Es imprescindible que se reconozca de cada creadora su singularidad como persona, como sujeto, no como representante permanente de la mitad de la humanidad [entradilla]

 

Reivindicar como una urgencia la individualidad puede parecer algo banal ante problemas como la feminización de la pobreza o la violencia de género. Pero existen responsabilidades y campos de acción. Para mí, el del arte y los medios de comunicación culturales está muy claro: reconocer la existencia de individuas

 

Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa

(Imagen: Las ensoñaciones del paseante solitario, de Edward Hopper)

 

La escasez de historias protagonizadas por mujeres es el elefante en la habitación de cine, teatro y televisión. El chal de Cuca Escribano hace apenas un año recordaba que solo hay un 20 % de papeles al que puedan acceder nuestras actrices. Es imprescindible, sin duda, convertir a la mujer en sujeto de la acción y no reproducir esquemas en los que es objeto de deseo, cuando no simplemente algo decorativo o necesario solo para dar profundidad psicológica al personaje masculino.

 

Pero convertir a la mujer en sujeto es una tarea que no se circunscribe a su representación en la ficción. También es necesario que estemos en lugares de enunciación, como dramaturgas, guionistas o directoras, y no debe ser solo para contar historias de mujeres. La ausencia de referentes, de genealogía, ha creado una corriente natural de arte reflexivo, en el que desvincularse de la mirada masculina sobre una misma para afirmar la propia era, y es, una urgencia. Sin embargo, daremos un gran paso cuando las mujeres empecemos a relatar cómo vemos a los hombres, a hablar sobre la masculinidad con la que convivimos, y ellos acepten con naturalidad una posición a la que no están acostumbrados: la de ser el objeto observado, analizado, opinado. Coco Fusco y Guillermo Gómez-Peña relatan que tras su performance The Couple in the Cage, en la que, pretendiendo ser amerindios, eran exhibidos en museos de arte contemporáneo estadounidenses, Guillermo sufría mucho más que Fusco por la sensación de estar siendo observado durante ocho horas seguidas. Fusco dedujo que ella estaba ‘entrenada’ en el arte de ser observada debido a su género. Y eso, en sí mismo, no es nada malo: lo perverso es el desequilibrio de poder que genera la mirada.

 

Además, es también imprescindible que se reconozca de cada creadora su singularidad como persona, como sujeto, no como representante permanente de la mitad de la humanidad. Me encuentro con frecuencia a compañeras de profesión que están cansadas de ser reclamadas para trabajar o aparecer en tal o cual contexto porque querían contar con ‘una mujer’. Estamos consiguiendo mucho a base de repetir datos, porque las estadísticas, obstinadas ellas, siguen demostrando la flagrante desigualdad; lo que no se nombra no existe, obviamente; pero a fuerza de repetir la ausencia o presencia de ‘mujeres’, las mujeres creadoras llevamos una insoportable carga metonímica, aunque nada tengamos que ver entre nosotras en nuestro arte. Nos une la dificultad de acceso a recursos, quizá cierta sensibilidad ante el sistema que nos invisibiliza… O no. “Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres opinen de manera diferente no significa nada, porque, dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes”, dijo Victoria Kent en su mítico enfrentamiento a Clara Campoamor. Los periódicos de la época se burlaban de ellas: «Dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo», «¿Qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?».

 

La lucha feminista tiene tantos frentes abiertos que a veces es complicado saber siquiera si existen prioridades, y reivindicar como una urgencia la individualidad puede parecer algo banal ante problemas como la feminización de la pobreza o la violencia de género. Pero existen responsabilidades y campos de acción. Para mí, el del arte y los medios de comunicación culturales está muy claro: reconocer la existencia de individuas. Que su palabra cuente por sí misma, sin necesidad de estar reforzada o matizada por el hecho de ser mujer. Que tengan biografía (¡cuántas entrevistas he leído a hombres en los que se refleja su trayectoria de apenas uno o dos montajes, mientras que creadoras de largo recorrido nunca son preguntadas por sus trabajos anteriores!). Que los personajes, los temas o el estilo que hayan elegido no sea filtrado por su género. Esto no niega los espacios colectivos de lucha, que desafortunadamente siguen siendo imprescindibles. Tampoco estoy refiriéndome a un feminismo neoliberal, de blancas ricas, individualista, que no tome en cuenta al conjunto de fuerzas que operan para sostener la desigualdad. Hablo de que el mundo del arte tiene que hacer ya acuse de recibo de la singularidad de cada mujer. Cuando luchamos, somos hermanas. Cuando creamos, somos individuas.

 

Recordemos que cuestionar el relato de una mujer por el mero hecho de serlo es una dinámica que opera en todos los campos de la sociedad, y que a día de hoy, la palabra de Larry Nassar, el ex entrenador de gimnasia del equipo olímpico de Estados Unidos, ha necesitado el testimonio de más de 140 mujeres para ser rebatida; que Andrea Constand solo consiguió llevar a juicio a Bill Cosby cuando logró que otras 13 mujeres testificaran que también habían sufrido agresiones sexuales por parte del actor; y que el tristemente célebre caso Weinstein ha sido posible gracias al relato de unas 70 mujeres. Es imprescindible para la igualdad que la palabra de una mujer valga lo mismo que la de un hombre. Que sea creíble, rotunda y veraz porque la sociedad ha interiorizado que las individuas valen lo mismo que los individuos. Y nosotros, desde nuestra posición, podemos contribuir de manera real a que esto ocurra.