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La vida es sueño de Declan Donnellan

Alfredo Noval y Rebeca Matellán: «Todos encerramos a nuestro Segismundo en algún momento»

Ya echábamos en falta a Declan Donnellan en la programación teatral madrileña. Ahora, el aclamado director, regresa a nuestros escenarios con Cheek by Jowl presentando su versión sobre La vida es sueño. El texto de Calderón marca su primera vez dirigiendo a un elenco compuesto íntegramente por intérpretes españoles.

Alfredo Noval y Rebeca Matellán, responsables de dar vida a Segismundo y Rosaura, nos hablan sobre cómo es trabajar con el director británico, además de darnos algunas pistas sobre esta versión que llega, del 15 de diciembre al 26 de febrero, al Teatro de la Comedia.

Foto portada: Javier Naval

 

La vida es sueño con Declan Donnellan, si para el público esto es todo un acontecimiento, ¿cómo es para un actor recibir la noticia de estar dentro de una producción de Cheek by Jowl? ¿cómo recibisteis la noticia?

Rebeca Matellán: Bueno, a mí cuando me llamaron para citarme para la audición, no daba crédito de cómo este señor había llegado hasta mí. Es como una situación excepcional poder trabajar con Declan y Nick (Ormerod), dos personas que tienen una trayectoria tan alucinante. Por un lado es un subidón tremendo y por otro una responsabilidad. Es estar viviendo todavía, ya después de haber pasado los ensayos y estrenado, una situación excepcional donde se mezcla la ilusión, la alegría y la responsabilidad.

Alfredo Noval: A mí me citaron a través de la CNTC. Me dijeron que me preparara algunos versos de Segismundo, así que volví a la obra, la releí, elegí una parte en la que por lo menos tuviera tres cambios y fui para allá con la idea de hacer un casting para Lancero 1 (Risas). Me presenté con muchísima tranquilidad porque pensé que no me iba a coger ni de coña, aunque cuando te pones delante de ellos, ahí ya no hay relajos. Trabajamos mucho tiempo, probando y haciendo ejercicios con ellos y, cuando salí de la prueba, yo ya tenía la sensación de haber aprendido, y si no me cogían, pues me llevaba un máster de 45 minutos. A la semana tenía un Whatsapp de Declan. “Hola, Alfredo. Aquí Declan Donnellan. Llámame cuando puedas”. Pensaba que era una broma de algún colega. Le llamé, me dijo que iba a ser Segismundo y me quedé en shock.

 

Después os metisteis en la fase de creación del espectáculo, un proceso que con Donnellan es diferente a lo que normalmente se lleva a cabo en cualquier producción, ¿qué nos podéis contar?

A. N.: En un primer momento, ellos plantean el ‘Into the Woods’, que es un taller con el que sales fuera de la ciudad, a un sitio donde no haya contaminación acústica, en un entorno natural, donde estar tranquilo y no haya nada que interrumpa el trabajo. Eso lo hacen en todos sus proyectos.

R. M.: Duró una semana. Estábamos fuera de todo, fuera de nuestro entorno, fuera de tu vida personal, o sea, es una semana en plan burbuja. Todos juntos en una casa en mitad del campo, aislados. Fue una semana de inmersión total en el material. Hacíamos una especie de estudios donde proponíamos distintas situaciones que viven los personajes en la obra y sobre las distintas relaciones que tienen los personajes entre sí.

A. N.: De hecho, ellos tienen su versión y su idea sobre La vida es sueño, pero las situaciones las diseñan a partir de estos ejercicios que son propuestas de los actores. Hay veces que, en el proceso de ensayos, echan mano de algo que a lo mejor surgió en su día y lo recuperan para las escenas. La verdad que es una pasada.

 

Tiene que ser muy interesante y motivador, actoralmente, que se tenga tan en cuenta lo que se propone.

R. M.: Yo he sentido que nos daban bastante cancha para proponer y generar muchísimo material. Luego ellos iban ordenando y limpiando. Pero hemos tenido bastante holgura para proponer y para crear.

 

 

¿Dónde ha querido poner Donnellan el foco en esta versión de La vida es sueño?

A. N.: Si alguien ha visto los espectáculos de Donnellan y de Nick, sabe que ellos van al sentido más puro del texto. La dramaturgia parte del mensaje que ellos quieren sacar que, en este caso, son las preguntas que el mismo Calderón lanza: Ni el público ni nosotros tenemos las respuestas. Creo que uno de los aciertos de su versión, de su planteamiento, es colocar a Basilio en el centro de la acción. Si tú te vas al texto, Basilio es el que rompe el status quo, es el que de repente, sin saber que Rosaura y Clarín han entrado en la torre, anuncia que va a sacar a Segismundo. Ellos plantean la acción a través del personaje de Basilio que, como bien me dijeron en el casting, es el que tiene las llaves de las cerraduras. Esto de las llaves y las cerraduras, ya lo veréis, es clave en el montaje; pero es el que decide y el que plantea toda esta ensoñación.

