PARA QUIENES NO VENÍS A LA ABADÍA

En febrero de 2025, el Teatro de La Abadía, que un día fundara José Luis Gómez, cumple sus primeros treinta años. Creo que teatreras y teatreros tenemos que alegrarnos mucho de ello. Pero también deben alegrarse quienes todavía no han venido a La Abadía. Y de que llegue a esta edad con tanto vigor.

Cuando me preguntan por mi experiencia al frente de La Abadía –precisamente será también en febrero cuando cumpla tres años en esta responsabilidad–, suelo empezar diciendo que dirigir un teatro es uno de los trabajos más bellos, al menos por dos razones: la primera, porque consiste, ante todo, en imaginar ocasiones de reunión; la segunda, porque te da la preciosa oportunidad de acompañar el trabajo de otros creadores. Luego añado que, si me siento una persona privilegiada por dirigir un teatro, lo soy especialmente al hacerlo en uno de los más bonitos del mundo.

Tengo la certeza, sí, de que La Abadía –donde fui, primero, apasionado espectador, y en cuyos escenarios tuve más tarde ocasión de ver representadas algunas de mis piezas– es un teatro especialmente bello. Lo es, desde luego, por su arquitectura singular, pero también por la historia de las grandes noches que se han vivido en él y por la generosidad y exigencia de los espectadores que convoca.

Me alegra ver que el Teatro de La Abadía es hoy un cruce de muchos caminos. Quienes tenemos la suerte de trabajar aquí nos decimos, alterando un poco el título calderoniano, que aspiramos a que La Abadía sea casa con muchas puertas, mala de guardar. Nos gusta pensar que la gente puede entrar en La Abadía por varios y muy distintos accesos.

Para empezar, y eso es lo más importante, nos esforzamos para que la programación sea convocante y muy diversa en asuntos, lenguajes y formas. Queremos que los espectadores lleguen a La Abadía ilusionados y que salgan de ella entusiasmados. Y viene ocurriendo que, cada temporada, buena parte de nuestros espectáculos llenan las salas Juan de la Cruz y José Luis Alonso para permanecer, estoy convencido, en la memoria de sus espectadores.

También nos tomamos con gran ambición acciones como Poetas en La Abadía –un acto de fe en la palabra que entrega el escenario a nuestras y nuestros poetas para que construyan poesía en el espacio y en el tiempo–, el Faro de La Abadía –en que reunimos a pensadores y a creadores escénicos en torno a preguntas intemporales y urgentes–, el Círculo de Lectura –en que se reúnen letraheridos que comentan textos antes y después de que lleguen a nuestros escenarios– y las experiencias –hablar de “exposiciones” daría una idea insuficiente de lo que allí buscamos– en El Absidiolo.

Por otro lado, conviene recordar, porque no todo el mundo lo sabe, que La Abadía es también un centro de estudios que ofrece formación en los distintos oficios de la creación escénica, empezando por aquel que es eje del hecho teatral: el del actor. Y que, en torno al teatro, desarrolla un extenso programa de mediación artística con niñas y niños de los colegios vecinos, así como con adultos del barrio de Chamberí.

Aspiramos a que La Abadía sea importante para las personas que la visitan, pero también a que lo sea para quienes nunca acuden a ella. Queremos que todo lo que sucede en La Abadía haga más ricos –en imaginación, en memoria, en ideas, en preguntas– este barrio, esta ciudad y este país. Y es con esa ilusión y trabajando mucho como vamos a celebrar en La Abadía sus primeros treinta años. Contigo, si quieres acompañarnos.

 

Juan Mayorga.

 

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