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SALMO 23. Pintura escénica en tres cuadros: Pasión, Muerte y Resurreción, es una obra no trata sobre la muerte de mi padre. Esta obra no va sobre la fe, ni mucho menos sobre la Iglesia. Tampoco sobre mi reconciliación con el origen, y tampoco sobre el aguante de mi madre. Esta obra son tres ‘quejíos amargos’.
«El señor es mi pastor, nada me falta».
Palabras de Lydia Aranda sobre su montaje y el ciclo [abril imaginario]
«El año pasado en el curso de dirección teníamos que coger una obra de repertorio clásico y Carlos Tuñón nos propuso una lista con todas las obras de la historia clásica, casi (risas) y yo tenía en la mente hacer Fedra de Jean Racine. Empecé a investigar sobre la obra y sobre la estética que me imaginaba y yo la veía interpretada por actores y actrices gitanos y con una estética muy flamenca, con música en directo, así que me salió una Fedra propia de un tablao flamenco (risas). Y cuando llega el comienzo de este ciclo yo lo que tenía claro era que quería seguir trabajando con el mismo grupo del año anterior y poder crear así una especie de compañía. Llegamos a la conclusión de que el objetivo de Fedra era aguantar, ese aguante que a lo largo de la historia han tenido las mujeres. Y todo eso lo empezamos a comparar con las vírgenes dolorosas y empezamos por ahí una nueva línea de trabajo. Hablando con Carlos me hizo ver que en todo lo que yo hacía salía una estructura muy ritual sobre el número 3, como que mi pieza iba a ir encaminada a un tríptico. Yo quería investigar sobre el tema de las vírgenes dolorosas en la Semana Santa, y ¿qué edades tiene la Semana Santa? La pasión, la muerte y la resurrección. Y así he estructurado la obra, en esos tres cuadros que son muy distintos cada uno de los demás, no hay ninguna transición, son tres tipos de teatros distintos. El primer cuadro es muy espectacular, hay mucha coreografía, mucha música, mucho cante y todo se conceptualiza en una boda gitana, con su prueba del pañuelo y todo. En el cuadro 2, que es la muerte, la obra muere, básicamente. Ocurren cosas y hay una pequeña estructura, pero yo no he dirigido nada, los intérpretes tienen libertad total. Y el tercer cuadro es más interactivo, hay un teatro más relacional en el que el público decide cómo se hace el cuadro y se hace una especie de misa a nuestro estilo.
La estética eclesiástica o esas ideas religiosas vienen conmigo de base. Mi familia me lo ha inculcado de pequeña, pero yo siempre las he rechazado. Con el paso del tiempo y con mi madurez aquí en Madrid me ha ido moldeando y al preguntarme que de dónde vengo realmente me hace ver que estoy volviendo a mis raíces a través de mi teatro de alguna manera. Me estoy reconciliando con mi pasado. Yo soy andaluza, vengo de familia gitana, me he criado en la Iglesia y aunque lo haya ido rechazando sistemáticamente, es algo que va conmigo y en este proyecto está saliendo, pero estoy intentando crear un nuevo orden, abrazar las cosas que me interpelan y que creo que son correctas pero dejando de lado también aquellas cosas de mis raíces que no quiero perpetuar tampoco.
El año que viene yo no sé que voy a hacer sin Carlos (risas). Él me aporta calma y seguridad porque al final un proceso creativo es un trabajo muy complejo. Hay días en los que, como autora y directora, estoy perdida y tener una mano que te coja, que te guíe, que te calme a nivel personal es muy importante, porque en función de cómo estés tú de ánimo así va a ser el proyecto. Y Carlos sabe perfectamente hacer la pregunta exacta y fortalecer tus puntos fuertes, que yo, hasta que no he dado con él, no sabía cuáles eran. Este hombre es la sabiduría en persona. Es maravilloso.
Él te ayuda a no tener que demostrar nada, simplemente te guía para que cuentes lo que tú quieres contar y eso te quita mucha presión, porque cuando sientes que no tienes que demostrarle nada a nadie ahí es cuando de verdad creas y viene lo bonito».
