Foto portada: Javier Mantrana
Ya habíais coincidido alguna vez en algún proyecto audiovisual, como la serie Reinas, pero en un proyecto teatral es la primera vez, ¿cómo llegáis a La Saga que protagonizáis junto a Aníbal Soto?
Gonzalo Ramos: Un buen día sucedió esto que nos gusta tanto los actores cuando pasa, que es que nos ofrezcan trabajo sin castings ni nada por el estilo (Risas). Me pasaron el texto y me pareció muy divertido. Venía de estar en Castelvines y Monteses, un monstruo enorme de espectáculo, y entrar en La saga, que es una comedia de tres actores, es un contrapunto muy placentero. La trama, la intriga, reside en el vínculo de los tres. Es una obra compacta, muy íntima, divertida, ligera, pero a la vez con su mensajito. No conocía a Encarna M. Rico que se ha lanzado a hacer esto con su productora, tirándose en plancha y la verdad que es admirable y tiene todo mi apoyo y mi admiración por apostar por el teatro y la cultura.
Laura Ledesma: Mola mucho leer un texto que te llega así, sin prueba ni nada, y que encima te gusta. La Saga está espectacularmente escrita, Ramón Madaula, aparte de ser un actor increíble, es el dramaturgo de la obra. Está todo hilado dentro del texto y es un gusto trabajar con un material tan bueno. Es una obra de actores, el peso de la comedia está en nosotros y desde ahí mola muchísimo trabajar. Además, me gusta mucho este rollo de encontrar otra gente creadora de nuestra edad que está ahí, como Encarna M. Rico -productora y ayudante de dirección-, con toda su fuerza y sus ganas de ser la siguiente generación en el teatro. Esto me atrajo mogollón.
Comentáis que es una obra de actores, pero es que además vuestra directora también es actriz, Cristina Higueras. ¿Qué tal es el que una actriz, que conoce en primera persona cómo es vuestro proceso, sea quien os dirija?
G. R.: Sí, Cristina, al ser actriz, tiene mucha empatía con los actores. Estaba muy abierta a lo que sucedía en los ensayos y a lo que íbamos proponiendo. Ella no impone, construye en base a lo que se ha ido armando en los ensayos. Había esa apertura de irnos descubriendo, ir descubriendo la función. Cristina nos ha respetado ese espacio durante el proceso y la verdad es que ha sido un gusto. También, como éramos un grupo chiquito, se trabaja muy a gusto, hay una escucha grupal y se crea esa burbujita de intimidad en la que es un gusto trabajar.
¿La propuesta que presentáis en el Lara es la misma que se estrenó en Cataluña o es una mirada diferente?
L. L.: Cristina tenía muy claro que ella quería hacer su versión del texto. Creo que nuestras propuestas de personaje son diferentes a las que han podido verse en Cataluña y Valencia. Creo que va a ser interesante de ver, incluso para el público que haya podido acceder a esas versiones, porque claramente es diferente. Al ser una obra tan de actores, dirigida por una actriz, hay algo como de respetar mucho lo original y particular de cada intérprete.
G. R.: De la versión catalana hemos visto solo cachitos, menos Encarna que la ha visto entera. De hecho, no hemos querido imitar lo que se hizo. Sé muy poco de la versión catalana. Nos hemos empeñado mucho en hacerlo desde nosotros. Cada actor, cada actriz, es un mundo diferente, me parece que lo mejor que tenemos cada uno es lo que nos hace diferentes. Poner esto al servicio de la obra me parece lo más interesante del trabajo actoral. Hemos intentado llevárnoslo hacia nosotros, respetando el texto, respetando la obra, respetando la comedia y los conflictos que están ahí.
La saga es una comedia que pretende tambalear los principios de sus protagonistas. Todo comienza en el momento que Jimena quiere cambiar su primer apellido paterno por el materno, algo que pone en el límite los principios de los personajes y la propia continuidad de la saga familiar, ¿cuáles son esas cuestiones que pone sobre la mesa el texto?
