Iván Morales regresa a Madrid. El mismo Iván Morales que me deslumbró, primero con Jo mai y más adelante con Sé de un lugar. Ahora nos presenta Desayuna conmigo, una pieza sobre cómo cuidamos nuestros vínculos o cómo nos queremos porque no lo hemos sabido hacer. Y lo hace en el Teatro de La Abadía. ¡Gracias, Carlos Aladro! Cierro mi año teatral con esta entrevista que además de interesante, emocionalmente no puede satisfacerme más.
Por Ka Penichet / @KaPenichet
¿Sabes que eres el culpable de que me interesase por la escena alternativa catalana?
Sabía que te había gustado mucho Sé de un lugar pero no que eso había sido el detonante. Qué guay, me alegra mucho porque creo que no hago un teatro muy paradigmático de lo que es el teatro catalán. Siempre intentamos hacer teatro que tuviera los referentes que nosotros teníamos y mucho de los que tenía no eran teatrales, venía del cómic, de revistas de cine, de música… y era por buscar una manera de hablar propia.
A tu espalda tienes una trayectoria de cine y TV de más de 25 años, ¿dónde te sientes más cómodo: cine, TV o teatro?
Yo empecé muy pequeño en el mundo del cine y en el mundo audiovisual y como actor de teatro con 12 años, pero como director y autor a mí el teatro me daba más respeto. Yo atacaba más al audiovisual porque sentía que era lo que estaba más cercano también a mi educación sentimental. Con los años hice balance y me di cuenta que había visto mucho más teatro del que pensaba. Yo era de esos chavales que se quedaba despierto hasta las 4 de la madrugada para ver esas películas que daban en La 2. Lo que está claro es que el teatro ha sido el lugar en el que he encontrado un espacio donde hacer fuerte el músculo de lo que yo quería contar y cómo lo quería contar. Cuando hablo del cómo no sólo me refiero al resultado, también hablo de los procesos que creo que son más importantes. Hacer un teatro cuyos procesos fueran coherentes con la ideología ética y artística que íbamos a hacer. En el fondo encontrar un teatro donde se valida tu voz y se valida el cómo y el trabajo colectivo, eso es super poderoso.
En tus textos, se respira como una especie de síndrome de Peter Pan o de no querer desprenderse de la juventud pero que conecta con gente de nuestra generación…
Pertenecemos a una generación a la que a veces se llama la generación Peter Pan pero, en muchas ocasiones, es a pesar nuestro. No hemos tenido la misma facilidad que nuestros padres en hacer una base económica, emocional, familiar… también hemos tenido que aprender a convivir con esa precariedad a todos los niveles y, por decirlo de alguna manera, creo que muchas veces hemos cogido la parte buena de ese “peterpanismo”. Si el trabajo no me permite crecer como me gustaría seguiré saliendo de fiesta como hace 20 años . Es cierto que entre la generación de nuestros padres y la nuestra tenemos una anomalía que es que mientras ellos vivieron una guerra nosotros hemos pasado por crisis económicas. Es importante tener en cuenta que muchas veces madurar no ha sido posible porque no había espacio, no hay maceta donde la planta pueda arraigar y, de alguna manera, en Desayuna conmigo los personajes o cambian el chip o empiezas a tener fe en otras cosas o su pasión se muere. Y vivir sin pasión es un horror, pero vivir queriendo la pasión en los lugares donde la tenías antes, que ya te han demostrado que no acaban de funcionar, es más horroroso aún, es ridículo o patético. Es importante conocer, entender y tener el valor de saber qué somos para poder trascender y crecer y, de hecho, a mí lo que más me ocupa como autor y director es dónde encontrar la ética, porque si no hay un sentido de conquista de algún tipo aunque sea interno, al final acabas siendo secundario de tu propia vida porque alguien cogerá ese rol. La generación que nos precede se ha celebrado mucho a sí misma en la ficción. Han encontrado sus relatos donde explicarse, sus dramas incluso, pero siempre desde una consciente o inconsciente celebración y era una celebración de un país que se creía en bonanza. De hecho, esta generación que nos precede cuando se topa con la crisis, como ellos se sentían legitimados, también tenían su lugar para relatarnos esto. Hay obras como las de Alberto San Juan que hablan de lo que pensaban que iban a conseguir pero no lograron y nosotros hemos tenido muy poco espacio para articular nuestro propio relato porque para nosotros no hay espacio para celebrar algo que no es celebrable, pero no podremos trascender si no nos atrevemos a contarlo.
