"En función del micromundo en el que vivas, ¿qué es lo que tiene sentido y qué no?"
Acaban de finalizar el último ensayo en el local de Vallecas donde están trabajando, la semana que viene ya comienzan el montaje en sala. Me encuentro a Jorge Gonzalo dando las últimas notas a los actores de Nerium Park: Susana Abaitua y Félix Gómez. Antes de poner en marcha la grabadora, me cuentan que están agotados, pero felices de cómo están desarrollándose las jornadas de trabajo. Es un reto enfrentarse a este texto que, por primera vez, podrá verse en español sobre un escenario, el de Nave 10 -hasta el 23 de febrero-. Aunque la temporada pasada ya pudimos asistir a una lectura dramatizada con motivo del ciclo que el Teatro de La Abadía dedicó a su autor, Josep Maria Miró, que nos dio pista de la potencia que puede llegar a tener este texto con una puesta en escena.
El texto, una especie de thriller ‘hiperrealista’, nos presenta a Marta y Carlos, una pareja que se muda a un nuevo complejo residencial donde poner en marcha su proyecto de vida en conjunto, Nerium Park. Pero una urbanización que lleva el nombre en latín de una planta tan exótica y venenosa como la adelfa, no puede traer nada bueno. Los meses se suceden e irán descubriendo que el lugar no es el entorno que ellos soñaron. Poco a poco irán descubriendo que les está ‘transformando’, ellos ya no son quienes arrancaron al comienzo. ¿Qué está sucediendo? Un cuento contemporáneo sobre la desigualdad social, el impacto del medio urbano y la desintegración de la pareja, a pesar de lograr vivir en un entorno supuestamente ideal, que promete abrir más de un debate.
Después de un periodo centrado en la ayudantía de dirección y el teatro clásico. ¿Qué te ha llevado a elegir Nerium Park como tu regreso a la dirección?
Jorge Gonzalo: El motivo más importante es Josep Maria Miró y que un texto como este no se hubiera hecho nunca en España en español, porque sí que se ha hecho en catalán. Me parece imprescindible que pudiera verse en Madrid y en toda España. Aunque he hecho muchas ayudantías, y he hecho mucho teatro clásico, realmente, gran parte de mi carrera he estado haciendo otras cosas y, sobre todo, con asuntos que me interesan mucho, y que esta obra trata, que tienen que ver con el tema del género, que exploran la masculinidad y la feminidad, o la gente que se queda en los márgenes. Es un texto que me apasiona desde todos esos puntos de vista.
Ambos tenéis una carrera audiovisual bastante dilatada, ¿qué es lo que os ha interesado de esta obra para embarcaros en un proyecto teatral?
Susana Abaitua: En mi caso fue el texto cien por cien. Yo vengo del teatro, pero tuve un parón como de cinco o seis años, porque viví un gran momento de trabajo en audiovisual y compaginar una gira de teatro con el audiovisual es muy complicado. Entonces aproveché, me habían llegado algunas obras de teatro, pero pensé: “Para parar el audiovisual en un momento tan guay como en el que estoy ahora, me tiene que compensar a nivel de texto”. Y esta vez me lo planteé gracias a leer el texto de Josep María Miró. Realmente es que está muy bien escrita.
Félix Gómez: Yo intento, cada dos años, soltar una obra y coger otra. Necesito estar continuamente en teatro. Es algo que lo quiero llevar en paralelo con la trayectoria audiovisual. Aunque es verdad lo que dice ella, supone a veces una paliza. De hecho, para mí lo ha sido, porque justo el último mes de rodaje de la cuarta temporada de La caza ha sido el primer mes de ensayos de esta función. Lo curioso era que este año estaba buscando una comedia, porque de repente, estoy descubriendo la comedia en La que se avecina. Es algo que no disfrutaba porque me consideraba malo, pensaba que no sabía hacer y, de repente, descubrí que me apetecía meterme ahí. Y estaba buscando eso cuando apareció Jorge con este texto, y me pasó como a Susana, como nos ha pasado a todos, que una vez que lees el texto de Josep María, te atrapa de una manera que ya quieres estar ahí y ya mandas al traste el resto de los planes (risas). Pero bueno, dentro de dos años, cuando acabe esta, pues ya haré la comedia. Pero es verdad que el texto tiene mucha fuerza, te atrapa desde el primer momento.
