La historia de Ebenezer Scrooge -ese hombre avaro atrapado en sus sombras, obligado a mirar dentro de sí por tres espíritus que le visitan en Nochebuena- se ha convertido, desde su publicación en 1843, en un ritual literario y teatral que sobrevive generación tras generación. Sin embargo, Triana Lorite no persigue una actualización superficial de Cuento de Navidad; aspira, más bien, a reactivar la potencia social y emocional que Dickens imprimió en su obra. “Cuando surge la posibilidad de llevarlo a escena siento la responsabilidad de levantar esencialmente un relato que se mantiene vivo desde hace 182 años y que muestra la transformación humana a cualquier edad, normalizando que la navidad también es un momento para compartir el tiempo”, confiesa la directora, para quien este clásico también ocupa un lugar íntimo: lo lee cada año con su hijo como una tradición personal.

La vigencia de un mensaje universal
Dickens escribió Cuento de Navidad tras haber experimentado en su propia infancia las consecuencias de una sociedad industrial feroz. Esa herida personal dio lugar a un texto que, más allá de su apariencia festiva, denuncia la desigualdad y la precariedad infantil en plena Revolución Industrial y puso rostro a la pobreza y la desprotección de los niños. En esta versión, Lorite preserva ese espíritu crítico y lo convierte en un eje central del montaje. “Dickens despertó la conciencia pública sobre los derechos de la infancia y fortaleció con sus cuentos no solo la generosidad y sensibilidad, también la conciencia social”, recuerda.
El resultado es una puesta en escena que subraya un mensaje que la directora considera urgente en nuestros días, como es que la verdadera riqueza no reside en la acumulación material, sino en la capacidad de amar.
Un Scrooge de carne y herida
Encarnar al protagonista de Cuento de Navidad supone un reto actoral. Scrooge es, quizá, uno de los arcos de transformación más potentes de la literatura dramática, un personaje que transita de la dureza al desgarro, y de allí a la redención. El encargado de llevarlo a escena en esta ocasión es Antonio Albella, un intérprete de trayectoria multifacética que ha combinado televisión, teatro y música. Cuenta Albella que, cuando recibió la propuesta, sintió “una tremenda emoción”. Para él, Scrooge es un hombre marcado por “una niñez trágica y un amor perdido”, una interpretación que guía su aproximación emocional y que se nutre del trabajo mano a mano con Lorite, con quien ya había trabajado en el Don Juan en Alcalá. “Me ha guiado por caminos insospechados. Sinceramente, me ha sorprendido el amor que tiene a esta obra”, afirma el actor, quien reconoce en la directora “una mirada sensible y minuciosa. Coincido en sus referencias, culturales y estéticas”.
Albella reúne además una experiencia particularmente útil para un montaje donde la fantasía y la dramaturgia visual adquieren peso. Habituado a personajes excéntricos y mundos imaginarios, siente que su trayectoria le permite aportar una energía distinta: “Aporto mi voz, un aspecto que muy pocos actores tienen, y sobre todo la energía inagotable que tenemos los actores vocacionales”.
Su Scrooge, según Lorite, es “elegante y excéntrico. Un hombre serio, pero solitario, que muestra poco a poco sus heridas hasta su redención”. Un personaje contenido, pero lleno de capas que se revelan en su viaje interior.
Realismo mágico, música y humor
El montaje mantiene la estructura original del cuento; desde la vida previa, a la visita de Marley, hasta el despertar final de un Scrooge transformado. Esta estructura literaria sirve como andamiaje narrativo, pero la versión de Lorite está atravesada por una estética propia donde el realismo mágico, la fantasía y el humor conviven para acercar el cuento al público contemporáneo. La directora buscaba que la escena pudiera “recuperar el universo del niño cuando escucha un cuento” y convertirse en “un viaje iniciático que solo el teatro puede proporcionar de manera viva”.
A este enfoque contribuye de manera esencial la música original compuesta por David Bueno, cuyas canciones -según Albella- poseen “una belleza inusitada” y prometen conmover al público profundamente: “van a emocionar. Incluso me atrevo a decir que el público saldrá tarareando más de uno de los temas”. El acompañamiento vocal de la Escolanía Infantes del Pilar de Zaragoza amplifica esta atmósfera emocional, dando al montaje un carácter coral.

Un homenaje teatral
El equipo artístico y técnico que acompaña esta producción conforman una nueva, y emotiva, compañía bautizada ZOE Theatre. Nombre elegido en homenaje al actor Zoe Sepúlveda, compañero fallecido el pasado verano.
La directora subraya la capacidad del grupo para trabajar desde los símbolos del relato y transformarlos en escena. Un universo donde conviven lo luminoso y lo inquietante, la ternura y el humor. Entre los personajes destacan el Espíritu del Pasado, “divertido y sublime”, interpretado por Inés León; el Espíritu del Presente, “ambiguo y profundo”, al que da vida Javier del Arco; y el Espíritu del Futuro, “maravilloso y misterioso”, del propio David Bueno; además de Mario Patrón.
Esta versión cuenta con una nueva mirada que convierte en femeninos a dos personajes tradicionalmente masculinos -Bela Cratchit y Tim Cratchit-, interpretados respectivamente por Belén Orihuela y las niñas Kayla Matondo, Noa Arranz y Antía Prieto. Esta decisión responde, según nos cuenta Lorite, a una voluntad de subrayar cuestiones como la conciliación y el papel emocional de la infancia en la transformación de Scrooge.
Entre la emoción y la conciencia
La obra incorpora momentos de fuerte carga emotiva. Albella menciona en particular el encuentro con el fantasma de Jacob Marley -siempre un punto de inflexión en la historia- y la confrontación con el Espíritu del Pasado, escenas que, afirma, “llegarán a emocionar hasta el límite de la lágrima”. Pero también hay espacio para la comicidad, como recuerda el actor, que reconoce el valor de ese contraste para mantener la atención del público y facilitar la catarsis del personaje.
La intención de Lorite es que niños y adultos se encuentren en un mismo territorio interpretativo, cada uno desde su propio código, pero compartiendo una experiencia común. “Me encantaría que desde lo privado que tiene la butaca de un teatro pudiese disfrutar cada uno en su código porque lo que queremos es invitar a recuperar el universo del niño cuando escucha un cuento. Un viaje iniciático que solo el teatro puede proporcionar de manera viva”. Y precisamente, ese viaje permite que el público se reconozca en sus miedos, sus resistencias y su capacidad de cambio, encontrando finalmente una fuerte conexión con Scrooge. “Solo pensar que, si tu trabajo gusta a un espectador, estarás en la memoria de esa persona para toda la vida, ya es algo tremendamente emocionante”, confiesa Albella. Cada representación es también un recordatorio de que, como sugiere la directora, todos podemos “revertir nuestro destino” si somos capaces de mirar con honestidad nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.