R. M.: Más que plantear respuestas nos hemos preguntado un poco las cuestiones que el propio Calderón plantea: ¿Qué es la vida? ¿Y qué sabemos nosotros de ella? También ha habido algo muy bonito a la hora de ir descubriendo, escena por escena, hacia dónde va la esencia de la obra, que es descubrir qué cosas ponen en común a los seres humanos entre sí, qué cosas compartimos de nuestra existencia. Al final todos tenemos algo que nos avergüenza, a nosotros mismos, todos encerramos a nuestro Segismundo en algún momento.

 

Dice Donnellan que “Calderón sugiere que nuestro principal terror no es a la muerte, sino la no existencia”. Llevado al mundo de la interpretación, esto os convierte a los intérpretes en una especie de ‘segismundos’, ¿no?

R. M.: Es verdad. No lo había pensado desde ese lugar, pero es cierto. Al final yo creo que tratamos de existir, ¿y cómo logramos el existir? A través de los otros, que era también lo que planteaba Declan en los ensayos. Siempre nos ponía el ejemplo de un niño con su madre, y un niño tratando de reclamar la atención de su madre, precisamente para darse cuenta de su propia existencia.

A. N.: Calderón habla de que lo que realmente nos da terror no es la muerte, sino no existir. La muerte es muerte y se acabó, pero la no existencia es una agonía. Parece que el ser humano tiene la necesidad de captar la atención de los demás. Cada uno en nuestro ámbito necesitamos del otro para darnos cuenta de que estamos aquí.

 

Ya hemos hablado de que para el aficionado esta versión posee un gran atractivo, ¿y para el público que habitualmente no consume teatro clásico? ¿creéis que es un buen reclamo para que se acerque a él?

A. N.: Creo que sí rotundamente. Ya lo hemos podido comprobar en las pocas funciones que hemos tenido. En Valladolid, por ponerte un ejemplo. Yo soy de Medina del Campo, y muchos de mis colegas que no van al teatro si no es porque actúo yo, fueron. Son gente que no tienen nada que ver con el teatro, que les gustan más otras cosas, y acceden a la cultura por otros sitios, a lo mejor por el cine o por la música. Sin embargo, cuando salí, vi que estaban todos alucinando, se fueron para casa dándole vueltas y comentándola. A mí eso ya me da a entender que algo estamos haciendo bien. Creo que Declan y Nick lo han convertido en un canal hacia el público que creo que llega y se entiende muy bien.

R. M.: Además, escénicamente la propuesta acerca la historia al público, literal. Se han quedado con la esencia de lo que es La vida es sueño y la puesta en escena, a nivel de elementos escénicos, es muy sencilla para que la idea que se esté contando quede lo más clara posible. Creo que es una propuesta muy directa para que se pueda generar un diálogo cercano y directo.

 

Esta versión está ambientada en un tiempo cercano a nosotros. ¿Se ha respetado el texto de Calderón?

A. N.: El texto es el de Calderón. Han visitado varias ediciones y han tenido también la ayuda de Pedro Víllora a la hora de hacer la dramaturgia, pero el texto no se ha tocado, simplemente se han recortado. Se han cortado escenas para propiciar su versión y que el tiro vaya por donde ellos querían. Han limpiado de artificio todo para quedarnos con el mensaje puro; eso propicia que los actores estemos más desnudos en escena. Él quiere y necesita unos personajes muy humanos en escena porque quiere que contemos una historia de personas, por eso limpia de artificio el espacio y el verso.

 

<i>La vida es sueño</i> de Declan Donnellan en Madrid
El actor Alfredo Noval interpreta a Segismundo. ©Javier Naval.

 

El espectáculo tiene un punto bastante farsesco en algunos momentos. No es de extrañar este giro en un montaje de Donnellan

A. N.: Sí, sí, tiene todo que ver con el mundo de la ensoñación.

R. M.: En un sueño todo puede ocurrir, ¿no? Pero sí es verdad que en uno de los momentos han apostado por darle una vuelta de tuerca y aporta un contraste.

 

Declan no habla español, ¿cómo ha afectado eso a la hora de ensayar?