Carlos y Marta, son una pareja que se muda a vivir a una urbanización, Nerium Park, con nombre de planta exótica y muy tóxica -esto ya da ciertas claves de por dónde van los tiros-. Un cambio de vida que, a través de los 12 cuadros que componen la función, uno por mes del año, nos descubrirán que no todo es tan ideal como aparentaba ser. ¿Quién es esta pareja?
F. G.: Ellos tienen un proyecto nuevo de vida. Se compran un piso en una urbanización nueva donde todo va a ser la hostia, o sea, vida nueva, piso nuevo, comienzo nuevo y bueno, pues… el hombre propone y Dios dispone (risas). Así comienza, y bueno, pues van a tener sorpresas. ¿Quién es Carlos o quién es Marta? Es que tampoco nosotros tenemos grandes certezas, o sea, yo te digo que llega el estreno y todavía no sé quién es Carlos, pero es que creo que, si le preguntas a Josep María, tampoco él te sabría contestar. Quiero decir, creo que hay ventanas abiertas que están así para que las rellene cada espectador con su historia, con su vida, con lo que le sugiera ese día la función, que a lo mejor no es lo mismo que le sugeriría si viniese otro día. Y creo que eso es parte de la riqueza de este texto, que te va a dar conversación para esa caña de después. Con esta información, ya el público tiene suficiente. (risas) De hecho, recomendaría al público que lea lo menos posible sobre la función. Creo que hay algo muy bonito en ir sin saber. A mí como espectador me gusta ir lo más virgen que pueda a un espectáculo, que se abra el telón y que me empiecen a contar un cuento. Para mí eso es un lujo, no ir condicionado por nada que te cuenten previamente.
Al final eso es lo interesante, ¿no? Que no te den las cosas mascadas, que no te estén dando las respuestas, sino que te dejen un poco de holgura para entrar tú, como espectador, a tu manera.
J. G.: Y creo que Josep Maria es especialista en eso. Y, como director, creo que es súper importante que no haya nada cerrado porque, si se cierra, se pierde todo. Los textos de Josep María, con todo esto de qué es verdad, qué es mentira, cómo se genera la verdad, qué significa lo que es verdad, y cómo cada uno tenemos nuestras verdades, te lo dan.
El teatro de Josep Maria Miró siempre supone una gran reto, tanto para el espectador como para quien lo interpreta. ¿Cómo ha sido enfrentarse a la complejidad de este texto con tantas aristas sociales desde su aparente sencillez?
S. A.: ¡Es un texto que es un cabrón! (risas) Es dificilísimo de estudiar. Te hace muchas preguntas, te plantea muchas cosas.
J. G.: Hay algo en él muy de teatro en verso.
S. A.: Sí, me ha recordado a la sensación de cuando he hecho verso. Hay algo de musicalidad en la manera de estudiarlo… es muy difícil.
F. G.: Parece un texto muy sencillo. Es muy dinámico, entretiene, pero es un texto muy tramposo, creo que es el más difícil que he hecho. Josep Maria lo define como un monólogo a dos voces. Y que quede constancia que durante un par de semanas he odiado a Josep Maria. Él lo sabe. (risas)
La obra se estrenó por primera vez en 2012, cuando estábamos sumidos en la crisis inmobiliaria. Ahora estamos sumidos en otra crisis de la vivienda diferente, ¿qué conexión tiene con la actualidad? ¿qué otros temas nos apelan desde el texto?
S. A.: Precisamente eso, que te das cuenta hasta qué punto el conflicto puede seguir siendo el mismo. En parte, aborda el tema inmobiliario, pero también se mete con la pareja, se mete con la exclusión social, con dónde están colocados los valores. Hasta qué punto es legítimo lo que haces. Hasta qué punto eres responsable de tus actos o formas parte de un sistema y vas a estar en ese sistema y, si no, no puedes vivir. O sea, hay tantas cosas, tantos engranajes de cómo hemos decidido que funcione este primer mundo, que habla mucho de eso, del Primer Mundo. ¿Funciona así? ¿Cuánta culpabilidad tienes? ¿Cómo hemos creado esta sociedad capitalista? ¿cuánto encajas tú ahí? y, sobre todo, qué pasa con el resto y que pasa si te sales de esa estructura.