L. L.: Me encanta porque te puedes sentir identificado con todos los personajes de la función. Depende del día que tengas, o el momento en el que estés, estás en un equipo u otro. La función pone en la palestra esas cosas que tenemos asumidas que tienen que ser así, desde un punto patriarcal que, realmente, no tienen por qué ser así. Cosas como el orden de los apellidos, algo que no veo en muchos debates, es una cosa que no suena mucho, pero que es muy importante, lo damos por hecho, pero ¿por qué? Pues porque está establecido así patriarcalmente. Luego, también se habla de los principios morales, hasta qué punto puedes defender en tu día a día unos principios, unos ideales en una sociedad como en la que vivimos, hasta dónde puedes tensar la cuerda y en qué momento puedes ceder. Al final la vida se convierte en una negociación con lo que está establecido y lo que tú consideras que es correcto que va en contra de lo que está establecido. La función también habla mucho de los privilegios. Desde un sitio privilegiado para hacer cambios tienes que soltar ese privilegio y, a veces, pasa que eres consciente de los privilegios que tienes y no quiere soltarlos y no pasa nada, vivimos así, es parte de nuestra contradicción como personas.
Las tensiones generacionales de La saga, de alguna manera, nos ponen frente a un espejo, ¿reconocerse es la clave de esta comedia?
G. R.: Algunas victorias hay que atribuírselas, pero también hay que ser consciente que, en muchas otras, eres un espejo de lo que te estabas quejando hace veinte años. Es lo que más interesante y gracioso me parece de la función, comprobar cómo los jóvenes ven muy claro que hay que cambiar el mundo, pero luego pasa el tiempo, te van pasando ciertas cosas y te vas dando cuenta de que puedes cambiar las cosas, pero de una manera mucho más gradual, generación tras generación. A mi personaje le sucede, entra con las ideas super claras hasta que le ponen un pastelazo delante que le tienta la vida entera y todos sus principios empiezan a tambalearse. Ahí está el punto de la de la comedia.
Habláis del posicionamiento y de lo establecido, ¿creéis que, en el momento que vivimos, nos hace falta encontrar matices ante los posicionamientos estancos y saber reconocer que no siempre estamos en el lado correcto?
L. L.: Sí, es que los grises existen. Las cosas no son blancas o negras y menos en temas que son de la vida, que tienen que ver con cómo uno quiere vivir su vida. Lo bonito de la de la función es que, en realidad, los personajes están absolutamente convencidos de lo que están diciendo. Entonces, a través de su convencimiento, de la sensación de tener la verdad absoluta, te das cuenta de lo ridículo que es a veces defender como verdad absoluta algo teniendo otros puntos de vista que son igual de válidos. Eso es lo que hace que estos personajes sean muy humanos, estén muy vivos y puedan resonarnos a todos. Esa sensación de defender algo a capa y espada porque creemos cien por cien en lo que pensamos y que el de enfrente no lleva razón, y no me va a hacer cambiar de opinión. Eso es una cosa que va cambiando la función porque, en realidad, ellos van cambiando de perspectiva y a mí por lo menos esto me resuena muchísimo.
¿Colocar al espectador en este tipo de reflexiones es más sencillo desde la comedia?
G. R.: Yo creo que sí. Creo que, de alguna manera, al pensar que es una comedia, el espectador baja las defensas y entonces el mensaje, sea cual sea, le entra de otra manera. Si va a ver algo súper profundo, ya va con esa cosa de ‘voy a Iluminarme’; mientras que, si vas a ver una comedia, como que te entra por otro lado, de repente te queda el poso de ese mensaje. Con La saga pasa, es ligera, se ríen y pasan un buen rato, y el mensaje entra, porque es comedia.
Ese es el efecto de la comedia en el público, ¿cómo es adentrarse en este género desde la escena?
