Hablamos con Emilio Ruiz Barrachina, que adapta y dirige Magia, una comedia fantástica, una de las pocas obras de teatro escritas por el autor inglés C. K. Chesterton en la que combina su particular humor con la intriga y el drama para abordar la relación entre la realidad y la racionalidad, lo fantástico y la locura. Podremos verla del 7 de mayo al 29 de junio en el Teatro Pavón protagonizada por con Carlos Chamarro, Valentín Paredes, Juanma Díez Diego, Ángel Héctor Sánchez y Rebecca Arrosse.
Viendo tu trayectoria como escritor y director de cine y de teatro, no parece que Chesterton sea uno de tus autores de referencia. ¿Cómo descubres esta obra y que te incita a llevarla a escena?
La encontré por casualidad en una librería de Oviedo. Era una edición recién publicada en Argentina, ya que en España se ha empezado a publicar sobre todo el año pasado a raíz del 150 aniversario de su nacimiento. Me pareció curiosa porque Chesterton tiene esa etiqueta de autor católico y conservador, pero este texto lo escribió siendo muy joven, cuando no se había convertido al catolicismo y todavía no tenía esas creencias religiosas tan firmes que tuvo al final de su vida. Hasta este título nunca había escrito teatro y lo hace a raíz de una apuesta que hace con el también autor Bernard Shaw, que había afirmado que Chesterton malgastaba su talento y que nadie se podía considerar escritor si no escribía teatro. Estamos hablando de 1913, un momento en el que, como cualquier joven, Chesterton se hacía muchas preguntas sobre el sentido de la vida.
Aun así, ya plantea muchas de las ideas de las que luego va a ser firme defensor.
Sí, pero está muy lejos todavía de ser un convencido de la religiosidad, incluso el personaje que hace de sacerdote, que representa en la obra las creencias religiosas, durante este encuentro que se relata, duda de su propia fe, cosa que me llamó mucho la atención. Además, refleja una época en la que estaba muy de moda el espiritismo y los grandes espectáculos de magia, algo que utiliza para poner abordar todo lo que rodea al mundo espiritual, junto a otros temas como la ciencia, la política…
Al leer el texto es inevitable pensar en una puesta en escena tipo las adaptaciones de las novelas de Agatha Christie, con ese tono muy inglés, un teatro muy de salón, por decirlo de alguna manera. Una vez que lo has trabajado, ¿le has sacado más aristas?
Sí, de hecho, el gran cambio que hago en la adaptación es sacar la historia de Inglaterra y traerla a España para mostrar una realidad mucho más cercana. No la traslado a la actualidad, sino a un momento atemporal del siglo pasado en el que todavía se habla de pesetas. Hay aspectos que han sido fáciles de trasladar, como cuando critica al Rey de Inglaterra por ciertas cuestiones y aquí lo hacemos con el Rey Emérito. Aunque la idea era no desviarme mucho del original, lo cierto es que una de las cosas que me llevó a levantar este proyecto fue saber que una de mis películas favoritas, El rostro de Ingmar Bergman, fue tomada como base para su trama. Algunos aspectos que he cambiado en la adaptación coinciden con la vuelta de tuerca que le da la película a la obra de Chesterton. Por ejemplo, poner el foco en el proceso de desmitificación, en qué ocurre cuando se desenmascara a alguien que se ha idolatrado y pasa a ser una persona normal y corriente. Y otro elemento que hemos introducido en esta producción es que el mago realice números de magia de verdad en la función, algo que, tanto para el elenco como para el público, es muy atractivo.
También has prescindido de uno de los personajes, el del sobrino del Duque que llega de América.
Sus frases están, pero en boca del personaje del doctor. Realmente en el original lo que más aportaba este sobrino era reforzar las ideas científicas que representa y expone el doctor, así que me pareció prescindible.
Has nombrado al cura, que representa la religión; al mago, que se mueve en el ámbito de lo fantástico; al doctor, que aporta el punto de vista de la ciencia. ¿Qué otros personajes veremos en esta velada escénica?
Está Patricia, sobrina del Duque, que representa la inocencia, el idealismo, y cree a ciegas en el mago. Y luego está el Duque, que es un personaje que a mí me gusta mucho, y que es el político y ostenta cierto poder. Es alguien que va a dar mucho juego.
Todos acuden a una sesión de magia donde el Mago, como decíamos, es desenmascarado. Es un punto de inflexión para la historia, ¿también lo es para la puesta en escena?
Es el tercer acto y la obra cambia. Venimos de un ritmo bastante intenso hasta ese punto y pasamos a unos momentos con menos acción, con diálogos muy profundos, manteniendo, eso sí, el humor, que es constante durante toda la función. Y, finalmente, todo desembocará en un final que animo a descubrir. Sólo voy a decir que en los cinco o seis montajes que he podido ver realizados en diferentes momentos y lugares, todos terminan de diferente manera. Es muy curioso.
Estrenasteis en diciembre en Avilés, ¿cómo reacciona el público ante esta propuesta?
Afortunadamente, hasta ahora, muy bien. Es verdad que va orientada a un público que le gusta este tipo de teatro. Siempre digo que es una obra de corte clásico con una escenografía e iluminación espectacular donde el público se lo va a pasar muy bien, aunque no sea una comedia ligera de las que tanto abundan ahora mismo. Trata temas muy profundos con grandes diálogos. No hay que olvidar que estamos ante un gran éxito, tanto en su estreno en Londres, donde estuvo más de dos años ininterrumpidos en cartel, como cuando dio el salto a Broadway. Por eso, no entiendo cómo nunca se había representado en España.
¿Cómo has trabajado con los actores estos personajes que, a priori, pueden parecer arquetípicos?
Lo primero, bajando ese tono estirado, muy británico, que los personajes tenían. Hemos querido que todo vaya mucho más fluido y creo que ha beneficiado a la obra. Además, hemos trabajado mucho los movimientos porque, en otras puestas en escena, resultaba muy estática y buscábamos algo más dinámico.
¿Cómo encaja este proyecto en tu propia trayectoria como creador en cine, literatura y teatro?
Cada vez estoy más convencido de que el cine es un arte joven y de que que al final uno acaba creando para su generación porque es a quien realmente entiende. A mí, en este momento, me costaría mucho en escribir para los jóvenes de ahora, porque tienen unos códigos totalmente distintos de los que tuvimos la gente de los años 80 y considero que hay que ser honesto a la hora de crear, saber dónde estás y a qué público realmente le puedes llegar. Actualmente, el público que me acompaña y con el que más puedo conectar está ahora mismo más en el teatro que en el cine. No obstante, acabo de terminar la película Golpe a Golpe, que narra la historia real de Sara Montoya, una mujer asturiana, gitana y boxeadora, que ahora puede verse en Nueva York y estoy trabajando en dos documentales: uno sobre José Luis Balbín, histórico presentador y creador del programa ‘La Clave’, y otro sobre el poeta Félix Grande, que fue gran amigo mío. En teatro, volveré al Teatro Pavón en septiembre, esta vez con La comedia sin título y ya en noviembre estrenaré un monólogo basado en mi libro Le ordeno a usted que me quiera, sobre las cartas de amor que Franco teniendo 20 años envió a una joven que no estaba interesada en él. ¡Le llegó a mandar más de 300 cartas en dos meses y pico! Hoy en día, algo así sería acoso.
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