Viajar no es desplazarse. Viajar es mirar atrás y recorrer de nuevo el recuerdo. Pero eso es ya ahora. Ahora es viajar y llegar, por ejemplo, hasta Nueva York. Un recuerdo que hoy Lorca recorrerá con nosotros. Que no terminará, como no se terminan las palabras. Dibujos y versos de un poemario trágico que él mismo se dispone a presentar; como un aedo, como un actor.
Los actores representan a un Federico de cuatro caras. Tomaron su maleta repleta de algún sueño y se convirtieron en viajeros. Ahora, cada uno de ellos, ofrece una parte de la vida que se revela mientras se duerme. Su arte, como la del poeta, está en sus sueños, en los que regresan. Ellos son la materia del teatro con los que han tomado a Lorca de su quebrada cintura. Y girando y girando, han llegado hasta Viena. Allí les esperaba un rostro reflejado en los cuatro espejos, y un compás del sueño de una tortuga.
El poemario de Un poeta en Nueva York, que Lorca elabora en 1929 en el viaje a esa ciudad americana, es el motivo de este montaje. Tomamos como ornamento de la fábula dramática la conferencia que utilizaba el poeta para presentar y recitar públicamente parte de ese poemario.