Cada vez que quiero hablar sobre el teatro de Pablo Messiez me asalta la duda de si sabré estar a la altura de las circunstancias, si mis palabras serán suficientemente precisas para lograr trasladar a los lectores/espectadores la idea sobre lo que este creador anda queriendo contar sobre el escenario y acercar esa manera de danzar entre los términos y los sentidos. Es como querer tocar un diente de león con los dedos sin desmoronar su forma precisa, imposible. En esa duda andaba cuando leí en el dossier del espectáculo algo que él mismo escribía: “El foco en los gestos es también el foco en aquello que no se puede escribir”. Entonces, ¿cómo escribir sobre algo que “no se puede escribir”? y la conclusión fue que quizá fuera mejor escuchar a las voces primigenias y, desde ahí, plasmar las claves de esta nueva exploración escénica que son Los gestos, sin que las palabras, que aún no conocen, enturbien y prejuzguen algo que está por nacer.

Hablando sobre los inicios y las razones de este proceso creativo, Messiez confiesa que al principio “da mucho vértigo porque no sabes hacia dónde se está yendo, es moverse por intuiciones y por el deseo de trabajar con tal o cual cosa, en este caso está el deseo de trabajar con los gestos. Y antes que nada, el deseo de trabajar con esta gente que somos”.

 

VIBRAR AL SON DEL SER

“Para mí, Los gestos está siendo, artísticamente, como ir entrando un poco más cada vez en un vínculo con la creación que no está organizado por un fin, así como pasa con los gestos, que los gestos que hacemos aparecen en el cuerpo sin una finalidad concreta, sino que aparece ahí, intentando también que la relación con la escena sea esa y buscando que la escena encuentre sentido simplemente por ser, y no por ser instrumento para otra cosa”. Explica Pablo Messiez sobre este nuevo espectáculo que lo lleva un paso más allá dentro de ese camino que ha ido abriendo con sus últimos espectáculos y donde ha encontrado el gusto por explorar formas menos convencionales e inesperadas de hacer teatro. “Es un trabajo muy placentero, cada vez más parecido a hacer música o a bailar, aunque estemos trabajando con palabras. Veo cada día que el trabajo consiste mucho en estar atentos a los ritmos, a las formas, a ver cómo se llevan las distintas materias que están dentro de la obra”.

 

 

EL BAR QUE TRASTOCÓ LOS GESTOS

La historia sucede en un bar que quiere ser teatro, o en un teatro disfrazado de bar para que le dejen ser, porque así están las cosas. De repente, algo sucede en su interior con sus habitantes, la dueña del bar que quiere homenajear a Mina (Fernanda Orazi), su pareja, (Emilio Tomé), un hombre “con ojos de un terror antiguo” (Nacho Sánchez), un pianista joven (Manuel Egozkue), y una bailarina vieja, (Elena Córdoba), y con el tiempo, que parece trastocarse, como si al parpadear hubiera perdido su sincronía, afectando a los gestos que dejan de pertenecer a quienes los hacen. Un reto interpretativo del que Fernanda Orazi comenta que hay “varias apuestas diferentes. Como que se trazan varios tipos de abordajes y, a veces la actuación está atravesada por lo rítmico, lo lúdico y lo expresivo, y a veces es disparatada”.

Un tipo de actuación que exige un trabajo exhaustivo y disociativo entre el movimiento y la palabra del que otra de sus actrices Elena Córdoba es responsable. “La propuesta que llevé a la sala para iniciar los ensayos fue el estudio de la musculatura de expresión, es decir, de los músculos superficiales del rostro, y también de la anatomía de las manos; como si en el rostro y en las manos pudiéramos concentrar la poética gestual de esta obra. Hay un motivo, o una intuición que atraviesa toda la obra que me resulta especialmente atractiva y es que los gestos, aunque sean voluntarios, aunque seamos nosotros quienes los ejecutamos, en realidad, no son nuestros.”

 

¿QUÉ ES UN GESTO?

