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¿Qué quiero ser cuando sea pequeño?

José Troncoso: «Me parece que los columpios son un sitio a reconquistar, como esa metáfora de lo lúdico, de lo disfrutón, de libertad»

Esta temporada el Centro Dramático Nacional celebra la segunda edición de los Nuevos Dramáticos, proyecto con el que se quiere poner en valor a los más jóvenes, no solo como público, sino como futuros creadores. En esta ocasión se estrena Los columpios, una historia mágica en la que se habla del futuro, la libertad y el agradecimiento.

Hablamos con su creador y director, José Troncoso, y con la coordinadora pedagógica del proyecto, Lucía Miranda, para descubrir los entresijos de trabajar con niños, cómo funcionan los Nuevos Dramáticos, y lo que supone para ellos haber podido compartir una propuesta como esta.

Lucía, creo que un buen comienzo puede ser dar a conocer qué es este proyecto de los Nuevos Dramáticos puesto en marcha por el CDN.

Lucía Miranda: Es el proyecto que tiene el CDN para la infancia, que empezó cuando entró Alfredo Sanzol en la dirección. Se trata de que, con un director/creador y todo su equipo artístico, entren en relación con la infancia, que tengan que escribir para ella, y con ella. Son entre 20 o 25 niños y niñas de los colegios públicos de la zona cercana a los espacios del CDN, tanto de Usera, como de Chueca, Malasaña y Lavapiés, además de los hijos de los empleados del Dramático. Nos juntamos todos los lunes, jugamos y entrenamos en lo que después van a tener que hacer. Además de participar en una serie de talleres a lo largo de todo el tiempo con el equipo artístico.

 

O sea que no es solo venir a hacer un espectáculo, sino conocer todos los aspectos que conlleva una producción del CDN.

L. M.: Eso es, la idea es que ellos ayuden al equipo artístico a crear el montaje. No es enseñarles lo que es iluminar o lo que es la escenografía, sino que se hace un taller de creación donde ellos son co-creadores, en este caso ellos han diseñado su propio vestuario y han dicho cómo quieren que sea la escenografía.

 

El año pasado Dan Jemmet y Jordi Casanovas fueron director y dramaturgo responsables de llevarlo a cabo, este año estas dos labores recaen en la figura de José Troncoso, ¿cómo te enfrentas a este reto?

José Troncoso: De la mano de Lucía. He aprendido muchísimo de ella, de su manera de enfocar las cosas, de crear en lo social y lo personal.

L. M.: ¡Hemos hecho ‘match’ total! (Risas) Creo que hacemos productos diferentes, pero la manera de trabajar es muy próxima porque, tanto José como yo, trabajamos todo desde el juego y desde la escucha. El proceso de ambos es muy parecido.

 

José, la propuesta ya de por sí es bastante particular, ¿de qué idea has partido para dar forma a Los columpios?

J. T.: Cuando me pongo a crear, siempre voy con una idea de la que parto. Por ejemplo, el fin de la cultura y sale Lo nunca visto, los desahucios y salen Las princesas del Pacífico, la adolescencia y sale La noria invisible. Con Los columpios era el futuro y con esa idea comenzamos a hablar con los chicos sobre qué es lo que quieren ser de mayores, cómo imaginan el futuro; entonces, ellos han ido creando un material expresivo-creativo maravilloso que a mí me apetecía llevar hasta sus últimas consecuencias, incluso si lo que hacíamos eran disparates. Quería ese caos maravilloso que ellos tienen y esa potencia de futuro, esa potestad de elegir lo que van a ser y sobre cómo ellos imaginan las cosas. Todas las escenas se han creado a partir de eso, incluso he intentado que haya cosas transcritas tal cual ellos lo expresaban. He querido hacer un recorrido lo más fiel posible a lo que ha sido el proceso. Ellos han diseñado el vestuario y si ellos sueñan con espacios mágicos, que sean espacios mágicos. He intentado no contaminar su mundo y ser yo el que se deja contaminar por ellos, poniendo a un lado cómo soy yo como dramaturgo, como soy como director, cómo soy yo como todo.