L. L.: Depende de qué comedia sea. En general, trabajar comedia es difícil, por lo menos desde el sitio desde el que estamos trabajando, que tiene que ver con hacerla desde la verdad. La comedia muchas veces no sale al principio de los ensayos, porque hay algo de entender primero qué le está pasando al personaje porque, aunque sea comedia, tiene unos conflictos gigantescos. No viene de un ejercicio de decir: “Vale, ahora estoy haciendo comedia, entonces tengo que hacer el gag, dejar una pausa para que la gente se ría y hacer no sé qué”, no. Viene de un sitio mucho más fluido, mucho más de la vivencia del personaje en sí, especialmente este tipo de comedias como la de Ramón Madaula, que son comedias donde, en realidad, no hay muchos gags escritos, lo que te hace reír como espectador tiene que ver con la tensión que está sucediendo entre los personajes, todo el rato sientes que va a explotar algo y eso es lo que te hace reír.
G. R.: Claro, en las comedias normalmente, cuando más gracioso es cuando peor lo está pasando el personaje, porque está contra las cuerdas. Yo creo que hubo mucho entendimiento de esto desde el principio. Trabajamos desde la verdad, desde un sitio en el que estos son personas, no personajes, y eso era lo más importante. Sobre todo, en este tipo de comedia. Luego, conforme vas haciendo la función, sí que hay puntitos, que tienen un toque un poquito más de búsqueda del gag, pero claro, tiene que estar el trabajo muy apoyado por todos esos ensayos, que la verdad esté. Yo creo que tienes que estar muy conectado, muy de verdad y con los deberes muy bien hechos para hacer ese gag puntual que sabes que la gente se lo goza. Porque escuchar al público te da muchas referencias de donde está el punto exacto, para mí lo más difícil de la comedia.
¿Cuál consideráis que es el mayor atractivo de La Saga para el público?
G. R.: A mí lo que me gusta es que, en vez de contestarte a preguntas, las obras te las planteen como público, entonces yo creo que se van a ir habiéndoselo pasado bien viéndola, es una comedia ligera que no es excesivamente larga, y con un par de preguntitas como ronroneando y no contestadas, sino planteadas, que creo que es un regalito que hace Ramón Madaula.
L. L.: Lo mínimo que te puede pasar es que te lo pases muy bien y ojalá el viaje de la obra haga reírte un poco de ti mismo. El objetivo de la función para mí tendría que ser ese.
Más allá de La saga, ambos habéis vivido la producción desde el lado menos artístico, Laura con La Corona Producciones y Gonzalo coproduciendo audiovisual, ¿qué os lleva a experimentar más allá de lo meramente actoral?
L. L.: Los dos estamos produciendo ahora. Yo estoy produciendo otra función en el Lara, que se llama FAN que nos ha ido fenomenal, hemos agotado entradas y el 3 de marzo la subimos a la sala Cándido Lara. Va a ser muy emociónate porque para nosotros, desde La Corona, es muy bonito empezar los proyectos en el off y que, de repente, puedan subir arriba es una sensación increíble. A nivel de Cultura, ahora mismo, hay mucho espacio para los actores creadores. Siento que hay muchas ganas de escuchar lo que tenemos que contar, antes era imposible, como actor, que alguien te comprara una serie o confiara en ti para que te pusieras a dirigir una función de la nada. Pero creo que Los Javis abrieron mucho camino en esto, ahora Ana Rujas con Cardo también lo está haciendo con mucho éxito o Berta Prieto y Belén Barenys con Autodefensa. Se ha abierto una puerta para que tengamos un espacio desde el que ser escuchados. ¿Qué pasa? Que no deja de ser complicadísimo vivir del teatro y de una producción propia, para eso necesitas mucho tiempo en cartel si no estás en una en entidad pública como el Español o Matadero, o cosas así. Pero bueno, esta cosa de producir no la hacemos desde un sitio como para que dé rentabilidad inmediata, si no es más por acallar esta necesidad de contar historias cuando no hay proyectos de otros y, sobre todo, de qué historias quieres contar tú.
