Allá por el verano del año pasado, una mañana cualquiera de junio en Teatros del Canal, fui convocado por el equipo de En mitad de tanto fuego para asistir a uno de los primeros ensayos de este espectáculo que comenzó a andar en la pasada edición del Festival Grec y que, paso a paso, sin grandes aspavientos, pero con decisión, ha ido conquistando los espacios por los que ha ido pasando. Un camino que además de llevar el espectáculo por los diferentes escenarios nacionales, ha dado el salto internacional pudiéndose ver también en Argentina, Uruguay y Chile. Las tres cabezas visibles de este proyecto fraguado desde la mutua admiración son: Alberto Conejero, como autor, Xavier Albertí, desde la dirección y Rubén de Eguía -galardonado como mejor actor en el Festival de Teatro y Danza de San Javier- poniendo la carne y el alma sobre el escenario. Ellos fueron quienes me invitaron a sentarme por un día a su mesa de trabajo, depositando la confianza y regalándome el privilegio de contemplar el embrión de lo que hoy ya es una criatura firme, segura de sí misma, y dispuesta a conquistarnos desde los escenarios. Un encuentro desde el que descubrir el germen de este monólogo y el por qué se centra en la voz de uno de los personajes de La Ilíada: Patroclo. “Uno no sabe muy bien cuándo empieza a generarse una obra de teatro -confiesa Conejero-. Imagino que aquí tiene que ver mi profesora de griego clásico, la educación pública, mi amor por los clásicos, mi niñez y adolescencia marica, mi carácter de objetor de conciencia. Es decir, elementos biográficos que, en cierto modo, están detrás de este proyecto”.
REIVINDICANDO LO CURSI Y LO QUEER
Gestado desde los montes, los callejones y los museos griegos, gracias a una beca del Ministerio de Cultura, En mitad de tanto fuego recoge los aromas evocadores de la Grecia clásica, de Homero, de La Ilíada, para desde un no-lugar, conectarla con nuestra realidad y, aunque como dice Alberto: “Nadie ha evitado una guerra desde el Arte”, convertirla en un canto antibelicista que, además, hable a pecho descubierto del amor -ese que, de tan apasionado, duele-, reivindicando la resistencia ‘queer’ a través de la relación entre Aquiles y Patroclo y poniéndonos algo cachondos, ¿por qué no?, desde su poética mitológica y homoerótica. Un texto con el que Conejero se ha liberado de corsés, descubriéndosenos desprejuiciado y juguetón, para contarnos una historia que, aunque estaba ahí escrita desde hace siglos, se nos ofrece desde una mirada diferente, fuera de los cánones impuestos. Una obra que el propio autor califica como un “ornitorrinco” porque, según apunta, “celebra la diferencia” y está formado por materiales que “provienen de mundos distintos que pretenden transgredir los límites”. Desde la prosa poética, pasando por la música, hasta experimentar con el verso por primera vez en uno de sus trabajos teatrales, y rompiendo una lanza en favor de lo cursi. “Me atrae mucho lo que es considerado cursi, ‘camp’ o ‘queer’, aquello que se sale de una norma porque tiene un supuesto exceso de emocionalidad o de sentimentalidad”, algo con lo que Xavier Albertí coincide: “San Juan es cursi, Santa Teresa es cursi, Calderón es cursi. Si no entramos en nuestros espacios donde la paradoja de la mirada genera nuevas perspectivas y nuevos ecos, no tienen mucho sentido”. Un gesto que supone, según Conejero, una ruptura con los límites y los miedos. “No quiero tener vergüenza de ser lo que he sido, o lo que soy, o que mi lenguaje esté alterado por una pasión. Este Patroclo no es que hable raro, es que es raro. Y menos mal que existe lo raro porque si no existiera, ¿dónde hubiéramos ido?”.
UN CUERPO ENAMORADO
Un viaje desde la palabra dicha por Rubén de Eguía como Patroclo, con sutileza poética, pero desde el desgarro confesional desde el que nos mira, con los ojos de quien no puede resistir más el dolor de contener el amor que fue sostén y deseo, que fue vida, y por el que se lanzó en brazos de la muerte, desde “un deseo sin cuerpo” como dice Albertí. “Finalmente es un cuerpo que se deshace en palabras para ligarse con algo, ocupando esa grieta entre lo eterno y nosotros”, apunta Conejero. “Lo fascinante de este texto es precisamente que nos preguntemos por qué necesitamos estar enamorados y si el Amor es una cosa hacia el otro, o del otro hacia nosotros mismos, o si es un punto de anclaje para llegar a una manera de trascender. Todos somos el mismo cuerpo en el fondo”, por lo tanto, desde algún rincón ligado a lo más íntimo, todos somos este Patroclo. Aunque En mitad de tanto fuego realmente va más allá del mito del amor romántico.
TROYA, TODAS LAS GUERRAS EN UNA
El teatro de Alberto Conejero siempre se ha caracterizado por tender puentes a través de la memoria. “A mí me parece muy importante que el teatro empiece a anticiparse como ha hecho siempre. Eso es la memoria, anticipar se recordando, y en este caso me ha parecido muy importante lanzar una bengala sobre los discursos belicistas”. De algún modo En mitad de tanto fuego es una llamada de atención ahora que las guerras tocan a las puertas de Europa. “Todo es fruto de la misma guerra, se llame como se llame, y nuestra tradición literaria la llama la Guerra de Troya”, dice Albertí sobre este texto, “y nos advierten de los horrores de la guerra y de sus locuras y de su inutilidad”.
“Es un momento muy oportuno para recordar que, si la guerra tocó al más puro de los hombres de La Ilíada, ¿qué no hará con el resto? -advierte el autor-. No podemos creernos a salvo de la guerra, hay que estar muy alerta porque si llega nos va a alcanzar, y uno no puede decir ‘no voy a matar’, sino ‘ojalá no tenga que matar’, y esto es lo que sucede con Patroclo”.
LA MÍSTICA Y EL DESEO
Albertí eleva la función al terreno de la mística y a la idea de que lo vivido, tanto en el pasado como en el presente y el futuro, conforma un Todo, y reflexiona sobre ese espacio, ese limbo desde el que Patroclo nos habla. “Es la historia de un cuerpo que ya no es cuerpo. ¿Qué está buscando ese cuerpo? ¿Qué queda del deseo en un cuerpo que no es cuerpo? Toca el deseo cuando no hay instrumento carnal para que ese deseo sea transitivo”. Ese deseo también está contado desde su lado más dionisíaco, desde el placer y el carnalidad, desde el descubrimiento y el goce de los cuerpos que habitualmente ha sido ocultado al hablar de la relación entre Aquiles y Patroclo. “En este monólogo se habla sobre una realidad que ha sido escondida, amagada por un montón de cuestiones históricas, sexoafectivas, heteropatriarcales e incluso políticas”. Al final, En mitad de tanto fuego, se nos descubre como una travesía que nos cuestiona íntimamente cuando la visitamos y como me dijeron sus creadores en aquel encuentro: “Esas preguntas no van a tener una sola respuesta. Estoy convencido de que cada espectador encontrará sus propios ecos. Cada cual habrá hecho su viaje y, con su viaje, llegará a un punto propio y extremo”.
Todo muy homérico, ¿verdad?
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