Aunque suene paradójico, esta va a ser la primera vez que hacen temporada en su segundo hogar: Madrid. “Somos Las niñas de Cádiz, pero llevamos veintitantos años afincadas en Madrid”, explica Ana, que además de actriz, también ejerce de directora y dramaturga dentro de la compañía. Es cierto que han pasado con éxito por los escenarios de Cuarta Pared, de Teatro del Barrio y del Teatro Infanta Isabel, pero desde los tiempos de Chirigóticas, que estuvieron llenando cerca de tres meses seguidos el Teatro Alfil noche tras noche, no han vuelto a tener ocasión de vivir algo parecido en la capital, hasta ahora que llegan al Teatro Quique San Francisco. Un deseo que suplen gozando de una gira en la que, sólo en el 2023, las ha llevado a realizar la friolera de 113 bolos, un bolo cada tres días, una asombrosa y afortunada realidad que, por desgracia, suena a ciencia ficción para la gran mayoría de compañías. “Somos felices porque tenemos muchísimo trabajo, pero nos gustaría entrar en Madrid y hacer temporada por derecho”, apunta Alejandra. Y argumentan su interés explicando que “toda la profesión está aquí”, y ya se sabe que “para que te contraten, te tienen que ver”, además que como ellas cuentan: “Cuando montas un espectáculo siempre estás pensando en Madrid. Bueno, en Madrid y en tu pueblo, en Cádiz”.
CON GAMBAS Y CERVEZA LAS PENAS SON MENOS
Al preguntarles por el sello que identifica a Las niñas de Cádiz, las cuatro están de acuerdo en señalar que son tres los pilares fundamentales: El carnaval que “tiene ese contenido social, de crítica y catártico, que saca todo lo que normalmente está, entre comillas, prohibido decir el resto del año”; el folclore, “somos muy folclóricas. Nuestra manera de vivir es nuestra manera de ser, bebemos mucho de ahí y hemos llevado ese espíritu al teatro, no tanto en las formas, sino por el espíritu y ese contacto con el público”; y, por supuesto, el humor. “El del superviviente, porque es un humor que nace de la necesidad de sobrevivir ante la miseria de la vida”. Y es que en ese terreno no las gana nadie, una de las claves es haber hecho este camino siempre juntas. Se unieron para formar una compañía universitaria, haciendo algo absolutamente transgresor para la época: crear una chirigota compuesta únicamente por mujeres. “Nos llamaban feministas y nosotras no nos planteábamos hacer feminismo -Comenta Ana-. Pero, evidentemente, la risa de la mujer es un acto feminista de alto voltaje”. De ahí surgió el germen que desembocó en las ya mencionadas Chirigóticas, donde compartían gloria con el dramaturgo Antonio Álamo. Pero a la gloria no siempre le acompaña el dinero y, a la vez que se llenaban los teatros, las deudas crecían, así que bolo que salía, bolo que servía para saldar deudas, bueno y para que de vez en cuando cayesen unas gambas acompañadas de cervecita, porque como dice Teresa: “En la supervivencia está el reírte de ti mismo. En contarnos los dramas tomando una cervecita y hartarse de reír”, aunque esto supusiera tener que dormir más de una vez en la furgoneta con la que giraban. Un buen día decidieron que lo que tenían que hacer era mostrarse en su esencia carnavalera, ellas solas, sin tener que rendirle cuentas a nadie, y ahí es donde surgieron Las niñas de Cádiz. Primero con Cabaret a la gaditana, donde todo era carnaval y chirigota, resultando un exitazo; después tiraron de astucia, y buscaron la manera de entrar en el Festival de Teatros Romanos del circuito de Andalucía. ¿Cómo? Combinando su estilo festivo con los clásicos grecolatinos. De ahí nacieron sus espectáculos más celebrados, desde Lisístrata, pasando por El viento es salvaje y el Premio Max al Mejor Espectáculo Revelación 2020, hasta llegar a Las Bingueras de Eurípides presentado en el Festival de Mérida. “Estamos matadas a trabajar, pero la verdad es que de pronto ha ido todo bien. Ahora somos nosotras y, de alguna manera, todo tiene sentido y fluye”, explican.
BINGUERAS PUNKIS Y DIONISÍACAS
En esta ocasión Ana, se ha inspirado en Las Bacantes de Eurípides para, como ella dice, regresar de alguna manera al origen de todo, a las calles de Cádiz. Y lo hace retratando a esas mujeres, muchas veces invisibilizadas que buscan evadirse por un momento de las tragedias que aguardan tras la puerta de sus casas. “Hemos querido traer a primer plano a estas mujeres de más de 50 años, amas de casa con una vida perra que, de pronto, encuentran un espacio de libertad en ese reducto donde juegan al bingo que es supuestamente algo ilegal, como sucede con las Bacantes del original con esas Fiestas Báquicas -Explica Ana-. Ese paralelismo de mujeres que, en secreto y en la intimidad, se vuelven locas, disfrutan y se reivindican”. Unas mujeres que se entregan a este bingo clandestino de una barriada gaditana descubriéndosenos como un ejército de señoras antisistema, muy punkis, armadas con carritos de la compra. “Está guay jugar con los personajes amorales, que no inmorales, que están en ese difícil equilibrio en el que te caen bien, pero con una actitud moralmente un poquito cuestionable”. Unas mujeres que están hartas, que han decidido hacer de esos momentos su revolución particular, aunque sea cantando bingo, disfrutando de ganar unos centimillos e, incluso, atreviéndose a convertir su medicación crónica en un juego de experimentación con drogas extendidas con receta. Rebeldes con causa, ¿cuál? “La de cagarse en los roles tradicionales de la mujer”.
Con Las Bingueras de Eurípides el cuarteto gaditano abre su relación e incluye dos figuras masculinas. “Por primera vez necesitamos hombres -cuenta Ana-. Nosotras siempre nos travestimos y hacemos personajes de hombre, nos encanta, pero aquí sí hacía falta en el escenario energía masculina que chocara de verdad contra el mundo de las mujeres”. Para ello han contado con actores muy vinculados con sus orígenes artísticos: Fernando Cueto interpretando a Teseo, la autoridad que quiere cerrar el bingo clandestino regentado por Dionisia, y José Troncoso, quien además dirige el espectáculo y alterna el papel de Tiresias con José Carlos Fernández, “un ser ambiguo que está entre lo dionisíaco y lo apolíneo y, de alguna manera, intenta todo el rato conciliar”.
Unos personajes que, aun salidos del clásico de Eurípides, son muy reales porque están inspirados en las mujeres y hombres de su entorno, “lo llevamos a un extremo teatralizado, pero están ahí todos, nuestra madre, nuestro padre, la familia… Es una forma de transitar y de perdonarnos. Es muy guay poder hacer eso con la realidad”. Un ejercicio con el que logran recordarnos que los clásicos son parte fundamental también en el siglo XXI. “Creo que las cosas hay que traérselas a uno, acercarlo al público de hoy. Es la única forma de que se entienda de verdad lo que querían decir hace 2.500 años los autores griegos. Hemos llevado esta función a la España más profunda y ves a las señoras meadas de la risa, porque lo comprenden y se sienten liberadas de alguna manera. Evidentemente, no van a matar a su hijo después de ver la función, pero hay algo del concepto de esta negación que ellas disfrutan un montón”, señala Alejandra. “Nos sentimos muy orgullosas de trabajar con varios niveles dentro del texto, como una cosa que a lo mejor lleva más al clásico, a lo intelectual, pero que, de pronto, está tan apegada a la cultura popular, haciéndolo accesible”, remata Ana.