Foto de portada: marcosGpunto
¿Cómo fue esa invitación para que encarnarais esta versión de ¡Ay, Carmela!?
Pepón Nieto: La invitación fue de María. Habíamos trabajado juntos en cine y televisión, pero nunca habíamos hecho teatro. Además, hacia mucho que no nos veíamos porque María había sido mamá y, bueno, esta profesión es así, durante unas épocas estás trabajando y te ves mucho y otras pues te echas más de menos. Entonces María me llamó en aquella época en la que hacíamos directos porque estábamos encerrados en casa, e hicimos un directo con Silvia Abascal y Carlos Fuentes para hablar del proyecto de la película Tiempo de la felicidad que nos unió a los cuatro. Y hablando de todo un poco, María me dijo que quería volver a hacer teatro y me confesó que siempre había querido hacer ¡Ay, Carmela! Y es una función que a mí me encanta, pero nunca me había planteado hacer, y eso que Paulino por el tipo de perfil que yo tengo pues sí puede ser oportuno para mí. Pero realmente todo fue un regalo de María.
¿Cómo es ponerle voz a este texto de Sanchis Sinisterra? ¿Habéis podido trabajar directamente con él?
María Adánez: No, no hemos podido trabajar con él. Y todavía no ha visto el montaje, lo verá aquí en Madrid, esperemos que le guste. Pero es una obra que está tan bien escrita, tan clara, es nuestro gran clásico contemporáneo, uno de ellos. La función, aunque tu no hayas tenido una buena elección de propuesta (que no es nuestro caso), está tan bien escrita que va por encima de ti, de los actores, y del montaje del director. Yo creo que le va a gustar nuestra propuesta, la visión que le ha dado José Carlos Plaza podríamos decir que es honesta, sencilla, humilde, intentando acercarnos lo máximo posible a ese momento, que no fue un hecho real, pero se puede asemejar. Y sobre todo hablar de la historia de los actores, del teatro dentro del teatro, la dignidad del intérprete y del ser humano ante un contexto de guerra.
Presentáis esta obra unos 30 años después de ser escrita, ¿Cuáles son los temas que nos siguen apelando?
P. N.: Ahora la hace oportuna que hay una guerra cercana, la guerra de Ucrania, es una guerra fratricida y civil de alguna manera y es muy reconocible. También que los discursos que están escritos en la función, este resurgir de los nacionalismos y la ultraderecha, están muy presentes en nuestra sociedad, y yo creo que eso hace que las frases escritas por Sanchis Sinisterra se puedan escuchar también aquí al lado, en el Congreso de los Diputados. Por eso la función es tremendamente oportuna. Y luego la poética y la belleza con la que está escrita esta obra, que hace que el espectador se remueva y tenga esa finalidad que tiene el teatro de transformar las emociones del público.
¿Es una obra atemporal?
P. N.: Sin duda. Yo creo que es un clásico contemporáneo que admite montarse ahora, y se va a montar dentro de otros treinta años también. La obra podría realmente estar situada en cualquier otro momento, yo creo que aquí lo más importante es lo que cuentan los personajes, esa emoción. Y en esto nosotros hemos tratado de ser muy fieles al texto, en reproducir esa agitación, hablar de la crudeza de ese momento, intentar reflejar el miedo, el hambre y lo que pasaron esos dos personajes. Y no creo que sea tan necesario el haber vivido esa época o que te suene la contienda, simplemente lo que les pasa a estos personajes como espectador te remueve. Estrenamos esta función en noviembre y llevamos cinco meses mostrándosela al público, y vemos como los espectadores se remueven con Carmela y Paulino y lo viven todo con ellos.
Hay mucho humor de algo que realmente es ácido y convulso, ¿creéis que hay momentos en los que los espectadores deberían reírse desde la incomodidad del tema que estáis tratando?
P. N.: A mí como espectador lo que más me gusta de las comedias es cuando esa risa se te congela, me gusta mucho esa incomodidad, reírme y pensar: “Espera a ver de qué me estoy riendo y como esto me interpela de alguna manera”. Y la función está perfectamente trufada de cosas terribles y también de comedia, no de carcajada, pero sí es una montaña rusa por donde el autor te lleva y que la comedia entra perfectamente ahí. Además, cualquier mensaje con humor entra mucho más fácil, yo siempre digo que un payaso denuncia más que quince pancartas.
M. A.: Es una función en la que durante todo el tiempo estás con un nudo, y a veces no es comedia, a veces es esperpento y otras muchas tragicomedias. Yo creo que el humor, nosotros que hemos hecho mucho y sobre todo en televisión, es el gran arma para cualquier mensaje. Cuanto más importante y contundente, más efectivo, porque parece que lo recibes mejor si te lo cuentan así. Pero siempre desde la visión del personaje, que no todo vale, no de cualquier manera se puede hacer.
