Tras arrancar temporada estrenando Juana de Arco en Nave 10, Marta Pazos regresa a la cartelera madrileña, esta vez al escenario del María Guerrero, para presentarnos su versión sobre el Orlando de Virginia Woolf, y poner fin a la temporada del CDN. Una manera de completar un círculo que une a dos personajes que, aunque en contextos muy distintos, ambos rompen con las normas tradicionales de género y roles sociales y poseen una conexión con lo trascendental.
Sirviéndonos de las diferentes temáticas que Woolf aborda desde la historia de Orlando, hemos conversando con la creadora sobre los diferentes puntos que marcan las claves de esta nueva versión.
Identidad y transformación.
El interés por adaptar Orlando, de Virginia Woolf, de Marta Pazos surge de la fascinación por la fluidez con la que el personaje vive sus transformaciones, “no hay un conflicto en ello, simplemente lo abraza y lo habita”, dice Pazos, para quien esta libertad resulta inspiradora y liberadora, tanto como lectora como en su rol de creadora. «¿Por qué no puede pasar esto?», plantea acerca de la posibilidad que ofrece la propia obra desafiando las convenciones.
Dentro del proceso creativo de Pazos, Orlando resuena como un diálogo entre autoras, donde su interpretación mantiene intacta la esencia de Woolf, “aunque sea pasada por la ‘Thermomix Pazos’», explica divertida. La intención es que esta esencia conecte con la actualidad sin perder su autenticidad.
El trabajo de adaptación junto a Gabriel Calderón, dramaturgo y amigo, con quien venía de trabajar en la versión de El Público estrenada esta misma temporada en el Teatre Lliure, ha sido enriquecedor, priorizando la imagen y el arte visual como punto de partida para transformar las ideas en texto. “Hemos disfrutado mucho relacionándonos y creando a través de la pintura y el dibujo”. Dado que Orlando es una novela repleta de imágenes poderosas, el desafío ha radicado en decidir qué elementos debían quedar fuera para adaptarla al escenario. “Ha sido un reto decidir qué soltar, porque nos encantaría ponerlo todo”.
La puesta en escena ha resultado fruto de un meticuloso trabajo corporal y vocal, en colaboración con la coreógrafa Mabel Olea, partiendo de la experimentación física para que los personajes y las voces emerjan de manera orgánica, hasta integrarlas en el texto. “No hay una intelectualización, sino una experimentación desde el cuerpo y de conceptos muy abstractos que hay en la historia y los personajes”, explica Pazos, que ha contado con la actriz Laila Manzanares para encarnar a su Orlando y a quien le acompañan en escena Nao Albet, Anna Climent, Alessandra García, Jorge Kent, Paula Losada, Paco Ochoa, Mabel Olea, José Juan Rodríguez, Alberto Velasco y Abril Zamora. “Un elenco que me gusta mucho, muy ecléctico y diverso, con unas identidades muy genuinas”, apunta la directora.

Género y sexualidad
Orlando es descrito como la carta de amor más larga de la historia, escrita por Virginia Woolf para su amante Vita Sackville-West. Este vínculo personal inspira el personaje de Orlando, nacido de las restricciones legales que impedían a Vita heredar un castillo debido a su género, “no pudo heredarlo por la ley de progenitura”. La propuesta, nos explica Pazos, reflexiona sobre las normas de género y sexualidad desde un activismo delicado pero firme, destacando cómo el contexto social hay una arbitrariedad y un desequilibrio de derechos según el cuerpo que se habite, “es el propio contexto quien arroja injusticia y pérdida de derechos por tener un cuerpo u otro”, dice la directora sobre un tema que, desgraciadamente, sigue siendo relevante en la actualidad y que conecta reflexionando sobre acontecimientos contemporáneos, como el regreso de Trump al poder, que subrayan la importancia de visibilizar historias como la de Orlando, escrita en 1928, por la desafortunada resonancia que posee con el presente y resignificando el texto original, poniendo en valor su vigencia casi un siglo después.
Arte y literatura.
