«No puede ser que al hablar de emergentes, los creadores, tengan cuarenta años como mínimo»
Los teatreros hemos conocido a Pablo Martínez Bravo dándonos la bienvenida a La Casa de la Portera, pero ya han pasado unos cuantos años de aquello y aquel muchacho que veíamos a través del chiscón/taquilla de la calle Abades, dio el salto a la dirección escénica, pasando a formar parte del movimiento de jóvenes creadores que actualmente está renovando el panorama teatral de Madrid.
Vivir aquella época de revolución teatral en primera persona, su paso por la RESAD y las ayudantías de dirección, le han ido curtiendo y forjando una potente personalidad escénica, contando con varios trabajos como muestra de ello: Insolventes, El año que mi corazón se rompió o Hasta Palomares.
Ahora nos presenta La noche que amé a Pasolini, que podemos ver en Nave 73, dentro del Ciclo IGUALES, espectáculo que quizá sea el mayor de los retos a los que se ha enfrentado hasta ahora como creador, ya que no solo se nos presenta como director, además nos descubre su faceta como dramaturgo.
Pablo Martínez Bravo nos presenta ‘La noche que amé a Pasolini’
Por Ka Penichet
Pablo, recuperar las figuras de Pasolini y Pelosi para la escena tiene su porqué, ¿cuándo fue la primera vez que escuchaste hablar de Pasolini y su asesinato?
No recuerdo la primera vez que me hablaron de Pasolini, pero sí que desde el principio que supe de él, me atrajo. Sobre el asesinato nos hablaron en una clase en la RESAD y quedé fascinado con que uno de los grandes autores del siglo XX fuera asesinado por un chapero de 17 años. Me puse a investigar y al ver las diferentes versiones entendí que ahí había algo que contar.
La noche que amé a Pasolini arrancó en la RESAD, ¿que lo diferencia a desarrollar un proyecto desde fuera?
Los montajes de la RESAD te dan lugar a poder investigar y trabajar con más tiempo que al realizar un montaje fuera. Sabía que esta era una función de mucho trabajo, porque, aunque el texto era mío, Pablo autor se lo había puesto muy difícil a Pablo director, así que era necesario ver cómo convertir esas palabras en escena.
¿Y quién te ayudó a establecer ese entendimiento entre ambos Pablos?
Este texto lo escribí con la tutoría de Luis Felipe Blasco que me fue guiando en la estructura y creación de personaje, además de pasar por el «filtro» de Adrián Perea que siempre lee mis textos antes de empezar a trabajar.
¿Qué te llevó a decidir sacarla al circuito teatral?
Algo que he tenido claro desde que entré en la escuela es que la oportunidad de montar que da la RESAD no se puede quedar allí. Es mucho trabajo para que solo se hagan tres días de exhibición. Además, este es un trabajo del que me siento muy orgulloso y me apetecía que la gente pudiera ver lo que habíamos hecho.
La pieza se centra en Pino Pelosi, el supuesto asesino de Pasolini, ¿qué te llamó la atención de él?
Pasolini es una de las personas más interesante que hemos tenido en el arte. Cineasta, dramaturgo, poeta, activista… Son muchos de sus adjetivos. Y que alguien de su nivel, al que se le puede admirar desde tantas perspectivas, fuera asesinado por chico de 17 años, chapero en la Italia de los años 70, me parecía que tenía un contraste enorme. A la vez me atrajo la idea de las múltiples versiones que Pelosi dio ¿Cuál es la de verdad? Ese es un misterio que hoy en día sigue sin poder responderse y que nunca sabremos realmente. Además, me interesaba hablar de cómo un joven pierde todas sus oportunidades de futuro, cómo pasa a la historia de una forma que él no quería.
¿Qué simboliza la figura de Pelosi en La noche que amé a Pasolini?
Pelosi era todos los que a esa edad tenemos sueños, muchos de ellos imposibles. Pelosi para mí representa a los que no consiguen lo que quieren, a los que el destino pone trabas. Es la juventud frente al mundo. Los que luchan por sobrevivir. Es la ilusión frente a la realidad.
En la obra el protagonista dice que su historia siempre estará ligada a Pasolini, ¿te sientes tú también vinculado de alguna forma a Pier Paolo?
Después de esta obra sí. Es la primera obra que escribo y dirijo a la vez, quizás mi mayor reto como director. Además durante el trabajo de investigación he descubierto muchas frases de Pasolini que ahora forman parte de mi.
Después de llevarlo a cabo, ¿tienes una opinión formada sobre el asesinato de Pasolini? ¿La obra refleja tu punto de vista sobre cómo se sucedieron los hechos?
He intentado que el espectador salga con su propia versión. Quizás sí que me decanto por una de las opciones, que creo que es inevitable. Pero, al ser un misterio, quizás no sea la verdadera.