J. G.: Pero no solo si te sales, qué pasa si te echan de ese sistema, qué pasa si no encajas en ese sistema. Porque al final son metáforas también de toda la gente que no encajamos de alguna manera en el sistema y en cómo nos quedamos fuera, mirando e intentando ver cuál es el problema de ese sistema y cómo podemos mejorarlo precisamente para que no haya ‘un afuera’ de ese sistema.
La obra te invita a tomar partido planteando cuestiones sobre la perspectiva desde donde se viven las cosas. No es lo mismo cuando uno es el que mira a cuando es quien lo vive desde dentro.
S A.: Creo que, en nuestro micromundo todos creamos un sistema. Es fuerte, pero ahora que estoy reventada, por una necesidad de apagar mi cerebro, he empezado a ver el docu reallity de las Kardashian, ¡juro que no había visto eso en mi vida! (risas) y, desde fuera, digo: “¿Cómo es esto posible? ¿Cómo una persona puede empatizar con eso?”. Pero es que, a la vez, para mí, es tan lógico que, en función del micromundo en el que tú vivas, pensar en qué es lo que tiene sentido y qué no lo tiene. Por eso creo que cada espectador tendrá un punto de vista distinto de lo que vea, porque dependerá de en qué micromundo esté colocado. Habrá gente que le pueda parecer que es machista la relación, por ejemplo, y otra que no hay nada de eso. Lo bueno es que hay tantas cositas que en algún momento acabas entendiendo y empatizando. Gente que odiará a Marta y que esté completamente entendiendo esto, otra gente que le parezca lo contrario. Es que creo que es que es lo bueno de este texto.
F. G.: Yo creo que la mayor parte del público va a estar oscilando entre lo que le sucede a Carlos y lo que le pasa a Marta. Creo que pone la responsabilidad en el espectador. Te lanza cuestiones del tipo: ¿y tú lo harías? ¿serías capaz? ¿Estarías dispuesto? ¿Qué pasaría si tu pareja te dijera que ha hecho esto? ¿Tú serías capaz, en tu edificio, de dejar que ocurriese esto? Porque una cosa es verlo desde fuera y otra colocarte en su lugar, ¿no? Eso es lo bonito de este texto, que no va a dejar indiferente a nadie.
¿El entorno en el que convivimos es el que nos transforma?
J. G.: Más que el que nos transforma, el entorno en el que convivimos es el que nos moldea. O sea, luego, si cambias de entorno, evidentemente puedes transformar también, pero realmente el entorno en el que vivimos nos moldea y nos crea. Somos parte del entorno, entonces, no podemos salir de ello, aunque a veces sintamos que nos echan. Pero también desde esos márgenes, que esto es algo que a mí me encanta siempre decir, que es muy filosófico, es algo que dice Judith Butler, que no sé cómo lo dice exactamente, pero que siempre parece que el mundo en el que vivimos es una mierda porque no encajamos o porque hay algo que no funciona y que no nos deja desarrollarnos como persona de alguna manera. Pero ella también dice que, precisamente el mundo en el que vives es el que te permite luchar para poder encajar. Entonces, nunca ha habido un momento como este en el que podemos luchar como estamos luchando. Creo que esta obra también habla precisamente de todos estos márgenes que, aunque nos moldea, también nos crea el entorno para poder ir cambiándolo. Y yo creo que obras como ésta intentan precisamente que te plantees ciertas cosas y que te deconstruyas de alguna manera.
Esta es una producción con mucha presencia actoral, además de Félix y Susana, Jorge también es actor y Ester Berzal, responsable de la ayudantía de dirección, también lo es. ¿Se enfoca de otra manera el trabajo conociendo lo que supone estar sobre el escenario?
