SUSCRÍBETE
GODOT-Lo-que-mas-detesto-07

Buscando un lugar entre la generación ‘woke’

“Tiene que haber espacios para confrontar posturas de una forma sosegada y razonable”

Carlos Martínez-Abarca se estrena como autor teatral con Lo que más detesto, una comedia ácida (protagonizada por David Lázaro y por él mismo) que cuestiona e interpela nuestro modelo de sociedad posmoderna.

Se trata de una obra provocadora que viene a remover los cimientos de la corrección política y que puede verse del 14 al 23 de abril en Teatro Lagrada.

¿De dónde nace este texto? Porque parece muy de las tripas…

Efectivamente, sí, así es. Viene muy de las tripas. Es una especie de desahogo un poco instintivo. Tiene también un punto de vómito. Lo escribí de un tirón en un primer impulso, aunque luego lo he ido reelaborando a través de los ensayos y contrastando con otra gente también, pero el origen es muy instintivo y con una motivación muy personal. Es la primera vez que me he lanzado a escribir algo mío y me ha salido esto.

 

¿Tiene que ver con esa edad en la que estás y en la que me incluyo y en tratar de entender ese mundo que tenemos alrededor que ya parece que nos pilla un poco de soslayo?

Tiene que ver exactamente con eso que comentas, con cómo relacionarse con el mundo que nos rodea, con cómo definir nuestra identidad o tu lugar en ese mundo en una sociedad que tiene muchas áreas fluidas y que como diría Zygmunt Bauman, el filósofo polaco, una sociedad líquida. Uno ha madurado en una sociedad moderna y sólida y cuando te quieres dar cuenta, este entorno es ya posmoderno y líquido en el que vivimos en una dictadura del presente, en la que vivimos en una mal llamada guerra cultural, que al final no es más que una guerra ideológica… y la obra va un poco de eso, de cómo sobrevivir socialmente sin ser cancelado en una sociedad de ese tipo.

 

¿Qué es esa fluidez a la que haces referencia?

La fluidez o la liquidez tiene que ver con esa dictadura del presente que comentaba antes. Todo se mueve de una forma muy rápida y si tú no te mueves a esa velocidad te quedas fuera de la pista, no tienes cabida. Por ejemplo, las RRSS tienen mucho que ver con eso, con ese constante movimiento, con la idea de tener que estar constantemente redefiniendo tu identidad o lo que te gusta o lo que sientes a una velocidad vertiginosa. Eso genera una cierta vulnerabilidad porque no eres capaz de detener ese flujo. También está eso de que las opiniones son igual a los hechos, esa posverdad de la que empezamos a oír hablar hace unos años y que genera mucha inseguridad, porque paradójicamente al final acaba haciendo uno debates de trinchera, una especie de binarismo moral, y es todo lo contrario, es algo demasiado sólido cuando en el fondo partes de conceptos líquidos y fluidos sobre lo que es y lo que no es. También hay excesivo subjetivismo, un excesivo sentimentalismo en la visión del mundo… y todo eso sumado hace que estemos todo el rato pisando terreno pantanoso o fluido o líquido.

 

Pues precisamente con esta obra, terreno pantanoso pisáis…

Sí (risas), la verdad es que nos metemos en varios charcos.

 

Por ejemplo habláis de ciertas ideas de la doctrina queer.

Sí, hablamos de ello en la obra y es uno de los terrenos donde se juega. Hablamos de varios temas que ya he mencionado como la guerra cultural o la excesiva influencia que tiene en nuestras vidas las RRSS, pero otro de los frentes es el generismo o la doctrina queer. A ver, mi punto de partida es crítico con esa corriente que defiende la autodeterminación de género y que implica un enfoque subjetivista de la cuestión porque además incorpora una falsedad científica como la expresión ‘sexo asignado al nacer’, y para mí, que ese pensamiento anticientífico empiece a tener fuerza de ley, como sucede con la ‘Ley trans’, tenga o no consecuencias inmediatas, no me parece sano. Y lo mismo me sucede con el tema de los menores, creo que hay que tener cuidado con eso, porque la maduración de un menor viene dada por hechos objetivos y no podemos caer en el subjetivismo o lo sentimental para legislar. Entonces hay puntos dentro de esa doctrina con los que yo no estoy de acuerdo, pero la obra en ningún caso es un alegato en contra de lo trans o lo queer, para nada, sólo quiero partir de ahí para llegar a ciertos debates, a dejar preguntas en el aire para que el público busque sus respuestas.

