Poseer una carrera de catorce años como compañía, contar con nueve espectáculos de creación propia y haber realizado cerca de cinco mil funciones, son cifras más que reseñables como para ganarse el respeto del público y un hueco en nuestra cartelera. Alfonso Mendiguchía y Patricia Estremera son
Los Absurdos Teatros, una compañía que ha pasado de marcarse tripletes en un mismo día, en diferentes salas del circuito off de nuestra ciudad, a pisar y visitar los diferentes teatros y festivales de nuestro país, una gira constante que los ha acabado por convertir en una especie de versión siglo XXI de los cómicos de la legua.
Títulos como A protestar a la Gran Vía, Manténgase a la espera o Gruyère, han forjado un sello personal: propuestas creadas a partir de textos propios con un marcado acento social, “utilizando la comedia como vehículo”, como a ellos les gusta aclarar. Historias a veces enternecedoras, siempre divertidas, cargadas
de diálogos de ritmo frenético, picados y punzantes, salidos de personajes juguetones que hablan en una especie de prosa ‘versificada’, que provoca la risa y la reflexión.
Su última creación, Von Lustig. El hombre que vendió la Torre Eiffel, con la que llevan girando por España desde hace más de un año, mete literalmente el teatro dentro del teatro, creando una especie de cabaret onírico que nos descubre a Víctor Lustig, un tipo que, gracias a fingir ser un aristócrata, el
conde Von Lustig, logró estafar a las grandes figuras de la sociedad de principios del s. XX, entre las que se encontraba el mismísimo Al Capone, quien acabó siendo su protector dentro de la cárcel.
Narrada por el propio Lustig y Kikí, una meretriz entre la Sally Bowles de Cabaret y la Campanilla de Peter Pan, quien dará vida a la constelación de personajes que orbitaron alrededor de este estafador -papel que le valió a Patricia Estremera el Premio a Mejor Actriz en el Festival Vegas Bajas 2022-, descubriremos la trayectoria de este tipo que decidió que podía lograr vender la mismísima Torre Eiffel, que sólo tenía que encontrar al interlocutor apropiado.
Una obra que reflexiona sobre el poder de las apariencias dentro de una sociedad en la que una buena máscara puede hacerte llegar allá donde te propongas, tan solo hay que saber jugar las cartas con las que los demás construyan alrededor tuyo una fantasía que les dé motivos para autoconvencerse de que el engaño es la realidad que necesitan.
¿Cuáles son las ventajas y los inconvenientes de estar en la cartelera madrileña y de gira?
Alfonso Mendiguchía: Las ventajas de entrar en Madrid es que es un escaparate por el que tienes que pasar, o deberías pasar, porque al final es como un centro neurálgico. Haber pasado por Madrid te da un poco de caché porque es el único sitio donde también hay un poco de crítica. Hay un pequeño problema, como en provincias son bolos únicos, no suele haber crítica teatral y no salen reseñas más que por el hecho de haber estado, con lo cual, el único sitio donde parece que hay una continuidad, y en donde se acumulan las críticas o las reseñas sobre teatro es en Madrid o Barcelona, y poco más. Entonces, estar por aquí pues te da esa visibilidad. No quiere decir que sea imprescindible, ni siquiera necesariamente necesario, pero sí es un apoyo.
Patricia Estremera: Nosotros hemos nacido teatralmente manteniéndonos en la resistencia y haces mucho callo. Es verdad que son formas que unas veces eliges y otras veces no, al final es tu propio camino y creo que tienes que estar contento con tu propio camino porque de lo que se trata es de luchar por mejorar. Nosotros hemos crecido viendo a las compañías del teatro de nuestra comunidad, de provincias, cómo lo hacían. De hecho, yo me formé con Juan Antonio Quintana, con su compañía; un tío que en Castilla y León era el maestro y su compañía ha estado veintitantos años girando por toda España y triunfando en Valladolid, todo el mundo lo conocía. Era un tío que como antes no existían las redes sociales, no estaba todo el día haciendo haciéndose selfies, pero ahí estaba, trabajando con su compañía, girando, haciendo lo que le daba la gana, sin deber nada a nadie, ni tener que dar las gracias a nadie. Se lo montaba él con su propio trabajo y nosotros hemos bebido de esas fuentes.
