Joaquín Abella: "Está claro que cuando alguien muestra su deseo y este es diferente y luminoso, es cuando se juntan manadas para frenarlo."
Tras haber colaborado con artistas como Christoph Marthaler, Marta Pazos o María Velasco, el performer Joaquín Abella se presenta en la Sala Cuarta Pared -días 30 y 31 de mayo- con su primera producción propia: Escarabajo ciervo, con la que se abre en canal para hablar del amor, del deseo y la identidad a través de un paso a dos -comparte escena con Yannick Bosc-, que combina movimiento y palabra.
Hacemos un repaso junto a Joaquín a través de este camino de experimentación y superación que ha desembocado en este Escarabajo ciervo, que él mismo define como "una obra confesional que habla de amor desde una perspectiva queer".
Tu formación en Cuarta Pared y con Carmen Senra ya marcó el inicio de un camino desde la hibridación de las artes. ¿Cómo recuerdas aquellos primeros años de búsqueda entre palabra y cuerpo?
Tenía diecisiete años cuando dejé el instituto por sufrir ‘bullying’ y entré en Cuarta Pared a estudiar Interpretación. Mis padres desconocían la causa del abandono escolar, pero accedieron a que estudiase en una escuela privada, tuvieron que firmar un permiso ya que era menor de edad. Fue el gran éxtasis. Estudiaba en el centro de la ciudad y el contexto era el de un teatro alternativo, la escena contemporánea. Esto coincidía con mi despertar sexual. La educación obligatoria fue un campo de batalla entre la normatividad y la diferencia; mi pluma, mi sensibilidad, mi forma de relacionarme, eran características perseguidas y castigadas. Al llegar al teatro y a la danza fue todo lo contrario: lo que yo era y sentía era valorado. Empecé a disfrutar y a celebrar la diferencia.
La danza vino como complemento a mi formación actoral. Siento hoy en día el celo de pertenecer a una disciplina o a otra. Para mí, la palabra ‘performer’ tiene más sentido que actor o bailarín. Las categorías escénicas están bastante estancadas, particularmente en España.
En tu biografía hablas de trabajos tan diversos como camarero, limpieza de hogares, modelo, gogo o figurante. ¿Cómo han influido esos “otros oficios” en tu manera de habitar la escena?
Mis padres accedieron a matricularme en una escuela privada, pero no podían costear mis estudios. Como para la mayoría de artistas, estos trabajos (limpieza, camarero, comercial), son un medio de supervivencia, un método para sobrevivir (las horas invertidas son muchas y la compensación económica es poca). Me impedían hacer como deseaba los estudios artísticos. En mi caso, encontré, siendo gogo, figurante o modelo al natural, un modo de juntar economía y aprendizaje artístico. «Hacerse cintura». A mis cuarenta y tres años estoy produciendo por primera vez y estos trabajos han endurecido mi piel escénica. He visto que no hay mucha diferencia entre las políticas laborales de otros sectores, como lo es el de servicios: todos ellos son precarios.
Has trabajado con referentes internacionales como Christoph Marthaler, y creadoras de la talla de María Velasco, Marta Pazos o Amalia Fernández, pero también lo has hecho desde lo más íntimo y artesanal. ¿Qué has aprendido al moverte entre lo grande y lo pequeño, lo colectivo y lo personal?
La temática en las obras de las autoras con las que he trabajado últimamente son temáticas de urgencia. Son obras con sarcasmo, ironía y, sobre todo, son narrativas que molestan a aquellos que quieren que las cosas sigan siendo como siempre. Me siento identificado con su rebeldía. Son fuentes de inspiración y trabajo aportando en la dirección que marcan. Busco activar mis herramientas en beneficio de la idea, algunas veces, proponiendo elementos que creo puedan ser inspiradores, teniendo muy presente que puede ser material de derribo.
Cuando se trata de un proyecto que parte de mí, primero miro las necesidades humanas y económicas para contar lo que se quiere: busco un equipo que se enamore de lo que vamos a hacer. Después de confirmar nuestro compromiso, lanzo impulsos creativos: bailes, músicas, imágenes, referentes textuales, inspiraciones cinematográficas, etc. Luego quiero ver cómo todo eso les resuena y sirvo como canal para compartir todas las ideas. Entonces nos juntamos y empezamos a poner en escena. Creo que entre lo colectivo y lo personal no hay distancia. Lo grande en esta profesión es hablar desde ti en un colectivo o hablar del colectivo aterrizando en ti. La estética, la poesía, la estilización, la figuración… se ponen a favor de la idea de colectividad.

