Durante tres semanas, del 12 al 29 de junio, un espacio madrileño como es el Teatro de La Abadía, pone en marcha la segunda edición de esta iniciativa orientada a visibilizar “talento por descubrir”, dando cabida a tres propuestas escénicas que, aunque muy distintas entre sí, comparten una pulsión común: la voluntad de riesgo, de búsqueda, de indagación desde lo poético, lo documental o lo formal. La Abadía, que este año celebra su 30º aniversario, se reafirma así en su doble vocación: arraigada en su territorio pero atenta a los estímulos internacionales; exigente en la dramaturgia pero permeable a la experimentación; abierta al público fiel y a las comunidades por venir.
El propio Juan Mayorga, director artístico del teatro, enmarca el ciclo con estas palabras: “Con esta bella imagen [la del teatro bajo la arena], García Lorca quiso nombrar un teatro que anhelaba, acaso imposible. Nosotros la recogemos para señalar en nuestra temporada un tiempo en que daremos espacio a las búsquedas de creadoras y creadores en que reconocemos voces nuevas, otras miradas, lenguajes diferentes. Buscando bajo la arena, el Teatro de La Abadía extiende su horizonte.”
UNA CARTOGRAFÍA SUBTERRÁNEA
Teatro bajo la arena no es una antología ni una muestra de jóvenes promesas. Es, más bien, una forma de entender el teatro como espacio de búsqueda, de tensión, de riesgo necesario. Las tres piezas que lo conforman no ofrecen certezas ni fórmulas, pero sí activan preguntas y vínculos, tanto en lo íntimo como en lo colectivo.
El ciclo se convierte así en una de las propuestas más significativas de La Abadía en su 30 aniversario. No por su espectacularidad o su eco mediático, sino por su coherencia con una idea del teatro como lugar de resonancia ética, de apertura estética y de interrogación social. Un teatro que no solo celebra lo que es, sino lo que aún puede ser. Y es precisamente ahí, bajo la arena, donde ese teatro empieza a tomar forma.
Las tres obras que integran el ciclo proponen geografías distintas y modos de representación alejados del canon. Se sitúan en los márgenes de lo que entendemos por “producto escénico cerrado” y funcionan más bien como espacios de exploración: dramaturgias abiertas, puestas en escena flexibles, estructuras que apelan directamente al público. Pero más allá de sus formas, el ciclo plantea un diálogo temático subterráneo que lo cohesiona: la necesidad de revisar el presente (individual o colectivo) desde una memoria herida, desde una vulnerabilidad compartida, desde el deseo de futuro.
YA NO QUE NADA DE TODO ESTO
La primera de las propuestas que podrá verse los días 12, 13 y 14 de junio, nace del proyecto europeo Interphono, y ha sido elaborada por el colectivo Drift a partir de un proceso de investigación y escucha en el distrito madrileño de Tetuán. A medio camino entre el teatro documental y la pieza testimonial, el montaje se articula como una red de voces recogidas entre las vecinas y vecinos del barrio, que han compartido con el equipo artístico sus relatos de pertenencia, nostalgia, soledad y utopía.
Inés Collado, una de las creadoras de la pieza junto a Irene Doher, lo resume así: “Es una reflexión sobre el presente y el pasado para poder permitirnos mirar hacia el futuro. Hemos querido hablar y dialogar sobre nuestras ciudades, sobre nuestros barrios, para poder pensar en qué lugar ocupamos en los cambios que ocurren día a día.”
En una época marcada por la gentrificación y la pérdida de identidad urbana, esta propuesta se convierte en un acto de escucha y contra-narrativa. A partir de historias individuales, se construye un tejido colectivo que interpela al espectador y lo sitúa frente a su propio rol en la transformación -y conservación- del espacio público. La pieza cuenta con la propia Inés Collado en escena junto a Ángel Perabá, Ana Rodríguez y Paula Varela.
SALTO O CAÍDA
La segunda obra, programada los días 19, 20 y 21 de junio, se sumerge en un territorio más íntimo y quebrado: el de la salud mental y el suicidio. Escrita por Juanma Díez Diego durante su paso por el curso ‘Dramaturgias en el precipicio’, impartido por Eusebio Calonge en La Abadía, Salto o caída se define como “una obra rota sobre el suicidio, la locura y el recuerdo de quienes decidieron saltar”.
Desde una estructura fragmentada y una lógica poética cercana al delirio, el texto propone una dramaturgia que huye de la cronología para adentrarse en los pliegues de la conciencia. Escenas que irrumpen, tiempos que se solapan, cuerpos que se quiebran. El teatro como lenguaje último ante aquello que no puede ser dicho.
“Nace de una herida que me reclama, que exige ponerle foco. -confiesa su autor-. Ponerme a ello asusta. Una voz me dice: ‘por ahí no, no te atrevas’. Esa es buena señal para escribir”.
La obra lanza preguntas incómodas: ¿cómo miramos a quien tiene una enfermedad mental? ¿Qué descubre aquel a quien llamamos loco? ¿Es el suicidio una forma de señalar nuestro fracaso colectivo? En este montaje, interpretado por Mabel del Pozo, Lolo Diego junto a su creador, Juanma Díez Diego, La Abadía ofrece un espacio donde esos gritos -habitualmente silenciados- pueden retumbar y desgarrarse con la libertad que otorga la escena.

DECLARACIÓN DE AMOR (PARA SIEMPRE)
La última pieza del ciclo -días 27, 28 y 29 de junio- es un salto escénico y conceptual. Escrito por la autora holandesa Magne van den Berg, Declaración de amor (para siempre) es una respuesta contemporánea a Insultos al público, de Peter Handke. Si en aquel mítico texto de los años 60 los actores increpaban al público con violencia, aquí el gesto se invierte: se le hace el amor.
Laura Ortega, responsable de la dirección, lo define como un “encuentro único” entre intérpretes -Óscar de la Fuente, Miriam Montilla, Paco Ochoa y Fernando Soto- y espectadores. Una celebración -íntima y política- del vínculo teatral, del estar juntos en un mismo lugar, con la vulnerabilidad a flor de piel: “Es un texto maravilloso, gamberro, puro, desnudo, vulnerable, es un salto al vacío para cualquier intérprete. Esta también es mi propia declaración de amor al teatro y a La Abadía, donde empecé como acomodadora mientras estudiaba en la RESAD.”
El montaje, que contará con apenas 10 ensayos y 3 funciones -regla por la que se rigen las tres producciones programadas-, es tanto una obra como un gesto: el de devolver al público su lugar como coprotagonista, como cómplice y motor del hecho escénico. En tiempos de distancia y algoritmos, aquí se convoca al espectador no como cliente, sino como ser mirado y que mira.