Podríamos hablar de que vosotros os apoyáis en la comedia para vuestras historias, pero hablar de comedia tiene muchos matices, es un género muy amplio, la vuestra siempre posee una mirada amable para hablar sobre diferentes problemáticas sociales, ¿cómo encontráis el equilibrio justo para mantener esa esencia y a la vez ser lo suficientemente punzantes como para que cale el mensaje?
A.M.: ¿A qué llamamos comedia? Porque hay muchas comedias, como dices, y al final es para entretenerte, pero dentro de eso, depende cómo sea la comedia, el uso que haces de la comedia, se puede meter en un cajón estanco o en otro, dentro de este gran contenedor que es este género. Hay comedias que simplemente son un entretenimiento, pero hay otras que lo que quieres es usarlas para contar una historia, para denunciar algo o para mostrar tus inquietudes. Nosotros tiramos por ahí, hacemos uso de la comedia, no hacemos comedia, hacemos uso del vehículo del humor, de la ironía de los comentarios que hacemos en la calle, pero vistos como con una lupa de aumento, desde un punto exagerado, para denunciar cosas de la propia incongruencia humana para terminar diciendo que somos nosotros mismos, individualmente, los culpables de todo esto, los que llevamos en esencia toda esta amalgama de estupideces humanas que hacemos. Lo cómico al final está en la identificación, que lo que estás viendo en escena son cosas que te pasan en la vida o que te sitúan ante preguntas que tú te haces en la vida y no encuentras respuesta. Casi siempre surge sin querer.
¿Por qué creéis que cuando algo es popular suele ser rechazado por lo intelectual?
P.E.: A veces tenemos la idea de que la comedia no cuenta nada, que solo sirve para entretener y que es para un público que no es muy culto. Parece que si te vas a ver comedias no eres un teatrero de pro, una persona culta, y no, la comedia entretiene, pero además sirve para criticar, reflexionar y ser incisivo. Molière decía que la comedia te abre la boca y, a través de la carcajada, va directamente al intelecto.
A.M.: Sí, salvo que el que la propone haya traspasado la barrera del prestigio que, entonces, deja de tener una connotación negativa.
Vosotros trabajáis con producciones propias, ¿de dónde nacen estas ideas para crear vuestros espectáculos?
A.M.: Nacen un poco de la vida, de las preocupaciones cotidianas. Parten de mis pequeños monstruos, de mis pequeñas incongruencias con la vida, después las extrapolo y las saco al resto de la sociedad. Todas las obras siempre parten de alguna pregunta que yo me he hecho, las diferentes formas de afrontar la vida y los conflictos de conciencia y sociales, parte de esa incomprensión.
Y concretamente Von Lustig. El hombre que vendió la Torre Eiffel, ¿de dónde surge?
A.M.: Parte de pensar en por qué hoy en día el parecer ser es más poderoso que el ser, de las máscaras que uno se pone y cómo eso te abre puertas, de cómo los que tienen nombre se aprovechan, pero también los que no lo tienen, pero se lo inventan.
P.E.: Conclusión, que hay que presentarse a lo grande. En esta vida, o empiezas a lo grande y te haces pasar por alguien muy importante, entre comillas, o ir poco a poco subiendo peldaños y tal, es casi imposible. Es más importante la apariencia que, realmente, quién eres tú. Es decir, ¿Víctor Lustig hubiera vendido la Torre Eiffel y hecho lo que hizo sin haberse hecho pasar por conde? Seguramente no.
A.M.: Y ahí aparece hasta un punto de admiración. Por un lado, me da rabia, por otro me causa estupor que haya gente capaz y por otro da incluso un poco de envidia. Entonces, la obra recoge todo eso, la cierta admiración, la cierta repulsa y la cierta denuncia ante esto y el desvalimiento que tenemos ante la gente que es así.
Yo añadiría incluso curiosidad y poder diseccionar cómo es esta persona, cómo ha llegado ahí, cómo se ha montado toda esa máscara, toda esa farsa, a su alrededor. Podríamos decir que la obra es una especie de manual para aprender a detectar a este tipo de gente.