Esta fue la primera de las preguntas que, nos cuenta Elena Córdoba, surgieron a la hora de encarar el trabajo de creación. “Después de trabajar durante meses en el corpus de esta obra, de trabajar sobre el imaginario de Pablo, de trabajar sobre nuestros cuerpos, todavía no podría definir exactamente qué es un gesto, es tan grande lo que abarca… pero hay una definición que me gusta especialmente que es algo así como ‘el gesto es todo aquello que el cuerpo no necesita para mantenerse con vida ni mantenerse erguido. Es decir, todo aquello que podemos usar para expresar nuestro estado’”. Aprender a disociar la palabra del movimiento y que esto construya el camino desde el que contar, desde ahí ha partido la exploración durante los ensayos y que les ha llevado a encontrar las claves que dan forma a la propuesta: “Los ensayos es ser testigo del nacimiento de esa cosa nueva -nos explica Messiez- que surge por el encuentro de esos materiales, entre esas palabras, entre Mina, Pasolini, las imágenes de Roma y los cuerpos del elenco maravilloso y las ideas del equipo con el que estamos trabajando”.

 

El interior de <i>Los gestos</i> en Madrid
Escena de Los gestos de Pablo Messiez. Foto de Luz Soria.

EL SONIDO Y LA LUZ

Messiez siempre ha dejado patente, desde los primeros títulos, su particular gusto por la música, algo que ha ido cobrando mayor importancia en cada una de sus creaciones, y en Los gestos vuelve a hacerlo con piezas que van desde Bach o Schumann pasando, por supuesto, por Mina, y evolucionándolo hasta crear un cuerpo sonoro con un protagonismo especial gracias a Lorena Álvarez y Óscar G. Villegas. “La premisa, como trata sobre esos gestos que no se corresponden con el texto, lo que nos propuso Pablo fue trabajar también sobre esa idea con el sonido, desplazándolo para que no se corresponda con las acciones, o que el sonido sea otra parte de la dramaturgia”, nos explica Lorena sobre esta particular apuesta que han divido entre la realidad, con las músicas seleccionadas, y un sonido “a nivel poético”, como lo define Óscar, “ambientes sonoros que trabajan a un nivel simbólico, de recuerdo o desplazamiento. Sonidos que no pertenecen a ese lugar, al lugar que el espectador está viendo y el lugar donde sucede la acción, sino que pertenecen a otro lugar y que, de repente, invaden ese espacio”. Tratamientos especiales que incluso estarán presentes en la voz de los propios actores.

Otro que también está trabajando las diferentes poéticas del espectáculo es Carlos Marquerie, responsable de pintar con luz el espacio de Los gestos y que, en el momento del cierre de esta edición, anda aún en la búsqueda de las tonalidades “que nos ayuden a percibir los cuerpos de los actores de otra manera” y nos explica que el reto está “en plasmar en ese inmenso lienzo blanco, que es la escenografía, todo lo que hemos pensado e imaginado al ver a los actores en la sala de ensayos, al escuchar sus palabras y al reflexionar sobre todo lo que resuena, cuando alejados del estudio, cerramos los ojos y soñamos. Es un momento apasionante y hermoso, pero también lleno de incertidumbres y siempre breve” y nos regala una reflexión, entre técnica y lírica, sobre la elección que ha tomado: “: Un amarillo poco luminoso, casi en la frontera con los verdes; urbano y a la vez etéreo, como si los cuerpos bañados por esa luz no terminaran de apoyarse en el suelo; una luz que tenga algo despojado a la vez que irreal. Esto es un propósito, una búsqueda, algo que debería ocurrir cuando los gestos abandonan el cuerpo o quizá cuando llegan a él y entonces esos gestos son carne y no dependen solo de la voluntad”.

Ahora solo queda que todas estas formas que tiene Los gestos se materialicen en el espacio y sean compartidos con esos “otros cuerpos”, como dice Messiez, “y les parezca interesante”.

 

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