A. N.: (Risas) Un día Declan, en los ensayos, nos decía: “No os penséis que porque no sé español no estoy entendiendo. No os penséis que me la vais a colar porque, cuando estáis de verdad, aquí y ahora, y estáis desde el cuerpo, cuando el conflicto está y os miráis a los ojos, yo entiendo lo que está pasando. Me da igual que estéis haciendo un encabalgamiento o una pausa, eso es muy bonito y sé que lo sabéis hacer. Pero lo que quiero es que pongáis el foco en otro sitio”. Esa es la clave.

 

La vida es sueño es un texto universal, todo el mundo ha oído hablar de esta obra, pero ¿qué aspectos habéis descubierto al adentraros en ella?

A. N.: Yo creo que el aspecto más importante a la hora de revisitar el texto, ha sido descubrir las relaciones entre los personajes. Sin hacer spoiler, ¿quién nos iba a decir que una relación entre Rosaura y Segismundo, en este primer encuentro, cuando se ven, iba a ser de esta forma como se ve en la obra? Ese ha sido uno de los grandes descubrimientos que he tenido.

R. M.: Sí, esto tiene que ver un poco con la insistencia en encontrarle humanidad a los personajes. Es que estamos hechos de muchas cosas y el abanico de posibilidades es infinita. Declan y Nick han apostado por arriesgar dando otras capas a los personajes, yendo por lugares donde, a primera vista, no parece que puedan ir. La gran sorpresa ha sido encontrar tanta humanidad en cada uno de ellos; y en el final de la obra, que cuando la leí en su momento pensé: “pues mira que bien, aquí todos felices” ¡Y para nada! Es un sabor bastante amargo.

 

Ahora que lo mencionas, a mí, algunas resoluciones de las obras del Siglo de Oro me parecen precipitadas, aunque de cara a la galería parece que el orden vuelve a quedar establecido, no sé hasta qué punto los personajes quedan realmente contentos con su destino.

A. N.: Un Deus ex machina en toda regla, ¿no? A veces da la sensación de que el autor tenía que terminar la obra, no sabía cómo y piensa que le está quedando muy largo, “que venga este y les caso y ya está” (Risas)

R. M.: Y, además, en un minuto porque te está contando una historia, se está extendiendo muchísimo para contarte algo y, de pronto, el final es pimpampum. (Risas) Pero bueno, dentro de que es el mismo final, ha habido muchas variantes, hemos probado bastantes cosas en cuanto al final. Es interesante desde el punto de vista desde el que lo han construido.

 

¿Y cómo se pueden probar varios finales dentro de un texto ya cerrado? ¿Cómo se juega eso?

A. N.: Bueno, como ellos marcan un camino que crees que es troncal durante toda la obra, cuando llega a ese final tiene que haber una especie de desembocadura de todo este río que ha venido desde el comienzo de la obra. Declan y Nick necesitaban que estuviese en un lugar y exploran cómo se llega y dicen: “Bueno, vamos a ver cómo se comportan Rosaura, o Estrella, o Clotaldo, o Segismundo… o incluso los soldados en este momento de Deus ex machina”. Hemos ido probando también desde cada personaje y al final lo que ha quedado es el cómo reaccionaría, y cómo reacciona, cada uno.

R. M.: Además es un momento en el que, ya lo veréis, pero todos los personajes están muy expuestos, incluso el personaje del pueblo que es el público que, a medida que va avanzando la función, cada vez va estando más presente y va formando parte más activa de la obra. Es un momento en el que a los personajes tienen que reaccionar teniendo en cuenta que todo el mundo les está viendo. Para intentar ser un poquito concreta, con respecto a Rosaura en el final, que ya se sabe que descubre en ese momento quién es su padre, después de todo lo que lleva vivido, ¿cómo reacciona? De pronto, este señor dice que es su padre, o sea, ¿de pronto tiene que ser esa su mayor alegría? o es: “pero tío, ¿de verdad me lo dices ahora? ¿y qué has hecho todos estos años?”. Ha sido bonito porque hemos ido probando distintas opciones.

 

Eso es muy interesante, sobre todo en un espectáculo en verso donde parece que todo está más encorsetado.

R. M.: Creo que el trabajo que estamos haciendo es inagotable. En cada función vamos descubriendo nuevos detalles sobre los distintos tipos de vínculos que se van afianzando a medida que también vamos haciendo la función. Es bonito porque dentro de que hay un dibujo, hay mucha libertad para dar espacio a nuevos hallazgos. De hecho, nos han marcado un objetivo diario que es que salgamos a escena sin saber lo que va a pasar, tratando de descubrir en ese mismo instante qué es lo que está pasando a través del espacio y a través de las personas que puedan estar en ese momento contigo en escena. Hace que al final el trabajo sea infinito.

