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Selu Nieto hace presente la ausencia

“Hay mucha gente, sobre todo personas mayores, que necesita ser escuchada”

Selu Nieto quizá sea conocido por el gran público por haber formado parte de la serie El Secreto de Puente Viejo durante más de 2300 capítulos dando vida a Hipólito Mirañar. En el mundo del teatro es el fundador de Teatro a la Plancha, una compañía que posee un lenguaje escénico muy particular con el que ha creado obras tragicómicas llenas de belleza, pero del tipo de belleza que solo aprecian los que saben mirar de verdad el alma de las personas. Lo hemos podido comprobar en Los perros, La última boqueá o Dolores. Ahora presenta su última creación, Soledad (vida y obra de mi abuela), un montaje que podrá verse en el Teatro Infanta Isabel y en el que homenajea a la figura de las abuelas y nos habla de salud mental.

Es una persona muy especial Selu Nieto. Se nota en todos sus trabajos y también desde el primer minuto de la charla que mantuvimos una mañana fría de invierno en un bar de Lavapiés. Una sensibilidad muy llamativa que dota de calidez el mundo que nos rodea. Seguro que su abuela se siente muy orgullosa de su nieto.

Foto de portada: Selu Nieto. ©Gente bastarda

 

Selu, ¿cómo te da por las Artes Escénicas?

No tengo muy claro el momento exacto, porque por lo visto mi primera querencia era ser paleontólogo porque me gustó mucho la película de Jurassic Park, y yo me pedía por Reyes el Arqueologic Nova y todos estos juegos de descubrir cosas antiguas metidas en arena. Pero claro, yo me esperaba encontrarme a los dinosaurios vivos, esa era mi ilusión, pero claro, no iba a poder ser (risas). Y cuando entendí que no sería posible pues decidí que me los tendría que inventar yo los dinosaurios. Y creo que ahí ya fue cuando decidí que iba a ser actor, para jugar a imaginar las cosas que me gustaban. Y fue un poco también por el ambiente familiar, porque mi abuelo se dedicaba a ir vestido de payaso a los hospitales. No lo hacía de forma profesional, era altruismo y por ayudar a los enfermos. Hacía sketches cómicos de cine mudo y era una maravilla verlo. Mi tío hacía cortometrajes, mi padre era saxofonista (su padre fue el gran Selu Nieto Rosado, músico de bandas como Reincidentes, Extremoduro, Platero y tú…)… así que todo ese ambiente artístico a mi alrededor también tuvo algo que ver.

 

¿Y cuándo decides que de verdad esto van en serio, que es el camino?

Pues es que, como ya te he dicho, yo quería seguir jugando aunque me hiciese mayor, así que me busqué ese camino para seguir haciéndolo. A medida que crecía iba haciendo teatro en el colegio, en el instituto, me apuntaba a clases y talleres con distintos profesionales hasta que me matriculo a hacer la carrera de Arte Dramático en Sevilla. Creo que nunca hubo otra opción para mí.

 

Haces la carrera y de ahí nace Teatro a la Plancha, tu compañía. ¿Cómo eliges a tus compañeros de viaje?

Empezamos siendo muchas personas que nos conocíamos de la carrera y todo surge de mi necesidad de tener un grupo de gente con el que jugar e investigar sobre las Artes Escénicas y se lo fui diciendo a distintos amigos. Ya era la época en la que nos vinimos muchos de Sevilla a Madrid a buscarnos la vida. Los padres de unos amigos tenían un teatro aquí en Madrid (el desaparecido Teatro del Arte), y cuando terminaban allí las funciones a las tantas de la noche, un grupo de 12 ó 13 personas nos íbamos a trabajar allí, a ese teatro que amablemente nos prestaban. Y allí nos poníamos a hacer las locuras que yo tenía en la cabeza. Ese grupo se fue reduciendo de forma natural, hasta que quedamos cuatro personas: María Díaz, Manuel Ollero Piñata, Lina Noguero y yo.