Mi texto trata del derecho a debatir. Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con determinadas posturas, pero eso no implica que tengamos que estar metidos en una trinchera disparando a los que no piensan como nosotros, creo que tiene que haber espacios y momentos para poder confrontar posturas de una forma sosegada y razonable. Yo sé que esta obra es complicada y llega en un momento complicado, incluso hay gente que me ha desaconsejado que la hiciera, pero yo me rebelo contra eso, creo que hay que reivindicar el derecho a opinar. Además, este texto está hecho desde la comedia, también estoy reivindicando el derecho a reírnos, el derecho a la crítica y el derecho a posicionarse sin tener que agredir o sin que eso suponga una agresión. Y ese es otro signo de los tiempos, que hay tanta ofensa alrededor que cada vez que algo se nos cuestiona convertimos al otro en enemigo y entonces agredimos. Y yo lo que expongo es que hay que debatir y disentir si toca, pero sin agredirnos, porque mientras estamos en esas ahí llega la ultraderecha a meter el cazo y a seguir avanzando terreno, así que más vale que reaccionemos a tiempo.

 

La sensación que queda es que muchos de nosotros, gente ya de una edad que se posiciona sobre según qué temas, es que somos tachados de muchísimas cosas, quizás por eso que hemos comentado, que venimos de otro tipo de sociedad y nos resulta muy difícil adaptarnos.

Todo eso tiene que ver con lo que queremos contar en la obra, sobre cómo alguien que se considere progresista puede manejarse en este tipo de sociedad líquida sin volverse loco. ¿Hasta dónde ser sólido sin ser inflexible? y ¿hasta dónde ser fluido sin ser efímero o sin caducar al día siguiente? Esa es para mí la gran pregunta del montaje.

 

GODOT-Lo-que-mas-detesto-08
Carlos Martínez-Abarca y David Lázaro

 

¿Y por eso ofrecéis este espacio de reconocimiento que es el teatro a los progresistas de más de 35 años?

Sí, pero también abierto a todo el mundo, a mí no me gusta hacer teatro de parroquia. También está de moda hablar de los espacios seguros y puedo entender su significado en algunos casos, pero en otros no, hay espacios que no deben ser seguros ni cómodos. La Universidad no debe serlo, me refiero intelectualmente, y a mí me gustaría que el teatro que yo ofrezco en esta obra tampoco lo sea, quiero que venga todo el mundo y que se atrevan a disentir y a debatir si no están de acuerdo con lo que ven, que nos esperen a la salida civilizadamente y podamos dialogar sobre lo que han visto. El teatro lo inventaron los griegos hace más de 2000 años como un lugar político, pero político en el sentido literal, que trata asuntos que competen a la ‘polis’, a la ciudad, no como algo programático, ni demasiado partidista, ni demasiado facilón o panfletario, que es un teatro que también me encuentro por ahí, y es una de las razones por las que también he escrito esto. Yo no quiero ir al teatro para que me hablen de lo que ya sé, quiero que me confronten un poco, que me hagan dudar, que me hagan transitar en la zona de grises, no en el blanco o el negro.

 

Escena homogénea y con poco riesgo.

Yo creo que las buenas intenciones no lo justifican todo y en el teatro se ven muy buenas intenciones, pero no bien llevadas a término. Yo ahora mismo estoy dirigiendo El día más feliz de nuestra vida, de Valquiria Teatro y con Laila Ripoll. Y es un texto feminista inequívoco, lo que también me alegra porque es un trabajo en el que me reconozco ideológicamente, por si alguien ve mi obra y me tacha de esas cosas que ya hemos comentado. Y es una obra que trata un tema complicado, pero lo hace con mucho sentido del humor y no mete nada de panfleto ni de discurso dirigido al público para que sepan qué es lo que tienen que pensar. Y ese tipo de obras dirigidas me las encuentro mucho y así es demasiado fácil. Y luego están las comedias entendidas con un sentido evasivo, simplemente, no las comedias que a mí me gustan como las de Plauto o de Molière, que eran gente muy seria y que abordaban temas importantes pero lo hacían usando el humor como herramienta inteligente para abrirte la boca en la carcajada, pero también abriendo la mente. Y eso es lo que voy a intentar en esta obra y a ver qué eco tiene.