A. N.: ¡En Sevilla, el día del estreno por la mañana, todavía estábamos cambiando cosas!

 

<i>La vida es sueño</i> de Declan Donnellan en Madrid
Rebeca Matellán es Rosaura en La vida es sueño. ©Javier Naval.

 

¿Cuáles son los mayores desafíos a los que os habéis enfrentado en esta producción?

A. N.: Creo que la parte más laboriosa, y la que más hemos sufrido positivamente, porque ha sido un aprendizaje, ha sido romper ciertos muros que nos hacían estar cómodos encima del escenario. Ellos insisten mucho en que el actor sabe lo que está haciendo, pero el personaje no, porque en la vida real nunca sabemos qué vamos a hacer. No puedes contar la escena nada más entrar. Y construir eso con el verso, que es algo que parece que te encorseta mucho, es muy complicado, pero lo estamos consiguiendo y cuando ves que de repente empieza a funcionar, te sorprendes y te abre todo un mundo por delante.

R. M.: Ellos no quieren que estemos seguros en ningún momento de lo que está pasando en escena. Parece que es algo como muy básico que aprendemos en la escuela, y que es verdad que siempre hay que estar en el aquí y en el ahora, pero ellos lo llevan a un sitio un pelín más allá, un pelín más salvaje.

 

Alfredo, tu recorrido en la Compañía Nacional de Teatro Clásico ya reúne un buen ramillete de títulos, supongo que encontrar estas nuevas miradas dentro tiene que ser muy enriquecedor. ¿No?

A. N.: Total, de hecho, yo siempre he tenido una visión de los clásicos bastante parecida. Siempre he pensado que a la hora de revisitar los clásicos hay que tener también un cierto riesgo. Teniendo riesgo creo que se puede convertir en algo atractivo para situar el Siglo de Oro aquí, en el momento que nos ha tocado vivir, de una forma contemporánea. Eso va también un poco con la línea que tienen en la CNTC ahora mismo. Lluís lo ha dicho muchas veces: “Creo que es el momento de no diferenciar teatro clásico de teatro contemporáneo. Hacemos teatro contemporáneo con textos clásicos”; y creo que eso es algo que está vertebrando la línea de la compañía ahora. Entonces, encontrarte con Declan y con Nick que trabajan desde este sitio, que además es algo que yo pensaba: “yo tengo la sensación de que esto se puede trabajar así” y que a nivel individual, cuando trabajaba los personajes, siempre que he podido he intentado ir un poquillo por allí a de repente encontrarte con ellos y que te abran las puertas. Da un poco de miedo también pensar que por fin puedo abrir las puertas y bañarme en el Jordán de la libertad y encima respetando el verso….  ¡Tiene que ver un poco también con Segismundo!, o sea, cuando te quitan las cadenas te entra el pánico. ¡Vivan las cadenas muchas veces! (Risas)

 

¿Qué destacaríais de vuestras versiones de estos personajes tantas veces interpretados?

R. M.: Yo volvería a destacar la palabra humanidad, Rosaura es una mujer que va en busca de su honor, está dispuesta incluso a morir con tal de recuperar su honor, de saber quién es. Le van sucediendo tantas cosas por el camino, incluso es bastante temeraria. Cómo afronta y reacciona ante las situaciones y obstáculos que acontecen. Yo trato de bajarla a tierra, humanizarla, tratar de hacerla tangible, cercana. Ella y Clarín al final no dejan de ser dos inmigrantes, dos personas que se ven en la necesidad, sobre todo Rosaura, de dejar su país, emprender ese camino hacia otro lugar en busca de algo que es vital para ella. Y también siempre me venía muchísimo la palabra “dignidad” a la hora de trabajar a Rosaura porque está intentando recuperar algo que le pertenecía.

A. N.: Yo para Segismundo subrayaría el planteamiento que tenían ellos afirmando que es un bebé al que se le ha quedado pequeña la cuna. Creo que desde ese planteamiento ellos han propiciado que al final conectemos con nuestra parte más infantil, con el niño interior. En ese sentido, la verdad que me ha hecho también revisitarme a mí. Segismundo es alguien que no ha recibido una caricia nunca, que no se sabe manejar en sociedad; es algo muy limpio, muy poco contaminado del sistema y de la sociedad. Creo que Segismundo y yo nos hemos encontrado y vamos a jugar desde ahí.

 

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