L. M.: Ha sido muy bonito que José haya querido trabajar con ese material puro y duro. Las primeras veces que los chicos entraban y veían los ensayos, se encontraban a los actores diciendo sus propias frases, las que ellos le habían dicho a José, y era súper bonito porque se iban reconociendo en los personajes que han acabado siendo una mezcla de muchos de ellos. Es precioso que se encuentren con eso como devolución de todo el proceso.

 

 

¿Cuál es la premisa de la que parte la obra?

J. T.: Parte de una premisa súper sencilla y un poco mágica. Es el día de fin de curso, la profesora da la bienvenida a los padres que es el público, que están sentados en pupitres dorados, porque todo es dorado. Es el día de la función de fin de curso y hay una tormenta. A partir de ahí el mundo de los mayores y el de los pequeños se confunde. Vemos a mayores con discursos de niño y a niños haciendo de padres. El tiempo y el espacio se confunden. Al final es lo que me ha pasado a mí y quería que estuviese de alguna manera presente. Me hace pensar: ¿cuánto de ese niño queda vivo todavía en mí? Así que me he tirado al pozo a rescatarlo, le he dicho: “vente conmigo, que te estabas quedando un poco lejos”, y gracias a todo esto me estoy dando cuenta.

 

¿De qué manera has abordado el trabajo con los chavales?

J. T.: Primero hice una presentación diciendo cuáles son las cosas que me gustan, de ahí les preguntamos a ellos qué les apetecía. Para mí era súper importante la cuestión de la honestidad con respecto al material que ellos estaban generando, no tenía ningún sentido desatender lo que de verdad estaba pasando. He querido respetar los impulsos, cómo salen las cosas, cómo los actores se acercan a un material, lo hacen suyo y lo proyectan. Tiene mucho que ver con mi forma de dirigir. No podía ponerles un corsé, enseguida olí que esto no iba de eso. No iba de hacer algo perfecto, iba de hacer algo auténtico. Eso también tiene un poder en escena. Ellos están expresando y eso va a quedar para siempre ahí. Han tenido la ocasión de decir en un escenario, que es un espacio un poco mágico, lo que quieren ser de mayores y todo el mundo lo va a oír. Todo el material que ha ido surgiendo parte desde sus cabezas, de sus corazones y de sus palabras.  Es un altavoz de todos sus deseos y yo estoy feliz. Me parece que he venido aquí a orquestar algo y he recibido algo mucho mayor de lo que he invertido. No sé si se corresponde o no, pero lo que ellos te dan es increíble.

L. M.: Además, hay una cosa y es que estamos muy acostumbrados a ver a los niños en teatro o en cine como muy medidos, que los ves y dices: “qué bien lo hacen”, y aquí se busca otra cosa, para empezar, no son profesionales, son niños y niñas de coles públicos que les apetece hacer teatro y vivir esta experiencia. Ninguno puede repetir, para dar oportunidad de vivir la experiencia a otros niños. Creo que es muy importante que el creador, en este caso Troncoso, respete eso.

 

¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de esas conversaciones?

J. T.: Me llamó la atención, no solo la libertad con la que nombran las cosas, sino la diferencia generacional que hay conmigo. Es alucinante. Cuando yo era pequeño estaba convencido de que a los veinticinco años iba a ser arquitecto, iba a estar casado e iba a tener un niño y una niña e incluso una determinada marca de coche; y ellos, de repente, te cuentan que no tienen ningún deseo de ser madres, que quieren ser esto, pero también lo otro. Y luego he prestado mucha atención a las cosas comunes que ninguno de ellos quiere como es el estar solos, que es una cosa que también nos reverbera a nosotros, el deseo de estar acompañados, de vivir con alguien, de sentirse querido. En lo primitivo seguimos siendo iguales que ellos. Y también sobre su determinación de que nada ni nadie va a conseguir que ellos dejen de ser lo que quieren ser. Yo creo que no viví esa determinación en mi generación. Lo tienen muy claro. De momento, nada les ha dicho que no puedan conseguir lo que quieren.

