Irene Pardo, directora artística del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, lo afirma sin dudar: «no hay un lugar como este». Es una afirmación difícil de rebatir para quienes, año tras año, llegamos a esta localidad manchega y la observamos casi con fascinación recorriendo las calles en su bicicleta, ejerciendo de anfitriona omnipresente y cercana, saludando y conversando con vecinos, artistas y visitantes. “Es imposible venir aquí y no sentir que formas parte de algo”, asegura. Su mirada y energía son, de hecho, embajadoras de la esencia teatral de Almagro en julio, y de cada rincón y cada historia que allí tienen lugar. Pardo destaca con orgullo: «no hay una población en el mundo, de 9000 habitantes, en una zona rural, que cuente con 12 espacios escénicos dedicados a representaciones profesionales de una temática concreta como es el Siglo de Oro».

Cuando nos sentamos a charlar, me pregunta qué es lo que sentimos al llegar cada año a Almagro; y mi respuesta es que, posiblemente, esto sea lo más parecido a tener un pueblo al que regresar cada verano para quienes no lo tenemos. Un lugar donde nada resulta ajeno y todo es encuentro. Dos palabras aparecen inevitablemente: casa y cuidados. Ese cuidado empieza por detalles sencillos, como que el taxista -José Luis- que recoge a los periodistas en Ciudad Real nos reconozca, recuerde muchos de nuestros nombres y nos cuente anécdotas durante el trayecto. “Ese detalle ya te sitúa”, apunta Irene.

Irene Pardo, junto a Laila Ripoll. Foto de Pablo Lorente.

Sin embargo, detrás de esa calidez subyace una estructura compleja y a menudo invisible. Su directora enfatiza: «me siento orgullosa del equipo que lo hace posible. Es un engranaje de talento que no siempre se ve, pero que sostiene todo esto». No obstante, advierte que el entusiasmo colectivo no puede ser excusa para la precariedad: «Hemos caído muchas veces en la trampa de la vocación. La cultura necesita recursos, no solo pasión. Y este festival debería contar con un presupuesto que pudiera sostener todo lo que se plantea» , una labor que recae en su faceta como gestora cultural que, aunque a la sombra del rol de directora artística, permanece alerta.

Un festival que mira al pasado con preguntas del presente

Al frente de este proyecto, Irene Pardo recalca que es consciente de su naturaleza continuista, donde ella no es el centro. «Yo no soy la protagonista. No quiero que se perciba como un proyecto personal que corta con todo lo anterior. Mi intención es que haya una estructura que sujete a las próximas direcciones y que Almagro no sea una consecución de festivales». Y destaca haber recibido este legado, «sobre todo, he de decirte que de Natalia Menéndez».

 

La bailaora Cristina Hoyos, Premio Corral de Comedias 2025. Foto de Pablo Lorente

 

El festival, defiende Pardo, acoge las artes escénicas desafiando la rigidez de los compartimentos estancos. «Históricamente, el teatro lo ha fagocitado todo: danza, música, circo. Ahora por fin empezamos a nombrar y reconocer cada disciplina, para que luego podamos mezclarlas y hacerlas dialogar entre sí». Su objetivo es que lo clásico deje de ser una pieza de museo y se convierta en materia viva , un reflejo de la realidad, como se evidenció en la versión de Fuenteovejuna: «lo que hemos visto en Fuenteovejuna, es lo que vemos todos los días en las noticias»

Pardo confiesa que en la misma semana el festival ha sido tildado de ‘woke’ y de festival ‘de pandereta’. «Algo debemos estar haciendo bien cuando incomodamos y revolvemos a todo el mundo», explica con satisfacción. y subraya que «parece que ya no hay lugar para los matices ni para la disidencia», para rematar con toda una declaración de principios: «Es un festival que no tiene miedo a preguntar, a incomodar y a celebrar. Y eso es lo que lo hace único».

Imagen de Fuenteovejuna, de la CNTC. Foto de Pablo Lorente.

La presencia de los márgenes del Siglo de Oro

De ahí su empeño por expandir la noción de lo clásico y devolverlo al pueblo, para que sea un espejo en el que reconocerse. «No podemos romantizar que sigamos hablando de temas de hace cuatro siglos. Si lo hacemos, que sea para interpelarnos, no para anestesiarnos». En este sentido, la programación incluye proyectos que miran hacia los márgenes y rescatan voces silenciadas. «Es como si los gays o personas de otras culturas, por ejemplo, no hubieran existido en el Siglo de Oro. Si te pones a investigar, te das cuenta de la cantidad de personajes en los márgenes y la cantidad de reivindicaciones que hay, seguramente, haga que mucha gente se acerque al Siglo de Oro». Resalta la importancia de reconocer referentes y visibilizar a estos personajes. «Si en el Instituto, te enseñaran que en la sociedad de la época hay una variedad inmensa, diversa y compleja, tú no te sentirías un bicho raro y te invitaría a entender a los clásicos desde otra mirada». Por ello, esta edición del festival presenta propuestas como la exposición Genias, que otorga protagonismo a la mujer del Siglo de Oro; La jácara de los cuerpos imposibles, donde Alberto Velasco y Ruth Rubio reinterpretan el verso desde la disidencia y lo queer; Ana por Ana, un biopic flamenco que reivindica a Ana Caro de Mallén ; ORIGEN, una creación de Fahmi Alqhai, Patricia Guerrero y Juan Dolores Caballero; o el Picao, un acto de homenaje a las tejedoras que habla de lo popular y la tradición desde el lado más cercano, la voz del propio pueblo. Todas estas propuestas se entrelazan con grandes títulos del repertorio y un off que se ha consolidado como un auténtico laboratorio de experimentación.

