Cinco historias en cinco espacios urbanos, entre privados y públicos, entre nocturnos y diurnos: un portal, un estudio fotográfico, un paso de cebra, un apartamento y la oficina de un matadero. Lo que crea unidad a estos cinco cuadros es el concepto de ‘umbral’, sobre todo referido al que se produce en la comunicación. Pero el umbral más constante es el que se da entre el trabajo y los sentimientos, en especial los amorosos, por ausencia de uno de ellos o de ambos.
Cada una de las cinco historias presenta una pareja que no pueden -en algunos casos no quieren- anudar una relación amorosa, porque rechazan la idea de trasponer el pequeño espacio que los separa.
Este es el caso de la mujer que mientras espera que cambie la luz del semáforo para cruzar la calle tiene fantasías sexuales con un desconocido, que no se anima a admitir como propias, y se disipan ni bien está en condiciones de continuar su ruta.
El diálogo que entabla con su vecino la mujer que ha sufrido un corte de luz es otro caso emblemático de la soledad y el encierro propio de las grandes urbes. Ella pide ayuda porque siente que avanza sobre sí una de las tantas formas de la desesperación, en este caso causada por la conciencia de que ni la televisión, ni la música ni la lectura podrán por esa noche ahogar sus pensamientos más acuciantes.
La obra se cierra con la historia del hombre que no se anima a declarar su amor a una de las empleadas del matadero que administra.