Celebramos siempre el buen teatro. Pero sobre todo celebramos el buen teatro original y contemporáneo. Esta obra de Fernando Ramírez Baeza nos introduce en el hiperrealismo del universo tecnológico que nos invade. Es un thriller trepidante que pretende desentrañar el verdadero funcionamiento de nuestra huella digital. De cómo nuestra vida está monitorizada, de cómo las grandes empresas tecnológicas trafican con nuestros datos y nos dicen quiénes somos y qué es lo que queremos. Y lo peor es que aún sabiendo que es así, seguimos haciendo ‘click’ en la palabra ‘buscar’. Porque ya no sabemos vivir de otra forma y estamos dispuestos a pagar ese precio. ¿Pero que pasaría si, más allá de unos miles de servidores en todo el mundo, fuesen nuestros jefes, nuestras parejas o nuestros amigos los que supieran en un instante qué es aquello que buscamos en la red? ¿Seguiríamos pagando el precio? Sergio Díaz
Un invento que va a revolucionar el mundo de Internet está escondido en una central de seguridad en la que Linda y Matt pasan la noche, vigilando las calles de Nueva York. La que parece ser una rutinaria noche más, acaba convirtiéndose en una frenética jornada en la que sus vidas están en peligro… Un invento con un origen oscuro, perseguido por la mayor empresa tecnológica del mundo y la CIA, y que ataca de forma directa la privacidad de las personas en Internet.
La jaula de Faraday es un efecto electrofísico descrito por el científico inglés del mismo nombre que hace que las ondas electromagnéticas no pasen. Se ha puesto de moda porque sirve para evitar que funcionen los teléfonos móviles o las señales digitales.
Faraday nos adentra, en clave de thriller, en el lado oscuro de internet. Internet es el mayor progreso tecnológico de nuestra generación, y ha revolucionado la forma en la que el ciudadano se comunica. Los móviles, las tabletas, los whatsapps, las redes sociales, el estar permanentemente ‘conectados’ ha producido aislamiento en muchos individuos. No se habla en el parque, las cafeterías o en el metro. Cientos y cientos de personas conectados a la pantalla y desconectados entre sí. Ya no existen los tiempos muertos, la contemplación sin más ha fallecido, romper el hielo es un deporte que nadie practica. Esta nueva forma de comunicarse, además, está muy alejada de la verdad: las apariencias toman forma y los ‘perfiles’ acaban edulcorando el verdadero yo de cada cual. Pero esto no es lo peor.
Lo peor es el tráfico que de nuestra vida privada hacen gigantes de Internet, que con la complicidad de todos, verdugos y víctimas al unísono, son capaces de conocer nuestras virtudes y defectos a golpe de tres o cuatro clicks en un Gran Hermano global sin precedentes. Esto es algo que intuíamos pero hemos mirado hacia otro lado hasta que un agente de la NSA, Edward Snowden, destapó cómo los gobiernos, en una nueva muestra de su poder absoluto, nos controlan al milímetro por virtud de los rastros que vamos dejando en la red. Inquietante porque nosotros damos esa información tan gustosamente y terrible porque solo unos pocos tienen acceso a la misma y trafican y mercadean con ella.
Lo que hacemos está en Facebook, lo que decimos está en Twitter, y lo que pensamos está en Google. Google es el mayor conocedor de la verdad de este mundo porque cada vez que buscamos, cada vez que entramos en esa caja de apariencia inocente y damos a ‘buscar’, estamos preguntando. Y la mentira habita en las respuestas pero uno no pregunta de mentira, pregunta de verdad. Llevamos más de quince años preguntando a diario a Google. Nos conocen mejor que nuestras parejas. Conocen a los hijos mejor que a los padres. Nos conocen, quizás, más y mejor que nosotros mismos.
Pero ¿qué pasaría si esa información privada estuviese al alcance de todo el mundo? ¿Qué ocurriría si todos esos datos de nuestro vecino con el que no cruzamos palabra en el ascensor (mirando a la pantalla del móvil, por supuesto) nos fuesen accesibles a todos a golpe de click? ¿Cómo miraríamos a ese vecino después de saber su vida entera, su lado oscuro, sus defectos? ¿Cómo cambiaría nuestra vida si todo fuese un Gran Hermano al cubo y la vida privada dejara de existir?
De esta realidad aparentemente ajena y lejana nos habla Faraday. Pero no es ajena cuándo la curiosidad forma parte de nuestro ser e Internet es una barra libre para la curiosidad. Tampoco tan lejana. A propósito del escándalo que Snowden destapó, dijo algo que parece ciencia ficción: “Un niño nacido hoy no sabrá lo que es tener un pensamiento no grabado”. ¿Y si no fuera ciencia-ficción?