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El entusiasmo como resistencia

  • noviembre 4, 2025
Por Ka Penichet

Pablo Remón: "Me inquieta mucho más el futuro, porque al final es el mundo que estás dejando"

Con El entusiasmo, Pablo Remón regresa al Centro Dramático Nacional (del 7 de noviembre al 28 de diciembre en el Teatro María Guerrero) con una obra que vuelve a situarlo en el territorio donde mejor se mueve: el de las grietas emocionales, las crisis vitales y el humor como forma de resistencia. Escrita y dirigida por él mismo, la pieza explora el vértigo de la mediana edad y la pregunta esencial que la atraviesa: ¿somos autores de nuestras vidas o simples personajes arrastrados por nuestras decisiones pasadas?

Interpretada por Francesco Carril, Natalia Hernández, Raúl Prieto y Marina Salas, El entusiasmo compone un retrato coral donde la pareja, la paternidad, la memoria y el azar se entrelazan con la ficción y el juego metateatral. Con ironía y ternura, Remón disecciona el deseo de recuperar aquello que nos mantiene vivos: la capacidad de asombro, la fe en el presente, el impulso de seguir creando. En esta conversación que se produjo en pleno proceso de ensayos, el dramaturgo y cineasta, Premio Nacional de Literatura Dramática y una de las voces más singulares de la escena española contemporánea, habla sobre los orígenes de la obra, su mirada sobre el paso del tiempo y el difícil arte de conservar, precisamente, el entusiasmo.

 

 

Foto de portada: Vanessa Rábade

El entusiasmo parte de una reflexión sobre la crisis de la mediana edad y las decisiones pasadas. ¿En qué momento de tu vida apareció esa pregunta para ti: “¿somos autores de nuestras vidas, o simplemente personajes?

Es una pregunta que siempre está rondando. El año pasado trabajé durante muchos meses en Vania, en las dos versiones que hice, y empecé a relacionar mucho la obra con las crisis vitales: la de la mediana edad, las existenciales… Son temas muy presentes en Vania. En mis versiones, además, decidí enfatizar esa dimensión, poner el foco ahí. La idea de fondo es esa: ¿quién escribe tu vida? ¿La decides tú, realmente, o la determinan las decisiones que tomaste en el pasado? ¿Es tu yo del pasado quien sigue marcando el rumbo? ¿O eres capaz de ser autor de tu vida, tomando decisiones conscientes que no estén condicionadas por lo anterior? Creo que esa pregunta es muy propia de esa etapa vital, pero también tiene algo en común con la adolescencia, cuando uno entra en crisis con todo y empieza a preguntarse quién es, de dónde viene. En la mediana edad parece que hay otro momento parecido, en el que uno se replantea muchas cosas.

 

La obra plantea varias vidas posibles, versiones alternativas a partir de elecciones diferentes. ¿Cómo trabajas la idea del “camino no tomado” en tu escritura dramática? ¿Cuánto de eso vive en ti?

Tiene que ver con lo que hablábamos antes: ¿somos autores o personajes de nuestra vida? Los caminos no tomados plantean esa pregunta. ¿Realmente decidiste no tomarlos, o hubo algo más profundo que te llevó por otro lado? A veces son cuestiones que vienen de lejos: la infancia, los padres, los traumas… Factores que condicionan qué decisiones puedes tomar y cuáles no. Es una reflexión sobre la libertad. Pensamos que somos muy libres, muy autónomos, pero creo que ahí hay cierto autoengaño. Muchas veces estamos atrapados por nuestras neurosis, por patrones que nos poseen más de lo que creemos. Y ahí aparece otra pregunta que está en la obra: ¿qué te posee? ¿Qué estás poseyendo tú? El entusiasmo, en ese sentido, es algo que te toma, que te arrastra. Si no te posee el entusiasmo, lo que te posee son las neurosis. Es una idea muy ligada a esta etapa vital.

 

En la nota dices que los personajes de El entusiasmo “comienzan donde terminan los de Vania”. ¿Puedes desarrollar qué continuidad ves entre ambas obras? ¿Y qué diferencias fundamentales?

En realidad no tienen mucho que ver, pero es cierto que el germen de El entusiasmo está en algunas reflexiones que aparecieron en Vania, y más que en el original, en una reescritura que hice del Vania. Ahí ya se hablaba de las decisiones no tomadas, de la crisis de la mediana edad… Ese estupor tan característico de las obras de Chéjov, esa especie de apalancamiento, de niebla en la que los personajes están atrapados sin saber muy bien qué les pasa ni cómo salir de ahí. La idea era tomar esa misma sensación, pero desde un lugar mucho más dinámico. En Vania, los personajes están en ese sopor, en un estado casi estático. En El entusiasmo, en cambio, hay un exceso de movimiento. Los personajes no paran, pero ese frenesí responde a lo mismo: a una especie de sinsentido. En plena crisis de la mediana edad, se lanzan a cocinar, a correr, a hacerse tatuajes… A todo tipo de actividades que, aunque parezcan vitales, son en realidad la cara B de ese apalancamiento chejoviano.