 

¿Es la primera vez que trabajas con niños, José? ¿cómo ha sido trabajar con este grupo?

J. T.: No, tuve dos experiencias previas que fueron bastante potentes. Trabajé en Inglaterra en un teatro dedicado exclusivamente a la infancia y en Dinamarca. Tienen en cuenta a la infancia de una manera muy parecida a la visión de los Nuevos Dramáticos, la forma en cómo se trata, cómo se experimenta. Reciben una atención pedagógica muy diferente a la que, por lo menos he recibido yo en España, que me llevaban a ver un clásico hecho de cualquier manera, que ni siquiera estaba dirigido a mí como niño. Tenía muchas ganas de poder trabajar aquí y traer algo de eso.

 

¿Qué quiero ser cuando sea pequeño? en Madrid
Escena de Los Columpios. Foto de Bárbara Sánchez Palomero.

 

Lucía, ¿cuál es la labor de la coordinadora pedagógica?

L. M.: Me encargo de la captación en los coles, a fichar niños, contarles de qué va el proyecto, jugar con ellos y, a los que les gusta, se apuntan. Así es como funcionan los Nuevos Dramáticos. Después estoy los lunes con ellos, hay algunos que estoy sola, otros que estoy con José y con el equipo. Acompaño y asesoro. Al principio se trabaja en montar elenco. Mi trabajo es que, cuando llega el equipo, ellos sepan quiénes son y qué hacen aquí. Que estén acostumbrados a jugar, pero de una manera ordenada para que esto no sea una locura. Después creo que todo va de una manera muy natural, porque durante el proceso primero vamos al Valle Inclán a que lo conozcan, después al María Guerrero, entrado por seguridad como cualquier trabajador, saludan, ven cómo van a ser los camerinos, y entran en Almendrales como entran los actores profesionales, es su casa. También hay un trabajo para mí de crear un puente entre la infancia y la institución y entre la institución y los coles.

 

El concepto de Los Columpios nos traslada irremediablemente a la infancia, al parque, al juego, pero ¿a qué hace referencia dentro de la obra?

J. T.: Piensa en el movimiento de balanceo de un columpio, parece que cuando estás arriba todo puede ocurrir, pero de repente caemos. Es la imagen cíclica en la vida. Los chicos ahora mismo están en esa suspensión en la parte más alta, en la que todo es posible, ese momento del deseo, cuando el tiempo parece que se detiene. Y nosotros lo vemos desde otro sitio. Creo que es importante esa confrontación de espacios, de tiempo y de edades. Es un elemento que, aunque no aparece en la función, todos sabemos cuánto nos gustaba ir a los columpios y, también, cuándo comenzó a darnos vergüenza empezar a montarnos en ellos. En la obra se habla mucho de cuando los adultos dejaron de ir a los columpios porque tomamos conciencia de que ya no somos niños, de que ya no se nos permite montarnos, porque no nos cabe el culo o porque nos da vergüenza que nos vean ahí. Aparecen cosas que hacen que ese objeto, que sigue siendo maravilloso, ¡a mí me encanta columpiarme con 47 años!, de repente, se vuelve algo prohibido. Me parece que los columpios son un sitio a reconquistar, como esa metáfora de lo lúdico, de lo disfrutón, de libertad.

 

Aunque es una propuesta para la infancia, no deja de ser una producción más del CDN, con lo que eso conlleva profesionalmente, ¿cómo han reaccionado los chicos a esas dinámicas?

J. T.: Yo les hacía un taller de cuerpo con mi técnica y ellos lo hacían sin problema. Muchos de los problemas que me encuentro cuando dirijo a adultos es volver a abrir las puertas que la educación me ha cerrado, o sea, parece que para jugar, para lo lúdico, hay que romper una especie de membrana en la que el actor puede jugar libremente. Muchas veces los actores te dicen, “¿pero puedo hacerlo?” “¡Claro! Respétate tu pulso, atendamos a tu naturaleza y vamos hasta el final con ella. Vamos a ver juntos cómo se puede componer”. En el caso de ellos es que son solo naturaleza, no están todavía contaminados, están recién hechos, son porosos, son muy permeables. Tienen una retentiva impresionante.

