnos como para construir con él, hacen del barro un concepto ambivalente ideal para definir un siglo. En palabras de Clua, “es un símbolo de la guerra, que destruye para construir un mundo nuevo, porque en el fondo la Primera Guerra Mundial hizo eso, exactamente eso, y nos lanzó de lleno al siglo XX, y lo hizo con los restos de lo que habían destruido antes; las ruinas se convierten en tierra, la tierra se convierte en barro y con el barro construyen todo lo nuevo”.
Teatros del Canal
Hasta el 23 de diciembre