Rakel Camacho: "No quiero estilizar ni romantizar Fuenteovejuna. Quiero que remueva, que el público rechace su violencia"
Nos acercamos a la nueva versión de Fuenteovejuna con la que la CNTC inicia su temporada. Una producción dirigida por Rakel Camacho que no rehúye ni la crudeza ni la incomodidad, convirtiendo este clásico de Lope en un espejo que nos enfrenta a la violencia, la opresión y la necesidad urgente de respuestas desde lo común.
Estamos a comienzos de julio, en Almagro. La Compañía Nacional de Teatro Clásico acaba de inaugurar la 48ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro con una nueva adaptación de Fuenteovejuna, dirigida por Rakel Camacho. Quedo con ella para que me hable, desde la resaca emocional que dejan las noches de estreno, sobre esta producción que ahora abrirá la nueva temporada del Teatro de la Comedia. Al preguntarle cómo se siente tras esta primera función, tarda un instante en responder, en su mirada veo pasar a toda velocidad todos esos detalles a pulir para lograr llegar a donde ella quiere llevar este montaje, pero su sonrisa delata su satisfacción y me confiesa que está realmente feliz y satisfecha con el trabajo de su equipo. Como el sol almagreño no da tregua, me invita a charlar en uno de los camerinos del Auditoria Adolfo Marsillach, sede de la CNTC en Almagro, “ahí estaremos más frescos”, y cómo se agradece.

Cuando le pregunto cómo llegó a sus manos la dirección de esta versión de Fuenteovejuna, me cuenta que fue Laila Ripoll, nueva directora de la CNTC, quien la llamó para ofrecérsela. “Para quienes empezamos pronto con el teatro, Fuenteovejuna está ahí, irremediablemente. Es el paradigma del teatro clásico”, afirma Camacho, con el respeto de quien sabe que se enfrenta a una de las obras más populares del Siglo de Oro. Pero la directora ha decidido ofrecer una versión que no esquive la violencia, ni suavice las aristas, sino que las exhiba con crudeza. “Lo hago para que el público rechace esa violencia. No quiero romantizarla, no quiero estilizarla. Quiero que remueva”, haciendo de este clásico una lectura profundamente política, social y estética con una puesta en escena visceral y una composición musical que conecta con lo ancestral, pero apuntando directamente a las entrañas del público contemporáneo.
LA PRIMERA MUJER AL FRENTE… EN ESTA CASA
En los últimos años, Camacho ha pasado de ser una directora independiente con un lenguaje propio, a ser una de las creadoras más solicitadas del panorama nacional. “Pero esto no me ha pillado por sorpresa”, confiesa. “Es el resultado de muchos años de trabajo, defendiendo una forma de hacer teatro. Mis trabajos son de gran formato, independientemente del espacio donde sean representados. Donde puedo brillar, creo, es en este tipo de retos”. Así que, dirigir Fuenteovejuna, está profundamente ligado a su forma de entender el teatro: no como compartimentos estancos, sino como un tejido donde identidad, estética y política son inseparables. “Fuenteovejuna exige un control no solo artístico, sino también emocional. Hay que sostener muchas cosas, pero eso también me da alegría. Es un reto que me gusta habitar», afirma Camacho.
Aunque Fuenteovejuna ha sido dirigida por mujeres en otras ocasiones, esta es la primera vez que sucede dentro de la Compañía Nacional de Teatro Clásico desde su fundación en 1986. “No siento un peso por ello”, me dice con determinación. “Soy consciente de que mi mirada está atravesada por quién soy. No se puede compartimentar: soy mujer y directora, y eso construye mi universo».

LUCIDEZ PARA MIRAR LA HISTORIA
El texto de Lope cuenta con la adaptación de María Folguera, con quien habitualmente conforma tándem artístico. Ambas han tejido una propuesta que busca el equilibrio entre las dos grandes tramas de la obra: la política y la social. “Muchas veces se destaca solo el conflicto del pueblo con el Comendador, pero eso viene precedido por la estructura del poder monárquico”, explica. La pregunta, dice Camacho, era inevitable: “¿Qué hacemos hoy con los Reyes Católicos, símbolo de un progreso en su tiempo, cuando hoy la monarquía es algo absolutamente caduco?”. No se trata de reescribir la historia, sino de mirar con lucidez. Así, donde Lope coloca un pesquisidor, el montaje de Camacho coloca a dos jueces: “Son los Reyes. Y nos parecía importante que se viera su papel, también como instauradores de la Inquisición dos años después de los sucesos reales de Fuenteovejuna”.
Su dirección pone especial énfasis en la masculinidad tóxica y en hacer explícita la violencia sexual y de poder que atraviesa el texto. “Lope ya lo pone en los versos. Está todo ahí. Él escribe también como director de escena. La violencia está narrada en los versos; Lope lo escribe con una claridad brutal. Yo no decido hacerla explícita, él lo exige”, explica Camacho. Frente a versiones más conservadoras que han suavizado la violencia de la obra, Camacho apuesta por confrontarla directamente y lanzársela al público a la cara, llena de babas, semen y sangre.