Estéticamente, comenta Pazos, “me he inspirado en artistas que estaban trabajando en la misma época que Virginia Woolf”, nutriéndose de “las llamadas ahora ‘Visionarias’», artistas como Leonora Carrington, Hilma af Klint y Remedios Varo, cuyas obras, a menudo menospreciadas en su momento por el simple hecho de estar creadas por mujeres, exploran profundamente la identidad y la esencia de la vida. Estas influencias femeninas subrayan las temáticas del género y la pérdida de derechos según los roles de Orlando, masculino o femenino.
La obra busca plasmar la relevancia de la literatura y el arte en la vida de Orlando a través de la idea del cuerpo como arquitectura, inspirado en el concepto de Una habitación propia de Virginia Woolf. Esta noción guía tanto el diseño de vestuario, a cargo de Agustín Petronio, como la escenografía de Blanca Añón. La transformación arquitectónica a lo largo de los 400 años que vive Orlando, reflejando cambios (o la ausencia de ellos), sirve como metáfora de la conexión entre historia, identidad y literatura.
“Mucha gente estudia mis cambios físicos, el color de mi pelo, o el de mi ropa, para intentar adivinar si lo próximo que haga tendrá un color u otro, es divertido”, comenta Pazos entre risas. Y en esta ocasión ha elegido el color verde, omnipresente en la novela y descrito por Orlando como diferente en la naturaleza y en la literatura, impregna toda la obra, reflejando su esencia y conexión con el modernismo y la naturaleza.
La música, compuesta por Hugo Torres, desempeña un papel fundamental, como ocurre en todas las piezas creadas por Pazos, convirtiéndose en esta ocasión en un «traje a medida» para los intérpretes, partiendo de los sonidos percutivos del cuerpo y las tonalidades de las voces. Además, de inspirarse en lo atmosférico y lo climatológico, incorporando sonidos de animales y referencias al universo rural de la nobleza. Este diseño sonoro resalta la conexión con la naturaleza y los espacios habitados por Orlando.

El paso del tiempo y cambio social
La adaptación de Orlando pone de manifiesto cómo, a pesar de los 400 años que transcurren en la obra, el tiempo se percibe como un ciclo cercano y repetitivo. Según Marta Pazos, el presente está profundamente conectado con el pasado, y revisitar historias como esta permite reflexionar y aprender de los momentos históricos que parecen volver a nosotros. En este contexto, la propuesta escénica busca rescatar tradiciones y permitir nuevas interpretaciones desde la mirada contemporánea. “Para mí en el origen está la apetencia de volver a conectar con la tradición”.
En cuanto al paso del tiempo y la inmortalidad, Pazos experimenta con diferentes perspectivas temporales, como el tiempo cronológico, el cíclico y un tiempo cuántico casi abstracto. Este enfoque invita a la contemplación y conexión con el momento presente, en contraste con la inmediatez y el frenetismo del tiempo moderno. Un espacio temporal que sostiene la narrativa y desafía las convenciones del tiempo lineal.
Autobiografía y ficción.
Aprovechando que Orlando sirve, de alguna manera, como reflejo de la conexión personal con la narrativa de quiénes somos y cómo nos contamos, le pedimos a Pazos que nos cuente en qué momento se encuentra como creadora: “Me interesa mucho el espacio liminal, los umbrales. Es un poco ‘orlandesco’ este pensamiento de fluir más que elegir quedarme en un lugar u otro y definirme ‘como’. Pero me siento plena y agradecida, disfrutando de una etapa artística rica y divertida, explorando y expandiéndome hacia nuevos lenguajes como las artes visuales plásticas, la música y la ópera”. Una eclosión interdisciplinaria que define y nutre su trabajo teatral. Una nueva confirmación de cómo, cada vez más, los creadores trabajan por romper esa idea de compartimentos estancos dentro de las artes escénicas para dejarse permear por otros formatos.
Esta adaptación de Orlando es, en esencia, un espejo desde el que reflexionar sobre nuestras propias identidades y narrativas. En un momento como el actual, en el que las normas de género y las injusticias sociales siguen siendo cuestiones fundamentales, esta obra resalta la importancia de revisar y resignificar textos clásicos como este, demostrando que las historias tienen el poder de trascender el tiempo y conectarnos con algo universal.