A.M.: Claro, a mí me encantan las cosas bien hechas., aunque sean malas cosas. Por ejemplo, un Sálvame, dices, será telebasura, pero es que la telebasura hay que hacerla bien. No es tanto la calidad lo que admiro, o el que me guste o no me guste, sino la pulcritud, la meticulosidad, la orfebrería de las cosas bien hechas, y Víctor Lustig es un orfebre de esto.
Con esta función nos lleváis a un teatro dentro del teatro, todo es una farsa y un cabaret, es un musical y a la vez posee un rollo juglaresco modernizado, ¿cuál es el juego escénico que proponéis y qué temas abordáis?
P.E.: Nosotros montamos un teatro dentro de un teatro y montamos un gran escenario porque Víctor Lustig, para sus estafas montaba un gran escenario, montaba toda la parafernalia, se preparaba bien el personaje, se preparaba bien la situación, se preparaba bien la víctima. De hecho, incluso dejó un decálogo escrito del buen estafador, que en la obra se cuenta.
Alfonso se encarga de dar vida a Víctor Lustig, pero alrededor orbitan un montón de personajes, ¿cómo habéis hecho para que aparezcan siendo tan solo dos actores en escena?
P.E.: Sí, Von Lustig cuenta la historia cruzándose con un montón de personajes, como dices, que son con los que se cruzó a lo largo de su vida y esos personajes los voy interpretando yo, en su mayoría son hombres que son grandes banqueros, hombres importantes que toman grandes decisiones y esos hombres están interpretados por mí con la visión de dos mujeres, la de la actriz y la de la directora, Natalia Hernández.
¿Cómo llegáis a esa decisión?
P.E.: Porque ya está bien de hombres interpretando a mujeres estereotipadas, ahora somos las mujeres las que vamos a dar nuestro punto de vista sobre ese tipo de masculinidad que es tan ‘inteligente’ y toma ‘grandes decisiones’ y que nunca ha dejado espacio a la mujer. Además, esta función habla de lo importante que es quien crea la gente que eres, más que quién eres de verdad, pues vamos a jugarlo desde este personaje que es Kikí con todas esas máscaras.
¿De dónde sale este tal Von Lustig y cómo llega hasta vosotros?
P.E.: En realidad, nadie sabe de dónde sale, hay una ligera idea, pero no se sabe ni cómo se llamaba realmente porque tuvo más de cuarenta y siete nombres falsos, pero el nombre de Conde Von Lustig fue el que más puertas le abrió porque era un título nobiliario. Como pasa ahora con esos grandes comisionistas que se aprovechan de sus títulos nobiliarios para tener todas las puertas abiertas y que nadie pregunte ni sospeche nada.
A.M.: Llega a nosotros buscando cosas para Gruyère. Me topé con una reseña de un periódico que decía: ‘Víctor Lustig. El hombre que vendió la Torre Eiffel’, lo que después fue nuestro título, y me llamó la atención, pero no porque alguien vendiera la Torre Eiffel, lo que me llamó la atención fue que me pregunté quién la compró y para qué. Y me puse a investigar, la propia historia de Víctor Lustig me pareció muy interesante, muy divertida, viendo el por qué y el cómo lo había hecho. Esto propiciaba el poder hablar de este mundo en el que parecer ser ha sustituido al ser, y esto venía muy a cuento de esa percepción que tenemos ahora de que lo importante es tener seguidores en Instagram y, aunque todos sabemos que es mentira, buscamos esa mentira. Es muy curioso el fenómeno que se produce socialmente, sabiendo que es mentira, pero pasamos horas mirando las fotos para terminar diciendo: “qué desdichada es mi vida y qué buena es la de los demás”.
¿Quién es más culpable el ‘vende humos’ o el crédulo que lo compra?
A.M.: A mí, sin entrar en disquisiciones morales ni éticas, el ‘vende humos’ me produce la admiración de ser un artista, un orfebre del engaño. El otro solo es un ladrón que ha pretendido robar y le han engañado. Por eso nos da regocijo ver a un timador timado. Cuando lo hace bien, cuando no es burdo, cuando no utiliza la violencia, cuando utiliza la inteligencia para tramar un timo. Otra cosa es en la vida real, por ejemplo, un comisionista, pero lo que te molesta es lo burdo que ha sido todo, la admiración es cuando todo es un trabajo fino y Von Lustig hacía un trabajo muy fino.