 

Al final es que para ellos es un juego. ¿Qué hay más propio de un niño que un juego? Cambias las normas, las reglas del juego y las aceptan y juegan.

J. T.: Ahí sí que me importaba como creador sembrar eso en ellos, que su acercamiento al teatro no fuese como el mío, que viesen el teatro como un juego, como un espacio de libertad, como un espacio creativo, como un espacio en el que todo es posible. Eso me importaba mucho. Lo asumen todo desde el juego y desde la ligereza, desde lo lúdico. Me parece una forma de aprendizaje maravillosa. Gracias a esta experiencia con los Nuevos Dramáticos estamos generando unos nuevos creadores que van a entender la creación como esto que han vivido y eso me encanta, y me importa profundamente.

L. M.: Yo creo que hay una intención por parte del CDN de que los creadores puedan acercarse a la infancia en un futuro. Por ejemplo, que Troncoso haya tenido esta experiencia ahora y que dentro de cuatro años diga: “voy a volver a trabajar con niños, porque aquello me flipó y ahora lo voy a hacer yo, aunque no sea con el CDN. Lo voy a hacer por mi cuenta, porque aquello funciona”.

 

¿Qué quiero ser cuando sea pequeño? en Madrid
Marta Fernández Muro junto a los Nuevos Dramáticos en Los Columpios. Foto de Bárbara Sánchez Palomero.

 

Antes comentabais que, desde lugares muy diferentes, tenéis una misma sensibilidad a la hora de abordar temas a través de vuestro trabajo, ¿cómo ha sido el poder colaborar juntos?

J. T.: Ese ‘match’ que te decía Lucía tiene que ver con que ella también es muy respetuosa como creadora. Ha sido bonito trabajar mano a mano con otra creadora. Ha sido muy enriquecedor para mí conocer a Lucía profundamente porque, muchas veces, conocemos a los compañeros por los procesos que hacen. Compartir esto ha sido muy enriquecedor, sobre todo, en un momento el que todo es tan individualista, parece que lo contemporáneo se ha vuelto unipersonal. Para mí ha sido una bocanada de aire fresco. Una de las cosas por las que me da pena que esto se acabe es por Lucía, tengo ganas de seguir trabajando con ella.

L. M.: Entre los directores no solemos hablar de los procesos; o sea, te cuentas las penas, pero no entras en la sala de ensayo con el otro. Y aquí observas cómo lo hace el otro y luego, cuando te vas a casa, dices: “Voy a hacer esto que ha hecho Troncoso, voy a probarlo”. Cuando ya no haces ayudantías y te dedicas a dirigir, ya no ves a nadie más currar y es una pena, perdemos ese aprendizaje de lo que el otro hace. Perdemos la capacidad de decir que somos frágiles porque parece que, como directores, siempre debemos tenerlo todo controlado. Es muy importante vivir tu propia fragilidad, tener la libertad de venir un día y contar que estás atascada y decir: “Vente un día, a ver si me ayudas a desatascarlo”. Tener la confianza de poder contarle al otro tu miedo o tu bloqueo. Cuando normalmente es como que tienes que hacer que lo tienes todo controlado.

 

En el espectáculo mezcláis a los Nuevos Creadores con actores y actrices adultos, en este caso a Marta Fernández Muro, Zaira Montes, Paco Ochoa, Belén Ponce de León, Juan Vinuesa y Pepa Zaragoza, ¿cómo ha sido este encuentro?

J. T.: He tenido la opción de poder elegir al equipo y he elegido gente que no solamente es maravillosa, sino excepcionalmente normal en el trato y eso lo hace maravilloso todo. He invitado a que los actores mayores se contagien de la vida que los chicos traen, esa imperfección, ese ‘sashimi’, eso es vida en bruto que no tiene ni arroz ni nada. Que observen la vida que traen, que aprendan cómo juegan con esos ojos. Si podemos importar eso, sería una gran ganancia para todos.