 

©Geraldine Leloutre

 

En El entusiasmo, los personajes alternan entre narrador/autor y personaje, se narran o se escriben unos a otros. ¿Cómo surge esa tensión metateatral para ti y qué busca provocar en el espectador?

Hay un juego muy claro con esa idea de si eres autor o personaje de tu vida. Uno de los protagonistas está intentando escribir una novela todo el tiempo, y de alguna forma está escribiendo a los otros personajes… pero ellos también lo escriben a él. Se genera una tensión metateatral que siempre está presente, aunque a veces de forma implícita. Cuando hablas de si uno es autor o personaje, inevitablemente aparece el juego de fondo: todos son personajes, porque están en una obra. Nadie es completamente dueño de sí mismo. Los personajes se narran unos a otros, se escriben, se cuentan… Están en manos de los demás, hasta cierto punto. Y ahí surge la reflexión: ¿quién cuenta a quién?, ¿quién escribe a quién?

 

La estructura de «principios sucesivos» que hace releer lo anterior cambia la percepción de lo que vimos al principio. ¿Cómo ha sido el reto dramatúrgico de ensamblar una obra que “se reedita” con cada parte?

Ha sido una obra que me ha llevado mucho tiempo escribir, más que otras, precisamente porque tenía muchas ideas previas en la cabeza. El reto era destilarlas en una narración y en unos personajes. El desafío dramatúrgico es parecido al de otras veces, pero en este caso hay una sensación de obras dentro de obras, como si la pieza volviera a empezar varias veces. Tiene algo de provisionalidad. Estamos en plenos ensayos y ahí se descubren muchas cosas. Yo cambio mucho el texto durante ese proceso; está vivo. Jugamos mucho con la idea de quién narra a quién. No lo decido siempre de antemano, sino que lo vamos encontrando en los ensayos. A veces un personaje narra a otro y luego lo cambiamos. Hay todo un dispositivo dramatúrgico construido alrededor de esa tensión.

 

©Geraldine Leloutre

 

En cuanto al humor e ironía que mencionas, ¿cómo decidir qué momentos rescatar con ligereza, cuáles con gravedad? ¿Temes que el tema resulte demasiado dramático?

No es tanto que tema que el tema resulte demasiado dramático. Es que mi forma de escribir entiende muy bien la comedia. Hay una parte humorística, irónica, a veces sarcástica, que para mí es muy sincera. En El entusiasmo hay una especie de sátira, de ridículo de la mediana edad, pero no dirigida hacia otros, sino también hacia mí mismo. Por eso está mezclado con momentos más profundos. Y esa mezcla está buscada. Me interesa mucho el teatro híbrido, donde no sabes si tienes que reírte o emocionarte, si lo que estás viendo es triste o cómico. Me gusta cuando te pasan las dos cosas a la vez. No es algo que decida de forma consciente, muchas veces surge así. Es mi forma de escribir, y en el fondo, mi forma de mirar el mundo. El humor, lo ridículo y lo serio conviven en una línea muy fina.

 

©Geraldine Leloutre

 

¿Qué relaciones trazas entre la idea del azar y la voluntad en esta obra? ¿Crees que el azar tiene un papel liberador, opresor, ambiguo?

Hay una reflexión sobre el azar y la voluntad que no está del todo resuelta porque estamos en pleno proceso de ensayos. ¿Realmente influye el azar en las decisiones que tomamos, o todo está determinado por el pasado? ¿Hasta qué punto nos marca lo que hemos vivido? Son preguntas que la obra plantea, pero no pretende responder. Están ahí, latiendo. En otras obras mías, como Los farsantes, también aparece esa idea: personajes que están a punto de cruzarse, pero no llegan a hacerlo. Aquí el foco está más en la herencia del pasado. ¿Es posible liberarse de eso? ¿Qué significa realmente tomar una decisión? Creo que todo es bastante ambiguo. Uno piensa que está decidiendo algo de forma consciente, pero ¿qué es ser consciente? ¿Cómo saber si la decisión es realmente tuya, o si está condicionada por factores externos, por traumas, por herencias? La obra también reflexiona sobre la paternidad y la maternidad. ¿Qué traumas pasamos a los hijos? ¿Qué traumas nos causan ellos? ¿Es algo unidireccional o va en ambas direcciones? Hay todo un comentario sobre eso, sobre cuánto nos condiciona la herencia familiar.

 

El tema del entusiasmo entendido no sólo como emoción sino como impulso vital, como fuerza que da sentido. ¿Cómo lo visualizas escénicamente? ¿Es un estado fugaz, una búsqueda, una construcción?

Me interesaba mucho trabajar el concepto de entusiasmo. Cuando encuentro el título de una obra, me sirve como anclaje, y en este caso la palabra es muy particular. No es alegría, no es felicidad: es otra cosa. Algo más activo, más eufórico. Además, me atraía la acepción antigua, la de los griegos, que entendían el entusiasmo como un estado en el que el poeta era poseído por algo superior, y ese algo hablaba a través de él. Esa idea de estar conectado con algo, de que algo te atraviesa, es el estado que los personajes buscan, aunque no siempre logran alcanzarlo. A veces ese estado se convierte en recuerdo, en algo medio inventado. Recuerdan momentos en los que creían estar entusiasmados, pero el recuerdo es ambiguo, traicionero. Tal vez nunca estuvieron realmente ahí. Los personajes, en plena mediana edad, sienten que han perdido ese entusiasmo. Lo tuvieron alguna vez, o pensaron que lo tenían, y ahora lo han perdido. ¿Qué significa eso? La obra gira en torno a esa búsqueda.

 

¿Cómo está siendo trabajar con los intérpretes, Francesco Carril, Natalia Hernández, Raúl Prieto y  Marina Salas,  en este montaje? ¿Cómo participan en la construcción de esas vidas alternativas?

Está siendo maravilloso. Para mí, lo más importante, además de la construcción del texto, es el reparto. Mis obras suelen ser muy corales, todos los actores están muy presentes y trabajo mucho con ellos. Con Francesco Carril y Marina Salas ya había trabajado en varias ocasiones, y espero seguir haciéndolo porque me entusiasman. Me siento muy cómodo con ellos. También me gusta incorporar intérpretes nuevos, y en este caso están Raúl Prieto y Natalia Hernández, con quienes llevaba tiempo queriendo colaborar. Ya les había llamado para otros proyectos, pero no habíamos podido coincidir. Ahora se ha dado, y el reparto tiene un equilibrio muy especial: cuatro energías distintas, cuatro mundos diferentes, algo que me interesa mucho. Me gusta pensar qué universo trae cada actor o actriz, de dónde viene, qué aporta. Más que buscar una adecuación exacta entre actor y personaje, me interesa la persona concreta, su energía, su personalidad. A partir de ahí trabajamos juntos. El texto está escrito previamente, pero lo reescribo mucho con ellos. Hay un proceso de apropiación del texto, de que lo habiten, de que lo hagan suyo. No parte tanto de mis ideas previas, sino que lo vamos construyendo juntos. Siempre hay una base escrita, pero se matiza y cambia mucho en los ensayos. Reescribo escenas con ellos constantemente.

 

Dices que algunas partes adoptan formato documental y otras se vuelcan descaradamente en la ficción. ¿Cómo decides cuándo usar cada uno, y qué efecto buscas con ese contraste?

Más que documental, lo que aparece en la obra es el uso de una cámara, algo que nunca había incorporado antes y que me interesaba explorar. Aunque vengo del cine, nunca había utilizado el audiovisual en el teatro. Quizá porque me gusta que las obras mantengan una dimensión muy teatral, muy juguetona. En este montaje, la cámara funciona como un contrapunto a ese tono más lúdico. Hay una línea en la obra que tiene que ver con eso: los personajes, en su narrar, en su contar, en algún momento hablan a unos entrevistadores, hablan directamente a cámara. Relatan lo que les está sucediendo, comparten recuerdos, momentos… A veces lo que hemos representado, otras veces no.

 

©Geraldine Leloutre

 

¿Qué lecturas, autores o dramaturgos han sido claves para esta obra en particular, además de Chejov, que ya mencionas con Vania? ¿Y qué películas o narrativa contemporánea te han influido?