¿Cómo abordaste el trabajo de documentación?
Lo dividí en dos partes, la del texto y la de la puesta en escena. Primero empecé a leer artículos de prensa donde hablaban del asesinato y las versiones. Sumado a eso me leí una biografía sobre Pasolini y una autobiografía que Pelosi tenía, está en italiano, así que fue un trabajo complicado. Al mezclar esas biografías, más otras cosas de las que yo quería hablar, surgió el texto.
Para la puesta en escena sí que revisé películas e imágenes de la época. Aquí tuvieron mucho que ver Paola de Diego y Pier Paolo Álvaro en la escenografía y el vestuario.
Las canciones que usas en la pieza tienen una importancia vital para el desarrollo de la misma, ¿cómo llegaste a ellas?
Estuve escuchando canciones italianas de esa época y la verdad que era difícil elegir por la calidad que tienen. Así que opté por las que me transmitían más y las que la letra, aún en italiano, me parecían que tenían relación con el texto. Alguna incluso llegó casi sin quererlo, pero a veces Spotify sabe mejor lo que buscas que tú.
Hay un momento de la obra en la que el asesino recita La vida es sueño, ¿consideras que Pino tuvo que “interpretar” el papel de asesino de Pier Paolo?
Pino tuvo que fingir (o eso dijo) que era su asesino para poder proteger a su familia. Hipotecó su vida para salvar la de los suyos. Pero quizás no era tan inocente.
Fernando Sáinz de la Maza y Rubén Frías protagonizan La noche que amé a Pasolini, ¿cómo entraron a formar parte del proyecto?
Este texto nace de las ganas de trabajar con Fernando. Es un texto escrito para él. Cuando le vi en Punk rock – Espectáculo de LaJoven – quedé fascinado con su talento y tuve claro que trabajaría con él. Poco después nos hicimos amigos y surgió la posibilidad de hacer algo juntos. Este texto es también una carta de amor a esa amistad. Fer es un actor entregado, con una energía increíble.
Rubén es uno de mis actores de cabecera. Su papel es pequeño, pero cada vez que sale al escenario, lo llena. Además, tiene una voz impresionante.
A la hora de escribir, o dirigir, ¿cuáles son tus referentes?
Mis direcciones siempre están llenas de referencias a otras obras que me han marcado. En Pasolini hay mucho de Cliff/Acantilado de Alberto Conejero, Julieta y Ofelia. Suicidas de toda la vida de Julio Rojas en el texto. Luis Luque, Íñigo Guardamino y Aarón Lobato me han enseñado mucho y están en pequeños detalles.
¿Qué o quién te influenció para querer dedicarte a las Artes Escénicas?
La persona que más me ha influido en el teatro es mi tío Julio. Desde que tengo cuatro años he ido con él al teatro y es el que me metió el veneno de esta profesión. Como hace Pelosi en la función, yo también me he preguntado si mi destino hubiera sido diferente si no le hubiera tenido.
De no haber seguido este camino, ¿cuál hubieras escogido? ¿Te has arrepentido en algún momento?
Claro que he tenido muchos momentos de querer dejar la profesión. La inestabilidad y que muchas veces no dependa de ti hace que pienses si es el camino o es otro. Por tu mente pasa si no es mejor tener un trabajo «de verdad», con un horario y un sueldo fijos, que quizás con eso podrías ser más feliz. Pero la realidad es que dejar el teatro es casi imposible, una vez que te pica ya no te suelta.
Siempre he tenido claro que el teatro tenía que estar en mi vida. De pequeño quería ser periodista de teatro y después director. No tengo un recuerdo en el que me quisiera dedicar a algo que no estuviera relacionado con el arte.
¿Qué dificultades te encuentras como creador a la hora de salir de la RESAD? ¿Qué carencias ves a la hora de dar visibilidad a la gente joven que comienza en este mundo?
La RESAD te ayuda a formarte para la dirección, pero no para enfrentarte a cuando sales. Yo ya había trabajado tanto en el off como en teatros públicos antes de entrar y aún así ves lo duro que es. Somos muchos creadores intentando llegar al mismo sitio y la juventud aquí no es una ventaja, más bien todo lo contrario. Siempre te dicen: «ya te llegará» «tú lo vas a conseguir, pero te toca esperar». Lo siento, pero no quiero. No es que los jóvenes tengamos que ocupar la sala grande de los teatros institucionales, pero no podemos quedar relegados al off. Si no se dan las oportunidades ¿Cómo vamos a demostrar lo que podemos hacer? Tengo muchos amigos de la profesión que tienen un talento arrollador y a los que no se les da lugar. No puede ser que al hablar de emergentes tengan cuarenta años como mínimo. Somos los jóvenes los que luego vamos a tener que mantener la profesión y, si lo ponen tan difícil, muchos preferirán optar por otras profesiones.