“Este espectáculo es difícil de catalogar porque no tiene una disciplina clara. Tiene, por un lado el teatro, por otro el movimiento y la danza, y después la proyección envolvente que está por todo el teatro” explica Dario Regattieri, productor ejecutivo de Beon Entertainment, productora que ha ido abriéndose paso estas últimas temporadas con títulos como Antoine, El médico, El tiempo entre costuras o La historia interminable, que ha apostado por el género musical, pero que ahora ha decidido expandir su horizonte y ofrecer experiencias al espectador que vayan más allá de lo meramente teatral, abriendo las puertas a que esa tendencia multidisciplinar que ya viene dándose en otros sectores escénicos cale en el terreno del teatro comercial. “Sacar adelante este proyecto no es fácil, hay un desierto en este tipo de espectáculos, entre la danza y el teatro, en España”, señala el coreógrafo Chevi Muraday.
UNA BIOGRAFÍA EN FORMA EPISTOLAR
Dos años han pasado desde que naciera la idea de esta producción hasta el momento de su estreno. Un periodo de investigación, de ensamblaje interdisciplinar, que cuenta con las cerca de 700 cartas que se escribieron Vincent y su hermano Theo durante su vida como base para construir este viaje alucinante por la vida y obra del pintor. “Enseguida me di cuenta que la esencia la podía encontrar en las cartas que escribió a su hermano, diría que Vincent era tan buen escritor como pintor -Explica Ignasi Vidal-. Tomé la decisión de contar la historia a través de los ojos del propio pintor, de cómo veía él el mundo y cómo se veía a sí mismo. Esto me llevó a tener que poner a la par mi forma de escribir con la forma de escribir que tenía Vincent, y esa fue la parte más difícil, querer confundir al espectador cuando escuchara estos textos y que no supiera cuáles eran de él y cuáles eran textos míos”.
Un ejercicio dramatúrgico que ha contado con el reto de intentar no caer en el terreno meramente documental, ni ofrecer una lección de historia. “Me interesaba más emocionar”, dice Ignasi mientras deja escapar una sonrisa algo canalla previa a confesar que “soy un caradura, lo reconozco. Me encanta maltratar al público”, y se ríe como quien está admitiendo una travesura. “Me gusta hacerles sufrir. Que sientan el mismo proceso por el que he pasado yo. Cuando terminé de escribir, en las últimas páginas, estaba sobreexcitado y me emocionaba y lloraba con la escritura del momento; entonces, quiero que eso le pase al espectador. De alguna manera eso es una especie de maltrato, me gusta que salgan con la cara de ‘tengo que asimilar lo que he visto’. Sé que es un maltrato dulce, pero es un maltrato”.
EN LA MENTE DEL ARTISTA
El espectáculo juega a romper ciertas leyendas que se han ido apoderando de la imagen del artista y sus pinturas. “Se tiene la percepción de que esto era el resultado de una locura. -Continúa explicando el director del espectáculo-. Y no, esto era el resultado de un proceso emocional e intelectual con mucho peso. Él sabía perfectamente lo que hacía”. De hecho, se dice que en los momentos en los que Vincent sufría episodios de esquizofrenia y bipolaridad, no era capaz de coger un pincel. “Estamos ante un espectáculo que habla de un hombre con una sensibilidad apabullante, en cuanto lees las cartas te das cuenta, pero más allá de eso es la forma especial de ver la vida que, supongo, le llevaría a pintar de la manera que pintaba. Él lo llevaba todo al extremo y le generó muchos problemas, dejó de predicar para hacerlo con los pinceles, él siente un impulso creativo a través de sus entrañas empujado por Dios. Pinta para seguir predicando, la conciencia de los espectadores era un lienzo en blanco donde pintar”.
La trama del espectáculo cuenta con dos historias que corren en paralelo, la de la vida de van Gogh, centrándose sobre todo en los últimos diez años de vida del pintor, tiempo que abarca toda su carrera pictórica; y el viaje a través del tiempo de una de sus pinturas, Mujer campesina arrodillada frente a una choza, que pasó de mano en mano, sirviendo como moneda de cambio para sobrellevar la precariedad en la que vivió sumido el artista, hasta ser una pieza de un valor incalculable. “Que este pintor vendiera un solo cuadro en vida es escandaloso con lo que ha vendido después”, dice Vidal que atribuye parte de este descubrimiento y éxito póstumo a las cartas publicadas en 1914 en las que se basa la función. “Esto añadió a esta historia triste, pero épica y poética, una mística que ha llegado a nuestros días”.
UNA EXPERIENCIA ENVOLVENTE
Impacta encontrarse, al entrar en la platea del Marquina, las butacas vestidas con chaquetas manchadas de pintura, transformadas en presencias, como si un espejo infinito reflejara la espalda del artista rodeado por un lienzo en blanco que lo envuelve todo, desde el escenario hasta las paredes del propio patio de butacas. Un viaje, ideado por Alessio Meloni, desde la monocromía de los dibujos a tiza y lápiz de los inicios de la carrera de van Gogh, reflejada en la escena, a los colores brillantes y la luz que marcaron sus últimos trabajos, más presentes en las proyecciones; tal y como nos explicaba el propio escenógrafo. De esta manera, ese mismo lienzo que rodea al público irá pintándose, dibujándose y escribiéndose, envolviéndonos en un mar pictórico, que dará forma a los distintos momentos en la biografía del pintor, haciendo que nos encontraremos inmersos dentro de su Noche estrellada, o compartiendo espacio con Los comedores de patatas, gracias a los diez proyectores repartidos por toda la sala. “Quería que fuera envolvente porque quería que el público estuviera metido dentro de los cuadros -Explica Dario-. Todos los cuadros e incluso los dibujos que enviaba a su hermano, se proyectan para que se entienda mejor la historia y su evolución”.
La propuesta rompe las fronteras entre el teatro y la danza gracias a la mano de Chevi Muraday. “Llevo haciéndolo muchísimos años en formatos más pequeños -señala el coreógrafo-, pero creo que es una apuesta muy importante en la que los intérpretes han creído y se han tirado a la piscina”. Un elenco que, como Chevi nos cuenta, “está formado por artistas, no puedo catalogarlos ni de bailarines ni de actores, están en este lugar no fronterizo, saltamos mucho entre la palabra y el movimiento y ese es el gran reto”. Un reto al que el actor y bailarín Cisco Lara se ha sumado dando vida al pintor. “Queríamos contar la historia desde el movimiento y de la danza, pero que no pareciese que estamos bailando y que el cuerpo y el movimiento expresaran lo que el texto no puede expresar”.
Un viaje entre la multidisciplinaridad artística, el barroquismo tecnológico y la experiencia sensorial que nos invita a mirar a Vincent van Gogh desde un prisma más humano, mezcla de pasión, soledad y frustración, más allá del genio que jamás llegó a saberse reconocido.