Encarnáis a estos dos personajes que tantos y tantos grandes del teatro han representado, como Verónica Forqué, Santiago Ramos, José Luis Gómez, Kiti Mánver, Manuel Galiana, y ahora vosotros, ¿cómo ha sido vuestro proceso de creación?
P. N.: es inevitable pensar, y yo lo pensé, ¿Qué puedo aportar yo a Paulino que no hayan aportado ya otros actores maravillosos? Pero al final el Paulino que yo interprete no será ni mejor ni peor, sino que tendrá mi huella, lo que soy yo, lo que me ha pasado a lo largo de mi vida… la manera de entender el personaje, de sentirlo, lo que te emociona. Hay muchos momentos de la función que siento muy a flor de piel el personaje, y probablemente muchos compañeros habrán pasado de lejos por esos momentos porque no les ha llegado, o porque han preferido abrir la llaga en otro sitio.
M. A.: Esto es un poco la historia del teatro. Cuando decides realizar grandes textos como es ¡Ay, Carmela!, y miras atrás, lo han hecho grandes actores, y esa presión te la tienes que quitar, porque si no estarías acojonado y no serias capaz de hacer nada. De todas las veces que he hecho teatro, te confieso que la vez que más presión tuve fue con El príncipe y la corista, porque claro, lo han hecho Marilyn Monroe, Laurence Olivier… entonces Emilio Gutiérrez Caba y yo decíamos: “Madre mía, a ver cómo le metemos mano a esto después de estos iconos” (risas). Pero al final lo que uno aporta a los personajes es su personalidad y su punto de vista, porque yo creo que lo que nos define como actores de teatro no deja de ser nuestra personalidad, nuestra impronta, el punto de vista, lo que tú eres. Y aquí yo le voy a echar un piropo a mi compañero. Yo he visto muchas ‘Carmelas’, pero sí que es cierto que Pepón tiene algo que enamora, porque estos dos personajes tienen algo como de pobrecillos, entonces esa humanidad mezclada con la comicidad, él lo hace brillantemente, y esa condición automática del personaje con la huella de Pepón, hace que el público lo reciba y se lo pase genial.
Esa huella que tú le regalas a los personajes también tiene mucho que ver con el momento vital en el que te encuentras, ¿la Carmela interpretada por María en 2023 se diferencia a la que podrías interpretar en otra época de tu vida?
M. A.: Por supuesto. No es lo mismo la María de 2023 que la María antes de ser madre, por ejemplo. Para mí, si yo interpreto ¡Ay, Carmela! sin ser madre, todo el dibujo que tiene ella como madre no lo interpretaría igual. El hecho de ser madre, sin pretenderlo, me ha entregado mucha pasión. La idea de imaginarme la carita de mi niño en esos milicianos de 16 años me pone la piel de gallina… quizás porque tengo la maternidad muy reciente. El otro día un gran amigo de esta profesión me dijo un piropo precioso: “He visto muchas Carmelas, pero ninguna con tanta pasión maternal como la tuya”.
Se dice que cuando un actor encarna un personaje, hay algo que se queda de él, ¿Qué pedacito de Carmela y Paulino vais a guardar vosotros?
M. A.: Pues quizás te pueda contestar a esta pregunta cuando esté encarnando otro personaje. Porque hay una cosa que me pasa ahora, y es que haciendo esta función me vienen momentos y sensaciones de cuando estuve realizando la obra El pequeño poni, con otro texto y otro personaje diferentes. Cuando tenemos la discusión con el membrillo, de repente, me veo en este teatro haciendo esa obra con Roberto Enríquez. Yo lo que he aprendido es que todos los personajes te ayudan a que el siguiente que interpretas tenga muchas más herramientas. Son anclajes que te brindan mucha sabiduría para futuros trabajos.
P. N.: Es una función muy gustosa de hacer la verdad. Paulino tiene mucho recorrido y transita por muchos sitios, María y yo siempre decimos que podemos hacer la función también en un bar de carretera con cuatro cajas de Coca-Cola y no necesitamos nada más que mirarnos. Es esa cosa gustosa como de mirada con mi compañera, que de repente hay momentos en los que hay una cercanía detrás de bambalinas también entre nosotros. Yo creo que me voy a quedar con eso, con la sensación de haber pasado por esta función con cierto regocijo, y que me la he disfrutado y me la he gozado muchísimo.