Personalmente, ¿sientes haber pasado por la famosa crisis de los 40?
Bueno yo estoy en crisis desde que nací. Sí que me he dado cuenta de que me he hecho mayor con mi hijo. Sobre todo cuando le pregunto qué va a hacer mañana y me cuenta que ha quedado con la hermana de Rosalía, o me cuenta que va al Sónar y luego me aclara que va a actuar y me encanta. Entonces asumes que te vas haciendo mayor pero como siempre he estado en crisis, con mi entorno, conmigo mismo, siempre estoy como cuestionándome…
¿Y tus personajes?
Mis personajes, aún siendo mayores, siempre han hablado desde la juventud, desde la rebeldía, desde el no conformarse con lo que tenían alrededor y ahora mismo miro a mi alrededor y observo a mis amigos y amigas y también hay algo de querer sumar, no solo crecer y cambiar y asumir que eres de un lugar. Ahí te diría que no es una crisis sino que es un orgullo. Ahora me encuentro con otros artistas y creadoras que tienen 10 años menos de bagaje, como mínimo, de experiencia cultural y vital, y creo que me toca pasar testigo a los más jóvenes.
Tienes un hijo centennial, Youtuber, cantante… no sé si muchas referencias que manejas te vienen por él o porque siempre te ha interesado qué hace la gente de generaciones anteriores…
En mi caso siempre he desconfiado de la cultura, ahora le llaman hegemónica, antes le llamaban mainstream o del establishment. Siempre he desconfiado de lo académico, de lo que no tenía la espontaneidad de la necesidad, como público y como artista. La mayoría de dramaturgos/as de mi generación tenían mas o menos un camino preestablecido al que acogerse y yo desconfiaba mucho de eso. Para mí ha sido muy importante que eso no me pase. Yo siempre me he sentido más identificado con el trabajo de Marcel Borràs y de Nao Albet que con el de mucha gente de mi generación, sencillamente porque su alimento cultural estaba más cerca de los míos. Ahora, esto sí tiene que ver con hacerse mayor, sí que hay un cambio. De golpe escucho discursos que me parecen más antiguos de la autoconciencia que tienen que ya los había oído hace 30 años y ya estoy en el lugar de que soy un abuelo cebolleta pero como con bambas. Es muy interesante porque creo que ahora es un momento muy guay, en el que, por un lado no dejo de estar muy pendiente y muy atento a esas voces que aparecen en los márgenes del establishment, pero sí que pasa una cosa ahora: a pesar de ese bagaje, cuando voy al rap, también voy a Public Enemy pasando por Spike Lee. Todo ese recorrido que yo hago creo que alguien tiene que recordarlo, alguien tiene que recordar que la cultura catalana no es sólo TV3, también estaba El Víbora. Alguien tiene que recordar que la escena del Trap de ahora no está tan alejada de la escena del Hip Hop cuando aparece Eat meat en el 93 y sí que creo que es una de las cosas que me toca hacer. Cuando escribo teatro lo hago pensando en mis colegas del barrio que sé que no van a venir a ver mis obras, pero pienso que alguien tiene que hablar por ellos porque los demás no lo hacen. Cuando yo voy al TNC y veo una obra sobre el Raval, veo que los personajes no son como yo. Ahora me pasa un poco lo mismo pero con el agravante de que el testimonio que yo pueda aportar ya tiene 40 años y cuando hablo de Barcelona, yo he conocido cinco o seis barcelonas diferentes que muchas de las voces que aparecen ahora legítimamente no tienen ni idea y está bien que hablen desde ese desconocimiento, pero alguien tiene que recordar que hubo una vez que Las Ramblas no eran como el Main Street de Disneylandia, era un sitio salvaje. Eso sí que sería lo más parecido a una crisis de los 40, ese tomar conciencia de estar en ese lugar fronterizo donde sigo estando cerca de una escena como la de mi hijo, que tiene 17 años y está reinventándose la cultura catalana y la cultura ibérica, y a la vez tengo que recordar que cuando hablamos del gran Vázquez como mito de Barcelona era amigo mío, yo me iba de birras con él, con Carmen de Mairena o Peret, que era mi vecino… es como tomar conciencia de eso, que me siento un poco entre esos dos lugares y es maravilloso.