 

¿Y ya desde ese primer momento teníais claro ese lenguaje tan característico de vuestras obras?

Todo iba surgiendo a partir del trabajo colectivo que íbamos haciendo y a lo que se sumaba la visión del mundo que yo ya tenía. Es verdad que en todas nuestras propuestas existe ese estilo común que tenemos de hacer teatro, pero el lenguaje lo hemos ido puliendo en cada montaje que hemos hecho. Siempre está la esencia inicial, que va con la forma de ver la vida, pero el jugo se va concentrando cada vez que avanzamos.

 

¿Y cómo habéis ido depurando esa esencia para construir ese teatro tan reconocible que hacéis?

En función de cada espectáculo que hemos creado, el proceso creativo ha ido variando también. Yo, por ejemplo, en nuestra primera propuesta, MeiDey, no iba a actuar y al final tuve que hacerlo porque Lina Noguero se fue a vivir a Sevilla. En la segunda propuesta, Los Perros, era la primera vez que yo escribía y en esa ocasión se unió a Teatro a la Plancha Susana Hernández, que del núcleo principal es la única que queda en la compañía junto a mí y ahora mismo es una parte indispensable de Teatro a la Plancha. Me refiero a la parte más artística, el resto del equipo de vestuario, escenografía… sí que se ha mantenido. Y bueno, pues a partir de ahí ya he escrito yo todos los textos, en Los Perros y La última boqueá estuvimos en escena María Díaz, Manuel Ollero y yo; en Dolores me acompañó Esther Alonso, En una nube fue un reparto más coral y ahora en Soledad estoy yo solo sobre el escenario. Ya te digo que no ha habido una misma fórmula de trabajo, ha ido variando.

 

Pero en cada uno de los trabajos que mencionas siempre queda esa visión tuya, esa forma de ver la vida que comentas, escribir tragicomedias sobre gente que está en los márgenes… ¿esa puede ser un poco tu seña de identidad?

Cuando al principio de Teatro a la Plancha en una entrevista me preguntaron que por qué hacía teatro, yo les contesté que para compartir nuestras soledades y creo que es verdad lo que dices, que todos esos personajes tienen algo en común, se mueven en los márgenes y necesitan ser escuchados. Son personajes solitarios, excluidos, también a veces son alter egos… a los poderosos ya les escuchamos cada día y sabemos su discurso, sabemos cómo se expresan y cómo mienten. Los otros personajes no tienen voz, y no es que yo esté diciendo que tengo la capacidad de dársela…

 

Pero sí lo haces de alguna manera, son gente a la que no miramos, o incluso podemos ser nosotros mismos y tú los subes a un escenario.

Es un poco pretencioso por mi parte pensar que les estoy dando la voz, pero sí que les estoy dando la voz a modo de espejo, ahí sí que quizá entra lo que dices que podemos ser incluso nosotros mismos.

 

 

Y creo que has sublimado eso que decías de las soledades en esta última obra al hablar de tu abuela, que creo que no se llamaba Soledad…

Los caminos inescrutables del teatro (risas). Sí, es algo que explico en la obra. Mi abuela se llamaba Dolores, realmente, y la obra que yo hice que se llamaba Dolores iba a ir sobre ella, pero el teatro no quiso que fuera sobre mi abuela y fue sobre el teatro, decidió él, tenía más peso que mi abuela en ese momento. Y ahora el teatro sí ha querido que yo hable de mi abuela, pero como ya no he podido ponerle su verdadero nombre porque ya lo había usado, me parecía que Soledad era el nombre que recogía más el espíritu de la obra. Además, la madre de mi abuela sí se llamaba Soledad.

 

Y en esos personajes que necesitan ser escuchados aparece ella, tu abuela, a la que das la oportunidad de que se exprese y de que escuchemos su voz.

