En un momento en el que el teatro musical en España vive una expansión sin precedentes en lo comercial, pero todavía busca consolidar su identidad artística propia, nos encontramos con dos de los creadores de El hilo invisible, Alícia Serrat y Daniel Anglès, que junto a Víctor Arbelo, han dado forma de musical a este exitoso cuento, convertido en una herramienta emocional para miles de familias, escrito por Miriam Tirado. Una historia que habla de los vínculos que nos sostienen, del miedo a la separación y ahora, además, de cómo la música puede convertirse en un refugio para todas las edades.

 

Alícia Serrat.

INTERPELAR A GRANDES Y PEQUEÑOS

Hacer que un cuento de apenas unas páginas fuera una dramaturgia completa requería encontrar el eje emocional que sostuviera todo el relato. Serrat, Anglés y Arbelo trabajaron a seis manos desde una premisa compartida: respetar el mensaje original, pero construir una estructura teatral con capas de lectura para públicos muy distintos. “Desde el inicio tuvimos claro que El hilo invisible no es un musical para niños, sino para todos los públicos”, explica Serrat, quien además dirige el espectáculo. “Cuando se etiqueta algo como familiar, a menudo lo que se hace es rebajar el nivel de lectura. Nosotros quisimos lo contrario: que los adultos se sintieran interpelados tanto como los pequeños”, puntualiza Anglés.

“El cuento es muy pequeño, muy delicado. La clave estuvo en encontrar cómo expandir esa voz sin que perdiera su esencia”. Cuenta Serrat, y la solución fue crear un personaje nuevo: una narradora, alter ego de la autora, que escribiera la historia en escena mientras la música despliega el mundo imaginario que surge de sus palabras. A partir de esa decisión, el proceso musical se convirtió en uno de los motores creativos del proyecto. Anglés lo define como una “apuesta generacional”; las canciones debían sonar como la música real que escuchan los jóvenes hoy en la radio, no como un repertorio infantil disfrazado. El encargo a Arbelo fue claro: “Tenía que haber una balada épica, música bailable con coreografías que hicieras en TikTok, incluso un reguetón. La música actual no está reñida con la emoción”.

“Víctor viene del pop y yo del teatro musical -explica Serrat-. En esa mezcla encontramos un lenguaje que respira modernidad, pero se sostiene en la dramaturgia”. Las canciones no son un adorno narrativo, sino el vehículo emocional principal del espectáculo. Cada tema despliega un estado interno del personaje, una reflexión sobre la pérdida, la amistad o el amor por los cuentos. “Queríamos que los padres pudieran escuchar el disco en casa y emocionarse, que no fuera música que uno solo soporta por hacer feliz al niño”, explica Anglés. Esa exigencia se trasladó al trabajo con los productores musicales Uri Plana y Roger Argemí -Doreste Records-, encargados de dotar a las composiciones de una sonoridad actual, cercana a la industria discográfica. Las letras se trabajaron con precisión quirúrgica: “Las rimas no eran un juego, eran la forma de que la emoción llegara de forma honesta. Cada palabra era un hilo más que une a los personajes y al público”, afirma Serrat.

 

 

HABLAR DE LO QUE NO SE SUELE HABLAR

Daniel Anglès.

Si algo distingue a El hilo invisible de otros musicales familiares es su voluntad de hablar de lo que habitualmente se evita nombrar en escena cuando hay niños presentes: el miedo a la pérdida, el dolor de la separación, la ausencia. Pero lo hace desde la calidez, no desde el drama. Para Serrat, “este musical no pretende proteger a los niños de la emoción, sino acompañarlos a entenderla. Los niños son más sensibles e inteligentes de lo que a veces creemos; no necesitan que les expliquemos la vida con edulcorantes”. El hilo invisible que menciona el título es una metáfora de los vínculos que nos unen más allá de la presencia física. El cuento original nació como una herramienta para que las familias pudieran afrontar situaciones de separación: un ingreso en la guardería, un divorcio, una mudanza o incluso la pérdida de un ser querido. Esa dimensión terapéutica también está presente en el musical, cuya dramaturgia amplía el concepto para incluir otras capas: el amor por la literatura, la imaginación como refugio y la amistad como acto de cuidado.

“Cuando termina la función, mucha gente nos cuenta que siente la necesidad de llamar a alguien, de mandar un mensaje afectuoso -relata Anglés-. Ese impulso de reconectar es parte de la esencia del espectáculo”. Para los creadores, la emoción no es un fin, sino un medio para despertar empatía y conciencia en un público intergeneracional. “Hay quien nos dice que la obra le ha dado palabras para explicar algo que llevaba años sintiendo”, comenta Serrat. Ese efecto emocional no es accidental: forma parte de la razón de ser del espectáculo. El vínculo, en El hilo invisible, no es solo un tema escénico. Es una experiencia compartida. La música no está pensada para ser coreada, sino para resonar como eco interno. La escena final no busca un aplauso liberador, sino un silencio significativo. Ese silencio en el teatro –tan raro, tan valioso– es quizá la prueba más contundente de que el musical ha encontrado un lugar distinto en el corazón del espectador.

 

Beth en un momento de El Hilo Invisible. Foto de David Ruano.

 

UN ESPECTÁCULO TEATRAL, NO AUDIOVISUAL

El musical también plantea una reflexión sutil sobre el mundo hiperconectado en el que vivimos. Aunque los protagonistas son niños contemporáneos, en escena no hay móviles ni tabletas. La tecnología está ausente, no como rechazo explícito, sino como evocación de un imaginario donde la conexión emocional no depende de una pantalla. “Queríamos hablar a los jóvenes desde su mundo, pero mostrarles que su mundo es más amplio que la tecnología”, explica Serrat. “El libro, la palabra y la imaginación son aquí los verdaderos dispositivos para conectar con los demás”.

La puesta en escena escapa deliberadamente de la espectacularidad tecnológica que domina muchos musicales actuales. No hay pantallas LED ni proyecciones envolventes. Lo que hay es una gran librería que se transforma. Sus estantes son puertas y portales, sus libros se convierten en objetos mágicos, y la iluminación es la responsable de hacer que el espacio respire, se contraiga o se abra como los latidos de un corazón. La escenografía de Joana Martí, junto con la iluminación diseñada por Paula Costas, genera atmósferas que cambian la percepción del espacio sin alterar su esencia. “Queríamos construir un universo teatral, no audiovisual. El niño imagina más cuando no se lo das todo hecho”, afirma Serrat.

El reparto ha sido seleccionado con una premisa clara: intérpretes con personalidad propia y sensibilidad emocional. Beth y María Virumbrales se alternan en el papel de la narradora, un personaje que sostiene la obra desde la palabra y la vulnerabilidad y a ellas les acompañan Nerea Rodríguez, Udara Zubillaga, Alfonso Marsán y Luis Páez.

El musical, además, cuenta con dos producciones que funcionarán en paralelo, una en Barcelona y otra en Madrid, algo poco habitual en producciones familiares. “Partimos del mismo lugar, pero cada elenco está creando su propio recorrido. Es la misma función, y a la vez no lo es”, explica Serrat. Esta dualidad responde a una voluntad de entender el musical como obra viva, no como producto replicable en serie.

 

Escena de El hilo invisible. Foto de David Ruano.

 

ENTRE LO EMPRESARIAL Y LO ARTÍSTICO

Esa coexistencia del espectáculo en Barcelona y Madrid sirve para abordar una cuestión de fondo: la manera en que ambas ciudades viven y producen teatro musical. Barcelona ha sido históricamente un semillero de nuevos autores y pequeñas compañías que trabajan desde el impulso artístico. Madrid, por su parte, ha consolidado un potente músculo empresarial. Ambas realidades son complementarias, pero reflejan dos modelos distintos: uno enfocado a la cantidad y otro a la experimentación. Para los creadores, el verdadero reto no es ser “la tercera potencia mundial”, sino construir una identidad propia. “El musical no puede medirse solo por lo que factura”, apuntan. “Su valor reside en lo que aporta culturalmente”.

España vive un momento de auge en la exhibición, pero aún tiene pendiente consolidar la creación propia con tiempos de desarrollo adecuados y el impulso de los teatros públicos. La ausencia de espacios de workshop y coproducción limita la evolución del género hacia formas más autorales. El hilo invisible aparece así como una propuesta que equilibra lo empresarial y lo artístico, demostrando que es posible hacer un musical comercial de gran formato sin sacrificar sensibilidad ni profundidad.

El hilo invisible demuestra que el teatro musical familiar puede ser un acto de profundidad, no de simplificación. Que el público infantil no necesita ser protegido de la emoción, sino acompañado en ella. Y que el público adulto, lejos de desconectar, se reconoce en ese viaje de regreso a la primera vez que sintió miedo a separarse de alguien.

En un sector donde a menudo se confunden los conceptos de industria y cultura, esta producción aparece como una respuesta creativa pero firme: el musical puede ser una herramienta de reflexión, un refugio emocional y un arte escénico en sí mismo. No se trata de competir con Broadway, sino de construir un lenguaje propio. Y quizá ahí, en ese hilo invisible que une generaciones, ciudades y espectadores, sí que esté naciendo el futuro del género en España.

 

Toda la cartelera de obras de teatro de Madrid aquí