 

Además de David Lázaro y tú, sobre el escenario también hay un maniquí que representa…

Es un maniquí mitad hombre y mitad mujer, un símbolo bastante obvio y bastante directo de esa fluidez de la que venimos hablando. Tiene una forma humana, pero es inanimado y es una alerta contra esa deshumanización que significa cancelarnos mutuamente y vivir más pendientes de destruir lo que detestamos que construir lo que deseamos, pues de alguna forma encarna ese riesgo de fluir tanto que no sepamos ni quiénes somos.

 

¿Y cómo es la puesta en escena?

La trama parte de un personaje principal que encarno yo que acude a terapia porque está intentando descubrir la mejor manera de socializar sin caer en una crisis existencial. David es el terapeuta que lo trata. Y luego van desfilando otra serie de personajes que es ese entorno y que aparecen alternándose con las escenas en las que mi personaje está en terapia. Todas las escenas suceden sin casi pausa, cambiando muy pocos elementos ni en la iluminación ni en el sonido, que no hay diseño de sonido, ni en lo espacial, ni prácticamente en el vestuario. Trabajamos desde la sutileza, de una manera que al público le resulte fácil de leer.

 

¿Y cómo se fluye, -volviendo a este término-, siendo el autor, el director y además compartiendo escena con otro intérprete? ¿Cómo lo gestionas?

Pues es complicado porque es fluir demasiado teniendo estas tres facetas entre las que moverse casi a la vez. Intento separarlo al máximo, de hecho cuando David y yo estamos ensayando el texto lo miro como algo ajeno, no lo miro como algo mío, sino como algo que tengo que encarnar y tengo que entender y eso nos ha permitido cortar texto que hemos visto que era repetitivo, hemos limado ciertas cosas, corregido otras y eso como actor y director me ayuda a objetivar mi trabajo como autor y eso lo estoy consiguiendo separar bien. Y para trabajar hemos usado un método que ya usábamos como Escorzo Teatro cuando empezamos con la compañía, que es un trabajo de creación colectiva en el que se van proponiendo las ideas, las sometemos a debate y las llevamos a cabo para ver si vamos por el buen camino. Y en este caso lo que hemos hecho es pedir la ayuda a otros compañeros para que nos dieran su opinión. Yo esto lo escribí hace más de un año y llevamos todo ese tiempo trabajándolo y ya desde el principio invitábamos a gente cercana a que nos dieran su opinión sobre si la cosa iba bien. También lo hemos confrontado con gente que no es de la profesión, en una especie de ensayos abiertos que hemos hecho, para conseguir esa mirada externa que nos ha ayudado a corregir cosas.

 

Ya que hablas de Escorzo Teatro, háblame un poco de la compañía.

Fue un grupo de profesionales que nos fuimos uniendo un poco de forma espontánea. Todo surgió en el antiguo Candilejas, un lugar en el que actuábamos mucho, la gente que lo llevaba casi por encargo nos fue pidiendo cosas, nos fuimos uniendo unos cuantos y empezamos a hacer obras con mucho humor, algo de cabaret, café teatro… y ese fue el germen. La cosa fue bien, ganamos premios, viajamos por España y nos divertimos muchísimo. Todo eso caducó, como sucede con los proyectos, lo que pasa es que los compañeros hemos ido coincidiendo en otros proyectos. Ahora hemos retomado el nombre de la compañía y de hecho, parte de aquel humor inicial está en el texto que ahora presento en un par de momentos a modo de autohomenaje.

 

Y a nivel personal, ¿cómo analizas tu trayectoria artística?