Totalmente, es como darle presencia a la ausencia, es el hueco que siempre he intentado rellenar con el teatro (volvemos a los dinosaurios) y es lo que he intentado hacer aquí. Ella necesitaba una segunda vida y he intentado por todos los medios hacer una obra para cambiar esa vida que ella tuvo, para que ella se fuera de viaje al Caribe, pero el teatro no es tan poderoso para cambiar eso y la obra que me ha salido es la obra que tenía que salir, lo que ocurrió en su vida realmente, comparándola con la mía, también sobre la herencia familiar, la tragedia que se hereda, la soledades, la enfermedad… por ahí van los tiros.

 

¿Te sentías un poco en deuda con ella por la distancia -física- que os separaba y que quizá no te permitió estar todo lo cerca que te hubiera gustado estar?

Un poco sí, pero no es el principal motor de la obra. No es una obra que yo esté haciendo a modo de terapia para cerrar aquel episodio. Creo que a lo mejor puede ayudar al que la vea a hacer esa terapia, en cierta manera, con sus propios paralelismos familiares, pero no solo me motivaba eso que comentas. A mí me motivaba más lo que estaba pasando en el mundo y alrededor de mí en aquel momento, con la pandemia, con las despedidas que no pudieron ser, con el tema de la salud mental de por medio, con esa necesidad de ser escuchado y ahí conecté con mi abuela, porque ella lo que necesitaba era que la escuchasen y no tenía a nadie, igual que muchas abuelas y abuelos hoy en día, que no tienen quien les escuche, y volvemos a lo de antes, que no tienen la voz que se requiere para ser escuchados. Y pensé que era el momento en el que esas personas, no solo mi abuela, hablen, y de que el público se sienta escuchado, que es algo que nunca había intentado antes y ahora era el momento. No es que haya sido algo oportunista, ni pensado con ánimo comercial ni nada de eso, era lo me estaba atravesando a mí cuando escribía y lo he sacado de esta manera.

 

La pandemia es un virus que hemos tenido y que ha dejado muchas secuelas, que se ven y que no se ven. La incomunicación es algo que ya venía de antes, ¿pero se ha acrecentado tras este proceso que hemos vivido?, ¿crees que falta escucha?

Sí, se nota en ese individualismo imperante en la sociedad, pero por ponernos en contexto, ya en la obra Los ciegos de Maurice Materlink, son preguntas que no son respondidas por nadie porque nadie escucha al otro y la obra es de 1891, así que ya llevamos tiempo no escuchándonos, pero es verdad que últimamente se ha incrementado la figura del ‘yo’ y la ignorancia hacia el otro. Pero también veo brotes de esperanza, estoy viendo en gente joven el deseo de encontrarse en el otro, el deseo de querer pertenecer a los demás, de encontrar a gente que se parezca a ti y eso sí me parece esperanzador.

 

Sobre todo esto que hablamos, las mujeres han sufrido más históricamente, eso es claro y notorio, y siguen sufriendo más en todos los aspectos. Pero en el aspecto particular de la salud mental, son ellas las que más sufren de depresión, las que mayoritariamente están medicadas.

Es que por el hecho de ser mujer no se te tiene en cuenta, algo que era palpable hasta antes de ayer. Hoy sigue sucediendo aquí también y sobre todo en países fuera del radar occidental, aunque vamos avanzando. Pero de la época de la que hablamos de la generación de nuestras madres y abuelas, ellas no eran nadie y estaban supeditadas a los hombres, de modo que no pudieron desarrollarse enteramente como mujeres, como las personas que de verdad quisieron ser y eso tiene que salir por algún lado.

 

¿Cómo has abordado el tema de la salud mental en la obra?