¿Hay alguna obra, momento o giro en tu trayectoria que sientas como un punto de inflexión, una herida o una declaración de principios?
Hay una obra que gesté, pero nunca llegó a ver la luz, Funeral, ensayo 2020. La creé en el marco de un máster y con la ayuda de una residencia de investigación que aportaba algo de dinero. Fue una premonición, una herida, una grieta que no he sabido interpretar hasta ahora. Me sentí muy inseguro, me aterraba la idea de gestar, dejé de ver la creación como un lugar seguro. En este momento fue cuando decidí dedicarme al cien por cien a acompañar otros proyectos y a acompañar a estudiantes de danza. Las creadoras a las que acompañaba me parecían heroínas (y me siguen pareciendo) que estaban endureciendo su ‘piel escénica’ y me encantaba ser parte de esa armada. Entonces trabajé con Marta Pazos haciendo de Casio en Othello en 2021; con María Velasco como coreógrafo e intérprete en Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra -Premio Max a la Mejor Autoría en 2022-; también como coreógrafo en Primera Sangre -Premio Nacional de Literatura Dramática en 2024-; y en Salzburger Festspiele, en 2023, hice un papel protagónico en Falstaff, dirigido por Christoph Marthaler. ¡Cargar la pila de la mano de gente interesantísima!
Ahora entiendo que Funeral, ensayo 2020, fue, como su propio nombre indica, un rito para enterrar un periodo de creación y un ensayo para empezar a producir mi propia obra. A partir de entonces comencé a pensar en Escarabajo ciervo, pero aún no tenía nombre.
¿Qué papel ha jugado tu identidad y experiencia como persona queer en la construcción de tu lenguaje escénico?
Me construyo escuchando lo que siento: entre lo que estaba previsto para mí cuando era un niño y lo que realmente quería. Mi relación con lo masculino fue mucho menor que con lo femenino. Mis referentes cuando era niño eran mi hermana y mi madre, son a ellas a las que me quería parecer. Me ponía su ropa y me juntaba con su grupo de amigas. Sentía que algo no iba en la misma dirección que la mayoría de los niños de clase o del barrio. Me asustaban las peleas, la agresividad con la que se relacionaban. Sin embargo, me fascinaba pintar y hacer manualidades. Hicimos un grupo de teatro en el colegio: ya de pequeño jugaba al transformismo inventando historias y mi fiesta favorita era el carnaval. Había muchas cosas desordenadas que la escena me enseñó a ordenar. Aprendí que la construcción identitaria es un juego dramático y que todas podemos ser dramaturgas de nuestra identidad.
¿Crees que el cuerpo en movimiento puede cuestionar normas de género y deseo de una forma más directa o intuitiva que otros lenguajes artísticos?
Hasta la aparición del cine siempre existió la gran cuestión del registro de la danza. Son escasas las fuentes de documentación. Creo que la danza ha sido y es un arte vivencial que se escapa al registro. Pero también creo que es así toda forma artística. Entonces, no es tanto el texto o la coreografía los que hacen la obra escénica, sino quién la hace y quién la recibe. Aunque en un principio, el primer espectador de su obra sea su creador, en último lugar son los ‘performers’ y el público: todos y cada uno de los cuerpos, sus diferencias y particularidades, participan en la obra teatral. Ellas, ellos y elles, son resignificantes de la obra y por lo tanto su cuerpo vivo.
¿Qué posibilidades ofrece la danza, como lenguaje no verbal, para expresar realidades LGTBIQ+ que a menudo no encuentran lugar en el discurso tradicional?
Pienso que el movimiento expresivo es un espacio de reformulación o de ruptura para salir de los discursos tradicionales. El contenido lo entiendo como un flujo de energía inacabable. Habitar el cuerpo presente no es algo sencillo, hay mucho que desaprender para que los espacios de cada persona se expandan y sean porosos, de tal modo que lleguen a tocar a las otras personas.

¿Cómo puede la danza contribuir a visibilizar no solo diferentes identidades, sino también sus afectos, fragilidades y formas de estar en el mundo?
Deconstruyendo lo aprendido para indagar en lo personal.
Escarabajo ciervo, la pieza con la te presentas ahora, está atravesada por todo lo que estamos mencionando: lo queer, el transformismo y el homoerotismo, para hablar de temas como la supervivencia, los vínculos o las relaciones sexoafectivas. ¿Desde qué óptica has querido plasmar estos asuntos?
