Sí, el teatro sirve para cambiar el mundo
Miguel del Arco ha repetido en varias ocasiones que Jauría es el montaje que más satisfacciones le ha reportado y el que mayor sentido da a su trabajo. La obra vuelve a su casa, al Teatro Kamikaze, con premios y aplausos cosechados en toda España y algunos lugares del mundo, pero sobre todo habiendo cumplido con la idea de representar la terrible realidad que esconden las manadas de violadores. Jauría es la transcripción literal de las declaraciones de los acusados y la víctima del juicio de La Manada llevada a cabo por el dramaturgo Jordi Casanovas, volcada en escena bajo la dirección de Miguel del Arco con María Hervás al frente de un reparto que completan Pablo Béjar, Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Javier Mora, Martiño Rivas y Raúl Prieto, que se van combinando para interpretar de forma alterna a los cinco violadores.
Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
El 25 de enero de 2019 se estrenaba Jauría en Avilés. La expectativa era máxima y el montaje estaba envuelto en polémicas y controversias ya desde que se anunció que se produciría. ¿Es lícito llevar el juicio de La Manada al teatro? ¿Es ético? ¿Está parasitando un furor mediático en busca de un éxito teatral frívolamente? Nada de eso. Porque eso es pensar el teatro de la forma más reduccionista -y morbosa- posible y alejarlo de su valor educativo, cultural, básico, para dejarlo en mero entertainment. El teatro ni es televisión ni es cine, el teatro es un reducto de vida en el mundo-pantalla donde los cuerpos comulgan con cuerpos, no con clicks. “No es lo mismo leer un testimonio que verlo interpretado sobre un escenario -dijo entonces a El País Jordi Casanovas, dramaturgo de Jauría-. Los matices se amplifican y obligan a reconsiderar muchas cosas que se dan por asumidas”.
Nada equidistante
El hecho en sí evita tentaciones de reformulación. El hecho de que cinco tipos violaran en grupo a una mujer sola, con nocturnidad y alevosía, y la forma de hablar de ello en el juicio, da buena cuenta de cuál es el problema de fondo, como explica Miguel del Arco: “hacemos esta obra para poner sobre la mesa la gran deficiencia que esta historia deja al descubierto: que estos chicos y mucha otra gente sigan pensando que no hicieron nada malo, que es normal dejar tirada en el suelo a una mujer después de mantener relaciones sexuales con ella”.
Reflejo de un malestar social
La Manada había sido condenada por el Tribunal Superior de Justicia de Navarra a 9 años de prisión por abuso sexual. Una marea de indignación recorrió España. Pero unos meses después la esperanza en la justicia rebrotó con la sentencia del Tribunal Supremo, que elevaba a 15 años la condena, reconociendo por fin que había sido violación. Las funciones de Jauría seguían llenando el teatro que tocara cada tarde, y cada mañana con jóvenes de institutos y colegios con los que se entablaba un diálogo mucho más intenso que con el público, digamos, “normal”. Como nos dijo María Hervás en una entrevista, “no tiene que ver solo con esa chica sino con todas las mujeres que históricamente han vivido algo similar, incluso si me apuras, con todos los débiles como concepto”.
El reconocimiento merecido
A finales de 2019, Miguel del Arco y Jordi Casanovas recogían el Premio del Ministerio de Igualdad Contra la Violencia de Género en la categoría Cultura, un premio que dedicaron muy especialmente a la mujer víctima de La Manada. Ella -lo contaba del Arco al recoger el premio-, una chica violada a los 18 años que tuvo que esperar a tener 22 para ver una sentencia firme, hizo llegar a través de su madre su total aprobación para que se llevara a cabo esta obra teatral, porque “ella es de la opinión de que las historias que no se cuentan, no existen”, dijo del Arco. Es una obra conmovedora, los actores están impresionantes pero, más allá de todo esto, tenemos que felicitarnos por una iniciativa que ha movido los resortes de la humanidad frente a la barbarie. Gracias.