Como te decía antes hay un paralelismo entre la historia de la abuela y el nieto, entre la realidad y la ficción, jugando con el teatro también y jugando con la vida. Y a partir de una serie de problemas que tuvo mi abuela tuvo que entrar en psiquiatría y empezó a sufrir alucinaciones y eso me hacía preguntarme si esas cosas que estaba viviendo mi abuela eran reales o no, porque en el momento en el que una persona ya ve según qué cosas, esas cosas se convierten en reales, al menos para ella. En el momento en el que una persona sienta algo o sufra algo, ya está pasando y nosotros estamos ignorando que está ocurriendo, pero es que está ocurriendo, aunque nosotros no lo veamos. Entonces me parecía esa la mejor manera para tratar la salud mental, porque ante esa situación uno que hace: ¿empatizar o no empatizar con esa situación? ¿me distancio? Pero es que le está pasando algo, pero es que no puede ser verdad o sí es verdad, ¿qué hago?, ¿tomo partido? En ese tema me pareció que había un campo muy interesante.

 

En todo esto que estás diciendo, tenemos tan poca información que muchas veces ya ni siquiera es plantearte si ayudo o no ayudo, es que no sé cómo ayudar… No estamos educados en estos temas de salud mental.

También es algo que creo que está cambiando, que se están rompiendo barreras al respecto, aunque todavía nos queda mucho que avanzar. En la obra también hablo de lo que está ocurriendo con la sanidad pública. En la época en la que le pasa esto a mi abuela no había ningún tipo de ayuda. Ahora, poco a poco, al menos hay una petición popular para que eso cambie. En aquel momento y si miramos hacia atrás no estaba en el boca a boca de la gente, no se solicitaba y ahora sí se está demandando.

 

Tampoco se hablaba porque estaba estigmatizado el tema de salud mental.

Totalmente, y por eso creo que hablando de las cosas ayudamos a poner el foco ahí, ayudamos a que se hable. No estamos educados para hablar de salud mental ni de muchas otras cosas, pero hacer teatro puede ayudar en eso. Y vuelvo a decir, que yo no soy nadie para educar a los demás ni digo que lo esté haciendo con esta obra, simplemente estoy plasmando mi visión sobre ciertos temas, sobre lo que yo he vivido y si alguien lo recoge y se siembra una semilla, pues bienvenido sea.

 

¿Qué referentes has utilizado a la hora de crear la obra?

Referentes como tal no lo sé, pero sí te puedo hablar de compañeros de viaje que he tenido en esta Soledad. Me ha acompañado mucho Emily Dickinson, pero muchísimo. Hasta donde yo sé, que tampoco es que yo sea un experto, ella se recluyó en su habitación, que era donde escribía y cada vez salía menos, sobre todo a raíz de la muerte de la madre, y ella encontraba la libertad en el aislamiento y eso me llevó a otro paralelismo con la vida de mi abuela. Emily encontraba la puerta a la belleza en la poesía y escapa de su realidad por ahí y yo sentía que ella me hablaba y veía en Emily Dickinson a mi abuela, una mujer del pueblo de Los Palacios reflejada en una de las grandes escritoras de todos los tiempos. También Chopin me ha dado bastante compañía al piano y pocas referencias más. Es verdad que por la cabeza se me pasaba el mundo plástico de Angélica Liddell, pero muy de lejos. El caso es que en su obra Una costilla sobre la mesa creo que también tiene mucha resonancia Emily Dickinson y ahí encontré la triangulación.

 

¿Y esa cinta de cassette que grabaste en 2003?

Pues en el día en el que yo cumplía 16 años me dio por grabar a mi abuela en una cinta y hacerle fotografías… porque yo soy raro desde chico (risas). Y esa grabación y esas fotos salen en la obra porque me parecen un documento interesante para introducir la historia, para traerla a ella de nuevo al presente y para generar de nuevo esa conexión abuela-nieto. Si te soy honesto, la cinta la grabé porque mi tía, su cuñada, que vivía con ella tenía Alzheimer. Mi abuela en esa época todavía no había caído enferma y yo la grabé porque quería ayudarle a recordar cosas. Yo le iba enseñando fotografías y grababa sus respuestas para recoger ese momento presente, sin ninguna intención teatral por supuesto, pero ahora me ha parecido oportuno sacarlo.

 

¿La realidad que se inventaba tu abuela era antes de tener Alzheimer?

