Decía Juan Mayorga sobre este espectáculo en la presentación de temporada que es “un espectáculo perturbador, de gran belleza visual y musical. Constituye un viaje por la intimidad conmocionada de Jelinek, que nos sacude con su mirada política y moral a contracorriente”. Una apuesta apoyada en la palabra, el movimiento y la música en directo que ahora llega, del 2 al 12 de noviembre al Teatro de La Abadía.

 

¿Quién es Elfriede Jelinek?

Elfriede Jelinek es una escritora “extraordinariamente influyente y apenas representada en los escenarios españoles”, en palabras de Juan Mayorga. Viaje de invierno trae a nuestras tablas la oportunidad de conocer a una dramaturga que es “pura vanguardia”, como la define Magda Puyo, “como lo son Heiner Müller, Beckett o Printer en el siglo XX. Pero ella es una voz de vanguardia en pleno siglo XXI”. Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2004, su obra se popularizó a partir de la versión al cine de su novela La pianista por el director Michael Haneke. Los académicos suecos, al otorgar el Nobel, destacaron “el flujo musical de voces y contravoces en sus novelas y obras de teatro, que con un extraordinario talento lingüístico revelan la absurdidad de los clichés de la sociedad y su poder subyugante”.

 

Un río que nos desborda y nos contiene en Madrid

 

Jelinek fue novelista, poeta, dramaturga, guionista. Su obra, transgresora y radical, se caracteriza por tratar con dureza temas como la violencia de género, las relaciones familiares opresivas o el pasado político de su país. Su propósito es luchar contra cualquier clase de autoridad y denunciar los abusos de poder en nuestra sociedad, sin renunciar, sin embargo, a un estilo preciso y lleno de contrastes. Aborda todos los géneros y en cada uno de ellos se puede ver la Jelinek política y la intimista. En el lado más social, la escritora se pone del lado del diferente, del extranjero, habla de la migración y también de la exclusión y el control a través del totalitarismo, teniendo como punto de mira el nazismo. También trata la perversión de la opinión pública como herramienta simplificadora de la realidad. Esta cara social de Jelinek va siempre de la mano de la escritora intimista, donde el amor o la relación con el padre y la madre son claramente temas que cruzan toda su obra.

Como dramaturga no propone una obra cerrada. La autora habla de “superficie textual”, como una corriente de ideas y palabras, aparentemente sin situación, personaje o conflicto. “Ella evoca una serie de ideas y hace un trabajo difícil de traducir porque aparentemente no hay nada que una, no hay personajes o conflictos al estilo convencional” explica Magda Puyo, responsable de la puesta en escena. «Ella lo que quiere, tal cual, es que tomes sus textos y lo hagas a tu manera. Es una mujer libre y quiere que tú también lo seas. Pero esto, en cierta medida, te constriñe, porque es algo tan potente lo que te propone, que acabas intentando entender muy bien lo que dice y entender muy bien lo que quieres decir con ella. Con ella y con tu equipo», completa Puyo.

 

La libertad creadora y los sótanos de nuestra conciencia

Esta libertad con la que la autora trabaja sirve como provocación para llevar a cabo un juego escénico donde música, palabra, movimiento y tiempo se entrecruzan y resuenan, tomando las disonancias, contrastes, ironía y humor con los que Jelinek crea su textualidad. Una invitación para desplegar un paisaje que va más allá de la palabra dicha y que explora su universo a través de diversos géneros: farsa, drama íntimo, musical. “Lo que hace Jelinek en su escritura, nosotros teníamos que intentar hacerlo en la escritura escénica. Es un matiz importante”, asegura Magda Puyo, esa libertad y esa multiplicidad que hay en el papel había que traducirlas al escenario.

 

Un río que nos desborda y nos contiene en Madrid

 

La pieza oscila entre el “yo” y el “nosotros”, dando voz a la dificultad para identificarse con la sociedad de la que formamos parte y que se construye sobre la opresión de un tercer grupo, el de los “otros”: los extraños, los desplazados, los excluidos, a quienes ocultamos en los sótanos de nuestra conciencia.

«A lo largo del espectáculo, el sonido y la musicalidad transcurren como un río que a veces sostiene y a veces se desborda y se convierte en protagonista. Un río que atraviesa un paisaje de hielo que hemos reinterpretado escenográficamente como una manera de materializar el personaje efímero del tiempo, la felicidad y la vida», concluye Puyo. «Es un recorrido vital de la propia Jelinek».

 

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