Con cada producción subís la apuesta haciendo evolucionar vuestra forma de hacer teatro. ¿Qué retos os ha supuesto poner en escena este nuevo montaje?
P.E.: No somos, ninguno de los dos, personas que se quieran quedar estancados nunca en nada, en ninguna faceta de la vida, y profesionalmente siempre queremos dar un pasito más, ponernos nuevas pruebas, nuevos retos. De hecho, vamos cambiando de dirección también, porque te acomodas y nos apetece probar distintos métodos de trabajo. Tanto César Maroto, como ahora Natalia, han hecho un trabajo maravilloso porque se han ajustado muy bien y han aportado además el plus de su propia personalidad acoplada a nuestro lenguaje. Y en cuanto a los montajes, lo mismo, queremos nuevas dificultades actorales. Siempre ha habido una evolución actoral en cada montaje, no solo en cuanto a estructura o en cuanto a iluminación, que también porque Víctor Monés, nuestro fiel escudero, también se va poniendo nuevos retos. Pero el global del trabajo siempre tiene que ir a más, es una premisa de la compañía: Dar otro salto mortal, nunca repetirnos y seguir sorprendiendo al público.
A.M.: Tenemos claro que hay que conservar ciertas líneas para que seamos reconocibles, que es lo que nos va a hacer diferentes, para bien o para mal. Vamos cuidando y eligiendo bien el tema, queremos que pieza sea una joyita pequeña, aunque a veces la joyita sale un poco más grande físicamente y a veces un poco más pequeña, pero la máxima es conservar una esencia.
Y con todo esto, ¿cuál consideráis que es el sello absurdo?
P.E.: Nuestros espectáculos siempre son muy ágiles, muy rápidos, con una forma de escritura muy característica de Alfonso. Siempre cambiamos muchísimo de personajes, hacemos muchos personajes que cambian en cuestión de segundos. La escenografía, aunque ahora parezca que es muy grande, siempre es limpia, precisa, no hay ni un solo elemento que sobre en escena. Las conversaciones son muy rápidas, cruzadas, el ritmo trepidante. Y la ruptura de la cuarta pared, siempre interpelamos al público.
A.M.: Al final, el sello es la personalidad, y la personalidad se imprime desde el propio texto y de la forma de hacer el texto. Yo escribo de una determinada forma, muy cuidada, en la que se combina la prosa con el verso, con la prosa ‘versada’. Me gusta que esté muy medido, pero que después parezca que nos vamos pisando. Es decir, que después parezca muy natural. De ahí viene lo del ritmo. Yo creo que el teatro es un poco la vida y como es un poco la vida y en la vida nos vamos pisando, vamos haciendo puntos suspensivos en cada frase, prácticamente yo ya escribo para que todo se coordine en esta especie de rima versada, no versada, prosaica, pero siempre teniendo en cuenta los puntos suspensivos, esto dota de una agilidad a la puesta en escena. Esto después se aplica a dos personas que somos las mismas, con lo cual arrastramos nuestra personalidad claro. Y, evidentemente, el uso del humor, de la comicidad, como vehículo para contar lo que sea.
En esta edición de la Feria del Libro de Madrid hemos asistido a la publicación de Von Lustig. El hombre que vendió la Torre Eiffel. ¡Otro hito dentro de la compañía!
A.M.: Sí, Antígona Ediciones lo ha presentado en estos días dentro de la Feria del Libro. Es una sensación muy extraña porque tampoco es buscada, es como un regalo. Nunca había pensado en publicar, escribo para utilizar; hay escritores que escriben y no tienen una compañía, pero es que yo no me considero un escritor, yo lo que necesito es actuar y para decir mis cosas comencé a escribir. Mi gratitud y mi recompensa era ver lo que escribía en escena. Esto es un premio a mayores porque es muy difícil que te publiquen, es un regalo inesperado que acojo con los brazos abiertos y la ilusión de las cosas maravillosas que te ofrece la vida de repente. Quién me iba a decir a mí que iba a estar en la Feria del Libro firmando. Estoy como un niño con zapatos nuevos, se lo agradezco infinito a Ediciones Antígona que ha confiado.