El Alzheimer se le desencadena a través de un brote psicótico, yo creo, que tampoco es que fuera diagnosticado así, pero es la sensación que yo tengo. La depresión por la muerte de su hermana le llevó a un psiquiatra que le recetó una medicación que era incompatible con ser diabética y ese tratamiento le hizo tener las alucinaciones y esas alucinaciones le llevó al área de psiquiatría y lo que consiguió ese tratamiento fue desarrollar a pasos agigantados ese Alzheimer.

 

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©José Carlos Pascual

 

¿Qué crees que te diría tu abuela al ver esta obra?

Pues lo que digo en el final de la obra: qué qué hago con las tonterías, contando sus cosas, sacando sus fotos. Eso es lo que diría ella, porque era una persona muy tímida y muy introvertida.

 

¿Crees que es un montaje que a la gente le deja ‘planchada’, que es el objetivo inicial de vuestra compañía?

Pues fíjate que creo que es la obra que más resonancia ha tenido en el público. Yo siempre trato de estar en escucha sobre lo que está pasando enfrente y la sensación que tengo es que el eco ha llegado más lejos. No estoy hablando de que sea mejor que otros trabajos, estoy hablando de lo que yo creo percibir que vibra en el público cuando está pasando. Quizá por eso que ya he dicho, porque se estaba escribiendo mientras se estaba escribiendo una realidad paralela en el mundo al mismo tiempo y porque todo el mundo ha sido y es nieto o nieta y hay gente que es abuela en el público y porque todos, en algún momento, hemos tenido nuestras más y nuestros menos y nuestras tristezas y de alguna forma empatiza.

Y sobre lo de dejar a la gente ‘planchada’, yo no me esperaba que se riese nadie. Yo le decía a Susana (Hernández, la directora): «Susana, la gente va a salir de aquí muerta y triste», y estamos hablando de todo esto y parece que la obra es un dramón, pero para nada, la risa aparece muy frecuentemente en la obra y no me lo esperaba. Con otras obras sí que lo esperaba más, porque yo voy buscando ese humor en la tragedia que ya hemos comentado, porque parece que así las cosas entran mejor, pero en esta Soledad me ha sorprendido mucho.

 

¿Hacerla tú solo era algo que tenías claro?

No, para nada, de hecho, cuando la obra iba a llamarse Dolores en el año 2018, mi compañera Esther Alonso iba a hacer de mi abuela y yo iba a hacer de mí, pero como eso al final fue por otro lado y el proyecto quedó un poco en un segundo plano, al retomarlo ahora ha sido Susana la que me ha alentado a que esta historia la contara yo solo en forma de monólogo. Y yo tenía mis reservas, porque como para mí esto es jugar, que tampoco se malinterprete, que es mi profesión y me lo tomo muy en serio, pero me gusta compartir y pasármelo bien con compañeras y compañeros, y hacerlo solo me daba cierto reparo. Pero si vamos a hablar de la soledad, de la soledad de un nieto y de una abuela, al final comprendí que tenía que estar solo y hacerlo solo lo más desnudo posible para que la obra tenga la potencia que necesita.

 

Hay compañías o creadores que, al menos en esta ciudad están vinculadas a salas. En tu caso es a Cuarta Pared. Tú ya estuviste en el Teatro Español con Dolores y ahora vas al Infanta Isabel, un teatro distinto, con un público distinto y lo haces en solitario. ¿El vértigo es el mismo?

Sí, claro, el vértigo siempre es el mismo y la ilusión y las ganas también son las mismas. Has nombrado a Cuarta Pared y quiero decir que ellos han sido indispensables para que esto ocurra. El Festival Essencia que pudimos ver en diciembre fue el marco para que esta obra haya sido posible, así que estoy muy agradecido a Amador, Olga, Javier y todo el equipo de Cuarta Pared. Allí siempre estoy en casa. Ahora tengo muchas ganas también de actuar en el Teatro Infanta Isabel y la presión es la de llenar la sala y que la gente nos acompañe, pero actuar en un escenario o en otro no son cosas que me sobrecojan. Me acuerdo que cuando estábamos en el Teatro Español mi compañera Esther sí que comentaba la de grandes artistas que habían pasado por ese escenario, pero yo es que no me pongo nervioso por esas cosas. No sé si es inconsciencia, pero yo vivo el momento y no me da para pensar ciertas cosas que si me paro a reflexionar sí que me podrían impresionar… soy un inconsciente, es la única explicación (risas).