Bueno, ha habido un acontecimiento que ha sido la pandemia que ha resultado demoledor en muchos momentos y ha tocado reconstruirse. Yo me considero afortunado porque entre mis maestros y los compañeros que me he ido encontrando desde el inicio de mi carrera he encontrado un lugar en el que poder crear y trabajar, da igual si es un proyecto mío, como es este caso, o si se trata de encargos de otros, porque el tener una especie de familia grande que trabaja no por el nombre ni por el éxito sino por el qué estamos contando y cómo lo estamos contando me ha dado mucha felicidad, mucha tranquilidad y mucha estabilidad. Y otra cuestión que a mí me ha ayudado mucho en mi carrera es el de poder trabajar en varios frentes. El de la dramaturgia pura como ahora es nuevo, pero hasta el momento he podido trabajar como director, como ayudante de director para gente muy buena, como coproductor, como actor, como profesor… y cada experiencia ha enriquecido las otras y me ha ayudado a mejorar en cada uno de los distintos trabajos. Ir saltando de una rama a otra siempre te da más posibilidades.

 

Al final hablamos de fluir todo el rato…

Si fluir no está mal, lo único es que habrá que poner algún tipo de límite… (risas).

 

¿Uno de esos lugares en los que poder trabajar a gusto es Teatro Lagrada?

Con Miguel Torres yo tuve la suerte de trabajar ya en Lagrada en 2001 como coproductor de Top Girls y en 2002 con la primera versión que hicimos de La historia del zoo. Luego no he vuelto, pero es verdad que Miguel y yo hemos coincidido mucho y siempre me decía que quería volver a trabajar conmigo en su espacio y en cuanto le presenté este proyecto me dijo que tenía las puertas de Lagrada abiertas, así que encantado de que haya espacios que te acojan tan bien y son tanta facilidad y amabilidad.

 

 

«No estamos en una guerra cultural, es guerra ideológica»

 

 

Es una obra arriesgada por el tema que trata. ¿Crees que va a costar moverla en distintas salas?

La verdad es que es una moneda al aire. En ese ensayo abierto que hicimos mucha gente se nos acercaba para comentarnos que no se sentían tan raros por pensar como lo hacían. Se sentían un poco identificados con las cosas que decimos y que se pueden decir, que somos mucha gente la que se siente así. Y eso me dio bastante esperanza en que habrá mucha gente que se reconozca y a lo mejor que se genera algo de polémica, pero no creo que sea para tanto.

 

Y ya entre nosotros, ¿qué es lo que más detestas?

Pues te voy a decir dos cosas, una un poco más seria y otra algo más frívola. La seria es que detesto el debate de trinchera, como bien he tratado de reflejar en la obra. Y la frívola, o no tanto porque también es algo serio en el fondo, es que detesto los ‘talent shows’, todos sin discusión.

 

Pues me está dando miedo porque me estoy identificando bastante y cuando he leído el dossier no lo tenía nada claro. Has puesto el dedo en la llaga, en ese reconocimiento de muchos de nosotros que pensamos de una determinada manera y que no sabemos cómo expresarnos para no herir sensibilidades. Que no somos malas personas, que defendemos el feminismo, pero hay cuestiones que nos generan opiniones encontradas.

Pero es que cuando ves a referentes del feminismo como Amelia Valcárcel o Carmen Calvo no hay que pensar que se han vuelto locas de repente, no son fachas, simplemente tienen su propio pensamiento y su propio discurso y hay muchos lugares donde posicionarse y todo esto forma parte de esa cultura en la que si no piensas como yo y me ofendes, eres el enemigo.

 

¿No te da la sensación de que al final estamos discutiendo por un 5% de cosas en las que estamos en desacuerdo cuando en el 95% estamos de acuerdo?

Eso es. Hay que reivindicar cierto sosiego, el poder hablar tranquilamente de las cosas y tratar de que las cosas que nos unen sean lo importante.

 

No hay que politizar la cultura ni los movimientos sociales.

Todo lo cultural no es político y todo lo político no es cultural. No estamos en una guerra cultural, es guerra ideológica.

 

Toda la cartelera de obras de teatro de Madrid aquí

Comparte este post