J. G.: Sí, pero a la vez estoy luchando un poco contra eso. Cuando empecé a dirigir, buscaba mucho el resultado actoral, buscaba el cómo lo haría yo, y creo que hay que luchar contra ello. Lo aprendí trabajando con Xavier Albertí. Él no busca un resultado actoral nunca, nunca te dirá cómo hacerlo, y yo aún tengo que estar peleando contra eso porque, sin querer, te sale el actor que llevas dentro que te dice: “yo esto lo haría así”, y no, porque cada uno somos diferentes. Nadie lo haría exactamente igual. Hay que amoldarse al proyecto, a cómo es lo que se cuenta, qué es lo que se va a contar y a quién lo va a contar. En cada proceso es muy importante escuchar cuáles son las necesidades porque, por mucho que te empeñes como director en ir en hacia un lado, si ellos no están abiertos a esos caminos, pues no los puedes abrir.
F. G.: Ha habido algo muy generoso por parte de Jorge, de respetar nuestros procesos, y los tiempos de esos procesos. Yo, por ejemplo, soy un actor muy lento, tardo en empezar. Me he encontrado con otros directores que lo querían ya y ha habido mucha frustración, y Jorge me ha dejado que el Carlos de la función salga de a poco y tome su lugar.
Nerium Park se define como un thriller hiperrealista, pero llega un momento en el que se rompe esa membrana y comienzan a suceder cosas que nos sitúan en un ambiente ciertamente irreal, en muchos momentos casi ‘Lynchiano’.
S. A.: Creo que el hiperrealismo se refiere a la manera en la que está escrita. Hay una cosa en este texto, por cómo está escrito, que quien lo vea va a pensar que estamos improvisando mucho. Hay una manera de hacer y decir, el ritmo, todo está cortado, muy picado; sin embargo, todo está muy marcado, es una maldita partitura medida al milímetro. Creo que el hiperrealismo viene desde ahí.
J. G.: También estoy de acuerdo con lo que estás diciendo de que hay algo que es un poco una nebulosa. Son unos cuantos meses de una vida, entonces no se sabe muy bien cómo engarzan unos con otros. Precisamente se mete toda esa cosa de la verdad y de la mentira. Entonces, aunque está escrito de manera muy realista y se busca, desde la escenografía -de Mónica Boromello- y cosas así, que sea una convención realista para que haya una conexión con un espacio que reconoces y que eres capaz de habitar, por lo menos yo lo he intentado, luego ves como todo ese espacio puede desmontar muchas de las certezas que tengas.
¿Varía mucho lo que veremos en Nave 10 a lo que se vio en la lectura dramatizada que hicisteis en el Instituto Cervantes?
F. G.: No tiene nada que ver. Imagínate, de una lectura a llevar dos meses trabajando y profundizando en Carlos y Marta, es otro nivel. Sobre todo, es que cuando decimos que el texto es difícil, no es difícil, porque digas, es que cuesta memorizarlo, que también, es que el texto tiene muchísimas capas, muchísimas. O sea, no es pelar una cebolla, es pelar cuatro cebollas superpuestas entre ellas. De hecho, recuerdo que, al principio, las primeras escenas yo me las planteaba con un nivel de preocupación y casi de dramatismo, y ahora prácticamente estamos haciendo una comedia romántica. Lo que pasa que, para llegar a esto, antes has tenido que subir todo lo que estaba debajo, trabajando todas esas capas. ¡Y lo que nos queda! porque creo que el verdadero viaje empieza ahora. Creo que ahora tenemos los primeros pilares para que, función a función, vaya saliendo todo. Esto siempre pasa en teatro en general, pero es verdad que en esta función especialmente hay muchas capas que aún quedan por descubrir. Entonces, de aquella lectura a ahora es otra cosa, otro espectáculo.
J. G: Totalmente. No tiene nada que ver porque al final la lectura es mucho más evocadora, es solo la voz y a partir de la voz el espectador va construyendo su realidad, va construyendo lo que va a haber aquí. Al construir, estás cerrando, pero a la vez, precisamente por todo lo que hemos dicho antes, también tienes que dejar ese punto aperturista que se atractivo, con lo cual, es una pelea. No es nada sencillo porque tienes que construir y que siga siendo evocadora. Y eso, como director, es complicado, pero si no tienes unos pedazo de actores como estos dos, es muy difícil porque es un trabajo de orfebrería de ir midiendo, o sea tienes que estar casi como si fuéramos funambulistas, es muy complicado.
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