 

Tú también impartes talleres. ¿Qué es lo que transmites ahí? ¿Qué ideas quieres dejar en la gente que va a verte?

Pues mira, he estado pensando mucho en eso, es un tema al que le doy vueltas y recuerdo que hace un tiempo lo comentaba con mi pareja. Le decía que yo disfruto mucho actuando, que disfruto mucho escribiendo, que disfruto mucho dirigiendo y componiendo canciones y haciendo fotografía, escribiendo carnaval y también impartiendo talleres. Y me surgía la pregunta de: ¿Y al final yo que soy? Y me he dado cuenta de que lo que persigo, aunque pueda sonar cursi o pretencioso, es que lo que me satisface y lo que me hace sentir pleno es buscar la belleza de las cosas, de una forma u otra. Donde creo que hay que belleza es algo que me enciende, es un pellizco que siento por dentro y es lo que me mueve.

A la hora de dar talleres no soy una persona nada estructurada ni tengo las clases medidas a partir de un método de trabajo, no. Incluso me pasa en los ensayos, soy una persona que me gusta estar abierta a lo que da el momento, a lo que ocurre, a lo que está vibrando en la gente que tengo alrededor, a la comunión… y de ese hilo es del que tiro en ese momento. Funciono mucho más por intuición que por metodología.

 

Lo de la belleza es muy bonito y entronca de nuevo con el tipo de teatro que haces, porque todo el mundo somos capaces de apreciar la belleza estándar o normativa, pero no toda la gente puede ver la belleza en esas cosas que no miramos y que es lo que tú consigues con tu trabajo. Tienes esa capacidad de ver la belleza donde el resto no la vemos…

Bueno, tampoco creo que sea así, todos somos capaces, la belleza está ahí, solo hay que saber mirar. Y tampoco pretendo ser yo el rescatador de belleza, para nada, yo digo que es simplemente mi pretensión, lo que me enciende la mecha. Vuelvo a repetir la frase de que de repente una ausencia se hace presencia de repente y yo voy a por ello y me hace ser feliz.

 

 

Me gustaría hablar de Selu Nieto padre, saxofonista, alguien que para mí fue muy importante porque es, literalmente, una persona que ha creado parte de la banda sonora de mi vida y que ha contribuido a que yo sea como soy, porque esa música (la de Extremoduro, Platero y tú, Reincidentes…) me ha ido moldeando en la persona que soy ahora. ¿Cómo es crecer con ese padre que es un mito para muchos de nosotros? ¿Siendo su hijo percibías eso?

Mi padre era una persona muy especial. Él también se definía como un buscador, era una persona que se buscaba a él, sobre todo, y que no se cansaba de empezar de cero en todos los ámbitos de su vida, incluido la música, por supuesto. Para mí era mi padre, lo primero, pero yo le admiraba mucho, pero al mismo tiempo, por su profesión y por su estilo de vida no estaba en casa todo lo que me hubiera gustado. Pero yo, a través de la música, suplía su figura. Hace tiempo me preguntaban sobre Robe (Iniesta, líder de Extremoduro) y yo decía que claro, Robe me ‘quitaba’ a mi padre, pero al mismo tiempo me lo daba, porque yo me dormía todas las noches escuchando Pedrá (título del quinto álbum de Extremoduro del que formó parte Selu Nieto padre), y yo entonces sentía que él estaba a mi lado, aunque físicamente no fuera así. Yo toco la guitarra e intento componer canciones y siempre veo que me llevan a los mismos sitios que me transmitía mi padre.