«Ojalá toda la sociedad fuera como Almagro: diversa, compleja, con sus contradicciones, pero girando en torno al entendimiento», confiesa Irene Pardo. Subraya que «lo que sucede aquí es una convivencia intergeneracional que no es impostada. Tienes a creadores consagrados compartiendo espacio con gente que está empezando». Nombres como Morboria, Rakel Camacho o Alberto Velasco contribuyen a la sensación de una comunidad que se retroalimenta y que integra a todos.

En esta voluntad de sumar miradas y voces, Irene destaca el papel actual de tantas mujeres al frente de proyectos culturales, mencionando a Laila Ripoll en la CNTC, Muriel Romero en la CND, Ana Belén Santiago en el Teatro del Barrio, Elvira Gutiérrez de La Red Española de Teatros, Beatriz Patiño directora del Museo Nacional de Artes Escénicas o Marina Bollaín en el CDAEM, entre otras. «Empieza a haber una justicia poética y política, y se nota en todo: en la forma de programar, en la manera de relacionarse con el público, en la sensibilidad artística. No es algo que se haya hecho a la fuerza. No hay un solo nombre que no merezca estar ahí».

 

Escena de Casting Lear con Juan Messeguer y Andrea Jiménez. Foto de Pablo Lorente.

La apertura de la 48ª edición

El inicio de la 48ª edición del festival ha resultado un escaparate contundente de esta diversidad. Por primera vez en su historia, el Premio Corral de Comedias se dedicó a la danza, honrando a la bailaora Cristina Hoyos. El acto fue presentado por una emocionada Paloma Cortina. «Me gusta tener ese pequeño guiño al periodismo cultural porque, para mí, es fundamental, por eso cada año quiero que se suba al escenario una persona que se dedica a difundir la cultura, pero no como un presentador, sino como alguien que quiera a Almagro» , explica Pardo.

Aunque, como cada año, no faltaron las dudas sobre el protagonismo excesivo de los discursos políticos en una ceremonia que debería girar en torno a la homenajeada. ¿Realmente son necesarios todos esos discursos que, en alguna ocasión, hasta se han olvidado de mencionar a la persona a la que homenajean?

En los escenarios se entrelazaron propuestas como la impactante versión de Fuenteovejuna, dirigida por Rakel Camacho y adaptada por María Folguera. Una mirada contundente, explícita y salvaje, rebosante de energía, tradición y folclore , que dialoga con la actualidad más trágica, provocando reflexión y emoción en el público, y destacando la capacidad del pueblo para cambiar su destino. También se pudo ver Los dos hidalgos de Verona, bajo la dirección de Declan Donnellan, con un elenco que realza el humor y el talento de Shakespeare. Lo que son las mujeres es la última propuesta de Morboria, que vuelve a demostrar su dominio del verso y estética distintiva. De hecho, quienes visiten Almagro podrán comprobarlo gracias a la fantástica exposición dedicada a la compañía en conmemoración de su 40º aniversario, un recordatorio de que «la trayectoria y el riesgo pueden, y deben, ir de la mano».

En estos primeros días, también se han presentado apuestas como Casting Lear, de Andrea Jiménez, que invita al público a reflexionar sobre la paternidad y el perdón, y que fue galardonada en los Premios Max; y propuestas más líricas como Amor místico, con Manuela Velasco recitando poemas de Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, María de Zayas y Lope de Vega, acompañada por la mezzosoprano Beatriz Oleaga y los músicos Alberto Martínez Molina y Josetxu Obregón.

 

Imagen del Picao. Foto de Pablo Lorente.

Mirar al futuro

A Irene se le agolpan las ideas para seguir haciendo evolucionar el festival, algunas que surgen incluso durante la conversación, como la temática del próximo espectáculo de Plataforma Corral, un espacio para creadores emergentes. «Es bonito que se vayan pasando el testigo entre creadoras e incluso colaboren unas con otras. Quizá se convierta en una tradición» y menciona y aplaude el trabajo de Laura Garmo y Laura Ferrer. Con una sonrisa cómplice dice: «Se me está ocurriendo en este mismo momento que, el año que viene, haremos algo sobre una autora como Catalina de Erauso. Y explicaré que salió de una entrevista».

Otros proyectos que quiere poner en marcha incluyen la reactivación de espacios como la Hospedería y el AUREA, para crear un aula diáfana para ensayos en una de sus bóvedas. Y me comenta que el ayuntamiento está explorando la posibilidad de habilitar una casa como sede del festival para residencias artísticas. «Sé que me vengo muy arriba y que yo no lo veré siendo directora, pero sí quiero que todo el mundo comience a creérselo», dice con emoción. Su objetivo final es que «los políticos sean conscientes de lo que tenemos aquí y que Almagro se convierta en la Capital Mundial del Teatro del Siglo de Oro».

¿Y quién podría discutírselo?

El año que viene, más. Ya lo estamos deseando.

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