Rocío Molina no tiene fronteras. La malagueña lleva el flamenco al límite a fuerza de desobedecer la tradición para volver siempre al mismo lugar. Partiendo de su ‘lenguaje madre’ que es el flamenco, nos sumerge en un universo de ritmos, silencios y gestos contemporáneos que componen una poética espectacular en constante creación. En Grito pelao, su último espectáculo, le acompaña, generosa, la voz de Silvia Pérez Cruz. Se deslizan una sobre otra, bailan juntas, cantan. Una historia de amor y pasión; también, por momentos, de enorme soledad, que demuestra que la química entre ambas artistas es instantánea y camina hacia un montaje ya imprescindible. Molina se plantea como punto de partida la maternidad. Es la bailarina más revolucionaria de su generación. Es por eso que, además, quiere tener un hijo y contarlo bailando.
Por Oriol Puig
Fotos: © Pablo Guidali
Explícanos porque el tuyo es un caso de superación personal.
Cuando era pequeña, la gente me veía y no podía imaginarse que yo quisiera ser bailarina, o que por ejemplo me arrancara por tarantos, que es el primer palo del flamenco que yo bailé. Con 13 años entré en el Real Conservatorio de Danza de Madrid, pero desde el Conservatorio de Málaga, donde estudiaba, me advirtieron que mi físico no reunía las condiciones para bailar. Me cogió en pleno crecimiento. Me llevaron a un experto en nutrición porque decían que así no podría dedicarme a esto. Que no superaría las pruebas. Fue muy duro.
Pero luego acabaste los estudios con matrícula de honor y callaste muchas bocas.
Al final, toda esa presión fue una ventaja. Como me veía diferente a las otras, me esforcé para ponerme de pie. Me movía una fuerza más grande y eso ha marcado toda mi trayectoria. He crecido esforzándome más que otras bailaoras. Por ejemplo, la musculatura de las rodillas no me permiten estirar como al resto. O me cuesta mucho mover la cadera en círculos como la mayoría de las mujeres. Todo junto hizo que no me encogiera y me dije: «De acuerdo, no tengo todas las condiciones físicas para bailar, pero voy a dar un paso adelante: crear una personalidad propia».
¿Cuanto más fuerte esa personalidad, mejor?
Yo no bailo solo para el público. Bailo porque lo necesito. Si no pudiera bailar me moriría. Hago lo que quiero en el escenario y me apasiona. Soy libre. Me gusta ver la reacción del público. Provocar emociones es lo que más me gusta.
¿Llevando siempre tu cuerpo al límite?
Siempre digo que me gusta entrar en estado de tránsito, es una cosa que busco, llega a ser adictivo. Lo doy todo en cada actuación… Abandono una parte de mí y muere otra en el escenario. Necesito entrar en este estado y, de hecho, cada vez es más grande. A veces asusta, pero cuando entro ahí es una experiencia única.
Con Silvia Pérez Cruz has encontrado una sintonía casi mágica, se han convertido en inseparables.
El año pasado aproveché que actuaba en Barcelona para invitarla a mi espectáculo. No la conocía. Me contestó con otra propuesta. Ella cantaba dos días antes y me invitó a su concierto. Me dijo que le encantaría conocerme. Pero yo soy muy tímida y después de la actuación me dio vergüenza ir a su camerino, así que no fui a saludarla. Le escribí un correo contándole que el concierto me había encantado.
¿Y Silvia llegó a entrar en tu camerino?
[Risas] No. Pero me escribió unas palabras preciosas. El destino quiso que coincidiéramos al día siguiente en un avión rumbo a Sevilla. Allí comenzó todo.
Y le contaste tu nuevo proyecto…
Sí, la historia de una mujer sin pareja y lesbiana que quiere tener un hijo. Esta mujer quiere implantarse un óvulo propio inseminado in vitro. Esta mujer es bailaora y quiere hacer una obra que hable del deseo de ser madre. Silvia se ilusionó con la idea. Y juntas hemos concebido Grito pelao, un espacio de deseo, de amor entregado.
¿Por qué querías contarlo bailando?
Conozco el peligro que conlleva mi propuesta. Llevo más de un año entendiendo que el movimiento ha de partir de la quietud y no desde la fuerza y la energía. Ahora trabajo en otro contexto, más desde la escucha. Y, sobre todo, desde la espera, no sé qué pasará con mi cuerpo y con mi vida. Habrá quien piense que todo esto es muy frívolo. El espectáculo no habla de una inseminación o de un embarazo, sino del deseo de ser madre. La madre Naturaleza tiene la última palabra. Soy consciente de que hay muchas mujeres que lo intentan una y otra vez, no se quedan embarazadas y lo pasan mal. Pueden pasar muchas cosas y también me apetece vivirlo como mujer.
Preparada para volver a romper muros.
Sin pensar en las críticas, no me interesan. Es el inicio de un nuevo viaje. No sé dónde me llevará. Me tengo que ir escuchando. Quiero ser muy responsable y no ponerme límites. Primero, por el futuro bebé, si llega. Segundo, por mí misma.
La creación final, entonces, ¿dependerá de todo lo que pase y lo que sientas?
Si he de dejar de bailar sería una experiencia muy dolorosa para el bebé. Intentaré ser madre hasta conseguirlo. Para acompañarme en escena, necesitaba la complicidad de una presencia fuerte, y apareció Silvia Pérez Cruz, que se ha comprometido con el proyecto y hacemos buen equipo. Ojalá el público vea cómo va creciendo la barriga.
Teatros del Canal
Del 26 al 28 de septiembre