
Lejos del realismo o de la pura narración dramática la compañía La Otra Arcadia continúa su defensa por el teatro poético y simbolista, tan poco transitado en la cartelera contemporánea, a través de Aromas de soledad. Un viaje lírico que interpela al espectador desde la emoción, la palabra y la memoria colectiva. Raúl Losánez, responsable de la dramaturgia, ha construido la obra a partir de los versos de José María Gabriel y Galán, un poeta casi olvidado hoy, pero extraordinariamente popular a principios del siglo XX; sus versos eran recitados tanto por labradores analfabetos como por figuras del calibre de Unamuno, y cuya voz, según Losánez, “vaticinó muchos de los problemas que hoy acucian al mundo rural”.
El punto de partida de Aromas de soledad es la llamada España vaciada, pero la obra no se limita a denunciar la despoblación, sino que ofrece un homenaje poético a un modo de vida y a un imaginario en riesgo de extinción. Todo ello desde una mirada contemporánea, consciente de que no se trata de idealizar el pasado, sino de rescatar su dimensión humana y espiritual frente a un presente marcado por la prisa, la deshumanización y el exceso de materialismo. “No queremos hacer un panfleto ni una defensa ingenua del campo -explica Losánez-. Queremos que el espectador se siente, escuche y piense: ¿qué hemos hecho con nuestra relación con la tierra?, ¿qué lugar ocupa lo natural en nuestra vida?”.
La estructura simbólica de la pieza nace de la poesía de Gabriel y Galán, cuya escritura oscila entre la tradición y una sorprendente lucidez crítica. El poeta, profundamente arraigado a Extremadura y Salamanca, retrató los padecimientos del campesinado con una sensibilidad casi profética. Según Losánez, “él ya adivinaba lo que vendría: el progreso disfrazado de modernidad que deja al ser humano despojado de su vínculo con el entorno”. El texto combina versos del poeta con aportaciones contemporáneas del propio Losánez, que introduce una mirada crítica y actualizada sobre la crisis ecológica, la soledad demográfica y la pérdida del arraigo.
ENTRE LO ÍNTIMO Y LO COLECTIVO
El espectáculo, interpretado por Jesús Noguero, Carmen del Valle y Nacho Vera, se concibe desde un código no realista. Los personajes no dialogan al modo convencional: en lugar de eso, piensan en voz alta, evocan, recuerdan, cantan. La protagonista regresa a una antigua alquería -una finca agrícola- y desde ese espacio de la memoria establece un diálogo emocional con su padre, figura que encarna la raíz, lo ancestral, el vínculo con la tierra. Esta relación no es complaciente, como el propio Losánez señala: “ella se marchó porque el mundo rural también es duro y exigente. Pero al volver comprende que en esa dureza había una verdad esencial que hemos olvidado”.

La música en directo, elemento indispensable en la estética de La Otra Arcadia, adquiere aquí un papel vertebrador. Pero no se trata de un acompañamiento folclórico al uso, se trata más de “recuperar la raíz desde el presente, que suene al ayer, pero también al hoy”, al estilo de Rodrigo Cuevas o el grupo La M.O.D.A. en su Cancionero burgalés. Así, la música aparece como puente entre tiempos.
El montaje también dialoga con la tradición del verso en el teatro español, una tradición que Losánez y Ana Contreras -codirectora de la compañía y responsable de la puesta en escena de Aromas de soledad– se esfuerzan en revitalizar. Para ellos, la musicalidad del lenguaje no es un adorno. “Trabajamos con actores cuya virtud principal reside en el dominio de la palabra y del verso”, insiste el dramaturgo. Jesús Noguero, extremeño de origen, incorpora incluso fragmentos en castúo, el habla tradicional de su tierra, como un gesto de recuperación de la memoria oral. Estos elementos no buscan el costumbrismo, sino la dignificación de una lengua viva que fue vehículo de cultura popular.
Hay en esta obra un pulso constante entre lo íntimo y lo colectivo. El personaje femenino, que representa a quienes abandonaron el campo en busca de un futuro mejor, expresa la ruptura de una genealogía emocional, mientras que la figura paterna encarna la permanencia de lo esencial. El narrador-trovador, por su parte, actúa como mediador entre el público y la escena, introduciendo las secuencias con canto y palabra, como si invocara un rito. La obra invita a una experiencia contemplativa. Los ciclos de la naturaleza -la primavera que renace, el otoño que decae- se convierten en metáfora de los estados del alma. El tiempo no avanza linealmente, sino que regresa sobre sí mismo, como la memoria que vuelve una y otra vez al lugar donde todo comenzó.
“Queremos recordar al público que el ser humano forma parte del entorno, no está por en-
cima de él”, afirma Losánez. “La inteligencia humana debe servir para vivir en consonancia con la naturaleza, no para dominarla”. En un mundo urbano que nos empuja a la velocidad y al olvido, La Otra Arcadia propone un espacio de silencio poético donde la palabra se convierte en una forma de resistencia. No se trata de nostalgia, sino de conciencia; no de regresar al pasado, sino de reencontrar
en él un horizonte para el presente. Porque tal como late en los versos de Gabriel y Galán, el campo no es solo un lugar geográfico, sino un territorio interior: el lugar donde el ser humano recuerda quién es.