¿Qué supone para ti dar el salto desde el circuito alternativo catalán a un teatro como La Abadía? ¿Te ha costado mucho?
Ha costado mogollón. Piensa que llevo 8 o 9 años dirigiendo teatro y esta es la primera que piso un teatro como La Abadía, y tiene que ver, como todo, con el efecto mariposa. Hay un cambio de placas tectónicas en Madrid que desde Barcelona se ve bastante peliagudo, y en el caso de La Abadía es Carlos Aladro quien de golpe apuesta por nosotros porque está en su discurso apostar por los artistas de un cierto recorrido. Por fin, alguien confía en nosotros a ese nivel. Las condiciones son mucho mejores. El prestigio que eso te supone es genial y la responsabilidad que eso también te da va creciendo.
¿Sientes que en Barcelona eres un artista reconocido?
Eso es muy personal porque, para empezar, el nivel de validación ajena que encuentres primero de todo, depende de cómo te relaciones contigo mismo. Yo soy un insatisfecho crónico. Eso ya es un hándicap a la hora de sentirte reconocido. También es cierto que me llevo los premios y los castigos de jugar siempre al margen. Es cierto que he tenido oportunidades en el Teatre Lliure, el año que viene tengo un proyecto en el Nacional… pero siempre lo he conseguido, no por la puerta trasera porque no sería justo decirlo, pero sí por la puerta de al lado porque no vengo del Institut del Teatre, no he sido ayudante de dirección de nadie y tampoco mi discurso artístico ni ideológico va de la mano del poder. Es que no me quiero complacer ni a mí mismo. Cuando hago Desayuna conmigo no quiero hablar de lo que me gustaría ser, hablo de lo que somos algunas personas. En este texto muestro cosas que me dan asco, o me dan vergüenza, mías o de mis amigos. Y como no me complazco ni a mí, entiendo que haya gente que no le complazca lo que cuento. En Desayuna conmigo hay un ejercicio de quitarse la máscara y decir: voy a intentar ser tan honesto como lo soy solo con la gente en la que confío de verdad y voy a tratar al público que venga a ver esta función como si fueran mis mejores amigos no como si fuera alguien a quiero seducir, complacer o gustar porque, la paradoja es que nada me seduce más en una mente que la honestidad. Pero tenemos que tener ganas de llegar ahí. Nunca me han publicado nada pero hay gente que me pide mis textos para hacer las pruebas de acceso al Institut y eso me encanta, siento que han sido fértiles las semillas que he dejado.
Has trabajado con muchísimos profesionales del sector. ¿Hay alguien con quien no, y te gustaría que surgiera esa oportunidad?
Me apetece mucho trabajar con gente de fuera del entorno teatral, o sea, me encantaría que Morad me hiciera un tema para una obra.
Me encantaría dirigir a Isabelle Huppert, me apetece explorar y moverme fuera de mis fronteras físicas y mentales. Dentro del teatro me gustaría mucho currar con Clara Segura desde hace mucho tiempo, con Alex Brendemühl…
Ahora por ejemplo estoy dirigiendo a Bruna Cusí y Nora Navas en una peli en la que estoy de director de actores pero me gustaría dirigirlas en un proyecto mío. Hay un actor catalán que tengo muchísimas ganas de dirigir en un proyecto mío, del que estoy enamoradísimo, que es Pablo Derqui y, como dramaturgo, me gustaría escribir para Andrés Lima.
¡Ah, bueno! Hace mucho tiempo que estoy detrás de Enric Auquer pero el tío, con mucho amor, siempre se me escapa.
¿Y una idea que te gustaría desarrollar?
Una idea que me ronda mucho la cabeza últimamente es trabajar con un colectivo de migrantes menores solos. En mi barrio hay una asociación que se dedica a juntar a gente de aquí con chavales que acaban de cumplir la mayoría de edad y necesitan compañía. Es imperante desde el punto de vista artístico-cultural colocar otro relato, porque estamos en un momento muy peligroso en el que si desde la cultura no encontramos la manera de cambiar el relato sobre la migración y sobre los más débiles mal vamos.