Para cada obra paso un tiempo leyendo, releyendo, buscando referencias, creando un mundo. A veces son cosas muy personales, otras veces lecturas que me acompañan. En este caso, han sido clave varias autoras que abordan temas similares. Rachel Cusk, por ejemplo, me encanta. Está traducida al español en Libros del Asteroide, y ha escrito tanto novela como memorias. Sus libros autobiográficos tienen una mirada que me resultó muy presente en ciertas partes de la obra. También Jenny Offill, que escribió Departamento de especulaciones, un libro breve y maravilloso sobre una pareja, contado desde el punto de vista de ella, en fragmentos. No es que se parezca directamente a El entusiasmo, pero lo tenía en la cabeza. Sarah Manguso también ha sido una referencia. Y por supuesto, todo el universo de Vania, que estaba muy presente. Pasar tanto tiempo trabajando con un dramaturgo como Chéjov te marca. Esa sensación tan suya de que están pasando muchas cosas y, al mismo tiempo, parece que no pasa nada… Me apasiona. Modestamente, traté de acercarme a eso. La obra no se resuelve del todo, no llega a grandes clímax ni conclusiones. Es más un transitar. Da la sensación de que podría seguir, de que se interrumpe pero no termina. Esa estructura abierta, que escapa del planteamiento, nudo y desenlace, era una intención desde el principio. Me interesa estar con los personajes, acompañarlos. Por eso hay escenas más largas, más tiempo compartido con ellos.

 

En obras anteriores has revisitado textos o has realizado versiones múltiples (Barbados en 2022, Vania x Vania). En El entusiasmo también hay reiteraciones, relecturas de lo ya contado. ¿Qué te atrae de esa forma de “versiones” o “relecturas” en tu trabajo?

Me interesa mucho la idea de las variaciones, casi en un sentido musical. Mi forma de escribir es muy rítmica, muy ligada a la composición. A veces no se trata tanto de avanzar en la trama, sino de explorar combinaciones: una escena con dos personajes que no han estado juntos, luego con tres, luego uno solo… Escenas más largas, más cortas. Hay una variación que parte de un patrón, y eso me atrae. Cuando revisito una obra, como en Barbados, tengo la sensación de que cada versión es una foto fija de un momento. Pero si siguiera trabajando en ella un año después, sería distinta. Mis obras cambian mucho: hay escenas que salen, otras que entran. No busco una idea cerrada de “esto es así y ya está”, sino “esto es así ahora mismo”. Ese enfoque responde al momento concreto, a los actores concretos, y es un reflejo de ese presente. Tengo la sensación de que si volviera a coger una obra, cambiaría conmigo. Porque uno va cambiando, y la obra también.

 

©Geraldine Leloutre

 

¿Qué crees que significa para ti, en lo personal, recuperar el entusiasmo, hoy, como creador y como ciudadano? ¿Qué te mueve, qué te asusta, qué esperas encontrar?

Creo que en la obra hay, de forma consciente o inconsciente, una mirada sobre el momento oscuro que estamos viviendo. En lo personal, tiene mucho que ver con la paternidad. Desde que soy padre, hay cosas que antes no me preocupaban y ahora sí. Me inquieta mucho más el futuro, porque al final es el mundo que estás dejando. También hay una sensación social extraña desde la pandemia. Al menos yo la tengo. Es como si algo hubiera cambiado, como si estuviéramos en un estado distinto. Y en ese contexto aparece la necesidad de recuperar el entusiasmo, de volver a conectar con algo, con las ganas, con la ilusión. Tiene que ver también con la edad. En la mediana edad hay muchas cosas que ya has hecho, que ya conoces. ¿Cómo reconectas con eso? ¿Cómo haces que algo vuelva a ilusionarte? La obra habla mucho de la pareja, pero en realidad está hablando de muchas otras cosas. De cómo recuperar ese impulso vital, esa energía que te mueve.

 

La obra propone una experiencia teatral que combina reflexión, humor y movimiento. ¿Qué lugar ocupa para ti el entretenimiento en el teatro, y cómo entiendes esa relación con el espectador?

La obra trata muchos temas, muchos mundos, pero algo que siempre intento es que esos temas no estén en primer plano. Lo que quiero es que el espectador reciba una narrativa, una historia, una experiencia teatral. El entusiasmo tiene mucho de comedia, de movimiento, de búsqueda por entretener en el mejor sentido de la palabra. Es una palabra que tiene mala fama, pero a mí me gusta mucho. Me parece muy difícil lograr que alguien entre en un mundo y quiera quedarse ahí un rato. Me pasa con novelas, con obras… Esa sensación de estar en un universo durante un tiempo. La obra pretende ser fácil de ver, en el mejor sentido. Y eso conecta también con cómo se percibe el entusiasmo: en algunos ambientes puede parecer algo ingenuo, incluso negativo. Pero yo respeto mucho al espectador. No solo al que viene a ver mis obras, sino al que decide ir al teatro hoy, con toda la oferta de ficción que tenemos al alcance. El hecho de que alguien elija estar en una sala de teatro, compartiendo ese momento con unos actores, me parece algo muy valioso. Y me siento siempre muy agradecido por eso.

 

Toda la cartelera de obras de teatro de Madrid aquí

Centro Dramático Nacional, El entusiasmo, Francesco Carril, Marina Salas, Natalia Hernández, Pablo Remón, Raúl Prieto, Teatro María Guerrero
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