Yo no soy cantante, ni soy guitarrista, aunque toque la guitarra desde los 12 años, pero sí que es verdad que a raíz de la muerte de mi padre me quise centrar en entender la música de forma activa. Me metí en una escuela y yo quería, de esa forma, acercarme más a él. Y a partir de ahí empezó a salirme una canción que dura 8 minutos que está mi obra En una nube, nuestro penúltimo trabajo y que iba sobre mi padre. Y esa canción empezó como a ser una contestación a Pedrá, pero sin pretenderlo tampoco, simplemente me nacía así.

En el año 2011 mi padre me dijo: «He escrito un poema, me gustaría que tú le pusieras música». Y yo le puse música, él me corregía las cosas que veía, pero en el poema había una frase suya que decía: «¡Ay!, si no estás tú». Y para la obra de En una nube me salió tirar de ese hilo y compuse esta canción de 8 minutos y me fui dando cuenta que había una contestación musical, de alguna manera, a Pedrá y fue como establecer un diálogo de nuevo con mi padre y con aquella época. Dialogando con las piedras es el título. De hecho, hace poco hablé con Robe y le dije: «Robe, a lo mejor soy un ‘flipao’, pero tengo esto en la cabeza», y él me dijo que ‘p’adelante’, que había que ser un ‘flipao’ en la vida (risas). Robe también fue alguien importante para mí. De hecho, la obra Dolores tiene como subtítulo Con las alas del amor salté la tapia, porque en una pared de mi habitación Robe pintó la frase Dale alas y volará… así que es una parte de mi vida que me marcó mucho, por supuesto mi padre, pero también Robe y todos esos grandes músicos con los que él se juntaba.

 

En una nube es, de hecho, tu obra más luminosa, de alguna manera.

Sí, esa obra para mí era un renacer, era volver a vivir tras una muerte, la de mi padre y casi la mía propia incluso. Yo estaba buscando la luz a través de la muerte de mi padre, era un resucitar. Es verdad que al final no me salió la obra como yo quería. Creo que tuve demasiado ego como autor y no supe escuchar. Me tiró más el ego que la escucha, porque durante los ensayos yo me daba cuenta de que la propia obra me estaba diciendo que por ese camino no era, pero yo, como tenía poco tiempo, no quería cambiar la dirección y yo tenía que resolver y no resolví por donde me estaba pidiendo el local de ensayo, que para mí es lo sagrado y debería haber seguido esa intuición, eso que antes hemos hablado. Quería probar por otro camino y creo que no fue tan redonda como esperaba, pero el que juega e investiga puede ganar y puede perder y no digo que perdiera, pero quizá no fui del todo yo. Ahora con Soledad sí que he escuchado.

 

Y has vuelto al claroscuro también un poco.

Es que la necesidad iba por ahí en este caso. Son dos obras diferentes que hablan de dos mundos totalmente distintos. Pero quiero decirte que, aunque la gente diga que mis obras son tristes, para mí todas tienen un trampolín que al saltar, lo que hay debajo, es una piscina llena de esperanza, pero todo el mundo lo ve como una depresión (risas), y yo siempre me defiendo diciendo: «¡que no!, dejad al autor tranquilo, que el autor no es pesimista» (más risas). Lo que pasa que el mundo que me rodea es complicado, pero yo siempre veo que hay una puerta a la esperanza.

Y no quería dejar pasar la oportunidad de nombrar a todo el equipo que me ha acompañado en este viaje. Por supuesto a Susana Hernández, a Alessio Meloni (escenografía), Paloma de Alba, Alberto de las Heras, Manuel Lostes, Rosell Murillo, Jesús Torres… son gente que está ahí, a mi lado, ayudando a lo que haga falta y les quiero agradecer este viaje. Son fundamentales y me hacen darme cuenta que no estoy solo, estoy muy bien acompañado en el escenario.

 

Y también por tu abuela y por tu padre…

Sí, también, también. Ahora ya la duda es saber quién se va a morir para la siguiente obra (risas).

 

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