Una vez te escuché decir que hay canciones que se cantan por no llorar: ¿te pasa lo mismo con los textos que escribes?
Como artista tienes que conectar con tu dolor y conectar de una manera en la que a veces da mucho apuro pero hay que dar ese paso porque es la única manera de asegurar que eso va a conectar con lo más profundo de los demás. De todos los textos que he escrito, tal vez, el que viene más a bocajarro es Jo mai, pero todos se escriben llorando entre otras muchas cosas.
¿Cómo fue el proceso de escritura de Desayuna conmigo?
La intención era muy clara. Lo escribí en un momento que necesitaba reconciliarme conmigo mismo pensando qué amo y cómo lo amo. Y decido hacerla con gente a la que amo. Ha sido una obra en la que seguro he cometido muchos errores, pero el mismo proceso ha sido casi tan importante como el resultado final. Tenía que quedar tan bien, que el resultado fuera lo de menos. Cuando estrenamos el montaje en la Sala Beckett, Mima Riera se quedó embarazada en medio del montaje y cambiamos el personaje. Todo iba evolucionando sobre lo que estaba sucediendo pero poniendo prioridad en cuidarnos. Por eso elijo a Xavi Sáez y Anna Alarcón, son mágicos y quería volver a reencontrarme con ellos. Por eso llamo a Andrés Herrera y le digo que vamos a hacer un personaje que enseñe esas mierdas que tenemos y claro que hay mucho dolor ahí detrás, pero también hay mucha alegría de ver que podemos crecer y que eso puede ser un abono.
¿Cómo asumes las dirección del texto, desde un punto de vista inmersivo?
Aquí por suerte hemos crecido un poco y en vez de hacer la obra sin ningún conocimiento escenográfico pues de golpe tengo un mega crack como es Marc Salicrú haciendo la escenografía y la iluminación. Hay un concepto escenográfico que no deja de partir de lo inmersivo pero que está hecho por un artista que tiene su firma y su bagaje. El tío tuvo una idea fantástica. Nos dio instrucciones para que durante la misma obra estuviéramos diseccionando nuestras propias emociones. Propuso un espacio teatral en el que el público esté en un anfiteatro emocional que no sea tan anatómico. Esa fue la apuesta. El público rodea a los personajes para poder investigar en su intimidad como si estuvieran jugando con células en un microscopio. Y el único elemento de la escena es la cama de hospital mortuoria, que a la vez, es mesa de desayuno.
También tenemos un espacio sonoro, trabajo de Clara Aguilar, que envuelve a los espectadores, que es toda esta amalgama de sonidos de canciones pop que de alguna manera nos han enseñado a amar a veces mejor que peor y viceversa.
No sé si eres consciente, pero mucha de la gente con la que eliges trabajar, luego se los rifan…
No te voy a decir que no, porque pasa y me enorgullezco de eso, pero también porque me gusta apostar en la gente antes de que sea evidente. No por nada, también llamo a la gente cuando sé que es evidente. Ahora llamo a Aina Clotet y es evidente que ella es buenísima o cuando llamo a Xavi o a Anna ahora también es evidente. Sí que hay un punto a nivel general, a nivel político, cultural, ideológico, a nivel de equipo… que me da un poco de vergüencita tirar a rebufo. Si nosotros no estamos abriendo puertas… es demasiado fácil coger siempre a los que sabes que te lo van a clavar. Me gusta tomar riesgos. Yo como público lo agradezco. Dos más dos no siempre son cuatro. Creo que en parte es mi obligación. Sean actores o actrices que empiezan, o con una trayectoria, lo que quieres es ver gente en escena que se la juegue. Yo veo una escena muy conservadora y no me gusta que sea así. Me gusta que se oxigene la cosa porque quieres abrir camino para los espectadores.
En el texto preguntas: “¿Qué estamos dispuestos a sacrificar para no dejar de desayunar juntos?” ¿Qué has sacrificado tú para no dejar de desayunar con alguien?
Pues mi orgullo, mi egoísmo y mi inmadurez… mi cansancio y mis planes de lo que tenía que ser mi vida. La propia arrogancia, ser más humilde, pensar que en lo artístico y en lo emocional nunca tienes idea de nada y que hay que llegar con la pizarra limpia a clase. Es un poco lo que decía John Lennon: “La vida es eso que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes».