El Teatro de La Abadía ha presentado su nueva programación para la temporada 2025-2026, que coincide con su 30 aniversario. Una cifra redonda que no llega cargada de autocomplacencia, sino de continuidad en una línea que ha hecho del riesgo, la curiosidad y la mezcla de lenguajes su modo de estar en el mundo.
La temporada se abre con El dragón de oro, de Roland Schimmelpfennig, en versión de Sarabela Teatro. Una obra que pone sobre la mesa temas que siguen sin resolverse: migración, desigualdad, explotación laboral. Desde Galicia y con una propuesta escénica muy física, el montaje plantea un relato coral sobre un mundo interconectado, precario y a menudo injusto.
Otra de las piezas destacadas es Los amores feroces, con dirección de Rosario Ruiz Rodgers y textos de Octavio Paz. Un trabajo que no huye del erotismo ni de la contradicción y que apuesta por una mirada poética sobre la identidad. También desde el cruce de lenguajes llega Nana para Emmy Hennings, firmada por Luz Arcas y Pedro G. Romero, que recupera la figura casi borrada de la artista alemana desde una combinación de danza, palabra y gesto. Además de encontrarnos los nuevos trabajos de compañías como La Dramática Errante con Ni flores, ni funeral, ni cenizas, ni tantán un trabajo del tándem María Goiricelaya y Ane Pikaza que nos habla del «buen morir»; una nueva propuesta de AY Teatro con Tebanas a partir de textos de Esquilo, Sófocles, y Eurípides al que dan forma Álvaro Tato desde la dramaturgia y Yayo Cáceres desde la dirección; lo nuevo de Pont Flotant con Adolescencia infinita; o LaJoven que regresará con Invisible, sobre la novela de Eloy Moreno, con dramaturgia de Josep Maria Miró.
En clave más íntima, aparecen Una forma de vida, una colaboración entre La_Compañía exlímite y Recycled Illusions que aborda la vejez desde el humor, o Perra cimarrona, de Lucía Trentini, una pieza confesional en la que el cuerpo y la palabra recorren temas como el duelo, la memoria o la migración. Además de una nueva dirección del siempre estimulante trabajo del director Juan Carlos Fisher quien nos trae Las gratitudes a partir de la novela de Delphine de Vigan con Gloria Muñoz en el reparto; La Teoría King Kong, puesta en escena sobre el ensayo de Virgine Despentes.
Habrá espacio también para propuestas que giran en torno a la histórico, lo política y lo social, como Francisco Ferrer. ¡Viva la Escuela Moderna!, de Jean-Claude Idée bajo la dirección de José Luis Gómez -a quien además veremos sobre las tablas con Mío Cid-, que habla sobre el pedagogo ejecutado en 1909; El imperativo categórico de Victoria Szpunberg, una producción del Teatre Lliure que plantea con dosis de ironía «lo que es éticamente adecuado en un sistema que te ahoga»; Rompientes, de José María Esbec, que bucea en el archivo sonoro de la Transición; o El jardín quemado, una nueva creación de Juan Mayorga que, como suele ser habitual en su trabajo, parte de un lugar aparentemente doméstico para hablar de otra cosa.
Entre las propuestas que vuelven a la cartelera figuran tres reprogramaciones: Travy, con Oriol Pla dirigiendo a su familia, que mezcla autoficción familiar con una reflexión sobre el propio oficio de actuar; Casting Lear, escrita y dirigida por Andrea Jiménez, que parte de la figura del rey shakespeariano para hablar de poder, edad y representación; y Caperucita en Manhattan, versión escénica del clásico de Carmen Martín Gaite, que rescata el cuento para público joven desde un enfoque libre y actual.
La programación se completa con proyectos como Los chicos de la playa Adoro, del director andaluz Alberto Cortés en diálogo con el artista plástico João Gabriel; Del fandom al troleo, de Berta Prieto, una pieza que parte del lenguaje de internet para mirar con ironía el espectáculo social; o Komunumo, que toma como punto de partida la idea de comunidad.
El público familiar también tendrá su lugar con espectáculos como Invisible, Las pequeñas cosas o la ya mencionada Caperucita en Manhattan, en un intento por ampliar los márgenes del teatro más allá de lo adulto y lo evidente.
Como viene siendo habitual, La Abadía no se limita a una programación escénica. Ciclos como El Faro de La Abadía, Poetas en La Abadía, Teatro bajo la arena o Cómicoas en La Abadía seguirán alimentando el cruce entre teatro, pensamiento, palabra y cuerpo. Y Abadía 44, el espacio de formación, mantiene su compromiso con la investigación escénica y la transmisión entre generaciones.
Treinta años después de su fundación, La Abadía sigue funcionando más como una pregunta que como una respuesta. En lugar de conmemorar el pasado, propone una temporada que observa el presente con atención y se lanza a él sin fórmulas cerradas. Más que un escaparate, lo que hay es un espacio para probar, fallar, conectar y seguir haciendo preguntas desde el escenario. Que no es poco.