Desde una óptica personal amplificada por las voces de las personas que participan en el proyecto. Todas lo han atravesado de arriba a abajo, de izquierda a derecha. La música, la coreografía, el video, los textos, la iluminación y la producción… han formado parte del proceso de forma activa. Me arropo de biografías muy interesantes que apoyan la mía. Toda experiencia es acompañamiento para enfrentar el vértigo que da el estar en escena como ‘performer’ de tu propia creación sin poder ver desde fuera cómo sucede. Cuando hay un equipo, como el que somos, te lanzas y empiezas a andar aunque no haya tierra. Lo compartido es más potente que la necesidad de contar mi experiencia.
¿Por qué has elegido como título un insecto tan particular como es el Escarabajo ciervo? ¿Qué reivindicación o mensaje esconde detrás?
Esta es una anécdota real. Después de haberme quedado a dormir en su casa, María Velasco me contó que un bicho, un escarabajo ciervo, fue a parar a su habitación y que, cuando voló torpemente hacia ella, lo golpeó con el libro que estaba leyendo. Herido, el escarabajo salió por la ventana. Me dijo también, que no me lo había contado antes para que no me diera miedo dormir allí. Después de buscar en Google imágenes de los bichos que podrían estar en una buhardilla como la suya, llegamos a la conclusión de que el escarabajo ciervo era, en realidad, una cucaracha voladora. Antes de salir de su casa, María me dedicó su último libro publicado, Primera Sangre: “¿Por qué pensar que es un escarabajo ciervo en lugar de una Cucaracha Voladora? Intolerancia a la realidad…». Esta anécdota me hizo pensar en nosotras como dos cucarachas, bichos repudiados, pero que tienen su lugar en un ecosistema. Nosotras hacemos nuestro cometido como artistas, jugar al transformismo. Jugar a ser poesía.
¿Qué querías decir -o sentir- con esta obra que no habías podido decir antes?
Quiero hablar del amor en primera persona. Otras veces he hablado escondiéndome de él (una relación de amor entre un hombre y una mujer o con generalidades que ocultan lo personal). Empecé este proceso desde la intuición y se cristalizó en una historia real vivida.
¿Cómo describirías la relación entre los dos cuerpos en escena? ¿Qué se baila entre ellos: deseo, duelo, poder, ternura…?
Describiría la relación entre estos dos cuerpos como un diálogo donde la expresión y la escucha deforman la coreografía. Una de esas historias intensas que cuentan la liquidez del vínculo.
La música, el vídeo y la iluminación funcionan como capas del relato. ¿Cómo ha sido el diálogo con ese equipo artístico tan diverso?
Era importante una intimidad con las personas que iban a acompañarme en el proceso de creación de Escarabajo ciervo. Al estar como ‘performer’ a la vez que como creador y productor, la mirada externa debía ser la de personas con las que compartía una intimidad absoluta. ¡Aun así no ha sido fácil imaginar una obra desde dentro y fuera a la vez! Primero trabajamos para crear una estructura; luego fuimos componiendo imágenes y atmósferas y, sobre ellas, creamos las coreografías, los textos, los videos y la composición sonora. Algunas ideas de iluminación surgieron del maravilloso espacio que nos cedieron como residencia artística Leandre Clown y Laura Miralbes.
Trabajas de nuevo con María Velasco, responsable de los textos. ¿Cómo es esa colaboración? ¿Qué ocurre cuando sus palabras se encuentran con tu movimiento?
Habría que preguntar al público que asista qué sucede con las palabras de María Velasco y las danzas de Joaquín Abella. Solo sé que las palabras están escritas a favor de lo coreográfico y que se trata de una confesión escrita/bailada. Hablo de mi última relación, de lo homoerótico en tiempos donde la heterosexualidad aún es obligatoria, pero empezamos a oír hablar del consentimiento, a la vez que de la sumisión química… He delegado mi experiencia en sus palabras, esto es un acto de intimidad parecido al que sucede cuando estás en pareja. Uno cree que se puede esconder detrás de la danza, por lo abstracto del lenguaje, pero afortunadamente no es así, se ve si hay honestidad. Tengo muy claro que mi responsabilidad como creador es exponerme en cuerpo y obra.
¿Qué temas o formas sientes que te siguen llamando a escena? ¿Hacia dónde crees que se dirige tu trabajo?
Siento la necesidad de mudarme a otras ciudades, a otros países a otros continentes con este trabajo. Me gustaría estar fuera de casa y encontrarme en los ojos de otras personas que ni siquiera hablan mi idioma. Quiero seguir impulsando en estos lugares la construcción constante de la identidad y del deseo.
Está claro que cuando alguien muestra su deseo y este es diferente (y luminoso), es cuando se juntan manadas para frenarlo. Atacan para apagar la luz con la que viene la diferencia. Mi trabajo es mostrar mi deseo.