CORALIDAD Y VERDAD
Una de las señas de identidad del trabajo de Camacho es su concepción de lo coral: “En la sala de ensayos soy tremendamente feliz. No vengo a poner algo en pie yo sola, sino a vivirlo con el elenco”. Su forma de dirigir implica contagiar su universo, escuchar, provocar que los actores sean parte activa del proceso, sin caer en la creación colectiva. “Quiero que vivan mi universo, que lo hagan suyo. Y cuando eso sucede, la obra crece sola”.
Y esto, en Fuenteovejuna, se ve plasmado despojando al pueblo de esa imagen de masa informe, otorgándole identidades singulares que den forma a un cuerpo colectivo. “Quería que el pueblo no apareciera solo como escena coral, sino como conjunto de personas con voz y mirada propia”. Por eso, decidió ampliar el número de mujeres en escena, introduciendo nuevas presencias y cuidando que cada intérprete tuviera su lugar y un carácter definidos. “Da igual cuántos versos tengan. Lo importante es que tengan un sitio desde su identidad”, destaca. Personajes secundarios como Barrildo, Mengo, Pascuala o Juan Rojo cobran aquí una potencia inusitada. “Barrildo es el primero que verbaliza que hay que dar muerte a los tiranos”, recuerda Camacho. Para ella, esa verbalización es clave: articula el conflicto desde una convicción que no se esconde en lo abstracto. “Todo el elenco está entregado. Cantan, bailan, actúan. Lo que me interesa es que lo vivan, que lo habiten. No quiero levantar un espectáculo, quiero que ocurra de verdad.”

RITO, TRADICIÓN Y RAVE RURAL
El trabajo musical y coreográfico ocupan un lugar esencial. “No hemos intentado contemporizar nada. Cuanto más hacia atrás, más contemporáneo resultaba”, explica. Las coreografías de Sara Cano y la dirección musical de Raquel Molano, junto a Pablo Peña y Darío del Moral, conectan con la tradición y, a la vez, con un presente que vibra como una rave rural. Incluso es posible vislumbrar un conato de ‘voguing campesino’ en alguna escena. Bromas aparte, la música, el movimiento, los aparejos, los cantos: todo está pensado desde lo sensorial, desde el contacto con la tierra y con la memoria obrera de los pueblos oprimidos, ahondando en la dureza de la tradición, no solo en su aspecto celebratorio. No en vano esta versión se toma la licencia de sustituir los últimos versos escritos por Lope, con los que se cierra la función, por una estrofa de El arado de Víctor Jara, otorgándole al pueblo el poder -y la esperanza- de la última palabra, “está en nuestra tradición. Es nuestro sonido de lucha”, conectando la historia con las luchas presentes.

TEATRALIDAD SIN CONCESIONES
Camacho no reniega de la emoción, pero no quiere que esta se imponga a la reflexión. “Soy brechtiana, pero también muy emocional. Si el público se conmueve, estupendo. Pero, sobre todo, quiero que piense. Mi reto es conseguir una teatralidad fuerte, verosímil, que tenga forma y contenido equilibrados. Eso está en Lope y me fascina”.
La sexualidad, la violencia, el amor: todo está en escena, sin filtros. Al hacérselo notar y querer conectarlo con anteriores trabajos de la directora, Camacho enseguida puntualiza: “Lope lo escribió así. Está ahí. No es una decisión estética, sino dramática”. Incluso las escenas más costumbristas, o las románticas, encuentran un tratamiento desde la verdad: “Me he reconciliado con las escenas de amor. Cristina Marín-Miró (Laurencia) y Pascual Laborda (Frondoso) las hacen desde una verdad y una teatralidad impresionante. Fuenteovejuna es una historia de amor perseguido, de opresión, pero también de comunidad. Y el amor, a pesar de todo, vence”.
Las escenas de crueldad del Comendador, creado por Chani Martín; la desgarradora aparición de Laurencia tras la violación, o las humillaciones a las que son sometidos Esteban, el alcalde interpretado por Jorge Kent o el Mengo creado por Alberto Velasco, dejan claro que la propuesta de Rakel Camacho no pretende ser nada complaciente, dejando momentos en los que no sabes si quieres seguir mirando. “Y eso está bien”, dice una Camacho satisfecha ante esta reacción.
En definitiva, Rakel Camacho nos coloca frente a un espejo que no embellece ni dulcifica el reflejo. Despoja al pasado de toda nostalgia para confrontarnos con un presente anestesiado. “Si hacemos en escena lo que queremos que sea la vida, ya estamos aportando algo. Aunque parezca pequeño, quizá no lo sea tanto”, concluye.