G. R.: Sí. El tema desde mi experiencia, Reflejo fue la primera coproducción que hice en cine, un proceso muy largo, tardó mucho en salir adelante y fue un aprendizaje. Además, es una peli super densa de autor y ahora estoy con la antítesis de eso porque me voy a hacer una comedia a Perú, una coproducción. Más que por hacerse rico, tiene que ver con qué hago para expresarme, cómo canalizarlo, cómo materializarlo. Es verdad que hay momentos siempre en los que dices. “Pero, ¡dónde me estoy metiendo! Con lo cómodo que es que me llamen y que me den de alta y que me hagan todo”. Yo creo que a las personas que producimos nos falta un tornillo, porque es una misión muy kamikaze, pero maravillosa. Es un ejercicio cojonudo para mí, por lo menos, para darme cuenta de que 9 de cada 10 cosas que me preocupan al final nunca llegan a suceder, entonces a mí me sirve para ver que luego todo es mucho más sencillo y ver que, finalmente, ahí hay una obra de teatro o una peli de la que tú has plantado la primera semilla. Cuesta años y salud mental, pero ahí está. Al final, creo que los que estamos en esto, estamos porque nos gusta crear.
Al final es la forma de poder sobrevivir a todo esto, ¿no?
L. L.: No solo es porque te mueras del asco esperando una llamada para trabajar, también porque muchas veces no puedes pagar el alquiler. Hay una sensación como de que los actores que estrenan pelis están súper forrados y con mucha pasta y no es así, en realidad hay una dificultad grande para poder enlazar proyectos en esta profesión. Que lo petes en un momento dado no te asegura que vayas a seguir haciendo eso, entonces entiendo que la necesidad de crear también tiene que ver con intentar crearme yo misma el trabajo para no tener que poner copas en un bar.
Vosotros dos habéis estado en proyectos de larga duración, con rodajes diarios. Esos proyectos, por desgracia, finalizan y después hay que continuar. ¿Cómo vivís ese proceso posterior, el día siguiente de la toma final?
G. R.: Siempre digo que no tengo, pero en realidad sí tengo una resaca post proyectos terrible, ¡y lo odio! Es como una crisis existencial. Cuando haces un personaje te metes hasta la cocina y, de repente se acaba y no sabes qué hacer con eso. Stanislavski decía: “Cógelo con pasión y suéltalo con ligereza”, pues a mí, lo de soltarlo con ligereza no me sale. El actor que solo es actor, que ya es mucho, tiene poco control sobre su carrera, muy poco, entonces, lo de producir también te da un grado de control, un poquito por lo menos y de estabilidad, ya no solo financiera y económica, sino también mental, de saber que vas a seguir haciendo cosas, y no quedarte mirando el teléfono hasta que te entre una serie, que te puede entrar mañana o a saber. Y yo, por lo menos, no sé vivir así.
L. L.: Sí, el duelo de estar rodando en una serie diaria, donde a lo mejor llevas un año entero conviviendo con compañeros que ya no van a estar en tu día a día, se te junta con que de repente piensas: “Bueno, pues ya está, se han olvidado de mí y nunca más nadie me va a ofrecer un proyecto”.
¿Y cómo combates esa incertidumbre?
L. L.: La única manera de contrarrestar eso y de no que no te coma la ansiedad, es poder poner eso al servicio del arte de alguna manera. ¿Creéis que el que haya tantos actores creando tiene que ver con la precariedad y la inestabilidad de nuestro sector? Porque en mi caso me lo pregunto a veces, ¿si tuviera tres pelis al año seguiría con este impulso creador? No lo sé.
G. R.: Yo es que soy un poco hiperactivo y siempre me da por hacer movidas, pero es verdad que hay muchos actores para el poco trabajo que hay; me parece una reacción maravillosa que haya tantos actores creando sus cosas. Me parece que es una mala situación, pero que ha salido algo muy interesante. Mientras, ante tanta incertidumbre, lo único que puede hacerse es prepararse lo mejor posible y estar en la mejor forma posible para que, cuando llegue la prueba, el personaje, el proyecto, estés preparado para coger esa oportunidad porque, lo que sí es trágico, es que llegue ese momento y no estés preparado. El 15% o 20% de la carrera de un actor, en mi opinión, está en manos de ese actor, el otro 80% es una batería de movidas que no dependen de una o de uno y hay que saber reconocerlo y cuidar eso a saco.