L. M.: José ha sido muy inteligente y les has ido metiendo poco a poco. O sea, no ha sido llegar un día y que estén todos ahí. Un día ha venido uno, otro día ha venido otro, estaban en el taller jugando como uno más y eso también me ha parecido muy acertado, que no sea un día “los profesionales adultos y los profesionales niños”. Ha generado un buen rollo entre ellos de miedo.

 

Os noto a ambos bastante emocionados, ¿dónde os ha colocado el trabajar con los Nuevos Dramáticos? ¿Qué reflexiones ha despertado en vosotros?

J. T.: Cuando te pones frente a ellos te das cuenta de lo que quieres ser tú cuando vuelvas a ser pequeño otra vez. Eso yo creo que es la clave. Estamos hablando siempre de qué queremos ser cuando seamos mayores, ¡qué queremos ser cuando volvamos a ser pequeño! Pues yo quiero ser como ellos. Tener esa libertad. Desde el juego todo es más sano y más limpio.

L. M.: A mí me pasa que tengo una niña de dos años y medio y ahora voy mucho al parque y juego mucho, y me doy cuenta de que hay muchísimos padres que juegan muy poquito. No sé si trabajar en esta profesión me hace consciente de ese hecho, de lo que es jugar con niños como aquí, el compartir el espacio de jugar. Aprecio mucho el hecho de trabajar en un espacio con niños y adultos y jugar a jugar, hace que en mi vida personal jugar a jugar sea algo muy importante.

 

Con Los columpios ponéis en valor la importancia de poder escuchar lo que tienen que decir los chavales, ¿podríamos decir que es un gran homenaje al aprendizaje que nos sigue brindando la infancia?

J. T.: También es un homenaje a los buenos profesores. A bañar en oro a esa gente que nos han ayudado. Hay un agradecimiento a esos profesores que te dicen “tú vales para esto. Sigue por ahí”. De eso también hemos hablado mucho, de los profes buenos y los profes malos y de alguna manera también cómo los mayores tenemos la posibilidad de agradecer todavía. Aquí hay una escena en la que uno de los mayores va a dar las gracias a su profesora, que le dice: “quiero que sepas que, si no hubiese sido por ti, no habría llegado a ser lo que hoy soy”.

L. M.: Además que el profesorado ha sido tan maltratado durante años, que dar las gracias es super necesario por sacar todo lo que sacan cada día en el aula.

 

¿Qué os gustaría que se llevará el público cuando se baje de estos ‘columpios’?

J. T.: No sé qué pasará con el público. Es la primera vez que no tengo ni idea de lo que va a pasar, porque tengo la sensación de que parte de este material no me pertenece. Esto ha sido más reconducir el mundo de otras personas, el mundo de estos nuevos creadores, estos Nuevos Dramáticos. No está todo en mí, es un descontrol gozoso. No tengo ni idea de lo que va a pasar. No espero nada, desde el mejor de los lugares. Me parecerá bien. Que se sienten en esas sillas de colegio y vengan a escuchar la lección que ellos tienen que ofrecerles. Yo me quito del medio, en el mejor de los sentidos. Quiero pensar que soy un medio entre esos niños y el espectador. No lo sé. No tengo ni idea. Me interesa saber qué es lo que pasa, pero no, no he preconcebido nada. No he querido dirigir la mirada del público, ni ser efectista, ni hacer nada deslumbrante. Los creadores podemos caer en eso fácilmente.

L. M.: Yo creo que va a ser un buen cocinado. Yo creo que puede ser el mejor texto de José. Creo que la gente se va a reír mucho, pero también tiene partes muy emocionantes. Creo que hay una cosa que tiene la función de puente, de dar las gracias, no solo con los profes, sino también a los padres.

J. T.: A los buenos padres. Pone el foco en lo bueno, dejando a un lado lo malo, que también lo señalamos de alguna manera no nombrándolo. Es una función de agradecimiento a la buena educación, entendiendo como buena educación aquella que te hace libre y consciente.

 

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